miércoles, 28 de diciembre de 2016

EXTRAÑOS JUGUETES


Inexplicablemente mi reloj se paró. Me detuve para mirar qué le había ocurrido y, entonces, me di cuenta de que estaba junto a la entrada de una tienda donde colgaba un viejo cartel que rezaba: RELOJERÍA. Un impulso secreto me empujó a entrar. Tuve que bajar dos escalones que la separaban de la acera y me encontré inmersa en otro mundo. Por las paredes, junto a numerosos relojes, se encontraban colgadas ruedas dentadas, manecillas, esferas y carcasas de relojes que desafiaban al tiempo y la gravedad con su vacío. Además, un constante tintineo de las cuentas de una cortina que separaba, lo que parecía ser la trastienda de la tienda, simulaba el tic-tac de un reloj invisible. 

Había un pequeño mostrador y tras él había un hombre menudo que usaba unos manguitos oscuros y una visera para evitar la luz directa de la lámpara que en el techo iluminaba el local. Como si su cabeza funcionase a resorte levantó la cara para mirarme. Lo hizo sin quitarse la lente de aumentos que llevaba fijada en uno de los cristales de las gafas. Tuve la sensación de que me escrutaba el rostro como si también se fuese la maquinaria de aquellos relojes.

-¿Qué desea? –Dijo con una voz que sonó metálica.

-Mi reloj ha dejado de funcionar, puede que esa la pila ¿me la podría cambiar?

-Claro, esto es una relojería –dijo el hombre con una media sonrisa.

Se lo di y mientras lo abría, me dediqué a contemplar la extraña decoración de las paredes.
-Curiosa ¿verdad? ¿Quiere ver el interior? 
Y apartó la cortina tintineante para que pudiese verlo mejor.
-Puede pasar y contemplar mis máquinas, pero no las toque, por favor.
Mi curiosidad predominó sobre la prudencia. Crucé aquel extraño umbral y me vi rodeada, no sólo de relojes de carillón y de pared de todos los tamaños, sino de unos autómatas que parecían estar esperando que alguien los visitase.
-Son mis juguetes ¿le gustan?
El relojero me había seguido y, sin darme tiempo a contestarle, encendió un interruptor que había en la habitación. Los autómatas comenzaron a funcionar.
Aquello fue una explosión de vida. Todos los relojes comenzaron a sonar y los juguetes a moverse. Me sorprendió una pareja sentada frente a un tablero de ajedrez y uno de los jugadores movió una de las piezas. Lo hizo con tanta precisión que sus dedos parecían ser humanos. Quedé absorta observándolos tanto que me asusté cuando sentí una mano que me apretaba la muñeca. Miré a ver quien pedía mi atención y era una pequeña muñeca que me sonreía mientras decía, con voz metálica:
-Llévame contigo.
Me horrorizó aquella frialdad. Como pude me desasí de la mano y retrocedí hasta salir de aquel cuarto.
-No se asuste, son inofensivos. 
El relojero estaba, otra vez, en su sitio, como si no se hubiese movido de allí nunca.
-Gracias, pero no estoy interesada en los juguetes.
Frunció el ceño y con un gesto duro me dio mi reloj.
-Ya lo tiene arreglado. 
Le pagué y me precipité a los escalones para salir de aquella tienda.
-Vuelva cuando quiera y con quien quiera, mis juguetes le esperan.
Volví la cabeza para contestarle y vi a la muñeca que me despedía moviendo la mano metálica subida al mostrador.

