martes, 27 de agosto de 2019

LA DESCONOCIDA HISTORIA DE LA PRESTIDIGITADORA BENITA ANGUINET: EPÍLOGO


-Creo que debo… hablar contigo.
Norberto titubeó ante la seguridad con que Marta le mirada.
-El grabado me lo enviaste tú ¿verdad?
-Sí, he sido yo…
-¿Las dos veces? –Le atajó Marta sin dejarle terminar la frase.
-Sí, las dos.
-No lo entiendo. Si ya lo tenías ¿por qué hacer esa operación de enviármelo y, a continuación, robármelo?
-No podía guardarlo en mi casa.
-Si ese era el motivo, sólo bastaba con que me lo hubieses dicho. – Marta le respondió con tono áspero.
-No pretendía involucrarte en todo ello, pero…
-No te creo. –Le atajó Marta. –Por supuesto que pretendías implicarme. Lo hiciste desde el primer momento en el que te cruzaste conmigo, por casualidad, como tú dijiste. No soporto que me mientan.
Norberto bajó la mirada como queriendo evitar el desafío que le enviaba Marta con su firmeza al hablar.
-¿Me cuentas la verdad?
-No sé muy bien por dónde empezar. –Aseguró el azorado Norberto.
-Entonces hazlo por el principio que es como mejor se cuentan las cosas.
Él carraspeó y con el índice él le indicó si podía tomar asiento.
-Sí, por supuesto. –Le atajó Marta secamente señalándole una silla del comedor.
-Bien, intentaré relatártelo con orden para que comprendas lo que sucedió.
- Te escucho. –Le respondió Marta con un tono cortante y muy poco habitual en su forma de hablar.
-Tengo un negocio de antigüedades en la calle Belén. Ya sabes que es la zona de la ciudad donde están esta clase de empresas. No es muy grande, aunque tampoco me puedo quejar.
-¡Ah! ¡Tienes un negocio! –Volvió a interrumpirle Marta. –Nunca me habías hablado de eso.
Norberto bajó la cabeza. Tomó aire como queriendo hacer el esfuerzo de asumir sus propias mentiras y volvió a hablar.
-Es cierto. Sólo te he contado unas pocas cosas sobre mí.
-Yo lo diría de otra manera; sólo me has contado unas medias verdades que poco o nada tienen que ver con la realidad, ¿me equivoco?
Norberto, durante unos segundos dudó en continuar hablando, pero, cuando por fin parecía estar dispuesto retomar la palabra, Marta volvió a interrumpirle.
-Me gustaría que comenzases otra vez tu relato, pero esta vez incluyendo todos los detalles veraces, si es posible, claro. Si quieres, te lo haré más fácil, te hago unas preguntas y tú me las respondes con sinceridad absoluta ¿Cuál es tu trabajo? y ¿A qué te dedicas realmente?
- En realidad, soy anticuario. Heredé la profesión de mi padre. Te mentí cuando te dije que ejercía de profesor de instituto. Nunca terminé los estudios universitarios. –Le respondió con rapidez. –Al principio me costó bastante adaptarme a este tipo de negocio donde lo habitual es que te encuentres con multitud de señuelos, la mayoría de ellos sembrados por tus propios colegas, y si no eres hábil en esquivarlos puede que un día de encuentres en la cumbre y al siguiente estés completamente arruinado. Tuve suerte porque mi padre me enseñó cómo debía realizar los negocios y cómo debía cerrarlos para conseguir los mejores resultados. La técnica es sencilla, se debe comprar barato y vender las piezas a precios bien altos. Por un tiempo me convertí en uno de los principales anticuarios de la ciudad. Comencé a ganarme el prestigio entre mis colegas hasta el punto de convertirme en el secretario de la asociación de anticuarios.
-No sabía que existiese esa sociedad. –Le puntualizó Marta.
