sábado, 30 de marzo de 2019

EL CAJÓN DE LAS SOLICITUDES OLVIDADAS: POLÍTICA DE PROXIMIDAD.



Dije que no iba a opinar sobre política, pero ¡a quién quiero engañar! ¡Eso es imposible!
Andamos envueltos en tiempos electorales y, aunque pretendas ignorar esas grandes campañas, siempre hay algún que otro discurso grotesco que te salpica por su incongruencia. Las elecciones generales y autonómicas de mi comunidad serán las primeras que se celebran, aunque, en esta ocasión, no voy a hablar de ellas. Por cierto, por si alguien lo había olvidado, la Comunidad Valenciana también existe y sus elecciones se han adelantado para no hacerlas coincidir con ese súper domingo que se prevé a finales de mayo.
Pero no voy a enzarzarme en temas generales, sino que os hablaré de mi localidad, donde se ejerce la política con otro tono. Me refiero a la que se ejerce en los ayuntamientos de poblaciones relativamente pequeñas. Mi población, debido a sus magníficas vías de comunicación con la ciudad, ha pasado de tener poco más de cuatro mil habitantes, en el año 2000, a cerca de ocho mil setecientos censados en 2016. Mi pueblo ya no es aquel lugar de mi niñez donde casi todos nos conocíamos y donde el núcleo de reunión fue la Escuela Pública Nacional donde casi todos aprendimos a leer. Yo os puedo hablar del tardofranquismo, pero los más mayores os hablarían de esos cuarenta años de recio régimen que impregnaron la enseñanza y la forma de vivir del pueblo.
Por esas escuelas hubo un largo paso de maestros y maestras, pero si hubo una que dejó huella fue doña Salvadora López Martínez quien vino destinada antes de la Guerra Civil y permaneció en el pueblo, como maestra nacional, nada menos que cuarenta y cinco años. Aquella mujer dedicó su vida a la enseñanza de las niñas de varias generaciones y también a los niños, puesto que creía en la coeducación y logró que se aplicase a pesar de la represión del régimen en ese sentido.
Decir doña Salvadora es hablar de una maestra que vivió entregada a su profesión. En palabras de las alumnas más antiguas que he conocido, como son mi madre y sus compañeras de generación, no sólo se preocupó de enseñar a leer, escribir y contar y en especial a las mujeres y, además pretendió enseñarles a convivir y a humanizarles. Cuando se jubiló, ya con un ayuntamiento democrático, fueron sus propias exalumnas las que le organizaron una fiesta honorífica a la que se sumó el consistorio del momento. Fue un acto muy entrañable y femenino donde se habló de dedicarle una calle en la población, aunque no dejó de ser una petición que se quedó archivada en el cajón de las solicitudes olvidadas.
A lo largo de cuarenta años de democracia, esa solicitud, por parte de mi madre, verbalmente, se ha ido renovando a todos los gobiernos municipales, pero ha sido obviada y arrinconada en el olvido de algo que, simplemente, según le dijeron, en ese momento, no tocaba, según le argumentaron los diferentes alcaldes. Cuando a mi madre le han flaqueado las piernas, que no el intelecto, sus hijas, es decir, mi hermana, también exalumna de doña Salvadora y yo, decidimos tomar el relevo en dicha petición. La forma fue más burocrática y, así, el pasado 11 de septiembre de 2018 registramos una solicitud, bien justificada, en el registro de entrada de mi ayuntamiento, donde, entre otras cosas, se indicaba que en la población no había ninguna calle con nombre de mujer por lo que aún se hacía más necesaria y urgente subsanar esa deficiencia de tantos años.
