miércoles, 21 de junio de 2017

16 ¡QUÉ COMIENCE EL ESPECTÁCULO!











Aquella mañana la cafetería permanecía vacía. Mi presencia en ese local de la calle de la Paz sólo era circunstancial pues la explosión que hirió a Enrique Darqués le había provocado graves quemaduras en la pierna y los fuertes dolores provocados por las heridas sólo lograba aliviarlos con láudano y ese calmante condicionaba su sueño, por eso, aquel día, había delegado en mí para llevar a cabo las negociaciones de la renovación del contrato en el teatro Ruzafa.
En aquella cafetería solían reunirse los periodistas de la ciudad, pues, según ellos, les resultaba más sencillo conseguir las noticias en ese local que yendo de un punto a otro de la ciudad. El propietario que conocía sus preferencias les reservaba una mesa. Como si de una redacción de periódico se tratase allí también acudían sus informantes junto a un tropel de muchachos de la calle que les ofrecían servicios tan variopintos como desde los limpiabotas hasta ocasionales mensajeros que les llevaban los recados de un punto a otro de la ciudad. A los pocos minutos de entrar llegaron los primeros periodistas, Alfredo Sendín Galiana del periódico vespertino La Correspondencia de Valencia y Joaquín Sanchis Nadal de El Mercantil Valenciano. Estos dos redactores, ostentaban una merecida fama de ser buenos cronistas de la vida social valenciana y disfrutaban del favor de las autoridades de la ciudad, sin embargo, en sus últimas columnas no había ningún comentario político pues sólo recogían los espectáculos taurinos y circenses. En sus columnas no se mencionaba nada sobre la escalada de violenta que se producía en la ciudad por lo que resultaba muy extraño puesto que siempre habían informado de todos los sucesos que ocurriesen en la ciudad. Aunque no tenía ninguna intención de espiarles escuché su conversación.
-Ya sabes que ese tipo no es de fiar, pero, quizá nos haya dado una buena primicia. –Dijo Alfredo Sendín mientras encendía un cigarrillo.
-Puede que sea cierto, pero de qué nos sirve si no podemos publicarlo. –Le contestó Sanchis Nadal de malhumor. –La censura gubernamental es férrea y no hay forma de evitarla sin que te arriesgues a que te multen en el mejor de los casos o que te detengan y acabes condenado en la cárcel para el resto de nuestros días.
-Pues entonces digámoslo donde sí podemos hacerlo.
- ¿Dónde? –Preguntó intrigado Sanchis Nadal.
 -En las secciones en las que tenemos libertad para expresarnos. –Le respondió Sendín.
-Sólo podemos en las columnas de los espectáculos. –Le contestó Sanchis con malhumor. ¿Crees que se entenderá si escribimos entrelíneas dentro de las crónicas de los deportes, en las columnas taurinas o en espectáculos teatrales? Me parece imposible. Seguro que también nos las vetan. –Aseveró Sanchis Nadal.
-Es más sencillo de lo que te imaginas y puede darnos unos resultados insospechados. –Afirmó Sendín con satisfacción por su ocurrencia.
-Claro, según lo que dices criticaremos al gobierno, que envía a los guardias de asalto a reprimir las manifestaciones, a través de los artículos sobre los triunfos españoles en el cinematógrafo de Hollywood de Catalina Bárcena junto al autor teatral Gregorio Martínez Sierra. –Le apostilló Sendín con un guiño pícaro. Soltaron una carcajada al unísono.
Mientras tanto entró el joven reportero Manuel García Dasí conocido bajo el seudónimo de Tristezas.
-¡Manuel! Has madrugado mucho –El periodista Sendín le gritó al recién llegado con tono jocoso.
-Y tanto que he madrugado, como que no me he acostado todavía. Desde anoche estoy en la redacción del periódico sin parar de redactar mi columna sobre los rumores de una nueva remodelación del gobierno, pero lo peor de todo es que acabo de ver la edición que ha salido hace un instante y gran parte ha sido censurada y mi crónica ha perdido el sentido que tenía. Sin embargo, en la misma edición salen publicados los artículos de Luis de Sirval y, aparentemente, nadie le censura. No lo entiendo. Él que ya no trabaja en la prensa valenciana y puede publicar todo lo que quiere sin ningún impedimento.
Los dos periodistas sonrieron ante la evidente angustia del joven redactor.