-Sí, nuestro grupo tiene una gran influencia y proyección en los mercados internacionales, en especial, en el europeo. Pero ahora eso no tiene gran importancia para lo que quiero contarte. –Le puntualizó Norberto visiblemente molesto por la actitud crítica que mantenía Marta ante sus explicaciones. –Mi trabajo consiste en comprar y vender piezas de distintos valores a clientes que la mayoría de ellos son coleccionistas. Hace un año, en mi tienda se presentó un caballero vestido con un traje confección anticuada, no obstante, había algo en sus modales y forma de comportarse que me cautivó desde el primer instante. Su forma de expresarse denotaba ser de una extracción social alta. Dijo ser el abogado albacea del último noble de una dinastía de marqueses franceses. Me habló de sus clientes y dijo que era una familia algo excéntrica que, a lo largo de varias generaciones, había atesorado una gran fortuna con negocios de todo tipo. El máximo esplendor económico de esta extraña familia se dio a finales del siglo XIX, lo que les llevó a invertir en la creación de una magna colección de objetos mágicos.
-¡Curiosa afición! –Le interrumpió Marta que sintió curiosidad por lo que le estaba contando Norberto.
-Sí, el abogado albacea me describió, a grandes rasgos, lo que suponían las riquezas de aquellas personas a las que representaba. El testamento que estaba encargado de gestionar incluía muchos objetos antiguos de los que los herederos pretendían desprenderse. Debido a su valor y perfecto estado de conservación, habían expresado su deseo de venderlos, pero no en subasta, sino de forma directa a prestigiosos anticuarios. En parte, el abogado albacea me explicó que la excentricidad de los herederos le había causado muchos disgustos, por lo que deseaba terminar el asunto lo antes posible.
-Has usado el término excéntrico varias veces para definirlos. –Le puntualizó la archivera que continuaba usando un tono seco y cortante.
-Sí, el vetusto caballero utilizaba constantemente ese adjetivo para dirigirse a los herederos, aunque, cuando los conocí comprendí que no era un calificativo lo que el albacea usaba para referirse a ellos, sino que se debía a la profesión de la dinastía. Aquella familia tenía un circo donde en sus espectáculos circenses interpretaban insólitos números físicos, así como musicales, por lo que el uso del término excéntrico se debía a la profesión de sus representados y no su carácter o forma de ser. No voy a extenderme más en los detalles de aquella conversación preliminar, sólo te diré que el abogado realizó una detallada exposición de todo lo que aquellas personas poseían y que habían acumulado durante décadas con motivo de su profesión y afición por los objetos raros. –Norberto realizó una pausa en su narración. Sonrió como si al recordar aquel momento fuese algo divertido. Dejó de sonreír al mirar a Marta que mantenía su rostro serio y prosiguió. –Te juro que con tan sólo ver el catálogo de piezas que me ofrecía ya quedé maravillado.  En ese instante pensé que había encontrado la gran oportunidad de mi vida. Inmediatamente acepté su invitación a desplazarme hasta la residencia y poder apreciar la colección que me había descrito y que prometía ser algo extraordinario. Cuando llegué al palacete mis esperanzas se vieron aumentadas con sólo ver la entrada de aquella casa. En el interior se hacinaban muebles y objetos de decoración decimonónicos en buen estado que con la adquisición de los mismos ya había suficiente como para mejorar mi negocio de anticuario, sin embargo, algo extraño me sucedió. Me invadió un sentimiento de codicia hasta tal punto de desear poseerlo todo. Cada objeto que se mostraba ante mí me parecía imprescindible para mí y la necesidad de adquirirlo crecía, por instantes, en mi interior. El abogado me llevó a una sala donde se encontraba expuesta la colección de objetos mágicos circenses. Ni que decir tiene que quedé prendado de ella. Allí se encontraban desde los más exóticos juegos de barajas de todo el mundo hasta los más raros y variados objetos que un prestidigitador pudiese usar en los números circenses. Todo me parecía increíble. En la colección destacaba por encima de todos como el elemento principal era un autómata construido por Houdin. Se trataba de un conjunto de tres muñecos formado por una dama con un pequeño niño negro y un pájaro. La dama vestía un elegante
