miércoles, 31 de agosto de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: EL PINTOR ARTISTA


La decoración interior de una vivienda refleja la personalidad de los  propietarios. 
Los pintores son profesionales que si bien no se anuncian por las calles, no por ello dejan de ser ambulantes en sus trabajos. Aunque los conocí muy mayores y que habían dejado de practicar su oficio, no por ello habían dejado de pensar en lo que suponía tomar el pincel.

Las casas de pueblo, las de los agricultores, en particular, tienen unas características muy concretas. Del encalado del corral ya he explicado la técnica que se aplicaba, ahora me centraré en esa parte más personal y concreta que es la vivienda de la familia.
Los techos eran altos y adornados con vigas de madera que se solían pintar con aceite de linaza para conseguir el color puro de la madera. De viga a viga los pequeños arcos requerían una pintura neutra y eso sólo lo podía conseguir el blanco. Las paredes, en especial las del comedor, se dividia en tres partes bien delimitadas. La parte inferior, la más expuesta a los roces del mobiliario, se pintaba de colores oscuros y, según la habilidad del pintor, se podía, incluso, simular el veteado de las piedras de mármol. La zona intermedia se pintaba con un color liso para que los propietarios pudiesen colgar sus motivos de recuerdo, es decir, las fotografías enmarcadas del día de la boda así como la de otros antepasados que marcaron el destino de los habitantes de esas familias. La parte superior de la pared, ya más cerca de las vigas, el pintor tenía un espacio donde poder mostrar su habilidad artística. Por regla general, se representaba alguna escena alegórica sobre los trabajos o las aficiones de sus propietarios. Con el tiempo, resulta complicado saber por qué se eligió ese atributo y no otro, por eso, en algunas casas, el pintor, representó manadas de toros, conducidos por caballistas, pero también había otro tipo de escenas de asueto: niños jugando en columpios, palomas que revoloteaban, lazos y flores que se entrelazaban como guirnaldas decorativas y que terminaban en hermosos camafeos donde quizá se retrató a alguien de la familia. En el comedor estaba la chimenea, una pieza central del hogar en las largas noches de invierno, por eso, su campana también era objeto de ser decorada por la pericia del pintor.
Termino mi relato con una anécdota que rondó más de una tertulia invernal. Uno de los pintores le preguntó a la propietaria de la casa qué clase de dibujo deseaba que le pusiese en la parte central de la chimenea:
-No sé, pinta algo que parezca pero no sea.
El pintor, ante esta afirmación, se quedó perplejo. ¿A qué se referiría con ese enigma? Después de meditarlo mucho tomó una decisión. Estuvo varios días pintando en el comedor oculto detrás de una sábana. La propietaria estaba intrigada. Por mucho que le preguntaba qué estaba pintando no conseguía una respuesta clara y sólo le decía:
-Ya lo verás, no te preocupes que ya lo verás.
Por fin terminó el motivo de aquella chimenea. El pintor convocó a todos los de la casa para que viesen lo que había pintado y que estaba oculto detrás de la sábana. Cuando la retiró todos quedaron perplejos. Al fin la propietaria, quien le había hecho el encargo le preguntó:
-No sé exactamente qué es lo que has pintado pero yo diría que parece una ristra de morcillas.
A lo que el pintor le contestó:

-Tú lo has dicho: es algo que parece, pero, en realidad, no lo es.

martes, 30 de agosto de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: EL PINTOR A LA CAL



Durante el primer tercio del pasado siglo XX, el mantenimiento y limpieza de una casa rural tenía un aliado y ese era el pintor ambulante. Más de uno dirá que estoy dando importancia a hechos puntuales, pero permitidme que disienta. Hace unas décadas, no muy lejanas, un factor importante de la vida cotidiana, en particular en los pueblos, era y sigue siendo mantener el hogar en buenas condiciones. 

Me refiero a las casas de pueblo, por supuesto; la distribución era siempre la misma: en la parte delantera se situaba la vivienda de la familia y en la parte trasera, algo más alejada, se encontraba el corral, espacio donde se guardaban los aperos de labranza y se criaban los animales domésticos de la casa.

