domingo, 11 de octubre de 2020

LA INCREÍBLE HISTORIA DE LA MUJER MENGUANTE 04


Era tan increíble y tan incierta que ni ella misma, que estaba viviendo su propia historia, llegó a creerla en ningún momento.

Aquella mujer, de singular sonrisa, descubrió que su sombra menguaba a medida que avanzaba su vida. Al principio no le dio ninguna importancia, pues, al fin y al cabo, qué necesidad había de mantener algo oscuro en su personalidad, pero, cuando se dio cuenta, que cuando su sombra menguaba también lo hacía ella, es cuando se preocupó por lo que podría resultar al final de tan extraño fenómeno.

Un día, mientras andaba de tienda en tienda buscando las novedades de vestuario, comprendió la realidad. Se miró en uno de los espejos de los probadores y vio que el proceso había terminado. Su sombra había desaparecido por completo. Por mucho que la buscó, colocándose a contraluz, no logró que se proyectase, por lo que ya nada sería igual. Salió de la tienda abatida y malhumorada. En su cabeza se barajaba la idea de que, como su sombra, ella desaparecería sin remedio, pensó, y, lo peor de todo sería que nadie la echaría de menos. Abrumada en estos pensamientos salió de la tienda sin realizar ni una compra. Anduvo por las calles errática y pensando qué sería de ella. No miraba por donde iba. Cruzó una calle y a punto estuvo de ser atropellada por un coche que no la había visto. Ahí estaba su triste realidad. Ya nadie la veía. Todos parecían haberla olvidado por completo. Imaginó que aquello debía de ser lo más próximo al fin. Estos tristes pensamientos le nublaban la mente cuando tropezó con un objeto que atrajo su atención; se trataba de un guante con una rosa roja engarzado entre el dedo índice y el pulgar. 

¿Qué sería aquello? –Pensó.

Se agachó. Lo recogió del suelo. Lo miró atentamente. No semejaba ser un guante cualquiera, más bien recordaba a una mano que había sido curtida en cuero. La rosa que tenía enganchada entre los dedos era de una extraordinaria belleza. Sus pétalos, de un rojo intenso, semejaban ser carnosos por lo que, a la mujer menguante, le apeteció acariciarlos y así poder calibrar su textura.

-¡Ni se te ocurra tocarme!

Aquella voz imperiosa y chillona le paró la mano cuando ya estaba a punto de tomar uno de los pétalos.

-Soy muy delicada y podrías romperme con esos gruesos dedos. –Le gritó la rosa. –Te dejo que me admires, pero no me toques.

La mujer menguante permanecía atónita. Una flor que hablaba. Era la primera vez que encontraba a una con esa cualidad.

-Ya sé lo que estás preguntándote, pero sí, soy una flor parlante. Soy única en el mundo y eso me hace más increíble, valiosa y, sobre todo, IN-TO-CA-BLE.

-¿De dónde has salido tú? –Se atrevió a preguntarle la mujer menguante.

La flor soltó una singular risita y dijo:

-Parece mentira que me hagas esa pregunta.

La menguante abrió la boca con la intención de contestarle, pero se paró ante el siguiente comentario que hizo la flor parlante.

-Sólo estoy en tu imaginación.

-¿En mi imaginación? –Repitió incrédula la mujer.

-¡Claro! Donde si no me ibas a encontrar, pero, acaso, ¿sabes tú dónde estás?

Ante la contundencia de la pregunta de la flor, la mujer menguante entendió lo que sucedía. No había tal flor ni nadie que le hablase, más bien se trataba de un reflejo de sus funestos pensamientos que le habían creado ese espejismo en forma de ese objeto inanimado y al que le había atribuido la cualidad de hablar.

Iba a soltarla cuando notó un trino en su hombro. Un pequeño pájaro de color naranja se había posado sobre ella.

 

EL PÁJARO NARANJA

-¡Espera! ¡Espera! No tengas tanta prisa. –Se dijo a sí misma. –Si la flor te ha dicho que sólo existe en tu imaginación, este pájaro tampoco debe de ser real.

La mujer menguante lo deducía tras su extraña conversación con la coqueta rosa, sin embargo, el pájaro parecía ser real. Notaba el roce de sus patitas sobre su fina blusa.

