La
pantalla de aquel cine tenía una hendidura en el margen derecho. La mayoría del
público no se fijaba en ese defecto, sin embargo, a Merceditas, aquella grieta,
le estropeaba todas las películas. Llegó hasta desesperarse al contemplar cómo
la imagen proyectada se torcía en esa esquina como si fuese un dobladillo mal
cosido. La deformidad le hacía perder el hilo del argumento.
Aquella
tarde salió del cine más disgustada que nunca. Su amiga Enriqueta no dejaba de
parlotear sobre lo bonita que había sido la película, que si los trajes de la
actriz, que si el actor era muy atractivo, mil y un detalle que Merceditas no llegó
a disfrutar por causa de la distorsión en la proyección. No le contestó, pero a
pesar de que le gustaba muchísimo ir al cine pensó que ya no regresaría más y
la tarde del domingo, la única que tenía libre, sólo iría al baile o pasearía o
se sentaría en una terraza para ver pasar a la gente.
Las
dos amigas, Merceditas y Enriqueta, se encaminaban ensimismadas hacia su casa
cuando, a tan sólo unos pasos de ellas, una mujer se desplomó en medio de la
acera. Algunos transeúntes intentaron acercarse para atenderla, pero antes de
que lo lograsen, un hombre, vestido con uniforme militar, se interpuso, entre
los que intentaban socorrerle y la desfallecida, logrando aislarla. A pesar de
todo Merceditas sorteó su control, pero no consiguió llegar hasta ella porque
la fuerte mano del militar la asió por el brazo deteniéndola.
-¡No
la toques! –le gritó el hombre. –Tiene el tifus y puede contagiártelo.
Merceditas
no sabía exactamente qué era eso, pero el ímpetu con el que se lo ordenó le
provocó un miedo atroz.
-Pero
no puede dejarla ahí tirada como si fuese un animal. –Replicó ella cuando logró
reaccionar.
-Señores,
circulen que no hay nada que mirar. –Insistió el militar al resto de viandantes
que se detenían ante la desfallecida mujer.
En
ese momento, un guardia urbano se unió para controlar a la gente empujándola
hacia un lado. El tono despectivo con el que el militar acompañaba sus órdenes
de alejamiento aún molestó más a Merceditas. A la orden del guardia requisaron
un carrito de un aguador tirado por una burrita famélica. En el se cargó a la
mujer para llevársela de allí.
-¿Qué
será de ella?
-No
se preocupe la llevarán a un sanatorio. –Le contestó el militar.
Fue
entonces cuando Merceditas se observó las medallas que lucía sobre el uniforme.
Aquel hombre, de manos grandes y voz atronadora, con un rostro de marcadas
arrugas de expresión junto con la boca y el entrecejo fruncido que le
proporcionaba un aspecto más avejentado del que debía tener. Merceditas sintió
miedo de él, sin embargo, no quiso demostrárselo así que con tono firme se
despidió y tiró de Enriqueta quien, durante todo ese tiempo, se había mantenido
callada. Ambas aceleraron el paso hasta casi correr para alcanzar el portal de
su casa lo antes posible. Subieron la angosta escalera hacia sus respectivos
cuartos contiguos sin cruzar ni una palabra.
Merceditas
cerró la puerta con llave. Necesitaba aislarse en el interior de su cuarto.
Abrió la ventana y respiró con ansia el aire frío que penetraba. Intentó
serenarse. En su cabeza no dejaba de dar vueltas la idea de que aquella mujer
habría podido ser ella. Miró hacia la pequeña plaza de Lope de Vega y
contempló cómo se cerraban las ventanas y las puertas de las otras casas.
Anochecía. Lo hacía con un viento helado más propio del tiempo invernal que de
finales de mayo. En ese mes, en la ciudad de Valencia normalmente la primavera
ya se dejaba sentir, sin embargo, el artero invierno de 1941 parecía pretender
anclarse como un recuerdo de la guerra. Las ráfagas de viento helado se aliaban
con la escasez de la comida que se acentuaba con la desproporción entre los
elevados precios y los bajos salarios.
Merceditas
sobrevivía con su trabajo de costurera. Logró desempeñar la máquina de coser de
su familia, pero para poder hacerlo tuvo que pedirle el dinero al estraperlista
de la calle del Trench. Cosía y remendaba todo lo que le ofrecían, pero
no le alcanzaba. Con lo que ganaba malcomía y tampoco conseguía reunir las 25
pesetas que debía. Apenas le quedaban cupones de comida en la cartilla de
racionamiento para terminar ese mes, por eso se vio obligada a acudir a él,
otra vez, para pedirle un cuartillo de aquella mezcla que vendía como
aceite de oliva. Su deuda crecía a tal velocidad que todo lo que ganaba servía
sólo para pagar su cuenta pendiente.