Como los sectores de la casa requerían distintas atenciones, en este relato, me centraré en la parte trasera, es decir, el corral. Por regla general, la labor de mantenimiento, una vez sacado el estiércol, si es que había un animal de labranza, y la gallinaza de las gallinas, entonces se procedía al encalado de las paredes. La cal era el material base por varios motivos, aunque lo primordial era  su capacidad de higienizar. La preparación de la mezcla es un proceso químico conocido como: amerar la cal. La simplicidad de su elaboración es uno de sus principales atractivos. Consiste en diluir en el agua trozos de cal. El pintor coloca, dentro de una tinaja de barro, la cal y, a continuación, se añade el agua. Casi al instante, se consiguen altas temperaturas debido a la reacción química, la cual, puede resultar peligrosa pues, muchas veces, salpica burbujas de la mezcla con cierta violencia del interior de la tinaja. Para mejorar el tono blanco de la mezcla se añade un poco de azulete (esos polvos, que casi me atrevería a decir que son mágicos, que se usaban y siguen usando para conseguir un blanco más blanco en el lavado de la ropa). Una vez enfriada y conseguida la textura adecuada, es decir, terminado el amero de la cal, entonces entraban en juego las cualidades del pintor. 

El encalador que solía venir a mi pueblo era bastante peculiar en su labor de trabajo. Introducía, el resultado del amero, dentro de un curioso artilugio de su propia invención. Se trataba de un depósito redondo con una válvula interior que removía el líquido con el accionamiento de una palanca. En el otro extremo había dispuesto un difusor que servía para esparcir por las paredes, en especial, las más altas, y así, encalarlo todo sin tanto esfuerzo. No siempre se podía llegar a la altura deseada de las paredes por eso, cuando había algún ángulo donde no era fácil acceder con dicho difusor, el pintor usaba una brocha gorda ataba a una larga caña. 

Pero no sólo se encalaba el corral, sino que también se podía aplicar el mismo proceso a las fachadas de las casas. El blanco, signo de pureza y sanidad, daba un aspecto alegre a aquellas casas que, aunque antiguas se mantenían vivas por la luz que reflejaban sus fachadas y corrales. 

A mi pueblo, todos los veranos, venía el mismo pintor de cal. Vivía en el pueblo vecino. Como era el tiempo de las vacaciones ejercía de ayudante suyo su hijo mayor. Tanto padre como hijo sorprendían por su extremada delgadez hasta el punto de que cuando movían el artilugio de encalado semejaba que iban a partirse como juncos. 

Ya hace mucho que se dejó de practicar ese método de limpieza y saneamiento de las viviendas. Del pintor no tengo ninguna noticia y del hijo si sé que estudió en la universidad. El oficio de encalador se perdió con la modernidad.
Del interior de las casas y sus pintores os hablaré en otro relato que espero os interese también.

domingo, 28 de agosto de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: EL VENDEDOR DE ESCOBAS


'Si eres granerer doncs ets de Torrent'
Ese era el oficio, por excelencia, del pueblo de Torrent. El vendedor ambulante que se anunciaba por mi calle, por supuesto, que de allí era. Hacer una buena escoba de palma no es una tarea tan sencilla como pueda parecer. No voy a entrar en explicaciones técnicas sobre la elaboración de una escoba de palma tradicional, pero sí os contaré la curiosidad infantil que me provocaba ver a aquel hombre que reparaba escobas. Dentro de un costal, hecho de cordel, que llevaba colgado del cuello, guardaba las herramientas necesarias.
No se anunciaba. No le hacía falta. Iba directamente a sus clientas fijas. Esas que sabía que le iban a pedir que le arreglase la escoba estropeada de palma o que le vendiese una nueva. Mi vecina, una mujer mayor y acostumbrada a usar ese tipo de escoba, era una de ellas.
Hace muchos años que mi vecina murió. Tampoco volví a ver ningún artesano, vendedor de escobas, por mi calle. El plástico sustituyó a las escobas de palma. Aunque con el plástico apareció otro tipo vendedor de escobas:
"Poal i granera vint duros" (Cubo y escoba cien pesetas) El vendedor se anunciaba desde su coche. Usaba una megafonía bronca, metálica y fría.
He perdido la cuenta de las décadas que hace que dejó de escucharse su anuncio; quizá ya no resultaba un negocio rentable. 
En los supermercados te venden piezas de escobas. Las etiquetas dicen que son ecológicas aunque, cuando se rompen, debes de reciclarlas en el contenedor del plástico.