viernes, 16 de diciembre de 2016

PEQUEÑA DISERTACIÓN SOBRE MI INEFABLE VECINA SORDA





 Si os digo que el pasado domingo tuve la visita de “la inefable” seguro que pensáis que se trata de mi vecina sorda. Quizá sea el mejor calificativo que la defina.
Como es habitual en ella, llamó con fuertes timbrazos, y, al abrirle la puerta, preguntó, a voz en grito, su pregunta favorita:
-¿Os he despertado?
Esta vez, no me enfadé, no conseguía nada, al contrario, bromeé al contestarle:
-Mire sí, los domingos suelo dormir.
Me ha mirado y se ha reído de mi ocurrencia. Por fin ha comprendido que bromeaba.
Intentar hacer un resumen de su divagación es complicado, por no decir imposible, pues constituiría una tarea ardua el conectar las frases inconexas que suelta. Con el torrente de palabras que emite entra y sale de distintos temas con gran facilidad y eso dificulta la tarea de cualquier seguimiento.  Entre sus temas recurrentes se encuentra el estado de la ciudad en la que vivimos, aunque no es el único de la cotidianidad, pues una y otra vez hace una incidencia en lo pervertida que anda la juventud, hoy en día, el miedo que le da que su nieta mayor, de dieciocho años ya, pueda quedarse embarazada sin pasar por la vicaría, y, la falta de responsabilidad de todos lo que ostentan el poder; así podría enumerar un sinfín de temas más que pasan por su boca y que, al fin y al cabo, resumiré en dos que son: Lo importante que es no perder la memoria para morirse y la poca gracia que le hace Mónica Oltra. Parece que no tengan relación ambos, pero, según ella, sí que la hay, pues, la memoria es necesaria para morirse en paz y la otra, la cuestión política local, es decisiva porque rige la vida cotidiana y la encargada de administrarla no viste bien, pues, según mi vecina sorda, no le corresponde disfrutar del poder conseguido con el mero hecho de lucir camisetas en las Cortes.
No entraré en detalles, pues daría para escribir un tratado sobre la mentalidad de los valencianos del postfranquismo. Mi vecina sorda es una gran representante de ese sentir. Ni que decir tiene que no es la única, como ella hay más de las que os imagináis.
Su visita dominical se alargó, pues ya había comido, por eso, decidí invitarle a un café y a un trozo de tarta recién hecha. Lo primero lo rechazó, sin embargo, lo segundo, lo tomó con sumo gusto.
-¿La has hecho tú? –Tras engullir el primer bocado continuó interrogándome. –Además de hacer repostería ¿también sabes cocinar?
No tuve tiempo de contestar, pues, ella misma aseveró:
-Es una lástima que no te hayas casado. En fin, no sé qué decirte si estás mejor así o peor que mis hijas. Mi mayor ya se ha divorciado dos veces, aunque, estoy segura que volverá a buscar marido porque ella no quiere estar sin pareja.
Ante tal disertación opté por callarme y dejar que se expresase con libertad, cosa que a mí nunca me deja hacer. Tras terminar el pedazo de tarta que, muy gustosamente le ofrecí, decidió que la visita se alargaba y, a modo de despedida, dijo:
-Bueno ¿y qué os parece la muerte de Rita? A esa mujer yo sé lo que le ha pasado y es que el propio partido la ha matado de un disgusto y, luego, la prensa la ha rematado.
Curioso, pensé, porque, según ella, Rita murió dos veces.
Ese fue el final de su conversación y, esta vez, conseguí que no opinase sobre mis plantas y la posible falta de riego, aunque quizá se deba a la gran cantidad de agua que ha caído.

