martes, 24 de enero de 2017

EL FRÍO VISTO POR MI VECINA SORDA





Para mi vecina sorda, lo de aparecer los domingos, por mi casa, de manera sorpresiva, se está convirtiendo en una costumbre. Esta vez no sólo llevaba la bata hasta la garganta, como la semana pasada, sino que también había completado el atuendo friolero con una rebeca echada por los hombros.
-¡Qué frío está haciendo! Mira si llevo capas de ropa y aún lo tengo metido en los huesos.
Mientras me lo decía, se había desabrochado un botón de la bata y me mostraba cada prenda que llevaba colocada sobre el cuerpo.
-Hasta cuatro suéteres y no noto los pies, claro que también están algo lejos del cuerpo y, como van por tierra, son los primeros en recoger el fresco. Bueno, la verdad es que el frío es sano. Esta noche pasada, como no duermo mucho, he escuchado en la radio y un hombre, que debía de ser muy sabio, y que afirmaba que se ha demostrado que el frío acompaña a la inteligencia, por eso, los habitantes de las zonas frías del norte de Europa son más brillantes que nosotros que vivimos en la zona del sur y hace más calor.
Ante semejante silogismo no he podido reprimir una carcajada y le he preguntado por la clase de cenutrio que había escuchado decir semejante disparate. Ante mi burla, mi vecina sorda, muy seria y, con tono agrio, me ha contestado:
-Ya sé que hay excepciones, pero los que gobiernan Europa son los del norte que tienen más frío y menos sol ven. A ellos les da igual que sean las doce del día que de la noche porque la luz que tienen es la misma y así trabajan y rinden más que nosotros que, cuando nos parece, hacemos la siesta.

Su tono se endurecía por momentos, pero mis ganas de rebatirle, que todo lo que decía eran patochadas, no disminuían. Tomé aire y dejé que terminase de soltar todas las sandeces que le acudían a la mente y aproveché el momento de la pausa para recriminarle su generalización, pues le dije que no se podía comparar a las sociedades sin conocerlas bien, además, le indiqué que los del norte, cuando tienen ocasión, huyen del frío para instalarse en nuestros países de calor y luz.
Tras unos segundos de desconcierto, ante mi rotunda argumentación y en defensa de nuestro clima y forma de vida, me ha contestado categóricamente:
-Bueno, cuando venga el verano y tengamos ese viento africano que sube la temperatura a cuarenta grados, entonces deberíamos devolvérselo, a los siberianos, por el frío que nos han enviado ahora. Nena, creo que me voy a casa que ahora ya no siento los pies ni las manos.
Y con la palabra en la boca, tal y como había aparecido, ha salido de mi casa, sin darme tiempo a replicar sus afirmaciones sobre el frío y sus efectos intelectuales.
Ya sola, en mi casa, no puedo contener la risa al recordar ese discurso sin fundamento, según ella, emitido por un experto en la radio nocturna, pero, bien pensado, si mi vecina tiene serios problemas auditivos, la pregunta es: ¿realmente escuchó el programa o lo imaginó?

sábado, 21 de enero de 2017

QUÉ PASÓ EN EL PALCO DEL TEATRO RUZAFA




-Pero no puedes dejarnos con la intriga, tienes que explicarnos qué pasó aquella noche en el palco del teatro Ruzafa.
Mi padre, que me miró con socarronería, como solía hacer cuando me veía impaciente se demoró aún un poco más y no continuó el relato hasta un buen rato después.
-Durante años yo también me había hecho esa pregunta. No supe lo que había ocurrido en ese palco el día del estreno de la obra ¡Ay Angelina!, de Mary Santpere, hasta muchos años después.
A Mohortes le había perdido la pista después desde de que aquellos guardias se lo llevaran casi en volandas. La empresa de reformas comenzó a tener menos trabajos que hacer. Pensé que pronto me quedaría sin trabajo y sin dinero, además, por aquel entonces, yo ya comenzaba a pensar en el futuro.
-Sí, sí, todo eso ya lo sabemos, esa parte de la historia no nos interesa, lo que queremos saber, realmente, es qué ocurrió dentro del palco, cuando se oyó un gemido de mujer y se encendieron las luces.
-Siempre está el morbo por la crónica oscura de las cosas ¿eh? –Dijo con ironía mi padre.
-¡Venga! No te hagas de rogar y cuéntanoslo, ¿Mohortes estaba en ese palco?
-¡Claro que estaba! Era lógico que estuviese. Nos había regalado las entradas del patio de butacas para que no se notase su ausencia entre el público.
Mi padre hizo un pequeño silencio y continuó contándonos los misterios de aquella noche de teatro.
-Tenéis que pensar que estábamos en 1955 y que la libertad brillaba por su ausencia. Mohortes era un vividor que se lo había jugado todo a una carta y, nunca mejor dicho, pues le encantaba jugar a las cartas, beber sin control y dormir en muchas camas.