-¡No compares!, Manuel, Luis Higón es un gran periodista. Se ha inventado el seudónimo de Sirval y ha montado su agencia de reportero. Vende y distribuye sus crónicas y columnas de opinión al mejor postor. –Le explicó Sanchis Nadal a Tristezas. –Si se hubiese quedado aquí, en Valencia, más tiempo se habría convertido en un redactor de poca monta, pero quería progresar y se trasladó a Barcelona donde colaboró con El Noticiero Universal y El Diluvio, aunque las condiciones políticas y sociales que se daban en la capital catalana no eran el mejor escenario para la práctica del periodismo independiente que a él le gustaba practicar y como siempre ha demostrado ser muy inquieto se trasladó a Madrid y allí empezó a colaborar en el periódico La Libertad, pero cuando lo compró el banquero Juan March se terminó la autonomía del diario que su propio nombre anunciaba y, ya ves, sin pensarlo dos veces Luis creó su propia agencia para poder publicar sin que nadie le coartase. Sirval desde siempre escribe lo que quiere y, además, consigue que le paguen muy bien.
-No todos podemos montarnos una agencia e ir de reportero por el mundo. –Dijo con tono lastimero el joven Tristezas. –A mí me viene justito terminar la semana con el sueldo que me pagan en el periódico.
-Te equivocas si piensas que Luis es rico, pero tiene mucha imaginación y consigue lo que se propone. Según me han dicho ahora anda por Moscú.
-¡Moscú!- Exclamaron Sanchis y Tristezas al unísono.
-Sí, dijo que debía de ver por sus propios ojos cómo andaba ese país así que allá que se fue con su eterna sonrisa. –Afirmó Sendín.
-Pues creo que ahora se ha equivocado porque la actualidad está aquí. –Apuntó Joaquín Sanchis Nadal. –Las huelgas y las explosiones tanto las provocadas por los grupos extremistas de la derecha como los anarquistas y cambios de gobierno que anda a la deriva dan para realizar un buen periodismo. Creo que Luis de Sirval ahora se ha equivocado y es más importante dar parte de lo que ocurre en España que hacer un reportaje sobre el funcionamiento del comunismo ruso ¿No os parece?
-Quizá te equivoques, Joaquín, porque siempre se necesario saber qué ocurre en Rusia. –Le contestó Sendín. –En uno de sus reportajes que ha publicado en un semanario de Madrid relata que allí andan tan avanzados que uno se puede casar y divorciar el mismo día y sin ningún problema, de hecho, él mismo lo ha hecho, pues en un día le tramitaron los documentos de boda y divorcio y sólo tuvo que preocuparse de pagar las tasas. Creo que Sirval va siempre tres pasos por delante de todos nosotros. Con ese reportaje se hará famoso en todo el país.
-¿Seguro? A mí no me parece tan importante. –Le contestó Tristezas.
-¡Claro que lo es!  Aquí pronto se aprobará la ley de divorcio y su reportaje servirá para dar a conocer lo que pasa más allá de nuestras fronteras. –Señaló Sendín.
En el instante dejaron de hablar entre ellos pues se abrió la puerta de la cafetería y entró Enrique Darqués acompañado por un hombrecito muy curioso. Aquello sí que fue una gran sorpresa para mí, pues, se suponía que el director de la Compañía no podía casi moverse y entró con paso ligero.
-Querido Bartha, me imaginaba que nos esperabas aquí.
Hacía tantos años que conocía a Darqués que no hizo falta que dijese nada más como para saber que debía permanecer callado y asintiendo a todo lo que dijese.
Los periodistas dejaron de hablar entre ellos y prestaron atención a lo que ocurriese en nuestra mesa. La noticia ahora estaba allí. Darqués me presentó a su peculiar acompañante. Según dijo se trataba del secretario del empresario del teatro Ruzafa quien lo había enviado para concretar las cláusulas del contrato entre la Compañía y el teatro.
-Edelmiro Bartha te voy a presentar a Gumersindo Plácido que aquí donde lo ves es un genio de la contabilidad, aunque todos sabemos que tú eres muy diestro con las cuentas de nuestra compañía. –Palmoteó la espalda de aquel pequeño hombre mientras prosiguió presentándomelo. –Don Gumersindo tiene el arte de que los billetes crezcan como verdaderas lechugas, ¿verdad que sí, don Gumersito?
-Gumersindo, mi nombre es Gumersindo, aunque mis amigos me suelen llamar Sindo. –Balbuceó aquel hombrecito entre se deshacía entre sudores.
-Como quiera don Sindito.
