lunes, 31 de agosto de 2020

EL VERANO QUE TERMINA Y MI VECINA SORDA QUE ME VISITA.

 

Si os digo que se está terminando el verano, me contestaréis que eso es obvio, si os digo que este año ha sido extraordinario por la forma en la que nos hemos visto obligados a comportarnos tampoco lo encontraréis digno de mención y menos a estas alturas, pero si os digo que todavía sigo noqueada por la visita de mi vecina sorda, estoy segura que más de uno sabréis a qué me refiero con ese comentario.

Sus visitas son inevitables ¡qué le vamos a hacer! y cuando ocurren una espera que se espacien en el tiempo para poderlas digerir con mayor facilidad.

Ayer volvió a llamar a mi puerta como si hubiese fuego. Acudí a abrirle y allí estaba ella con una gran mascarilla cubriéndole todo el rostro. En una mano llevaba una bolsa de papel y en la otra una bolsa de plástico. Al franquear la entrada me gritó:

-¿Puedo pasar o estáis durmiendo?

Frase típica y tópica de mi vecina sorda. A renglón continuo entró entregándome la bolsa de plástico.

-Te he traído unos rosales. Tienes el jardín muy abandonado y debes plantarlos ya.

Intenté explicarle que, debido a la pandemia, muchas plantas se me habían muerto y no pensaba reponerlas hasta que pudiese atenderlas bien, sin embargo, esa explicación no pareció ser de su agrado así que me espetó con sequedad:

-Si no los plantas tú vendré yo a hacerlo.

A continuación, entró en casa con paso firme. Se sentó. Saludó a mi madre a la que preguntó:

-¿Cómo se encuentra?

-Mi madre le respondió que muy limitada por no poder andar bien.

Mi vecina le preguntó cuántos años tenía y al responderle que tenía 90 ella dio un grito de admiración y confesó.

-Está mejor que mi marido que sólo tiene 84.

A partir de ahí comenzó la catarata de reproches sobre el estado anímico de su consorte y de lo esclavizada que la tenía con sus achaques. A las críticas continuaron sus lamentaciones y después los reproches.

Aunque mi madre intentó alejar la conversación de ese derrotero íntimo, ella volvió e insistió en más de una ocasión sobre su dependencia marital. En vista del poco éxito y para evitar más comentarios de esa índole, le indiqué que no se quejase de su marido que éste siempre le había tratado muy bien a lo que me contestó:

-Sí, es cierto, pero con el tiempo las cosas se ven de otra manera. Has hecho muy bien en no casarte. Estás mucho mejor así, sin ninguna obligación y sin preocuparte por nadie ni nada.

Ante tal comentario protesté y le dije que cada uno tenemos nuestros problemas y que no se puede juzgar la vida de los demás bajo la perspectiva egocéntrica de ella, pero no me valió de nada mi defensa. Durante un buen rato estuvo despotricando sobre mi estado civil y me fortuna.

Cuando por fin decidió cambiar de tema habló de la noticia de la amante del rey emérito y la frivolidad de la nobleza a lo que concluyó que se habían descuidado y que su obligación era la de mantener las apariencias y no airear los secretos de alcoba, pues, la culpa siempre es de la amante y nunca la del rey.

Como siempre me di por vencida. Dejé que la catarata, de sus comentarios, continuase hasta que pareció cansada de su monólogo y decidió que debía regresar a su casa para prepararle la cena a su marido.

Ya casi en la puerta se acordó de la bolsa de papel que llevaba en la mano, por lo que regresó para comentarle a mi madre que dentro de esa bolsa llevaba un racimo de uva de su viña. La había salvado del ataque de las avispas, a las cuales, cito literalmente, había vencido su voracidad enfrentándose a ellas de frente para evitar su aguijón. Remarcó que las había ido matando una a una, lo cual le alabé como una gran hazaña, más propia del sastrecillo valiente que de la ratita presumida.

Ya en la puerta, prometió regresar para comprobar si había plantado los esquejes de los rosales, así que no puedo dar el verano por concluido, pues falta una nueva visita de mi vecina sorda.

