A
Josep Lluís Sirera, que sempre va alimentar el meu verí del teatre.
-Quería entradas
para la función de mañana.
La taquillera levantó
la mirada del talonario de entradas para observarme. Se tomó varios segundos en
la tarea hasta que, por fin, me espetó:
-¿Son jóvenes tus
acompañantes?
Me sorprendió la
pregunta de aquella mujer.
¿Por qué me lo haría? ¿Era tan relevante nuestra edad? ¿Sería para ofrecernos algún
descuento? o ¿tendría alguna censura el espectáculo y no se nos permitiría la
entrada a los más jóvenes?
Todas esas preguntas
pasaron por mi imaginación en menos de tres segundos. Por fin le contesté.
-Sí, lo somos.
La respuesta fue como
un verdadero impulso para la taquillera que, de inmediato, volvió a
su actitud de trabajo, es decir, la de vender entradas. Mientras las
cortaba del talonario me dijo con tono firme:
-¡Estupendo! Te voy
a dar las mejores. Nunca olvidarás esta obra.
Comencé a dudar como una adolescente indecisa, pensé que mi falta
de experiencia de ir al teatro había hecho que me endosaran unas entradas de
sospechosa validez. Antes de irme de la taquilla le pregunté tímidamente:
-¿Qué fila es?
Rápidamente me
contestó.
-¡Ah! No te
preocupes. Las entradas no están numeradas. Es el mejor sitio del
teatro.
Fue entonces cuando me
preocupé más que nunca. Me convencí de que me estaba engañando. Pensé que
seguro que me había visto la cara de novata y, por eso, me vendía unas entradas
que nadie quería y que, debido a mi timidez, sabía que no le protestaría. A pesar
de mi inseguridad tomé las entradas y me alejé. Soportaría las
posibles quejas de mis acompañantes. Alegremente habían confiado en mis dotes
de avezada compradora y ese había sido el resultado.
En mi cabeza no dejaba de dar vueltas una pregunta: ¿Desde cuándo un
teatro vendía unas entradas sin numerarlas y sin una fila definida ni un sitio
exacto?
Llegó el día de la
representación. A la curiosidad por un texto con un magnífico título: El
veneno del teatro, se unía la oportunidad de ver a los actores: José María
Rodero y Manuel Galiana juntos, en el escenario, en vivo,
sin el filtro de una pequeña pantalla. En realidad, como siempre he confesado
en repetidas ocasiones, en ese momento, el nombre del autor: Rodolf
Sirera quedó ensombrecido ante la fama de los intérpretes. Sería muchos
años después, cuando conocí a Josep Lluís Sirera, mi maestro, cuando
comprendí la justa importancia, no sólo de los intérpretes sino también del
autor, pero eso sería otro relato para otra ocasión.
Algo nerviosa por la
novedad y deseosa de comprobar que esas «magníficas» entradas así lo eran en realidad, tanto mis acompañantes como yo, nos dimos mucha prisa por entrar.
El veneno del teatro, 1983 |
Una vez franqueada la
puerta del teatro Principal mi asombro, casi infantil, iba en aumento. Aunque
había pasado infinidad de veces por delante de su neoclásica entrada nunca
había tenido la oportunidad de acceder a su interior hasta ese instante. Todo
me parecía majestuoso y lleno de glamour. Aquel teatro, según me habían dicho,
tenía el distintivo de ser el más importante de Valencia. Su refinada entrada
de marmóreos adornos daba paso a unos elegantes tapizados de tonos granate
en las butacas del amplio patio. A medida que avanzábamos por el pasillo
central la distribución de las butacas nos resultó extraña. El
escenario se encontraba dispuesto entre las butacas del patio y, a su vez, unas
cuantas filas estaban situadas donde debería estar el escenario.
Mientras contemplábamos esa rara disposición, la acomodadora, con
destreza, nos abordó solicitándonos las entradas. Comprobó que no tenían ni fila ni butaca
asignada y con la simple indicación de un "Síganme" nos mostró donde podíamos sentarnos. Las butacas estaban en el propio
escenario. Nosotros, nos
dijo, éramos el verdadero público. Aquella deferencia me impactó. En ese instante, comprendí los comentarios de la ya, para entonces, encantadora taquillera
anónima que había confiado en mi juventud. Me había proporcionado el
privilegio de poder ver la obra de teatro desde la mejor perspectiva posible,
es decir, desde el mismo escenario.
Sentada en mi
butaca, junto a los actores, viendo cada detalle de la interpretación de los
admirados actores, mi emoción iba en aumento. Me introduje tanto en la obra
hasta llegar al punto de ingerir el
veneno no sólo lo hizo el más joven e ingenuo de los personajes, sino
que también lo tomé yo, que era la más novata en las lides del público teatral. A
partir de ese instante, ya nada fue igual. El veneno surtió su efecto. Quizá fuese
la sorpresa o quizá sólo fuese el azar, pero lo cierto es que el veneno sigue
actuando hasta este mismo instante en el que escribo estas líneas. Nunca me imaginé que fuese tan decisiva aquella función que efectuaría un cambio en el rumbo en
mi vida.
Preciosa historia. Y muy bien contada. Me ha encantado.
ResponderEliminarLas experiencias de ese tipo son difíciles de olvidar. Muchas gracias por la lectura y comentario.
ResponderEliminarMe ha gustado y, como suele pasar, me ha llevado a mis propios recuerdos, así que la semilla de algo propio que hacer crecer ha quedado sembrada.
