sábado, 19 de octubre de 2019

CAMBIOS NATURALES



Esto era un gusano que no conocía otro mundo que no fuese las hojas del árbol del que se alimentaba. Su vida diaria comenzaba y terminaba en las ramas de su árbol hasta que un día, cuando fue a comer se dio cuenta que había terminado con todas las hojas disponibles.
-¿Qué haré ahora? -Pensó el gusano. -No tengo alas como los pájaros para volar hacia otro árbol. Tampoco puedo saltar como haría una ardilla a otra rama. Lo único que puedo hacer es moverme hasta bajar al suelo para cambiarme a otro árbol donde conseguir más alimento. 
El gusano hizo mención de bajarse de la desnuda ramita, pero debido a la delgadez de ésta y el peso de su propio cuerpo engordado se precipitó al suelo. Desorientado miró a su alrededor y vio algo que se movía cerca de él. Se trataba de un caracol que resbalaba por el suelo con gran rapidez. 
-¡Qué rápido que eres! -le gritó con su vocecita acatarrada. -¿Podrías acercarme al otro árbol?
El caracol se detuvo. Estiró los cuernos y con uno de sus ojos lo observó. Tras una gran pausa dijo:
-¿Y qué ganaría con hacerlo?
-Un amigo. -Le respondió el gusano con una de sus mejores sonrisas.
-Lo siento. No necesito amigos. Me gusta mi vida solitaria. -Le respondió el caracol que reanudó la marcha.

-¡Espera! -Le gritó el gusano.- Los amigos son siempre necesarios, aunque sean distintos a ti.
El caracol no atendió a sus gritos y continuó su camino sin pararse.
El gusano se entristeció al encontrarse solo en medio de lo que parecía ser la nada. Cada vez tenía más hambre y se le hacía un mundo llegar hasta el próximo árbol. Agobiado y triste decidió descansar un poco. Se ovilló debajo de una piedrecita hasta quedarse dormido. Mientras dormía tuvo un sueño muy raro. En ese sueño su cuerpo compuesto de anillos se abría hasta que dejaba salir un ser extraño de su interior. Se despertó asustado. ¡Menuda pesadilla que había tenido! -Pensó. -Se desperezó y miró a su alrededor. De pronto notó que algo le sucedía. Ya no tenía el hambre como le ocurría siempre y parecía que se había vuelto más ligero tanto que podía volar. Tenía alas y podía moverse con soltura con ellas. Las agitó hasta elevarse por los aires. Ahora tenía un cuerpo delgado y estilizado. Había dejado de ser un gusano para convertirse en una mariposa. Ya podía alcanzar el árbol deseado, sin embargo, ya no tenía aquel apetito voraz de antes. Ya no le interesaban las hojas. Se paró sobre una de las flores del árbol. Miró alrededor y comprendió que ya nada sería como antes.

viernes, 4 de octubre de 2019

PINCELADAS SOBRE LOS SECRETOS DE LA DUQUESA NATASHA IVANOFF



La fascinación que provocaba una mujer como Natasha no era un hecho casual. Su forma de comportarse junto con el halo de misterio que la rodeaba solía cautivar a los que se encontraban cerca de ella. Entre todos los que la llegamos a conocer, pocos fueron los que no cedieron a su magnetismo y hasta yo no pude resistirme a su fuerte personalidad, por eso voy a daros unas pinceladas de su particular historia, la cual me contó en un momento trascendental de su vida. Entonces, por el misterio que mostró al narrármela, tuve la sensación de que aquello constituía una especie de testamento oral sobre su paso en este mundo. Todo ello lo ratifiqué cuando, pocos meses después de ese encuentro, la duquesa, falleció sin dejar ningún documento sobre sus últimas voluntades.