sábado, 27 de agosto de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: EL MATALAFER (EL COLCHONERO)


Se anunciaba con una cantinela seca: 
"El matalfer" Quizá podría haber alargado la 'e' final, como otro cualquier vendedor ambulante, pero, en su caso, no le hacía ninguna falta. Escueto y contundente tal y como sonarían los azotes que le  propinaría, con la vara, a la lana de los colchones.

Con esos golpes, rápidos y secos, se conseguía airearla y esponjarla. Una vez, el colchonero, consideraba la lana que se encontraba bien azotada, con una horca, la colocaba sobre una  parte de la funda del colchón. Debía de estar bien organizada. A continuación, por encima extendía la otra parte de la funda y así se conformaba el colchón cuyas partes unía con las cintas enhebradas en una gran aguja que cruzaba de una parte a otra. Por último, procedía al cosido de los laterales. Con una aguja de punta curva y el fuerte hilo de palomar se finalizaba la labor.
'Fer i desfer, com el matalafer
Es la frase que ha quedado como recuerdo metafórico de ese oficio ambulante.
Dormir sobre un colchón recién hecho era muy agradable, sin embargo hacer la cama ya no lo era tanto. Aquel pesado colchón debía de ser estirado y ordenado en todos sus huecos para conseguir su uniformidad. 
El anuncio del colchonero, por las calles, fue sustituido por el de un comprador ambulante que, en la megafonía gritona de su furgoneta, pregonaba:
"Compro colchones de lana. Los pago a buen precio."
Ya pasó el tiempo de los colchones de lana. Con su desaparición no  sólo se perdió el oficio del 'matalafer' sino también el que lo sustituyó que fue el comprador de su interior.

miércoles, 24 de agosto de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: HILOS PARA COSER


Los bazares chinos crecen como auténticas setas, pero eso no ha sido así siempre.
En mi pueblo estaba la tienda de Remedios. En esa tienda, regentada por una anciana viuda y sin muchos recursos económicos, se podía comprar desde un kilo de arroz a un buen lápiz o una bobina de hilo para coser. Mi madre, de vez en cuando, me enviaba a comprarle. Cuando entraba, en aquella casa acondicionada para ser tienda, me quedaba encandilada mirando los lápices de colores que colgaban, como verdaderos trofeos, de las puertas de un viejo armario. No recuerdo muy bien qué compraba, quizá poca cosa o mucha, no sabría decirlo ahora, aunque lo más probable fuese que se tratasen de pequeñas cosas como alguna que otra bobina de hilo de coser, pero eso sólo ocurría cuando era una emergencia, pues, mi madre, prefería comprárselas al vendedor ambulante del mercado de los martes. En realidad, a ese mercadillo acudían dos vendedores de hilos. Ambos eran hermanos. Se colocaban cada uno en un extremo. El hermano pequeño, estaba a la entrada, parecía ser el mejor sitio, sin embargo, no conseguía vender ni una hebra. El otro hermano, el mayor, un hombre pulcro y bien peinado, estaba al final del mercado y no paraba de envolver, una detrás de otra, las bobinas de hilo que le solicitaban sus fieles clientas.
-Deme una de color blanco. También necesitaré hilo de hilvanar...
Otras se acercaban a su puesto con un pequeño retal en la mano y le pedían consejo:
-¿Qué color de hilo cree que debo usar con esta tela?
El vendedor siempre respondía con la misma cantinela:
-Voy, señora, y ahora vengo. Aquí tiene la paleta de colores. Compruébela usted misma y yo se lo busco.
Hablaba a una velocidad pasmosa y sin dejar de enrollar el género en pequeños trozos de papel de seda. Mientras hablaba vigilaba los posibles pequeños despistes y lo hacía con estas palabras:
-Señoras el género no se toca. Yo se lo doy ya envuelvo.
Para todo llega su último día así que el hermano mayor, el que más género despachaba, dejó de venir al mercadillo. Su hermano continuó haciéndolo, aunque con la misma falta de éxito en la venta. Al fin, un día, también dejó de acudir.
En el mercado de los martes ya no se venden hilos.
Casi al mismo tiempo desapareció la tienda de Remedios que, valga la redundancia, tantos olvidos nos remediaba.
Las mercerías están, cada vez, más especializadas, puedes encontrar desde un hilo de seda hasta la mejor canilla para tu máquina de coser, pero, así y todo, el bazar chino les gana el terreno en la venta de bobinas de hilo.