ResponderEliminarEl teatro es parte de nuestra vida y aunque lo abandonemos por momentos está ahí para llenarnos de satisfacción. Gracias por la lectura y comentario.
EliminarUna buenísima manera de descubrir el teatro y de quedar envenenado por él. No me extraña.
ResponderEliminarMe ha encantado.
El teatro es necesario para vivir, es mi conclusión y creo que nos pasa a muchos. Muchas gracias por la lectura y comentario.
EliminarMuy bien fabulado el hermoso hecho de que el Teatro es un virus que, una vez contraído, ya no superas.
ResponderEliminarSi que es verdad, el teatro es un virus pero de los sanos, de esos que nos llena de satisfacción. Gracias por la lectura y comentario.
ResponderEliminarA mi me encanta el teatro y tu historia me ha encantado también. Como siempre, muy bien narrada y llena de emotividad. Me ha sorprendido esa disposición de las localidades, porque nunca lo he visto, claro que tampoco voy tan a menudo como me gustaría. Gracias por compartir tus recuerdos. Un abrazo!
ResponderEliminarAquella puesta en escena fue especial por muchos motivos. Fue especial por el entorno, por los intérpretes y por un texto lleno de emotividad y amor al teatro. Fue especial porque contó con el público y tuve la suerte de serlo. Fue especial porque me inoculó el veneno por el teatro y cambió el curso de mi vida. No lo supe en seguida pero así fue. Muchas gracias por leer mi relato y comentarlo.
ResponderEliminarMe ha encantado esta historia, conociéndote ahora sé como te entró esta pasión por el teatro. Preciosa.
ResponderEliminarQuerida Patricia las cosas pequeñas nos cambian más de lo que nos podemos imaginar. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Un abrazo compañera.
ResponderEliminarGracias por esta historia. Me ha conmovido cuando has contado el detalle de la juventud del espectador. Quiero contarte mi historia. Hace dos días estrenamos una obra de teatro, es nuestra tercera, la gente (familiares, amigos, seguidores) nos arropa siempre, pero algo ocurrió un día antes. Me compraron tres entradas, y me preguntaron si podían ir niños, le contesté que sí, claro a pesar de ser una obra de los años 60, evasivo, de humor negro, tenía la particularidad que un niño podría disfrutarlo muchísimo. Otra persona, joven, me compró otra dos entradas, cuando lo ví pensé que raro esa gana de ir al teatro, me contó que era maestro con un bebé y que iban a dejarlo para ver la función. La obra comenzó, risas, carcajadas, silencios, silencios, hubo un momento que el teatro enmudeció y los niños estaban allí, nadie se movió, fue un regalo pensar que habías llegado, había entrado en ellos y quedaría y tal vez volverían al teatro, al nuestro, a cualquier otro, que tal vez despertarás en ellos la ilusión de volver algún día. Casualmente en esta obra había veneno también ( de los dos) gracias por compartir tus momentos. Un abrazo
ResponderEliminarHola Joseme, me has dejado intrigada pues no me cuentas qué obra era la representada y me gustaría saberlo. Una cosa es cierta, el veneno del teatro ha hecho efecto y tu público, tarde o temprano sentirá el efecto del bello arte. Muchas gracias por compartir tu opinión conmigo.
ResponderEliminarMe ha encantado la historia y la decisión de la taquillera, desde niños bebieron el veneno del teatro, ya no hay vuelta atras. No se pueden apear de él. A mi me pasa igual yo hoy voy al teatro,aunque hoy es un teatro de Magia. Un abrazo
ResponderEliminarLa magia es la gran aliada de todo lo que hacemos en la vida. Sin ella no se puede vivir por eso el teatro la tiene en él mismo. Muchas gracias por la lectura y comentario María del Carmen.
EliminarVaya "entradas" amiga..encantada me has dejado.
ResponderEliminarQuerida Suni, esta historia forma parte de mí. Recuerdo que se la conté, a mi maestro Josep Lluís, cientos de veces y siempre le arrancaba una sonrisa. Ahora que ha fallecido, creo que le encantará saber que la he contado a todos. Muchas gracias por leerla y comentarla.
ResponderEliminarQuè emotiu, Paqui! Et comprenc perfectament! Quina experiència més bonica i quina taquillera més amable! Jo no recorde la primera obra que vaig vore, pero sí que el "teatre" té algo especial, que engantxa. Reconec que hi ha obres que m'han agradat tant que les he vistes 2 vegades i que de quan en quan necessite també llegir teatre, m'encanta.
ResponderEliminarDe segu que Josep Lluís, des d'on estiga, estarà orgullós de tu.
Susi
ResponderEliminarAquell dia el teatre em va envirinar de la forma més sutil que et pugues imaginar. Después vaig tenir la sort de disfrutar d' un gran Mestre con Josep Lluís, com surtir d' eixe verí? No, no mai. Moltes gràcies per llegir el meu relat.
Maravillosa historia y fantástica la manera en que la cuentas, Francisca. Te felicito por ello ;)
ResponderEliminarDesde el principio, la narración me ha trasladado al espacio/tiempo en que se desarrolla y lo he vivido tal y como si fuese yo misma quien lo vivió en primera persona.
Que el veneno del teatro surta efecto por siempre.
¡Un abrazo!
Muchas gracias Beatriz por tus cariñosas palabras. Este relato surgió de la tristeza de la pérdida y se convirtió en un bálsamo. Ha llegado un momento que el teatro ya forma parte de mi manera de entender la vida ¿Estaré equivocada? Si es así, hermoso error ¿no crees? Un abrazo
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