Según me contó, desconocía la fecha exacta de su nacimiento. Cabía la posibilidad de que éste hubiese sido a finales del siglo XIX, en el seno de una familia muy humilde de la ciudad de San Petersburgo. La habitación donde vio por primera vez la luz se encontraba ubicada en el suburbio de las populosas ciudades europeas de esos años. Su madre trabajaba como lavandera y su padre era un estibador portuario alcohólico. Natasha fue la primogénita de cinco hermanos. Toda la familia subsistía de lo poco que ganaba su madre, pues, su padre, cuando encontraba trabajo en la estiba, sólo llevaba algunas pocas raciones de comida a la casa y el resto de la soldada la consumía en las tabernas. En este punto de la narración, la duquesa mantuvo la discreción a cerca de estos años oscuros sin entrar en muchos más detalles, por lo que no me pareció prudente insistir en que recordase aquellos momentos tan tristes. Ante su omisión opté por el silencio como respuesta a mis dudas.
La duquesa Ivanoff no precisó el año en el que comenzaron los primeros movimientos de los obreros a cambiar el curso de su vida. Sólo argumentó que  poseía unas imágenes difuminadas de aquel momento. Sí que coincidieron en que su padre comenzó a frecuentar más la casa, aunque solía hacerlo acompañado de un par de camaradas que, entre trago y trago, hablaban de levantar barricadas o lanzar bombas. Cabía la posibilidad de que la imaginación de Natasha, que siempre dio pruebas de ser muy despierta, pudiese haber inventado esa situación con el fin de forjarse un matiz romántico de su personalidad, no obstante, con el ánimo en el que me lo contó, tuve la sensación de que, en ese momento, hablaba desde el corazón. 
Con tono quedo me describió cómo un día un policía llamó a la puerta de su casa y les informó de la desgracia familiar. Durante una huelga hubo un tiroteo con el resultado de varios muertos entre los que se encontraba su padre. Natasha siempre justificó la decisión de su madre de abandonarlos. Con cinco hijos y sin dinero casi era lógico que, a los mayores, los dejase a su suerte. Ella y su hermano Migel se refugiaron en una chabola junto al río Nevá. A lo largo de todo su relato, siempre insistió en que nunca tuvo oportunidad de ser una niña. Durante un tiempo, su hermano y ella se vieron obligados a robar por las populosas calles del centro de la ciudad para conseguir comer un mendrugo de pan. La necesidad agudiza la astucia así que consiguieron convertirse en verdaderos profesionales del descuido; mientras uno de los dos distraía a su posible víctima, el otro le sustraía todos los objetos de valor que encontraba a su alcance. A lo largo de varios meses subsistieron con esta técnica hasta que se toparon con un caballero en la plaza del mercado. Los dos niños, confiados con los buenos resultados de sus artimañas, se sorprendieron por la agilidad de aquel hombre que agarró de la mano a Natasha cuando ésta ya se la había introducido en el bolsillo de su chaqueta. La retuvo por el brazo impidiéndole la posibilidad de huir, no obstante, su hermano sí lo logró. Tuvo que pasar mucho tiempo para que ambos hermanos se reencontrasen.
La duquesa recordaba que no gritó ni se resistió simplemente miró al caballero y, a continuación, le escupió en la cara. Aquello podría haberle enfadado, sin embargo, de su rostro sonrosado brotó una carcajada que desconcertó a la niña. No la entregó a las autoridades, sino que se la llevó a su palacete. Y, a partir de ese instante, la vida de Natasha cambió su vida por completo. Aquel caballero resultó ser el duque Ivanoff quien tenía por costumbre pasear por la plaza más populosa de la ciudad a diario. Lo hacía sólo y de incógnito pues afirmaba que sólo se podía entender lo que sucedía a su alrededor si se pisaba las calles. Aquel bondadoso hombre estaba casado con una noble de origen polaco. Desde el primer momento tomaron tal cariño a aquella niña vivaz que no dudaron, ni por un instante, en considerarla como si fuese una verdadera hija.