-No sé porque me preocupo tanto pi-pi-pi, no es la primera vez que me pasa, pi-pi-pi, claro, si no llega a ser por mis alitas pi-pi-pi, qué habría hecho yo, pi-pi-pi.

El pajarito naranja también tenía la cualidad de hablar. Aquello era igual o más que increíble que lo de la flor parlanchina, pensó la mujer menguante, pues estaba sucediéndole algo muy grave, porque, como le había advertido la rosa, todo debía de ser producto de su imaginación.

-¡Soy un imprudente! Pi-pi-pi. Me dejo arrastrar por las pasiones y luego me pasa lo que me pasa, pi-pi-pi.

El pájaro naranja no dejaba de moverse de un lado a otro de su hombro. Daba saltitos recorriendo pequeños trechos mientras hablaba o, al menos, así le parecía que lo hacía a la mujer menguante. ¿Se estaría volviendo loca? –Pensó.

-No, no creas todo lo que ves, pi-pi-pi, me dijo aquella urraca gorda y asquerosa, pero no podía negarme a no creer lo que estaba sucediendo ante mí, pi-pi-pi.

-¿Qué le ocurriría para estar tan inquieto? –Se preguntaba la menguante. 

Por momentos comenzaba a interesarse por lo que estaba escuchando y menos por el hecho de quien lo decía que no debía tener la cualidad de hablar.

-Creo que tendré que aclararlo todo antes de que se acabe el día, pi-pi-pi. Sí, eso es lo que haré, pi-pi-pi. Pero para ello necesito que alguien me aconseje así que qué mejor que la gran lechuza, pi-pi-pi-pi-pi.

Por el alborozo que comenzó a demostrar el pajarito naranja, la mujer menguante comprendió que algo planeaba, pero qué sería. Abrió la boca para tomar aire y formular su pregunta, pero recordó la sentencia, que un momento antes le había pronunciado la rosa coqueta, sobre su imaginación, sin embargo, la curiosidad le superó frente la sensatez así que se decidió a preguntar a su ocasional acompañante qué le ocurría.

-¿Le puedo ayudar, señor pájaro? –Le preguntó con un hilo de voz.

-¡Ah! ¡Ya lo he vuelto a hacer! –Respondió el pájaro. –Me he posado en otro árbol parlante, pi-pi-pi.

-Se equivoca, no soy un árbol. –Le respondió la mujer menguante. –Soy humana.

-No me vengas con bromas, vieja encina, que yo os conozco mejor que nadie, pi-pi-pi.

El pájaro naranja se acercó hasta su oreja y con su pequeño pico, le rozó el lóbulo y se lo picoteó. Un agradable cosquilleo le hizo sonreír.

-Retiro lo de vieja, porque todavía tienes alguna ramita blandita, pi-pi-pi.

A la mujer menguante, lejos de enfadarle la confusión del diminuto alado, le provocó risa por si inocente comparación.

-Me gustaría ayudarte –Le respondió con tono conciliador. –Espero que aceptes la experiencia de esta pobre encina.

-No sé si debo abrumarte con mis divagaciones, pi-pi-pi. Pero bueno, como tú estás anclada al suelo y no te puedes mover, voy a contarte mi problema, pi-pi-pi.

-Soy todo oídos. –Le respondió la mujer menguante que comenzaba a divertirse con la confusión que le había creado con el pequeño pájaro.

-Pues bien, todo comenzó con la fiesta de gala que celebran cada primavera, pi-pi-pi, en el jardín de la gran casona. Como tú no te puedes mover de aquí igual no te has enterado, pero la situación es grave, muy grave, pi-pi-pi. Debido a que hace más calor del habitual, este invierno, las golondrinas, no se fueron, por lo que no podemos hacerles una gala de bienvenida, pi-pi-pi.

-¡Claro que se fueron! –Le respondió la mujer menguante. –Si las despedí yo con esta ramita que todavía tengo flexible. –Le dijo conteniendo la risa y moviendo la mano como si estuviese despidiendo a alguien.

-¡Imposible! Pi-pi-pi. No se han ido porque yo he estado con ellas todo el invierno y, te aseguro, que son bastante pesadas de soportar con sus parloteos monótonos, pi-pi-pi.