Los periodistas que no dejaban de observar los aspavientos que el director dedicaba a aquel infeliz, movidos por la curiosidad, tomaron la iniciativa y se acercaron hasta nosotros. Sendín, que parecía ser el más decidido de los tres, se atrevió a preguntarle al director:
-Señor Darqués, inevitablemente hemos escuchado su conversación y nos gustaría saber si ya se encuentra en condiciones de regresar a los escenarios y cuándo lo hará.
-Estimado amigo Alfredo Sendín, cuánto me alegro de que me haga esta pregunta. Claro que estoy dispuesto a regresar y conmigo la Compañía de teatro a la que tengo el honor de dirigir. Vamos a retomar la campaña con un repertorio compuesto por melodramas y ágiles aventuras de escena que encandilarán al público del popular teatro Ruzafa.
-¿Y nos puede adelantar cuál será el título de la primera obra que se representen?
-Por supuesto que sí, queridos amigos de la prensa, será un estreno absoluto de Los niños del hospicio.
Sin poder evitarlo comencé a toser como si el sorbo de café que me estaba tomando se me hubiese atragantado. ¿De dónde había salido esa historia que yo desconocía por completo? Darqués se inclinó hacia mí y me propinó unas fuertes palmadas a la espalda y con una gran sonrisa me dijo:
-Bartha, tranquilo, no seas tan celoso por el secreto profesional, sólo les doy un avance a nuestros amigos para que lo comuniquen en sus respectivos periódicos al público.
-Enrique, es que no quisiera que te precipitases todavía. –Balbuceé intentando seguirle en sus tretas publicitarias.
-En absoluto es sólo un adelanto, querido Bartha, y te puedo asegurar que todo se encuentra completamente bajo control.
Durante los siguientes minutos Darqués narró y explicó cómo iba a desarrollarse la obra en el escenario del teatro Ruzafa. Me mantuve callado, pues, al igual que les ocurría a los tres periodistas y al crédulo contable Gumersindo Plácido, también asistía a una primicia de un proyecto que sólo se encontraba dentro de la cabeza del director.
-Y en dicho relato se podrán seguir las andanzas de dos muchachos que se fugan del hospicio donde se les ha internado porque sus familias no pueden mantenerlos. En su huida del hambre se cruzan con una caravana de titiriteros que viaja por el país que les acogerá.
-Y permítanme que no les cuente el final porque eso sólo lo podrán ver en el escenario. Este será el primer melodrama que representaremos, pero no será el único pues se presenta una temporada llena de sorpresas explosivas.
-No, explosivas no, señor Darqués –dijo riendo Tristezas. –Que la última a usted le dejó malos recuerdos.
Todos rieron por su jocoso comentario. Sanchis Nadal rompió las risas con una nueva pregunta:
-Pero siga usted, ¿qué nos puede adelantar del estreno que andaba preparando con una escenografía de gran alcance que preparaba y que no pudo llevar a cabo por culpa de la explosión.
-Llámelo accidente –Le puntualizó Darqués. –Ese espectáculo, por supuesto, que se llevará a cabo, pero permítanme que les deje un tanto en el misterio y sólo piensen que comienza el espectáculo ya.
Los periodistas parecían satisfechos con sus respuestas, y fui yo el que se quedó perplejo con aquellas explicaciones rocambolescas que el director terminaba de lanzarles como primicia y que, en realidad, eran una invención propiciada por la situación del momento.
Nos despedimos de los periodistas y del contable Plácido y ya alejados de ellos asalté con mis dudas y mis recelos al director que no dejaba de sonreír ante mis temores.
-¿Sabes lo que estás haciendo, Enrique? –Le dije con cierto tono de miedo.
-No temas nada, Bartha, lo tengo todo bajo control, salvo los dolores de la pierna, no se me resiste como has podido comprobar.
Y se tocó la rodilla donde las quemaduras se habían cebado con su chamuscada piel. Mientras andábamos por la acera observé que Darqués cojeaba menos que los días anteriores, aunque no podía ocultar una expresión de dolor contenido en su cara.
Cruzamos por una calle perpendicular para alcanzar la calle del Mar.  En mi cabeza seguían las palabras precipitadas que había escuchado de la boca de Enrique y mi preocupación iba en aumento. En ese instante, un joven cruzó por delante de nosotros tan rápido que casi nos tira de un empujón. Apenas vi su rostro, pero sí su mirada nerviosa dirigida hacia nosotros. Quise gritarle que se detuviese ante su falta de educación, pero fue Enrique el que me tapó la boca e hizo que me agachase ante la inminente explosión de un cartucho de dinamita. Los cristales de los ventanales que teníamos alrededor volaron hechos pedazos por los aires.