domingo, 21 de agosto de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: EL ANGUILERO

Quizá no debería incluirlo entre los vendedores ambulantes, aunque la peculiaridad de su mercancía creo que lo hacía único. Se trata del anguilero. 
Todos los martes acudía al mercado ambulante que se formaba en el pueblo vecino. Su puesto estaba en la plaza bajo el campanario.
La anguila es un pez que vive entre el agua dulce y salada, por eso, cuando las aguas de riego estaban libres de nitratos y demás productos residuales era frecuente encontrarlas en las grandes acequias de la huerta. Allí desovaban y se desarrollaban antes de viajar hacia el mar abierto. Cuando su cuerpo era de un tamaño adecuado entonces era el momento idóneo para pescarlas, nunca mejor dicho, desprevenidas. Hoy en día, sólo se encuentran en las piscifactorías, es decir, son de criadero.

El anguilero llevaba un gran caldero lleno de agua donde las anguilas nadaban nerviosamente. Con su boca rozaban la superficie del agua para tomar un poco de aire. Las aletas, cercanas a las branquias, se movían como pequeñas manitas que remasen para intentar salir de aquel espacio acotado.
Si algo me atraía del puesto de las anguilas, cuando era una niña, era ver como aquel hombre introducía la mano dentro y las sacaba una a una casi sin tocarlas. La técnica de voltearla panza arriba ya era suficiente como para extraerla del agua. A continuación, con un cuchillo muy afilado, le cortaba la cabeza y, rápidamente, troceaba su cuerpo que no dejaba de retorcerse. El paquete con los cuerpos troceados de las anguilas no dejaba de moverse como si aún recordasen que, unos instantes previos, se encontraban vivos.
Cuando llegábamos a casa mi madre las ponía a remojo. Limpiaba la sangre y, a continuación, las cocinaba 'aill i pebre', por cierto, un consejo, no se deben comer el mismo día que se cocinan sino al siguiente.

jueves, 18 de agosto de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: LA LECHE A DOMICILIO

"Xiques, la tía Amparo ja està ací"
Ese era el saludo de la lechera por las casas. 
La tía Amparo, como ella misma se autodenominaba, tenía una vaquería en el corral de su casa. No sé cuántas vacas tendría, pero sí sé que todos los días se paseaba por las calles del pueblo ofreciendo su producto recién ordeñado.
La lechera, en la que transportaba aquel producto natural, debería
pesar alrededor de unos diez litros. Entraba en las casas hasta la cocina. Dejaba el pesado recipiente sobre la mesa y con un cazo de aluminio, que ejercía las funciones de medidor, la vertía. Aquella jarrita debía tener una capacidad de, aproximadamente, de un cuarto de leche.
¿Control de sanidad? ¿A quién podía preocuparle eso? Todos conocían de donde procedía. Se sabía que el alimento que aquellas vacas habían tomado procedía de la huerta de la misma propietaria. Lo único que importaba era que, aquella leche, era recién ordeñada del día.
Mi madre compró, durante bastante tiempo, aquella leche cremosa. Por supuesto que tenía la precaución de hervirla y enfriarla antes de que la tomásemos nadie de la casa. Se bebía sola o con el café o para cocinar un cremoso chocolate. También había otras formas de  tomarla y era como leche merengada o bien en un sabroso flan de huevo casero.
La tía Amparo dejó de vender leche a domicilio cuando las medidas de sanidad ya fueron otras.

martes, 16 de agosto de 2016

EL DIENTE DE MI VECINA SORDA



El número de timbrazos delatan su presencia. Al abrirle la puerta mi vecina sorda me ha saludado con la frase habitual:
-¿Estabas durmiendo?
A lo que le he contestado:
-Para usted siempre.
Ni me ha prestado atención a mi respuesta tirante. Se ha dirigido hacia mis macetas y me ha sentenciado:
-Nena, estas plantas no beben suficiente. No las riegas bastante y por eso no las tienes bonitas.
Evidentemente no le he contestado ¿Para qué?
Al cruzar la puerta ha iniciado su soliloquio. Mientras intentaba escucharle me he fijado que le faltaba el incisivo derecho. No he podido evitarlo y le he preguntado por la pérdida.