-Bueno, tampoco es importante, si no se puede hacer la fiesta por ese motivo se busca otra cualquier excusa y se celebra.

-¡No te enteras de nada! Pi-pi-pi. –Le gritó el pajarito que parecía ponerse nervioso. –Esa imprudente decisión es la que nos ha llevado a la ruina a todas las aves, pi-pi-pi.

-Pues no veo el problema. –Confesó la mujer menguante.

-¡Imposible! Pi-pi-pi –Repitió con un trino que sonó a enfado. –Ese cambio de orden sólo lo realizan los humanos y así les va, pi-pi-pi.

-Entonces… -le inquirió la mujer menguante, algo desconcertada por la respuesta del pájaro naranja. –¿Qué es lo que harás?

-El jefe de la colonia alada me ha enviado en busca de una solución y, tras preguntar a las gordas urracas, pi-pi-pi –Hizo un gesto despectivo al nombrarlas. –Esas viejas son muy desagradables. Me habían advertido que tuviese mucho cuidado con ellas porque son violentas y voraces, pero como están en todas partes, son las que más saben lo que ocurre. No me gustan, pi-pi-pi, son antipáticas y orgullosas y se creen las dominadoras de la zona, pi-pi-pi. Sólo piensan en comer y no reparan en destrozar los nidos ajenos, pi-pi-pi.

-Pero lograste hablar con ellas. -Le interrumpió la mujer menguante que cada vez estaba más intrigada por lo que le contaba el pájaro naranja.

-Oh, sí, claro que lo hice. Fui a la parte del bosque donde se suelen reunir cada atardecer. Como sé que no son de fiar, me coloqué en una ramita fina donde ellas no pudiesen posarse, pi-pi-pi, mientras les hablaba y así poder evitar que me atacasen por sorpresa, pi-pi-pi. Su exceso de peso, no les permitía el acercarse y alcanzarme mientras les hablaba.

-¡Muy astuto!

-Pi-pi-pi ¡Muchas gracias, querida encina! Pi-pi-pi -Respondió muy contento el pajarito naranja que parecía estar ufano de su astucia.

El pájaro naranja le rozó el lóbulo de la oreja con una de sus alitas en señal de agradecimiento.

-Sin embargo, son tan malvadas que aún se las han ingeniado para intentar comerme como aperitivo, pi-pi-pi. Con sus malas artes, una de ellas se colocó en la misma rama donde estaba, en la parte donde ella podía aguantarse por su peso, y la balanceó para hacerme perder el equilibrio, pi-pi-pi. Pretendía cazarme.

-¡Qué horror! –Exclamó la mujer menguante. -¿Y cómo saliste de ese atolladero?

-Suerte que tengo unas alas muy ágiles y he remontado el vuelo a toda velocidad, antes de que esas asquerosas tuviesen la oportunidad de atraparme, pi-pi-pi.

-Pero… ¿valió la pena tanto peligro? ¿conseguiste alguna información sobre la no partida de las golondrinas?

-Sí, algo me dijeron sobre la alteración de las estaciones, pi-pi-pi, pero tampoco sabían tanto como querían aparentar.

-¿Y qué piensas hacer ahora?

 -Pues, me armaré de valor y buscaré la solución correcta, pi-pi-pi, pero lo haré yo solo.

-¿Y cómo la encontrarás?

El pajarito dejó de dar saltitos y permaneció quieto durante unos instantes sobre el hombro de la mujer menguante.

-Además de vieja eres olvidadiza, querida encina, pi-pi-pi. Lo he dicho antes. La solución la tiene gran lechuza.

LA LECHUZA

-Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri…

-Muy bien, muy bien, has progresado mucho.

La gran lechuza movía la cabeza rítmicamente. Con los ojos entreabiertos parecía seguir la partitura que desgranaba un hermoso grillo negro como el acabache. El insecto se afanaba en chirriar y con su canto esperaba la aprobación del increíble pájaro que movía la cabeza siguiendo sus acordes.

-Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… crsssssss…

-¿Qué ocurre? -Gritó la lechuza que, con un movimiento espasmódico de su gran cabeza alborotó su plumaje uniforme. -Has cambiado de acorde sin avisar.