Ante mis reiteradas preguntas, Natasha admitió la dureza del momento. Al principio, el contraste que le supo el cambiar a una vida regalada en un palacete frente a la miseria de las calles le resultó muy complicado, no obstante, la avispada niña no tardó en comprender que debía amoldarse a lo que le imponían. Con gran interés aprendió todo lo que le enseñaron sus padres adoptivos. Natasha cambió sus harapos de la calle por unos buenos vestidos y calzado que nunca había tenido ocasión de usar. Junto con esas nuevas normas se encontraban las clases de buenos modales, de música, danza, lectura, escritura y francés que tuvo que aceptar como parte de su nuevo estatus. Mostró un ávido interés e inteligencia por aprenderlo todo, aunque, en su fuero interno, nunca renunció a su gusto por la calle.  Muchas veces imaginó que su vida era semejante a la de un ruiseñor encerrado en una jaula de marfil. No obstante, y casi sin darse cuenta, todo comenzó a funcionar como una seda. La relación entre los duques y Natasha cobró tal compenetración que la compasión de éstos se convirtió en cariño hasta el punto de que éstos decidieron adoptarla como su legítima hija. A partir de ese instante, se convirtió en la heredera de toda su fortuna junto con el título de duquesa. Los festejos por su ingreso en la alta sociedad duraron tres días. Se preparó una carpa en el jardín del palacete donde se albergó tanto a la alta sociedad como de las calles. Natasha me contó que fue impresionante ver a tanta gente a su alrededor. Los duques quisieron inmortalizar ese evento con varias fotografías, pero que, con el paso del tiempo, y debido a su azarosa vida sólo pudo conservar una que me regaló y que conservo como un tesoro.
Toda aquella alegría parecía ajena a lo que realmente sucedía en las calles de San Petersburgo. La revolución bolchevique y sus violentas situaciones crecía por momentos, hasta el punto de enturbiar la buena suerte que rodeaba a la pobre niña. No había día en los que no fuesen noticia los continuos sabotajes y escaramuzas entre los obreros y los soldados. A pesar del peligro, el duque no dejaba de realizar sus diarias salidas a la plaza y, aunque su esposa le rogaba que no se aventurase por las calles violentas éste desoía sus ruegos. Nunca dejó de frecuentar las zonas populosas de la ciudad. En uno de esos paseos se vio envuelto en una de las cargas efectuadas por la policía contra los obreros. Una de las balas perdidas de los soldados le hirió gravemente. Todavía se encontraba consciente cuando lo trasladaron al palacete, pero nada se podía hacer por él. En su lecho de muerte el duque fue consciente del peligro que corría su familia. Como última voluntad ordenó, a su esposa y la niña, que abandonasen San Petersburgo lo antes posible.
Tras la muerte de quien Natasha siempre consideró su verdadero padre, la duquesa decidió cerrar el palacete y cumplir la voluntad de su difunto esposo. En Varsovia, la duquesa poseía unas tierras y todavía tenía parientes en los que confiaba encontrar cobijo. Partieron acompañadas por la servidumbre de su confianza.
Natasha silenció los detalles amargos del resultado de un viaje accidentado y penoso. El catastrófico resultado que concluyó con la separación traumática de su madre adoptiva fue uno de los episodios que con más tristeza me narró. En las inmediaciones de Varsovia, su carruaje fue asaltado por unos ladrones de caminos que la raptaron como parte del botín. Pretendían venderla como esclava. Me gustaría poder decir que Natasha no sufrió ningún mal, pero con la amarga narración de su vida sopesé que la posibilidad de que la buena estrella que le acompañaba le hubiese abandonado. Creo que deliberadamente omitió la secuencia de tiempo que duró el secuestro para continuar con otro apartado de su vida. El miedo le inyectó valor para huir de sus raptores en plena noche y alejarse de un posible negro destino. En el destello de sus ojos se mostró una cierta felicidad al evocar el recuerdo de los gitanos que la recogieron cuando pudo escapar de sus captores. Aquellos trashumantes la encontraron hambrienta y asustada en un camino. La abuela del clan, verdadera jefa del grupo, la tomó a su cargo como si fuese una de sus nietas. A partir de ese momento, junto a ellos recorrió caminos peligrosos y llenos de obstáculos por las líneas de fuego de la Gran Guerra europea, sin embargo, su condición de gitanos les franqueaba todas las fronteras. Natasha aprendió de aquella anciana el arte de adivinar el futuro con la lectura de las rayas de las manos y las cartas del tarot. Su filosofía vital se basaba en que la guía de su vida era la línea del horizonte del mañana. La gitana le aconsejó que no volviese la mirada atrás, pues según ella del pasado ya no se podía arreglar nada. La joven duquesa comprendió que la única manera de superar las adversidades de la vida se lograba endureciendo su corazón por lo que aprendió a hacerlo hasta el punto de convertirlo en una roca casi inexpugnable.