vestido del siglo XIX. El criado sostenía una sombrilla para protegerla del sol. La dama tenía una de sus manos sobre una caja de la que surgía una manivela. El abogado, al ver mi asombro ante tal maravilla, accionó un botón para ponerlo en marcha. Al instante, la dama autómata movió la mano de la manivela. Dio cuerda y el pajarillo comenzó a moverse y a emitir un trino como si se tratase de un pájaro real. A su vez, el mecano de la dama movía la cabeza afirmando la singularidad del canto y, a continuación, volvía la cabeza hacia su criado quien también asentía ante la belleza del canto del pájaro. Aquella máquina era excepcional. Le mostré mi interés al abogado. Me explicó que formaba parte de un conjunto de mecanos que el mago Houdin había creado. Ese, en concreto, representaba a una de sus alumnas, Benita Anguinet, en una de sus actuaciones. El gran artista lo había creado inspirado en sus espectáculos. Era la primera vez que escuchaba el nombre de la prestidigitadora. De hecho, hasta ese momento, no sabía que existiesen mujeres magas que tuviesen espectáculo propio. El abogado me dio algunos datos sobre ella que todavía aumentaron más mi curiosidad por descubrir más información sobre esa artista. Tras aquella visita a la finca de la excéntrica familia realicé mi oferta.  Por encima de todo deseaba poseer aquella máquina tan curiosa y bella. Habría dado todo lo que no tenía por conseguirla. Me sentí abatido cuando me dijo que era la única pieza de la colección que no estaba en venta. En ese instante me derrumbé. Tomé a aquel pobre hombre por las solapas de su elegante chaqueta y lo zarandeé como si él tuviese la culpa de que mi deseo no pudiese ser cumplido. Debí de comportarme con demasiada violencia porque, aquel hombre, se asustó tanto que se deshizo en promesas de conseguirme otros objetos de valor para compensar mi agravio.
-¿Tanto te impresionó? –Le preguntó Marta muy intrigada.
-Sí. A partir de ese momento se convirtió en una obsesión. Intenté averiguar todos los datos posibles sobre ese autómata y su significado. Poco a poco fui descubriendo la figura de la prestidigitadora que tanta fama acumuló en Francia, Portugal y España. Asedié al abogado tantas veces que, al ver mi desesperación por conocer más detalles sobre la pieza y la maga, intentó calmar mi ansiedad con el regalo de unos cuantos grabados entre los que se encontraba el de Benita Anguinet. A pesar de todo, la idea de conseguir aquel autómata de la manera que fuese no cesaba de rondar por mi cabeza. Me encontraba dispuesto a todo, incluso hasta robarlo.
-¡Vaya! Lo tuyo ya era una cuestión enfermiza.
-Por supuesto, que no llegué a ese extremo. A los pocos días de regresar a mi tienda el hechizo, que aquella pieza parecía haber provocado en mí, aminoró, aunque no del todo. Vendí los grabados que me regaló el abogado albacea. Obtuve unas buenas ganancias, aunque, por alguna extraña razón que no sabría explicar, me guardé el de Benita Anguinet. Aquel grabado tenía algo intrínseco en él. Cada día lo miraba minuciosamente y descubría nuevos detalles y matices que me sumían en el asombro y la curiosidad. Continué indagando más detalles sobre aquella mujer regordeta que sostenía una barita en su mano derecha. Un día, mientras lo limpiaba, por uno de los extremos del cuadro asomó lo que parecía ser un trozo de papel.
-¡La nota manuscrita! –Se adelantó Marta.
-Sí ¿Cómo lo sabes? –Dijo sorprendido Norberto.
-¡Venga! No me negarás que la dejaste tú sobre mi mesilla de noche cuando me robaste el grabado por segunda vez.
-Es curioso, no recuerdo haberlo hecho. –Reconoció. –Han sucedido tantas cosas que es posible que haya olvidado muchos detalles. En mis averiguaciones sobre la maga Anguinet encontré algunas referencias sobre sus actuaciones en la magna obra del escritor Benito Pérez Galdós y, además, también aparecía en algunas crónicas del momento que la situaban en las celebraciones que se llevaron a cabo en Madrid en 1881 por el Bicentenario de la muerte de Calderón de la Barca. También descubrí que tenía amistad con el músico y compositor Isaac Albéniz con el que había coincidido en algún que otro teatro. Y es así como me fui introduciendo en su mundo hasta llegar al misterio del camafeo de ónice.