Todos pensaréis que, con los tiempos que corren, el gobierno municipal, regido por una mujer, atendería, con presteza, la petición de estas vecinas, pero os equivocáis, pasaron más de dos meses y no hubo ninguna contestación a la solicitud. Ante ese silencio administrativo un día requerí el hablar con la alcaldesa que, ante mi sorpresa, me recibió, como vulgarmente se dice: “de uñas” y argumentó que por un capricho nuestro no iba a rotular una calle con el nombre de una mujer que se me había ocurrido en ese instante.
Por supuesto, cuando regresé a mi casa y lo comenté dedujimos que nuestra petición volvía a pasar al cajón de las solicitudes olvidadas, pero no, no ha sido así, puesto que en el Boletín Informativo Municipal mensual se anunció que, con motivo de la iniciativa de un maestro de las escuelas actuales, se había realizado una actividad entre los alumnos para buscar una mujer de la población digna de dar nombre a la única calle pendiente de nominar en el pueblo. También se indicaba que se realizaría una gala el día 27 de marzo, Día Internacional del Teatro, para, por votación popular, elegir el nombre adecuado. Entre el estupor y la indignación pensé que se trataba de una tomadura de pelo más, pero fue el propio concejal de cultura el que me lo confirmó al escribirme, de manera extraoficial y, a través de las redes sociales, invitándome al acto.
Pintura de Remedios Varo
El día 27, asistí media hora antes de su inicio y solicité hablar con la directora del acto para pedir la palabra en público y demostrar mi desaprobación sobre ese acto pantomímico, por llamarlo de alguna manera. Evidentemente se me negó el uso de la palabra y, la alcaldesa volvió demostrar su falta de capacidad para estar en un consistorio como el nuestro. No esperé a ver el resultado de aquella farsa. Me despedí diciéndoles que aquello no era reivindicativo con las mujeres y no dejaba de ser una parafernalia insípida y sectaria más de los actos falsos que pretenden que sean feministas.
El resultado de la votación fue muy esclarecedor. El nombre ganador obtuvo un resultado de 105 votos de una población de 8674 habitantes censados por lo que es algo que habla de la falsedad del acto y falta de participación de la población.
Una de las virtudes de la burocracia es que el registro es inefable por lo que siempre quedará registrada la petición que el actual gobierno local ignoró porque demuestran que poco o nada le importan sus conciudadanos.
Y vuelvo al tema de las elecciones, pues si necesario se hace tener un buen gobierno en el estado, mejor aún es lograr uno bueno en los municipios que se encargan de administrar lo más próximo, es decir, aquello que nos afecta día a día a los habitantes de las poblaciones. Dada mi experiencia de años, concluyo que hay que evitar que nos engañen las siglas políticas, dado que, al fin y al cabo, son las personas que las conforman las que priman y no otra cosa.
En los pequeños detalles se demuestran las intenciones políticas, por eso, si en algo tan sencillo como es reconocer una petición vecinal se actúa de esa manera me atrevo a pensar que qué será lo que se haga en las actuaciones de los grandes caudales donde suelen aflorar los intereses creados por encima de los intereses sociales. Por mi parte, sólo os recomiendo que tengáis cuidado con vuestro voto local y no lo dejéis en manos de cualquiera que se presente con la aureola del cambio.