Aquel largo viaje le llevó hasta las puertas de París; allí se separó de los gitanos. Abandonó la vida nómada para retomar un rumbo distinto. La intrépida luchadora tuvo que ejercer varios trabajos para sobrevivir. Nunca perdió la esperanza de reencontrar a su madre adoptiva, por eso, por su tenacidad logró noticias de la colonia de rusos que existía en el país galo. A través de ellos consiguió noticias de su madre, la duquesa Ivanoff. Con alegría se enteró de que había sobrevivido al peligroso viaje. Vivía como refugiada en Londres bajo la salvaguardia de la comunidad de rusos huidos de la revolución bolchevique. Natasha, ansiosa de recuperar una familia que creía perdida, partió hacia la Pérfida Albión con el fin de reunirse con ella, pero para conseguir el dinero suficiente tuvo que acceder a la voluntad de un mago estafador conocido con el nombre de: El hombre que vendió su alma al diablo. Tuvo que acceder a realizar algún que otro trabajo ilícito a cambio de la ayuda que necesitaba para emprender el nuevo viaje. Sus ansias de reunirse con la que consideraba su madre, le motivaron lo suficiente como para acceder a las exigencias de aquel malvado mago. No cesó en su empeño hasta conseguir el dinero como para viajar en busca de ella. Cuando, por fin llegó a Londres, el reencuentro entre madre e hija fue muy emotivo, pero breve pues la duquesa se encontraba muy mal de salud y a los pocos días falleció lo que sumió a Natasha en una gran tristeza. Según me contó, le costó mucho superar la pérdida de la última persona que había demostrado quererla tanto.
Y a partir de ese instante, todo lo que me contó la fascinante duquesa rusa sonó a una mezcla de velados secretos y enmudecidos enredos de espionaje. Pero no todo fueron alegrías. El mago estafador volvió a aparecer en su vida. Con técnicas hipnóticas dominó su voluntad hasta el punto de anularla y convertirla en su esclava. Los espectáculos circenses de éste les llevaron hasta España y fue allí donde Natasha cobró el suficiente valor y fortaleza como para intentar huir de su influjo. En su frenética y desesperada escapada contactó con la Compañía de teatro que dirigía Enrique Darqués. Ese hecho lo recordaba con verdadera claridad pues me dijo que el mes de septiembre de 1928 fue el principio de una hermosa etapa de su vida. Los que conocéis su historia a partir de este punto no merece la pena que os recuerde muchos detalles más. Tal como me contó la propia duquesa, su vida se había convertido en una constante mentira donde sólo sabía huir y desconfiar de todo lo que le rodeaba. Pero no siempre estuvo rodeada de estafadores y maleantes, pues todo cambió cuando se cruzó en su vida Edelmiro Bartha. Aquel hombre le mostró lo que era la bondad y la solidaridad, pero eso, mis queridos lectores, ya es otra historia que os contaré en otro momento. Espero que os interesen estas breves pinceladas sobre la duquesa Natasha Ivanoff. Ella es un fascinante personaje que procede de la realidad, pero, al mismo tiempo, de la ficción.