-Lo tienes tú, ¿verdad? –Le atajó Marta.
Norberto se quedó con la boca abierta sin saber muy bien qué responderle. Tomó aire y volvió a retomar el relato.
-Durante un tiempo llegué a tenerlo, pero la policía me detuvo por haberlo sustraído a sus propietarios.
-¿Dónde lo robaste?
Norberto comenzó a pasear por el comedor ensimismado. Habló como si estuviese reflexionando en voz alta para sus propios pensamientos.
-Tuve suerte. Sus propietarios no cursaron ninguna denuncia contra mí. Reconocí mi error y fueron condescendientes conmigo. Sabían que sólo lo quería para completar el dilema de los cuatro poderes de Houdin, pero pronto descubrí que eso no estaba al alcance de mi mano.
Norberto agachó la cabeza. Parecía derrotado.
-No tuve más remedio que devolverlo a sus propietarios. Yo no era la persona elegida para tanto poder, aunque creo que ellos tampoco lo merecían.
-¿Qué ocurre con ese camafeo? –Le interrogó la archivera que cada vez entendía menos las elucubraciones de Norberto.
-Creo que hice lo correcto. El camafeo se encuentra en el lugar adecuado.
-¿Dónde?
-Sus propietarios han decidido inaugurar un museo de piezas raras del siglo XIX y XX.
-¡Qué curioso! ¿El grabado de Benita Anguinet también se encuentra allí?
-No. Ese es mío. Nunca lo dejaría en manos de gente inexperta, por eso te busqué a ti.
-¿A mí? ¿Y yo qué tenía que ver con todo esto?
-Mi intención era donarlo al archivo para que lo custodien allí. Pretendía hacerlo de la manera más discreta posible para que no apareciese mi nombre, pero lo hice mal.
-Sí, en eso llevas razón. ¿Cómo se te ocurrió involucrarme en un supuesto robo y señalarme como si fuese una delincuente? Si a eso le llamas ser discreto no quiero ni imaginar cómo será lo que hagas público. –Ironizó Marta.
-Reconozco que me comporté de una manera muy torpe. Sólo pretendía que la obra de Benita no quedase archivada en un rincón y olvidada de todo el mundo como lo había estado hasta ahora. Espero que me perdones por haberte implicado en este asunto.
-Ahora ya es demasiado tarde para pedirme disculpas. –Le respondió con tono cortante la archivera.
-Yo, nunca pensé que pudiese causarte tantos trastornos, sin embargo…
En ese instante sonó el timbre de la puerta y Norberto dio un salto.
-¡No abras! –Gritó. –Seguro que me buscan.
-¡Qué tonterías dices! Será Mateo el portero que suele pasar a estas horas para…
Marta no pudo terminar la frase porque Norberto se precipitó sobre ella. Le tapó la boca con la mano para hacerla callar. A continuación, volvió a sonar el timbre de la puerta, pero esta vez, quien llamaba, lo hizo sonar con mayor intensidad. Marta intentó desasirse de las fuertes manos del anticuario, pero éste la retenía de tal manera que le resultó imposible lograr zafarse de él.
Unos fuerte golpes sonaron en la puerta.
-Señorita, abra. Somos la policía. Sabemos que el ladrón está en su casa. Su portero nos ha avisado.
Marta continuó forcejeando para soltarse, pero no lo logró. De pronto cesaron los gritos de la policía y a continuación, se escuchó el sonido de un manojo de llaves. Se trataba del portero que, bajo la indicación de la policía, buscaba la llave para abrir su piso. Norberto se puso muy nervioso. Soltó a Marta. Dio unos pasos por el comedor como queriendo calibrar la situación y, de repente dijo:
-Lo siento. Debo irme.
Introdujo su mano dentro de la chaqueta y sacó lo que parecía ser un puñado de tierra que lo lanzó sobre sus pies. Inmediatamente, una pequeña explosión dio paso a una nube blanca que lo cubrió todo haciéndole desaparecer. Cuando se disipó todo el humo allí ya no estaba.
