martes, 30 de agosto de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: EL PINTOR A LA CAL



Durante el primer tercio del pasado siglo XX, el mantenimiento y limpieza de una casa rural tenía un aliado y ese era el pintor ambulante. Más de uno dirá que estoy dando importancia a hechos puntuales, pero permitidme que disienta. Hace unas décadas, no muy lejanas, un factor importante de la vida cotidiana, en particular en los pueblos, era y sigue siendo mantener el hogar en buenas condiciones. 

Me refiero a las casas de pueblo, por supuesto; la distribución era siempre la misma: en la parte delantera se situaba la vivienda de la familia y en la parte trasera, algo más alejada, se encontraba el corral, espacio donde se guardaban los aperos de labranza y se criaban los animales domésticos de la casa.

Como los sectores de la casa requerían distintas atenciones, en este relato, me centraré en la parte trasera, es decir, el corral. Por regla general, la labor de mantenimiento, una vez sacado el estiércol, si es que había un animal de labranza, y la gallinaza de las gallinas, entonces se procedía al encalado de las paredes. La cal era el material base por varios motivos, aunque lo primordial era  su capacidad de higienizar. La preparación de la mezcla es un proceso químico conocido como: amerar la cal. La simplicidad de su elaboración es uno de sus principales atractivos. Consiste en diluir en el agua trozos de cal. El pintor coloca, dentro de una tinaja de barro, la cal y, a continuación, se añade el agua. Casi al instante, se consiguen altas temperaturas debido a la reacción química, la cual, puede resultar peligrosa pues, muchas veces, salpica burbujas de la mezcla con cierta violencia del interior de la tinaja. Para mejorar el tono blanco de la mezcla se añade un poco de azulete (esos polvos, que casi me atrevería a decir que son mágicos, que se usaban y siguen usando para conseguir un blanco más blanco en el lavado de la ropa). Una vez enfriada y conseguida la textura adecuada, es decir, terminado el amero de la cal, entonces entraban en juego las cualidades del pintor. 

El encalador que solía venir a mi pueblo era bastante peculiar en su labor de trabajo. Introducía, el resultado del amero, dentro de un curioso artilugio de su propia invención. Se trataba de un depósito redondo con una válvula interior que removía el líquido con el accionamiento de una palanca. En el otro extremo había dispuesto un difusor que servía para esparcir por las paredes, en especial, las más altas, y así, encalarlo todo sin tanto esfuerzo. No siempre se podía llegar a la altura deseada de las paredes por eso, cuando había algún ángulo donde no era fácil acceder con dicho difusor, el pintor usaba una brocha gorda ataba a una larga caña. 

Pero no sólo se encalaba el corral, sino que también se podía aplicar el mismo proceso a las fachadas de las casas. El blanco, signo de pureza y sanidad, daba un aspecto alegre a aquellas casas que, aunque antiguas se mantenían vivas por la luz que reflejaban sus fachadas y corrales. 

A mi pueblo, todos los veranos, venía el mismo pintor de cal. Vivía en el pueblo vecino. Como era el tiempo de las vacaciones ejercía de ayudante suyo su hijo mayor. Tanto padre como hijo sorprendían por su extremada delgadez hasta el punto de que cuando movían el artilugio de encalado semejaba que iban a partirse como juncos. 

Ya hace mucho que se dejó de practicar ese método de limpieza y saneamiento de las viviendas. Del pintor no tengo ninguna noticia y del hijo si sé que estudió en la universidad. El oficio de encalador se perdió con la modernidad.
Del interior de las casas y sus pintores os hablaré en otro relato que espero os interese también.

5 comentarios:

  1. ¡Ay qué de bonitos y añorados recuerdos me traes!
    Me encanta, me encanta tus páginas...
    Al azulete que se le echaba a la cal y al final de los enjuages del lavado de ropas blancas en Sevilla lo conocíamos por "Añil", yo era chica, pero tengo el almacén de los recuerdos de la infancia repletos de todo lo que has expresado. Para mí, haces una labor estupenda, hay generaciones de jóvenes que todo esto no lo han vivido o no saben bien lo que fueron. Son nuestras tradiciones que durante siglos formaron y se arraigaron en la sociedad. Tenemos mucho al respecto en común, si visitas mi blog alguna vez verás el porqué. Los oficios perdidos de una Sevilla que hasta hace relativamente poco tiempo contaba con -el aguaó"-el zapatero remendón-el ditero...
    ¡Gracias, niña!
    Un besito, te lo has ganado.

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  2. Si valoro son los comentarios como los tuyos Mari Carmen. Más de una vez, entre amigos, conversando, hemos dicho que muchos recuerdos se perderán entre la modernidad. Este verano, casi por casualidad, comencé a recordar a los vendedores ambulantes y me he dado cuenta que no soy la única que los recuerda y, algunos los añora. El azulete era fundamental para matar el color blanco amarillento de la cal. También recordaba a los pintores, padre e hijo, que hablaban poco y trabajaban con gran idea. Mientras escribía este relato recordaba mi curiosidad al ver salpicar la cal que ardía dentro de la tinaja. Sevilla y Valencia vive la luz. Gracias por estar ahí Mari Carmen. Un abrazo.

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  3. Hola DondeLeer:
    ya te sigo también. Por cierto he visto que eres un fan de Julio Verne. Te gustará leer algo sobre la puesta en escena que hizo Enrique Rambal de la novela Veinte mil leguas de viaje submarino. Un saludo afectuoso.

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  4. Que recuerdos y eso que yo solo viví en el pueblo hasta los siete años, pero recuerdo que mis padres encalaban las paredes de la casa con cal todos los años. Para los sitios altos usaban una caña con la brocha atada. Un abrazo

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  5. Hay cosas que aunque pase el tiempo no pueden olvidarse porque forma parte de nuestra forma de vida. A mí me impresionaba la ebullición de la cal dentro de la tinaja. Esos pequeños detalles son los que nos forman. Gracias por tu recuerdo y comentario compartido. Un abrazo Maria del Carmen.

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