Cerró
la ventana y se arrebujó en la única silla que tenía. Echó un vistazo al cesto
de la ropa por remendar y se decidió a adelantar la costura a pesar de que
fuese domingo. El trabajo le ayudaría a olvidar la situación que tanto le había
perturbado. Encendió un candil y se sentó ante la máquina de coser. Mientras
cosía con aquella vieja máquina se sentía segura y, a su vez, recordaba a su
madre y a su abuela quienes le habían enseñado el oficio. Todas las costureras
de la familia habían utilizado la máquina Singer que, en su día, había comprado
su bisabuela Filomena.
Al
poco de estar cosiendo una prenda, Enriqueta, golpeó repetidas veces a la
pared. Era la contraseña que ambas tenían para comunicarse. Paró la máquina y
fue abrirle.
-¿Por
qué trabajas hoy domingo? ¿Lo haces por lo que has visto? No podíamos hacer
nada ninguna de las dos. –le dijo a modo de saludo cuando le franqueó el paso.
Merceditas
no le contestó, sólo esbozó una leve sonrisa a modo de respuesta a su
recriminación.
-El
caso es que esta tarde no te he contado algo que ni te imaginas.
A
su amiga y vecina todo le parecía importante, por eso, en la mayoría de las
ocasiones, Merceditas no le prestaba ninguna atención, pues cualquier
acontecimiento, por pequeño que fuese, se convertía en una noticia de vital
importancia.
-No,
no la sé. Dímela tú que siempre estás más informada que yo.
-El
marido de la portera se marcha a la guerra europea con la División Azul.
-¡Vaya!
Eso sí que es toda una noticia. –Le respondió Merceditas sorprendida. -¿Por qué
lo habrá hecho?
-Ya
sabes que es un ferviente falangista y que ese es capaz de tirarse a un pozo si
se lo ordenan, pero lo más seguro es que lo haya hecho por la paga que les han
prometido. –Dijo Enriqueta con un tono de desdén.
-¡No
grites que nos podrían denunciar! –Le recriminó Merceditas asustada.
-No
te preocupes. Se han ido todos. Están en la Lonja de la Seda a ver si
reciben un poco de sopa boba de la que reparten las chicas de la Sección
Femenina. Le llaman sopa, pero es un brebaje que no hay quien se lo trague.
Seguro que hierven los mismos huesos todos los días y sólo son los restos del
caldero del día anterior.
A
pesar del tono irónico que Enriqueta utilizó, en su voz, resaltaba la amargura
por encima de la fingida alegría que pretendía mostrar.
-Es
imposible que esto pueda durar un año más. –Gritó Enriqueta con tono áspero.
-Todo
va a seguir igual. Si había alguna esperanza con la guerra europea se ha
perdido. Sólo nos espera resistir. Al hambre ahora lo llaman tifus.
-No
lo soporto más. Te aseguro que cualquier día me largo de este país.
-Estamos
atrapadas. –Le contestó Merceditas.
Se
oyó la puerta de la entrada. Las dos amigas se callaron y agudizaron el oído
para poder seguir el ritmo de los pasos de quien subían la escalera. La
respiración entrecortada terminaba con una especie de resoplido asmático que
delataba a la portera. Se detuvo en el último escalón e intentó amortiguar su
respiración, sin embargo, cuando se inclinó sobre la delgada puerta ambas
pudieron escuchar su resuello a través de ésta. Permaneció unos instantes, pero
pronto se alejó ahuyentada por el silencio.
Enriqueta
volvió a su cuarto. Merceditas prosiguió con su trabajo en la máquina de coser.
***
Hasta
dos días más tarde no tuvo noticias de Enriqueta.
-Creo
que ya tengo la solución. Sé de alguien que podrá sacarnos de aquí y llevarnos
a América.
-Nunca
podremos salir del país. –Le recriminó Merceditas.
-No
te preocupes. Es más sencillo de lo que imaginas. Ellos nos ayudarán.
-¿Ellos?
¿Quiénes? –le preguntó intrigada Merceditas.
-Vamos
fuera que estas paredes tienen oídos.
Enriqueta
tiró de Merceditas para que abandonase su trabajo de costura. Se dirigieron
hacia la Plaça Rodona. Sentadas en un banco de piedra le explicó que
había conocido a un grupo de la resistencia.