-¡Qué discreto eres, papá! –Le dije con una sonrisa tras su último comentario sobre el que fue su jefe.
-Según contaban iba mucho a jugar a los casinos a los más populares que eran el de San Sebastián, el de Estoril y el decano de todos: el casino de Montecarlo en Mónaco.
-Un poco lejos el de Mónaco ¿no crees?
-Te sorprendería saber qué tipo de gente solía frecuentar estos casinos. He conocido a más de uno que ha ido allí a perderlo todo. A Mohortes, el casino que le gustaba era el de San Sebastián. Allí perdió todo el dinero que su padre le dejó en la herencia, pero también fue allí donde hizo su fortuna como constructor. Su suerte comenzó cuando se hizo amigo de uno de los principales militares mandamases de Franco en Valencia, ambos solían coincidir jugando y bebiendo. La amistad les duró mucho tiempo, en especial, cuando volvían con los bolsillos vacíos, pero un año no fue la cosa así. Resultó que las cartas les fueron muy bien tanto que no sólo recuperaron lo perdido ese año, sino que se resarcieron de las pérdidas de los anteriores. Ante tanta suerte, en vez de volver a jugárselo todo a una carta, como solían hacer Mohortes y su amigo el militar, tomaron la decisión de guardarse el dinero y volver a Valencia para disfrutar de las ganancias en casa. Aquello no debió de gustar mucho a los propietarios del casino, así que, el director, les invitó proporcionándoles una compañía femenina para que les sacase el dinero ganado esa misma noche. La cosa parecía ir bien para todos hasta que el amigo se Mohortes se pasó con el alcohol y terminó por perder la cordura, hasta el punto que propinó una paliza a la chica que estaba con él. Fue tan brutal que, si no llega a ser por el que fue mi jefe, termina por matarla. La policía intervino y los detuvo a los dos y, a pesar de que el militar estaba muy bien relacionado con la clase política franquista, casi estuvo a punto de ser juzgado por un tribunal militar.
-No creo que le hubiese pasado nada, en eso momento a las mujeres nos trataban como mercancía. –dije con tono de asco por parte del personaje que estaba describiendo mi padre.
-Tal vez tengas razón –me contestó mi padre con su habitual prudencia- pero se dio la circunstancia de que esa chica tenía un padre que también era bastante conocido en el Pardo y todo eso se complicó todavía más. Para resumir un poco, os contaré que, en aquel viaje, Mohortes, volvió con varias cosas y fue con una buena suma de dinero, pues, después de aquella noche, no tuvo ocasión de gastarlo en juergas y con el agradecimiento infinito de su amigo, el militar, que le juró lealtad continua por salvarle de la cárcel. Por eso, cuando Mohortes volvió a Valencia tuvo los mejores contratos y su empresa subió como la espuma, no obstante, tanto abusó de la amistad de su amigo que éste comenzó a cansarse de él.
Aquella noche, en el teatro, estaba el militar con su esposa. Se celebraba que se hacía oficial el cambio del nuevo alcalde en Valencia. Mohortes era uno de los invitados, pero no en la preferente sino en el patio de butacas, por lo visto, no tenía bastante categoría como para corearse con los dirigentes, aunque sí que era bueno para taparles las vergüenzas. Llevaba varios días detrás de su amigo, el militar, pidiéndole que le ayudase porque tenía muchas deudas de juego con un prestamista, pero éste le daba largas el hartazgo de que se estuviese cobrándose su favor tantas veces era evidente. Cuando uno anda desesperado no espera a que los demás sean respetuosos con él, por eso, aquella noche, Mohortes fue directamente al palco e intentó que su amigo le atendiese, lo que no se esperaba era que, delante de todos, le diese un sonoro bofetón y lo echase como a un perro de dentro de la localidad. En todo el teatro se pudo escuchar el respingo que dio la esposa del militar y el golpe que se produjo cuando, Mohortes, cayó sobre una de las sillas. El resto ya lo sabes. La función continuó.
-Sí, pero, según nos has contado siempre, Mohortes, al día siguiente, apareció con un brazo roto y, eso no debió de ocurrir allí, me imagino.
Mi padre se rio de mi curiosidad malsana y me dijo:
-De romperle el brazo ya se encargaron los secuaces del prestamista. Su amigo, el militar, se cansó se sus chantajes y lo dejó caer, por eso, al día siguiente, vino la guardia y se lo llevó delante de nosotros los trabajadores. Ahora ya sabes qué ocurrió esa noche, de 1955, en el palco del teatro Ruzafa.