Cuando mi familia y yo nos
mudamos a esta calle nos presentamos al nuevo vecindario. Es una norma
social que parece perderse con el paso del tiempo. Ya no digo que ocurra como
en las películas americanas donde, los vecinos, en señal de bienvenida, te
regalan una cesta de frutas o un plato de bizcochos recién horneados, pero creo
que es obvio que se tenga la amabilidad de darte a conocer y hacer que te
conozcan los que van a compartir calle, acera y contenedor de la basura. Lo
cierto es que cuando conocí a los marqueses la sorpresa fue siempre triple, ese
número, el tres, parecía ser lo único destacado de la calle y ellos eran la
culminación triplicada.
Sí, es cierto. En
mi calle todo lo tenemos triple. Tenemos tres Jesús, tres Marías y tres
Josés y, por supuesto, tres Amparos con sus correspondientes Vicentes. También
tenemos dos Víctors y una Victoria, que para el caso, es como si fuese un triplicado
de no se sabe qué copia. Todo es triple hasta el punto de poder decir que se ha
rizado el rizo con unas trillizas casadas con tres hermanos. En realidad, en mi
calle sólo vive una de las trillizas y uno de los hermanos, los otros vienen de
visita muy de vez en cuando. La situación se define entre lo grotesco y lo
esperpéntico, porque los parentescos se triplican hasta valores kafkianos.
Su apellido Combrío parece celebrar la iniciativa de
triplicar todas las situaciones que, por sencillas que puedan parecer, son
siempre múltiples y, cómo no, cómicas. La primera vez que las vi a las
tres hermanas juntas, vi tres caras repetidas. Todas eran idénticas.
Semejantes en las expresiones, en los movimientos, en la forma de hablar. Con
el tiempo he comenzado a distinguirlas en algunos detalles, no obstante, hay
algo que las caracteriza en su forma de hablar y es que pueden pasar de la
bendición a la maldición en medio segundo. Me explico. Es muy normal, mientras
conversas con una de las trillizas, que para demostrar que algo es dulce,
agradable y bonito, aderecen la frase que lo indica con la expresión: 'Ay
Virgen María Auxiliadora' y a continuación la coronen con un sonoro 'joder' que puede
ser acompañado, casi al instante, con su conjugación en pretérito perfecto, en
la primera persona del plural: 'nos ha jodido'. Cuando
se escucha esta combinación te suele sorprender, pues no sabes si ha sido
la virgen misma la causante de tal acción o el receptor de la conversación
quien ha consumado el acto.
Al
principio de mi relato he dicho que mis vecinos eran marqueses, como podréis imaginar,
ostentan ese título por la gracia que yo les he otorgado. El motivo de ese
nombramiento se debe a que descubrí que su principal distracción era controlar
el uso del contenedor de la basura. Qué mejor que refrendarles con el
marquesado del inventor de tal artilugio: El marqués de la Poubelle donó con
dignidad su nombre a las sociedades venideras y yo, benévola que soy, les he
concedido el marquesado de la Poubelle, en honor a unos de sus favoritos
pasatiempos: controlar el uso y desuso de esos controvertidos utensilios.
Parece ser que en mi calle sólo pueden tener una finalidad: distraer a los que
disfrutan de la profesión de rentista. Extraña profesión que yo desconocía que
existiese hasta que llegué a hablar directamente con uno. Cuando fuimos
presentados, el marqués es lo primero que me dijo: Soy rentista. Me dedico a
vivir de mis rentas. Loable profesión que, dado los años que nos ha tocado
vivir, parece ir en retroceso.
A
pesar de que el número sagrado de la familia es tres, sólo tuvieron una hija, 'una
y es divina' me dijo la madre. Ya se sabe que las madres todo lo ven bajo
muchos prismas que el resto de los mortales desconocemos. La muchacha en
cuestión, no podía relacionarse con todos ni ser novia de cualquiera, por eso,
viendo que su edad casadera avanzaba y no conseguía una divinidad como novio y
futuro esposo, salió ella en busca del agraciado. No tardó mucho y encontró a
su media naranja en el joven de la dinastía de los Lodazal de la Palma,
rancio y egregio apellido que en nuestras tierras levantinas fijó, brilló y dio
esplendor a los pasados años dictatoriales como Dios manda. Sólo había un
pequeño problema, era el segundo en orden, pues el novio lucía un gracioso
García de primero. No importa, cada vez que mi vecina, la trilliza marquesa,
habla de su yerno tuerce la boca para decir: es una familia tan distinguida la
de Lodazal de la Palma. Mi hija ha tenido mucha suerte de
emparentar con ellos.
A
continuación cuenta las virtudes de la parentela de su yerno.
-Como
a mí me duelen tanto los huesos mi yerno que tiene un primo médico muy bueno,
me ha llevado a su consulta y me ha inyectado una medicina que cada dosis vale
cien euros. En cada rodilla llevo cien euros y lo debo de repetir una vez al
mes. Figúrese el pastón.
Le
repite una y otra vez a mi pobre madre que incrédula se pregunta si lo que le
inyectan en las extremidades es algún antiinflamatorio o, por el contrario, el
equivalente destilado en su importe. Puede que le haga más efecto saber qué
cuesta que qué ingredientes contiene realmente. Le indico a mi madre.
La
crisis no perdona y prueba de ello está en que mi vecino, el marqués, ha dejado
de comprar el periódico, por ahorrar gastos, de tomar café en el bar de
la esquina, porque es una tontería ir allí, y ya ni compra jamón
serrano, porque para qué quieres comer un producto que viene directamente de
un marrano. No obstante, su afición a controlar el contenedor de la basura
no ha cesado. Cada vez que escucha levantar la tapa asoma su cara por la
ventana o sale directamente para observar cómo haces la operación de deshacerte
de todo aquello que no usas o te resulta inútil. Más de una vez creo que
prefiere ver el movimiento de la tapa de éste a cualquier programa de
televisión porqué para lo que hay que ver, basura hay en todos los lados
¿no?