-Se
dedican a preparar la salida de varios perseguidos sobre los que pesan largas
condenas, incluso, penas de muerte. Lo tengo todo planificado. Sólo necesitamos
cien pesetas. –Dijo como si fuese la cosa más sencilla del mundo.
-¿Y
de dónde las sacamos? ¿Quieres que robemos un banco?
-No,
claro que no –Le contestó Enriqueta con una sonrisa. –Pero si les ayudamos
ellos nos proporcionaran todo lo que necesitamos para salir de Valencia y
después iremos a América. Sólo tenemos que pasar unos paquetes en las direcciones
que nos indiquen.
-Yo
no quiero verme involucrada con ladrones y delincuentes. –Le contestó
Merceditas que ya desconfiaba de todo lo que su amiga le proponía.
-No
corremos ningún riesgo, te lo aseguro, yo ya lo he hecho y nadie se ha enterado
ni nada me ha ocurrido ¿no lo ves?
Merceditas
se disponía a reñir a su amiga cuando se dio cuenta de que un hombre les miraba,
desde una de las tiendas de la plaza, sin disimulos.
-Alguien
nos está observando.
El
hombre se acercó hasta ellas.
-Soy
el capitán Martí. Nos conocimos hace un par de días; quizás no lo recuerden.
-¡Ah!
Es usted el militar que nos apartó de aquella pobre mujer –Le contestó
Merceditas con tono airado. -¿Está montando guardia a ver si caemos alguna más?
Siento desilusionarle, pero somos fuertes y aún no nos ha vencido el hambre.
Y
sin esperar a que pudiese contestarle tomó a Enriqueta de la mano y se alejaron.
Cuando
llegaron al portal de su casa en uno de los rellanos se encontraba el
estraperlista de la Calle del Trench.
-Te
equivocas si piensas que te voy a perdonar tus deudas. –Le amenazó ante los
ruegos de Merceditas para que le diese un poco más de tiempo. –A mí no me
engañas con esa carita de ángel. El plazo de pago se acorta. Cada día que pasa
me debes una peseta más. No me vengas con que tienes problemas para reunir el
dinero.
Se
alejó con las manos en los bolsillos del pantalón, silbando una melodía que
sonaba más a una risa siniestra que a una canción.
-Tienes
que ayudarme.
-Sí,
lo haré.
***
Todas
las mañanas, lo primero que hacía Merceditas era asomarse a la calle a través
de la ventana y comprobar que el capitán Martí continuaba apostado enfrente de
su puerta. A pesar de todo, su vida proseguía con cierta normalidad salvo que,
cada domingo por la tarde, Enriqueta le obligaba a continuar yendo al cine
donde dejaba de atender el argumento de las películas embebida por la
deformidad de la grieta de la pantalla. Mientras tanto, en la penumbra de
aquella sala, Enriqueta realizaba las entregas y cambios de paquetes que le
daban. Hasta el momento todo había resultado bastante sencillo, sin embargo,
aún no habían conseguido nada a cambio que no fuesen las promesas de que recibirían
la documentación necesaria para circular fuera de Valencia.
Aquel
domingo el cine estaba más lleno que de costumbre. En la cartelera se anunciaba
la última película de Greta Garbo. En realidad, Ninotchka se había
estrenado en 1939 para todos los países menos para España. A pesar de todo, con
dos años de retraso y a pesar de que se hablaba de la revolución bolchevique logró
pasar la estricta censura. En la sala había más hombres de lo habitual. La
Garbo era una de las favoritas de todos y, además, en el cartel se veía que
sonría, pero ¿desde cuándo la diva se reía?
Se
apagaron las luces y fue el momento en el que Enriqueta aprovechó para
cambiarse de asiento e iniciar el intercambio de paquetes. Merceditas intentó
concentrarse en los personajes y olvidarse de la pantalla. La interpretación de
la diva logró abstraerla. Sonrió ante aquella risa contagiosa y la cara de
sorpresa del atractivo protagonista. En ese instante, se escuchó un extraño
sonido parecido al estallido de un petardo. Merceditas reparó en que su amiga
Enriqueta forcejeaba con el estraperlista de la calle del Trench, pero éste la
soltó cuando apareció el capitán Martí. Enriqueta se alejó del
estraperlista. Se encaminó hacia su amiga que la miraba preocupada.
-¿Qué
te ocurre?
No
obtuvo ninguna respuesta salvo una mueca de angustia. Ya en la calle Merceditas
se percató de la sangre que manchaba la mano de Enriqueta.