Marta quedó atónita ante aquella desaparición tan teatral, no obstante, tras todo lo que había vivido, tampoco debía sorprenderle tanto. En ese instante, alguien abría la puerta de su casa, por eso decidió tumbarse en el sofá para simular que se encontraba dormida.
***
-Marta, Marta, ¿me escuchas?
Alguien le zarandeaba con suavidad. Cuando abrió los ojos se encontraba tumbada en lo que parecía ser una camilla.
-Te hemos tenido que llevar al centro médico más cercano. Nos asustaste cuando comenzaste a decir incoherencias. –Le dijo la directora del archivo. –Nos tenías muy preocupados. Delirabas y forcejeabas por levantarte e irte. La enfermera te ha dado un sedante para calmarte.
-Has estado durmiendo más de dos horas. –Afirmó Pilar, la secretaria. –En sueños decías tantas cosas que nos has asustado. Hablabas con un tal Norberto. ¿Quién es?
Pero Marta no atendió a ninguna de las preguntas que le hacían. Comprendió que había estado viviendo una situación muy extraña. Ella era consciente de haber visto a Norberto en su casa, pero, al mismo tiempo había permanecido en el archivo, en el depósito de este. Si se lo hubiese dicho nadie la habría entendido y, lo más seguro, es que la tomasen por una persona que desvaría.
-Lo mejor será que te lleven al hospital y te tengan veinticuatro horas en observación. Sufriste un fuerte golpe en la cabeza. –Le indicó la enfermera del centro. –Creo que has tenido un episodio de trastorno neurocognitivo.
-¿Neuro qué? –Gritó la secretaria.
-Sonambulismo y no grites que eso es lo último que Marta necesita ahora. –Reprendió la directora a la secretaria que todo lo preguntaba y repetía.
-No, no os preocupéis. Ya me encuentro mejor. –les repitió Marta. –Estoy segura que en casa me repondré de todo.
-Bajo tu responsabilidad te dejo ir. –Le advirtió la enfermera.
Pero tanto insistió la archivera por irse a su casa que sus compañeros de trabajo no tuvieron más remedio que permitírselo.
Todavía se sentía algo mareada cuando se apeó del taxi. Subió hasta su casa. La puerta estaba abierta. En el comedor, despaldas a la entrada, se encontraba el portero. Marta le habló y este se sobresaltó. Balbuceó una pobre excusa por el motivo por el que se encontraba en el interior de su casa. Cuando por fin éste se fue, Marta pensó que al fin podría descansar, en ese instante sonó el timbre de la puerta. Miró por la mirilla. Era Norberto.
-Pasa, te estaba esperando….
Y parecerá increíble, pero esta situación llegó a repetirse hasta cuatro veces. El tiempo se había detenido y se repetía sin cesar. Cada vez que Marta regresaba a su casa volvía a encontrarse con el misterioso Norberto que, en un arranque de sinceridad, parecía venir a confesarle sus tretas con, por y para conseguir la obra de la maga Benita. Sentía que la situación hubiese entrado en un bucle espacio-temporal. Marta creyó encontrarse atrapada en su propia realidad junto con una increíble pesadilla. Todo sucedía al mismo tiempo una y otra vez.
No sabía cómo detener aquella situación y cuando parecía que volvía a repetirse por quinta vez, de repente, sonó el teléfono de su casa. Marta descolgó.
“Regresa. Te esperamos.”
Esas fueron las únicas palabras que pudo entender. Colgó el auricular. Sonó el timbre de la puerta. Marta no se movió. Volvió a sonar el timbre, pero, esta vez, no fue a abrir la puerta. Se sentó en el sofá. Dejó que sonara el timbre de la puerta hasta que se hizo el silencio. Poco después se acercó a la ventana y vio a Norberto como se alejaba hasta pederlo de vista. Cerró los ojos.
-¡Por fin terminó todo! –Pensó aliviada.
En ese instante, el silencio se rompió con la inconfundible risa del niño llamado Diablillo.