Ando unos días aturdida por tanta desinformación
sobre la economía de nuestro estado. Productividad,
rentabilidad… todo son palabras que llenan la boca de aquellos dicen
llamarse expertos.
Para aclarar un poco los conceptos, recurro a las
armas de toda la vida.
Según el diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española RAE, el concepto de productividad
tiene varias entradas, en la tercera indica que se trata de una:
“Relación
entre lo producido y los medios empleados, tales como mano de obra, materiales,
energía, etc.”
Por si la cosa no queda clara, el diccionario añade
el siguiente ejemplo:
“La
productividad de la cadena de montaje es de doce televisores por operario y
hora”
Se habla de la falta de productividad de los
servicios públicos, y no puedo dejar de
preguntarme si es más rentable producir un televisor que la educación de una
persona o producir un coche de ingeniería alemana frente a una persona sana.
Pero soy disciplinada y sigo buscando otro de los
conceptos que tanto se manosea, estos días, en la prensa, se trata de la palabra
rentabilizar.
Según del diccionario de la RAE la definición de
este concepto es:
“Hacer
que algo sea rentable, productivo o provechoso”
Creo que en vez de conseguir que mis dudas se
desvanezcan han aumentado, porque si
productividad esta en relación directa con la rentabilización, entonces es
cuando no tienen sentido las zarandajas de la vida. Esas pequeñas nimiedades que nos hacen seguir
en un servicio público donde, no sólo se hace un trabajo sino que se busca hacer la vida más práctica, sencilla y
llevadera a los que vivimos en una sociedad preestablecida. Esas zarandajas con
las que me quedo como son la educación, la sanidad y el bienestar de las personas que a veces te
agradecen más una sonrisa o una palabra amable que un cheque regalo en una gran
superficie. Prefiero la zarandaja de la sonrisa de un niño cuando le ayudas.
Prefiero las zarandajas de esos trabajadores de la
administración que con su trabajo callado, rutinario y diario crean las
herramientas necesarias para hacer que todo funcione entre esos que desprecian
lo desconocido.
De qué sirve tanta productividad con una
rentabilidad bajo sospecha si no nos hace una vida fácil, si no nos permite
salir de una situación crítica que la gente corriente, la gente de la calle
como yo, no hemos creado. Para qué
queremos ser tan efectivos y rendir tanto si eso no nos lleva hacia una vida
mejor.
Me quedo con mis zarandajas, esas que me permiten
levantarme cada día con el ánimo de conseguir la sonrisa de mi madre o la
felicidad de un amigo que necesita de mis pequeñas e insípidas labores pero que
llenan de satisfacción la vida de todos.