sábado, 10 de diciembre de 2016

ADELA MARGOT, LA ESTRELLA VALENCIANA DEL MONÓLOGO



Entre 1917 y 1919, la mayoría de los países europeos, se encontraban enzarzados en la contienda que pasó a denominarse: La Gran Guerra. Además, en el frío y lejano reino de los zares,  La Revolución Bolchevique, vivía su momento álgido. Parecían hechos distantes y lejanos pero, ¿hasta qué punto, estos hechos podían afectar a la aparentemente indiferente España? Digo lo de aparente porque, a pesar de su manifiesta neutralidad, en realidad, sólo se trataba de una postura oficial de sus gobernantes, pues, a la hora de la práctica, con el paso del tiempo, se ha demostrado que fue una postura falaz.
Un claro exponente de la rica economía de la ciudad lo constituía el puerto de la ciudad. Sus movimientos de exportación estaban muy unidos a la actividad comercial europea de manera que ésta se enriquecía con esta contienda, prueba de ello era la floreciente economía que se mantuvo durante esos años. Su postura siempre fue bifronte,  por una parte demostró una afinidad germanófila, pero, no por ello dejó de estar conectada con el resto de países aliados con los que también mantuvo sus relaciones comerciales. Como curiosidad, indicar que el precio de la exportación de las naranjas, comercio floreciente durante esos años, se realizaba con el valor de la libra esterlina.
No me voy a extender en cuestiones históricos sociales donde hay expertos que las han analizado mejor que yo pueda hacerlo, no obstante, sí quiero comentar un aspecto que parece ser olvidado de la vida espectacular de mi ciudad: Valencia. 


La  boyante economía de la ciudad  tenía, por supuesto, su reflejo en la vida espectacular de la ciudad. Alrededor de una veintena de teatros se concentraban entre el centro histórico y la periferia de la ciudad. Eran edificios construidos entre el siglo XIX y el XX que oscilaban entre los de gran capacidad para albergar a un público de clases algo más pudientes, junto a los de menores dimensiones que, aunque no por ello menos populares e importantes, tenían un público muy definido.
Por supuesto, las compañías locales actuaban en sus escenarios con obras, casi siempre de corte popular, como eran los sainetes, los juguetes cómicos y los monólogos, piezas, en particular que resultaban ser las favoritas de los espectadores tanto de la ciudad como de los pueblos de la huerta que acudían a sus dobles e incluso triples sesiones.
Estas piezas escritas por autores, populares del momento, como lo eran los hermanos Álvarez Quintero o Jacinto Benavente, entre otros, llenaban los escenarios, tanto los teatros grandes, como el teatro Principal, como de los pequeños locales. Su puesta en escena significaba el lucimiento de un primer actor o primera actriz y el aplauso de un público entregado a ese tipo de teatro de autor contemporáneo. Este tipo de espectáculos era jocoso, y, al mismo tiempo, con todos los tópicos del género. Dentro de esta maraña de autores y actores conocidos también se encontraban los locales, es decir, los que hacían un teatro propio de la ciudad. 


El humor socarrón de los propios valencianos era llevado a las tablas por compañías locales. Y entre todas ellas, destacaba la figura de una artista: Adela Margot. Durante el año 1919, actuó en el pequeño Salón Eden-Concert con un repertorio de pequeños monólogos de los que, algunos de ellos, ella declaraba ser la autora. Los títulos  de sus piezas breves hacían referencia a la situación del momento y sorprenden por la ironía de los mismos: La bolcheviki, Agua, ¡Abajo los hombres!, ¡Abajo la sicalipsis!, Aspiración femenina, Una diputada en el año 2000, entre otros. Su fama ya venía de mucho antes y de hecho era conocida por su ruidosa presencia en las Fallas de 1912.

La polémica actriz protagonizó fue el ninot central del monumento de la falla de la plaza del doctor Collado. Margot aparecía actuando en un escenario ante un público entregado. En realidad, la razón de la polémica, más que por la propia actriz, se debió por el público, representado en la falla, que aparecía jaleándola. Junto a la orquesta, entre el público, se reproducían los rostros de los habituales clientes de los espectáculos de Adela Margot. La identificación provocó el escándalo y la polémica hasta el punto de obligar, a los responsables de la obra, a tener que sustituir las cabezas de algunos de los ninots para evitar el escarnio público de éstos. 

Margot fue todo un símbolo de aquello que tanto se admiraba y también de lo que se ocultaba, tanto en la vida espectacular como en la social de la ciudad.