-Lo siento, maestra. Me he despistado, pero yo no tengo la culpa porque me ha parecido escuchar un ruido raro.

-Uno debe de estar concentrado con lo que hace. -Le regañó la lechuza. -Tendrás que volver a comenzar desde el principio.

-¿Desde el principio? -Protestó el grillo. -Pero si ya he demostrado que me la sé.

-Nada de nada, otra vez a empezar. Venga. Desde el primer cri.

-Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… Cri-cri-cri… crsssss…

-No, no y no. -Le gritó la lechuza -¿Qué dirás ahora? ¿Te ha despistado el viento?

-Lo siento maestra, pero he visto a un pájaro naranja y a una encina asomándose por ahí me he desconcentrado.

La lechuza iba a volver a recriminar a su alumno cuando el pajarito naranka decidió intervenir.

-No tiene la culpa, gran lechuza. He sido yo el culpable, pi-pi-pi.

-¿Y quién eres tú si se puede saber? -Le preguntó la lechuza con cara de pocos amigos.

-Soy el pájaro naranja que todo lo pregunta, pi-pi-pi.

-Ah, ya veo. ¿Y quién te acompaña?

-Sólo es una encina, pi-pi-pi.

-¿Una encina? Pero si lo árboles no pueden andar.

-Ya lo sé, pi-pi-pi, pero esta ha resultado ser más ágil que las que me he posado hasta ahora, pi-pi-pi y…

-Buenas señora lechuza -Le interrumpió la mujer menguante. -No soy una encina, pero el pájaro naranja me ha tomado por tal.

-¿Y si no eres una encina? ¿qué eres? -Le preguntó la lechuza mirándola de arriba a bajo y de abajo a arriba.

-Es una buena pregunta, gran lechuza, porque ni yo misma lo sé. -Le respondió la menguante con cierta angustia.

-Bien, esos dilemas personajes los dejaremos para otra ocasión. Y ahora, si no os importa a los dos, nos dejáis proseguir con la lección que estábamos practicando mi alumno yo.

-Pi-pi-pi, no podemos irnos sin una respuesta, gran lechuza, pi-pi-pi. -Intervino el pájaro naranja.

-¿Qué respuesta? A mí no se me ha formulado ninguna pregunta. -Le atajó la lechuza con un toque de ironía.

-¡Es cierto! ¡La pregunta! Pi-pi-pi. 

El pajarito naranja voló hasta una rama que había cerca de lechuza y comenzó a piar junto a su oído, de manera que la mujer menguante era incapaz de oír lo que este le decía.

-¡Ah, claro! -Exclamó la lechuza. -Eso lo explica todo.

-¿Todo? No, no, imposible, pi-pi-pi.

La mujer menguante comenzó a sentirse incómoda ante tanto secretismo entre las dos aves así que se acercó al grillo para contemplarlo minuciosamente. Nunca había visto uno de tan cerca. 

El grillo, al sentirse observado, se sintió algo cohibido y como si fuese un tic, con una de sus patitas se palpó las antenas provocando un sonido chillón y desagradable.

-Es la primera vez que veo un grillo de tan de cerca. -Confesó la mujer menguante. -Espero no molestarte con mi curiosidad.

-Yo tampoco había visto a nadie como tú. -Le respondió el grillo.

-¿En serio?

-Sí, he visto humanos de muchas maneras, pero que no tuviesen sombra a ninguno. ¿Dónde has perdido la tuya?

La mujer menguante enmudeció ante la pregunta del insecto. Hasta ese instante no había pensado en su desaparecida sombra.

-La verdad es que no sé donde está. Hace poco que ha desaparecido y me siento disminuida sin ella.

El grillo dejó de frotarse las antenas con la pata y así cesó el desagradable sonido.

-Difícil lo tienes. -Le respondió- Pero no imposible. Sólo debes seguir tu instinto para que todo vuelva a ser como era antes.

Tanto la lechuza como el pájaro naranja hacía unos minutos que habían dejado de hablar entre ellos y seguían la conversación que mantenían la mujer menguante y el grillo.