miércoles, 6 de marzo de 2019

¡CHUTA!





«¡Chuta, Paquito, chuta!»
Y concentré toda la fuerza de mi cuerpo en mi pie para dar una fuerte patada al balón hecho de trapos. El deforme esférico se elevó y dibujó una elipse sobre la cabeza de Pepito. Manolito, que se movía inquieto entre las dos esquinas de la imaginaria portería, brincó todo lo alto que pudo, pero no logró atraparlo. El balón golpeó la gorra del policía que apareció por el callejón de repente.
«¡Pies, para qué os quiero!» –Les grité.
Pepito y yo echamos a correr, pero Manolito se quedó paralizado por el miedo. El policía lo sujetó por el cuello de la camiseta y éste, asustado, se orinó en los pantalones. No podíamos abandonarle a su suerte, por eso regresamos junto a él.
«¡Ya os tengo, gamberretes! Os voy a encerrar en el calabozo con los ladrones y las ratas.»
El enfadado policía, no cesaba de gritarnos, cuando entraron nuestras madres en el cuartelillo. Sefa, la madre de Pepito, y mi madre, Francisqueta, a la que le seguía, seria y cabizbaja, Nel·la, la madre de Manolito.
«¿No te da vergüenza meterte con los niños?» –Le increpó Sefa. «Deja en paz a nuestros hijos y defiéndenos a nosotras.» –Vociferó mi madre.
Y entonces Nel·la levantó la cabeza y pude ver cómo, de su ceja abierta, brotaba la sangre a borbotones. En ese instante, lo comprendí todo. Ellas no habían venido a rescatarnos, sino a denunciar el maltrato que había sufrido la madre de Manolito.
«Si su marido le ha pegado es porque se lo merecía.» –Justificó el torpe policía. «Marchaos de aquí las tres o llamaré al sargento para que os encierre a vosotras también.»
Mi madre abrazó a Nel·la y le susurró algunas palabras al oído. Manolito corrió para cogerse de la falda de su madre que se presionaba la ceja abierta con un pañuelo. Sefa, la madre de Pepito, nos cogió de la mano, a su hijo y a mí, para salir del cuartelillo. –Paco suspiró. –Ese recuerdo infantil me ha perseguido toda la vida. 
-¿Y qué ocurrió después? –Le insistí.
-Al día siguiente, en la escuela, los niños y niñas querían que les contásemos nuestra aventura. Nos preguntaban detalles de cómo eran los calabozos por dentro y si existían esas ratas gordas de alcantarilla con las que nos asustaban nuestras madres cuando nos portábamos mal, pero, cuando entró Manolito, el alboroto terminó. En sus mejillas destacaban las violáceas sombras de unas fuertes bofetadas. No nos hizo falta preguntarle quién se las había propinado.
El maestro, Don Daniel, esperó a que los otros chicos saliesen al patio para llamarnos a los tres.  Quería saber qué nos había ocurrido el día anterior y, en especial, a Manolito, aunque, por mucho que le preguntó éste no pronunció ni una palabra. Cuando salimos de la escuela, había un corro de mujeres. Hablaban de Nel·la. Se la habían llevado al hospital. La habían encontrado tirada en el suelo con unos fuertes golpes en la cabeza y en las costillas. El padre de Manolito, tras golpearla, la había dejado por muerta en medio de la calle como si se tratase de un perro.
-¡Qué horror! –Dije.
- Sefa y Francisqueta no la dejaron sola ni un día. Tras la brutal paliza, nuestras madres la atendieron. –Paco continuó el relato con cierto tono de orgullo al recordarlo. –Mi madre me contó que Nel·la no cesaba de repetir que él había jurado que la próxima vez la mataría. Aquella mujer estaba presa del pánico. –No sé muy bien cómo lograron sacarla del hospital sin que ese energúmeno se enterara. Al poco tiempo, Manolito y su madre se fueron del barrio, a hurtadillas, como si fuesen unos delincuentes.
-¿Y ese bestia? ¿Qué fue de él? –Le pregunté con tono airado.
-No vivió muchos años. Las continuas borracheras y la dejadez le pasaron una pronta factura. –Me explicó Paco. –En cuanto a mi amigo y su madre ya no volvimos a verlos más por el barrio.
-¡Qué lástima que no hayas mantenido el contacto con ellos! Me hubiese gustado saber qué fue de sus vidas.
-Te equivocas. –Me respondió contento. –Porque, después de treinta años, me he reencontrado con Manolito. –Carraspeó y prosiguió su relato. –Todos los sábados me gusta ir a ver cómo juegan los niños en los campos de fútbol que hay en el cauce seco del río. Hay un entrenador que nunca regaña a los chicos y chicas, aunque jueguen muy mal. Un día, me acerqué a felicitarle y ambos nos reconocimos al instante. Manolito me explicó cómo huyeron para librarse de aquel monstruo que decía ser su padre. Según me contó, los dos lograron salir a adelante tras mucho esfuerzo. Su madre debió de fallecer mucho antes que la mía, y fue cuando Manolito comenzó a sentirse verdaderamente solo, por eso decidió formar una familia. A pesar de todo lo que le había sucedido en su infancia, parecía sentirse afortunado. Seguía siendo aficionado al fútbol, por eso decidió convertirse en entrenador de los niños y las niñas de su barrio que, en cierta manera, eran como nosotros, aunque no jugaban en la calle con una portería inventada.
Cuando Paco se despidió de mí tuve la sensación de que había cambiado el final, de aquella amarga historia, para que me pareciese feliz.
Hoy es sábado. He ido a pasear junto a los campos de fútbol del cauce seco del río. He reconocido a Paco charlando con el entrenador de un equipo de niños que no jugaba muy bien. Al instante, ha sonado el pitido del final del partido. Han perdido por una gran diferencia de goles, sin embargo, el entrenador, ha intentado animarles diciéndoles que, en el próximo, lo harán mejor y ganarán. De pronto, Paco les ha gritado: 
«¡Chuta, Paquito, chuta!»
Y ese grito espontáneo ha provocado la risa de todos los niños y niñas y la mía también.
¡Chuta!