-Ay, nena, el otro día me visitó mi hija mayor. ¡Hacía tanto tiempo que no la veía! Salimos a la calle para pasear un poco. Mientras caminábamos, le estaba contando no sé exactamente qué cuando, en ese instante, ¡Pluff! saltó el diente. Mira la cosa resultó casi cómica. Nos pusimos a buscarlo, pero había desaparecido. Fue visto y no visto. En ese pequeño jardín que tenemos en la entrada se escondió. Parecía que se lo hubiese tragado la tierra. La verdad es que tampoco me hacía mucha falta encontrarlo. Según me ha dicho el mecánico del dentista una vez roto ya no me lo podía atornillar. Bueno tendré que gastarme el dinero y ya te puedes imaginar lo caras que resultan estas cosas. Ya ves, total es un tornillo, lo enroscan y ya está.
Mientras decía esto ha dado, con la mirada, un rápido repaso a mi casa.
-¡Vaya!  Ese es un cojín nuevo. Veo que me has hecho caso. No te hagas tantos suéteres que con el peso que estás cogiendo no te los vas a poder usar nunca.
(¿Qué hago? ¿Le contesto que se meta en sus cosas? Pero no, no puedo perder la paciencia con tanta facilidad. Es demasiado mayor como para lograr que cambie.)
Durante un buen rato ha seguido repasando mis habilidades ganchilleras. Por suerte, se ha cansado pronto. Al fin se ha decidido y me ha hecho una confesión:
-No me gusta el nuevo inquilino que tengo. Eso de que viva solo me crea prevención, además, no riega el jardín.
Al escuchar esto he sentido que había llegado el momento de practicar una pequeña venganza. Le he interrumpido y le he dicho con tono alto y claro:
-Ahora que lo dice, es verdad. Su inquilino no riega las plantas y tiene un perro que no deja de ladrar día y noche. Seguramente, cuando él se vaya de su casa, usted tendrá que replantarlo todo y hacer una buena limpieza porque nunca saca a pasear al perro y debe de habérselo ensuciado todo.
Durante unos segundos ha permanecido atenta a mis palabras, quizá estaba calibrando los daños en su vivienda.
-Tienes razón. Es un cochino, pero no puedo echarlo. Todos los meses me paga.
Por el espacio de unos minutos ha calculado, en voz alta, cuáles serían sus pérdidas si lo mantenía en la casa o lo echaba.
Cuando se ha cansado de hablar sola me ha dicho que se iba a su casa. La he acompañado a la puerta y, como es habitual en ella, me  ha dejado alguna frase para el recuerdo:
-Me voy nena, yo de ti no cenaría y así podrás perder los kilos que tienes de más. Hasta mañana. 
Me ha sonreído mientras me lo decía, al hacerlo me ha mostrado el hueco de su diente perdido. No he podido evitar pensar que la compostura tampoco debía de soportar tantos reproches brotando de esa boca y, por eso, decidió saltar en busca de la tranquilidad.

VENDEDORES AMBULANTES: MELONES A RAJA Y CATA


"Aquí está el tío de los melones, nenas ¿no queréis comprar mis melones?"
A principios de verano es la cantinela que se escucha. Cuando los
pueblos eran pueblos el que más o el que menos tenía una pequeña huerta, los melones no se compraban sino que se recogían de la propia cosecha. Los tiempos cambian con tanta velocidad que no somos conscientes de esos pequeños cambios que dicen si avanzamos o no aunque tampoco se sabe si el avance es hacia lo peor.
El vendedor de melones suele llegar con su furgoneta hasta la esquina de la calle. Se anuncia con el megáfono al grito de: "Aquí está el melonero,  nena estamos ofreciéndote los mejores melones manchegos. De piel de sapo, directos de las huertas manchegas. Si no tienes dinero te lo fío.  A raja y cata, nena, ¿te lo vas a perder?
El vendedor es un muy avezado con la venta de todo tipo de hortalizas. Siempre ofrece sus productos con el gracejo de su forma de expresarse tan natural. ¿Quién no cae en la tentación de comprarle uno aunque no le haga falta?