 


jueves, 27 de agosto de 2020

GUIÑOS MEMORÍSTICOS 01


En el estanco podías comprar de todo, desde un sobre y un sello, cuando la gente tenía la costumbre de enviar cartas era lo normal, hasta un paquete de picadura de tabaco para liarlo con el papel de fumar.
Mis visitas al estanco eran por otros motivos y es que en mi pueblo, el estanco, hacía las veces de papelería.
Recuerdo perfectamente a la propietaria de ese negocio. Tenía fama de ser seria y antipática con la mayoría, sin embargo, conmigo era todo lo contrario. Aquella tarde me acerqué al estanco para comprar unos mapas. Debía rellenarlos con los datos que nos había dado la maestra. Ni corta ni perezosa, aparté la cortina de la entrada y le dije con voz alta y clara.
-Deme un mapa de la peninsula del Peloponeso.
La propietaria me miró y esbozó una sonrisa que semejaba ser una mueca extraña.
Pensé que no me había entendido, pues, tampoco tenía ninguna obligación de saber de qué peninsula se trataba, así que me apresuré a aclararle
- Un mapa de Grecia.
A lo que la estanquera, con gran habilidad y rapidez, me respondió.
-Capital Atenas.
Debí de quedarme con la boca abierta, pues la mujer volvió a sonreír, y, al ver mi reacción de auténtica sorpresa, completó su comentario.
-¿El mapa lo quieres físico o político?
Desde entonces, cada vez que iba al estanco, le comentaba mis progresos en la geografía mundial.



GUIÑOS MEMORÍSTICOS 02

 

El caso es que esta foto no es exactamente la situación que se daba durante esas noches de verano. Yo era la que les contaba las historias y ellos eran los que me escuchaban. Yo tenía un buen repertorio y variado. La que más les solía gustar y siempre querían que les volviese a contar era la basada en un asesino que tenía por costumbre lavarse las manos antes de atacar a sus víctimas.
Un día, como sabía que ellos volverían a pedírme que se la contase, decidí que introduciría una variación. Preparé una palangana con agua pues, cada vez que el asesino se lavase las manos, yo, como narradora, lo haría de verdad. Les hizo mucha gracia, así que, el asesino, se lavó las manos muchas más veces de lo habitual en él. En una de esas les salpiqué con unas gotas, lo hice sin mala intención, sin embargo, al instante, ya estábamos los tres completamente mojados. Recuerdo que nuestras madres nos regañaron por habernos tirado el agua sobre la ropa y el pelo, pero tampoco hubo más trascendencia en el tema. Al fin y al cabo era verano.

GUIÑOS MEMORÍSTICOS 03


Tener un Seat 600 era el signo del progreso familiar. Mi tío Bernardino, al que todos llamábamos Bernardo, fue el primero en comprarse uno. Las cosas le iban bien. Trabajaba en el parque de bomberos y los días que libraba, seguía trabajando en un taller como soldador.
Cuando lo estrenó vino a casa a enseñárnoslo. El viaje desde la ciudad al pueblo debió de ser toda una pericia para el conductor novel.
Que yo recuerde nunca nos invitó a dar una vuelta en ese minúsculo coche y tampoco lo hice con ningún de los otros que tuvo. Quizás no se terció la ocasión.
Mi tío Bernardo era hombre de pocas palabras. Se las tragaba con el humo de sus continuos cigarrillos Ducados. El caso es que a mí me caía muy bien y eso que todos decían que era un antipático de mal carácter. No, no creo que fuese tal, quizá se tratase de algo tan sencillo como que su vida familiar no se correspondiera con la que hubiese imaginado.
Recuerdo que la última vez que lo vi con vida me llamó por mi nombre familiar y me dijo que quería despedirse de mí. Aquello fue algo más que una despedida puesto que habló y habló hasta que se le agotó la voz.
Tengo un buen recuerdo de aquel hombre de carácter seco.
Y no sé porqué motivo, cuando vuelvo a ver un Seat 600 recuerdo esa conversación, quizás se deba a que quedó pendiente la vuelta a la que nunca me invitó.
Foto del fotógrafo Alcodori. Sin datar.


UNA VIDA SENCILLA

Quiero pensar que ninguno de todos nosotros llegaremos a desaparecer por completo y que alguien, alguna vez, se acordará de nuestro paso por esta vida. Ayer fui al sepelio de un vecino de toda la vida. Murió con 89 años. Tuvo una vida tranquila. Era agricultor y su mayor pasión fueron los animales de tiro. Se especializó en su doma para su utilidad en las labores del campo. Recuerdo, que de pequeña, me fascinaba ver su carro y caballo. Me parecían impresionantes, tan grandes y tan bien equipados con sus cinchas de cuero y el claveteado dorado de los arneses. Después fue evolucionando. Se compró uno de los primeros tractores que hubo en el pueblo. No uno cualquiera, sino uno de gran capacidad y potencia, no obstante, continuó teniendo un animal de tiro hasta que su edad le permitió cuidar de él. 

No se casó y, a su modo, afrontó la vejez recordando los buenos tiempos con los vecinos que aún quedaban de ese ya menos cercano pasado. Su paso discreto por la vida no deja de ser el de uno más; no brilló por ser extraordinario, pero tampoco podía ser imprescindible, o al menos así lo veo yo.

Bon viatge José M. Que la terra te siga lleu.
De la fotografía es el primero por la derecha. Lleva una camisa blanca con las puntas anudadas.