 

 FALTA POCO PARA EL FINAL

 

 

 

 

 

miércoles, 7 de octubre de 2020

LA INCREÍBLE HISTORIA DE LA MUJER MENGUANTE.



Era tan increíble y tan incierta que ni ella misma, que estaba viviendo su propia historia, llegó a creerla en ningún momento.

Aquella mujer, de singular sonrisa, descubrió que su sombra menguaba a medida que avanzaba su vida. Al principio no le dio importancia, pues, al fin y al cabo, qué necesidad había de mantener algo oscuro en su personalidad, pero, cuando se dio cuenta, que a medida que su sombra menguaba también lo hacía ella, es cuando se preocupó por lo que podría resultar al final de tan extraño fenómeno.

Un día, mientras andaba de tienda en tienda buscando los nuevos modelos de vestuario, se dio cuenta de la realidad. Se miró en uno de los espejos del probador y comprendió que el proceso había terminado. Su sombra había desaparecido por completo. Por mucho que la buscó colocándose a contraluz no logró que se proyectase, por lo que comprendió que ya había llegado al proceso cumplido de desaparición y que ahora ya nada se podría hacer por volver atrás. Salió del probador abatida y malhumorada. En su cabeza se barajaba la idea de que, al igual que su sombra, ella desaparecería sin remedio, pensó, y, lo peor de todo sería que nadie la echaría de menos. Abrumada en estos pensamientos salió de la tienda sin realizar ni una compra. Anduvo por las calles errática y pensando qué sería de ella si desaparecía como le había ocurrido a su sombra. No miraba por donde iba. Cruzó una calle y a punto estuvo de ser atropellada por un coche que no la había visto. Ahí estaba su triste realidad. Ya nadie la veía. Todos parecían haberla olvidado por completo. Imaginó que aquello debía de ser lo más próximo al fin. Estos tristes pensamientos le nublaban la mente cuando tropezó con un objeto que atrajo su atención; se trataba de un guante con una rosa roja engarzado entre el dedo índice y el pulgar.

¿Qué sería aquello? –Se dijo para sí misma.

Se agachó. Lo recogió del suelo. Lo miró atentamente. No semejaba ser un guante cualquiera, más bien recordaba a una mano, curtida en cuero. La rosa que tenía enganchada entre los dedos era de una extraordinaria belleza. Sus pétalos, de un rojo intenso, semejaban ser carnosos por lo que, a la mujer menguante, le apeteció acariciarlos y así poder calibrar su textura.

-¡Ni se te ocurra tocarme!

Aquella voz imperiosa y chillona le paró cuando ya estaba a punto de tomar uno de los pétalos.

-Soy muy delicada y podrías romperme con esos dedos gruesos. –Le gritó la rosa. –Te dejo que me admires, pero no me toques.

La mujer menguante permanecía atónita. Una flor que hablaba. Era la primera vez que encontraba a una con esa cualidad.

-Ya sé lo que estás preguntando, pero sí, soy una flor parlante. Soy única en el mundo y eso me hace más increíble, valiosa y, sobre todo, IN-TO-CA-BLE.

-¿De dónde has salido tú? –Se atrevió a preguntarle la mujer menguante.

Esa fue la única cosa que pudo decir la mujer menguante.

La flor soltó una singular risita y dijo:

-Parece mentira que me hagas esa pregunta.

La mujer menguante abrió la boca con la intención de contestarle, pero se paró ante el siguiente comentario que hizo la flor parlante.

-Sólo estoy en tu imaginación.

-¿En mi imaginación? –Repitió incrédula la mujer.

 -¡Claro! Donde si no me iba a encontrar, pero, acaso, sabes tú dónde estás.

Ante la contundencia de la pregunta de la flor, la mujer menguante entendió lo que sucedía. No había tal flor ni nadie que le hablase, más bien se trataba de un reflejo de sus funestos pensamientos que le habían creado ese espejismo en forma de ese objeto inanimado al que le había atribuido la cualidad de hablar.

Iba a soltarla cuando notó un trino en su hombro. Un pequeño pájaro de color naranja se había posado sobre ella.

-¡Espera! ¡Espera! No tengas tanta prisa.

 

 


CONTINUARÁ...