ENRIQUE RAMBAL UN ACTOR VALENCIANO DEL SIGLO XX.





En la primera mitad del siglo XX, en los escenarios de toda España, y, en especial, en los de la ciudad de Valencia, se forjó un actor, un director de escena, un autor y un empresario del teatro: Enrique Rambal. Sus espectáculos se caracterizaron por crear nuevas tecnologías y nuevas formas de entender el teatro de ese momento. En su repertorio incluyó una gran variedad de géneros aunque el que verdaderamente le definió, a lo largo de su carrera, fue el melodrama. Si por algo se le reconoció su originalidad fue por una puesta en escena llena de trucos y golpes de efecto. Sus espectáculos se personalizaron hasta el punto de que el público los denominó con sus propios calificativos: rambalescos o rambalianos. Dedicó su vida por y para el teatro. A su muerte y sin motivo aparente desapareció de las historias del teatro contemporáneo. Hasta ahora, su trabajo artístico, sólo ha permanecido en el ideario del público que lo vio y disfrutó de sus innovaciones escénicas.
Enrique Rambal nació en Utiel (Valencia). Su fecha de nacimiento exacta no se conoce, en parte porque el propio Rambal fomentó este tipo de equívocos. La disparidad de opiniones entre periodistas y escritores a cerca de su edad así como la imposibilidad de encontrar un documento legal que la acredite no permite descartar ninguna de las opciones encontradas.
Transcurrió su infancia en Utiel donde la familia se había trasladado por motivos del trabajo de su padre quien era jefe de estación de la línea de ferrocarriles. Pocos años después, se trasladó a la ciudad de Valencia. Allí, Enrique Rambal, comenzó su vida laboral como cajista de una imprenta. Este trabajo le dio la oportunidad de completar su educación con el material que se insertaba en la prensa, en especial, alimentó su imaginación con la lectura de los folletines y las novelas que, a modo de suplementos semanales, se publicaban junto al periódico. No se sabe muy bien cómo, a edad temprana, se inició en el mundo teatral. Entró a formar parte de la compañía del actor valenciano Manuel Llorens (18?-1910) especializado en los sainetes de Eduardo Escalante. En febrero de 1910, Manuel Llorens, primer actor y director de la compañía, falleció en plena campaña teatral. La compañía se quedó sin director y estuvo a punto de desaparecer. Las noticias son confusas sobre quién asumió el liderazgo. La situación de la compañía valenciana fue un tanto a la deriva hasta que hubo un factor determinante para la compañía y que fue el matrimonio entre Enrique Rambal con la primera actriz de la agrupación: Justa Revert Ramón. La unión de ambos y la cohesión de la compañía sólo duró un año.
En 1915, Rambal formó a parte una nueva agrupación teatral. En esta compañía figuraba como primera actriz la valenciana: Carlota Plá. Esta actriz era muy conocida, en la ciudad de Valencia, por sus actuaciones en el teatro Eslava. A partir de ese momento, Enrique Rambal se convirtió en el responsable de sus propias compañías y comenzó a adquirir popularidad su nombre como actor.
Tras realizar unas cuantas campañas, por toda España y el norte de África, Rambal se asoció con el empresario andaluz: Tomás Álvarez Angulo. La sociedad empresarial Angulo-Rambal se denominó: Compañía dramática de obras policíacas, norteamericanas y de gran espectáculo Rambal. Con esta formación adquirió su mayor popularidad como actor de obras truculentas y melodramas policíacos. En 1920, junto con su socio, llevó a cabo su primer viaje a América. La campaña americana duró tres años hasta que Rambal dio por disuelta la sociedad y regresó a España en enero de 1923. El joven director-actor regresó de su experiencia americana con muchos beneficios y nuevas ideas escénicas.
Respecto a su vida privada, se sabe que durante esos años había establecido una relación estable con la también actriz de la compañía: Concepción Sacía Landi (?-1931).  Tuvo dos hijos con ella: Enriqueta Rambal Sacía (1920-2002) y Enrique Rambal Sacía (1924-1971). Conchita Sacía falleció en Valencia en 1931. A los ojos de todos, Enrique Rambal era viudo, aunque legalmente seguía casado con la actriz Justa Revert.
Pero volviendo a su carrera artística, los éxitos, tanto personales como los profesionales, parecían irle parejos. Uno de los más destacados fue la puesta en escena de El mártir del Calvario, una adaptación escénica sobre la pasión de Cristo.
Rambal hizo su primera y única incursión en el cine sonoro en 1934. Protagonizó la película titulada: El desaparecido. El director italiano afincado en Barcelona: Antonio Graciani fue el encargado de dirigir aquella versión escénica de un melodrama rambalesco. No obstante, el propio Rambal desestimó su futuro cinematográfico.
Durante todo el año 1935 el actor viajó por toda España. En su repertorio llevaba una  combinación de los espectáculos de siempre con los de su nueva creación. En junio de 1936 regresó a Valencia presumiblemente para su descanso vacacional. Le sorprendió el inicio de la Guerra Civil Española en su ciudad. Desde el principio se decantó por el gobierno legítimo de la República. Intervino en los espectáculos solidarios y a beneficio de la resistencia gubernamental. Rambal se convirtió en el responsable de las compañías que actuaban en los teatros  Principal y de la Libertad de Valencia.
Una vez finalizada la guerra, retomó su carrera en la misma ciudad con una cierta normalidad que resultó casi insólita. En julio de 1939 viajó a Sevilla donde permaneció hasta casi finalizar el año. Continuó sus giras por otras ciudades españolas y no regresó a Valencia hasta el mes de octubre de 1942. 
Durante los años de la posguerra la crisis social y económica fue muy aguda en todo el país, por supuesto, el teatro no fue ajeno a ella. Junto a esa precariedad se unió el creciente auge de un nuevo competidor por el público: el cine. A pesar de todo Rambal supo usarlo a su favor. El retraso técnico de los locales de proyección cinematográfica le sirvió para poder continuar con su repertorio melodramático alimentado de los estrenos de la gran pantalla que al país tardaban en llegar. Sus nuevos montajes se fundamentaban en los estrenos del cine que aún no se veían en los cines españoles.
A su vez, poco a poco, su hijo Enrique fue asumiendo una mayor relevancia en la compañía como primer actor del repertorio. Rambal comenzó a dedicarse más a las labores de administración. Su hija Enriqueta, que continuaba siendo una de las primeras actrices de la compañía, contrajo matrimonio con el también actor valenciano: Roberto Pérez Carpio, quien, desde el principio, ostentó la dirección artística de la compañía.
Con el paso del tiempo, los espectáculos se fueron encareciendo cada vez más. Había una menor afluencia de público. En los últimos años de su carrera, la crisis, tanto familiar como artística, le llevó a la quiebra.  Enrique Rambal hizo un último esfuerzo de recuperación económica con una nueva campaña americana entre 1950 y 1951, pero el resultado económico no fue el deseado. La compañía familiar se desmembró. Su hijo Enrique se quedó en México donde consiguió gran popularidad, tanto como actor de teatro, como de cine donde, posteriormente, su carrera profesional, le llevaría hacia la posición de ser el actor referente de las telenovelas de la televisión mexicana.
En 1952, ya de regreso a España, Enrique Rambal estaba acosado por las deudas. Intentó retomar su carrera teatral, pero sin el éxito deseado. A finales de ese año, volvió a la ciudad de Valencia donde sabía que su público siempre le era fiel, sin embargo ya nada fue como antes. Los espectadores no acudían en masa a sus espectáculos. La llegada del color al cine junto a una mejor calidad técnica de las salas de cine españolas y una mayor rapidez en la distribución de las nuevas producciones fílmicas, fueron factores decisivos para que el público prefiriese ver cine a acudir a sus espectáculos.
El 10 de mayo de 1956  murió a causa de las heridas que sufrió al ser atropellado por una motocicleta en la ciudad de Valencia.