-Toma
mi bolso. Dentro hay un billete de tren. Ve a la estación del Norte. Toma el
tren a Sagunto. No te detengas por nada ni por nadie. No mires hacia atrás.
Dentro del bolso lo tienes todo. No te preocupes por mí. Yo te cuidaré.
-Pero
estás sangrando. ¿Cómo voy a abandonarte? –Le dijo asustada Merceditas.
-Estoy
bien. Corre y haz lo que te digo y no dejes que nadie te detenga. Prométeme que
lo harás. Prométemelo.
Y
no dejó de repetirlo hasta que le arrancó la promesa de sus labios.
***
Merceditas
tardó treinta y seis años en regresar a Valencia. Al principio, le costó
reconocer las calles de la ciudad de su juventud, pero supo llegar a la plaza
de Lope de Vega y comprobó que continuaba en pie la finca en la que su
amiga Enriqueta y ella habían malvivido aquel año de 1941. Paseó por la
minúscula plaza y, a continuación, entró en la Plaça Rodona. Se sentó en
el banco de piedra y observó el trajín de la gente que entraba y salía de las
tiendas. Estuvo un buen rato mirando y recordando aquellos momentos amargos de
su vida cuando se fijó en una de las tiendas que vendían objetos de segunda
mano. Se acercó hasta allí. Entró en el establecimiento con la esperanza de
encontrar algo de su pasado y así fue, en uno de los rincones se encontraba su
máquina de coser Singer. La miró y no pudo contener las lágrimas. La rozó con
la yema de sus dedos como queriendo recordar las horas que había pasado y perdido
con ella.
-Si
le interesa se la puedo dejar a buen precio. –Le dijo la propietaria que se
acercó hasta ella.
Merceditas
iba a contestarle y cuando levantó la vista vio un cuadro con el poster de la
película Ninotchka. Soltó una risa y a la propietaria le contestó.
-Sí,
me las llevo a las dos.
Qué bonito Francisca... qué bonito. He estado todo el tiempo viendo la imagen en mi mente. Qué de situaciones tendrían que sufrir en aquella época, madre mía.
ResponderEliminarDe veras, enhorabuena. Muchos besos :D
Querida Margarita
EliminarCuánto me alegro que te haya gustado tanto. Mientras lo escribía he disfrutado y he sufrido, pero saber que os ha gustado merece todo y más. Muchas gracias y un abrazo.
De Juan López Gandía Me ha gustado mucho ese duro relato sobre el hambre de la postguerra en España, el tifus, el estraperlo.Está muy bien ambientado,y muy bien escrito, con mucho cuidado por los detalles relevantes como la pantalla descosida del cine, las máquinas de coser y el cartel de Greta Garbo. Y un final excelente que reviindica el papel, no solo nostálgico y sentimental de la memoria, como hace el propio relato.
ResponderEliminarMuchas gracias Juan López Gandía. Siempre tengo la sensación de que me precipito.
EliminarDe María Jesús Mingot Conmovedor el relato. Me ha gustado mucho. Representas muy bien las situaciones socio-políticas a través de los retratos que haces de los personajes.
ResponderEliminarMuchas gracias María Jesús Mingot. Intento ponerme en la piel del personaje, pero a veces me arrepiento de haberlo hecho.
EliminarDe Hélène Girard Dupoiron Bonito cuento, Francisca. Se merecería una novela!
ResponderEliminarMuchas gracias Hélène Girard Dupoiron. Sin casi proponérmelo estoy escribiendo una saga de cuentos de guerra y posguerra.
EliminarDe Maria Angeles Cillero Azofr Me ha gustado Francisca ,entre hilos el ruido de la máquina de coser y la pantalla con esa esquina que distraía y fastiaba la atención a Merceditas son cosas mayores para mi también dos sonidos tan especiales en mi vida.
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegra saber que te ha gustado. Un abrazo
EliminarDe Pili Fernandez Coliflor Tan bonito como triste . Me ha gustado mucho Francisca. Por mi parte 👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽 , y 👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽
ResponderEliminarQuerida Pili Fernandez Coliflor muchísimas gracias por tus comentarios siempre tan necesarios para mí. Sí, ha resultado un relato triste, pero los personajes mandan. Espero que el próximo sea más animado, aunque dependerá de los personajes, claro. Un abrazo amiga.
Eliminarhola! como nos trasladas a otros mundos con tus letras, maravillosa cabeza la tuya que los crea y tu corazon que les da alma, imperdibles, saca un libro de relatos por favor y que lleguen a argentina!! abrazosbuhos. gracias.
ResponderEliminarQueridas amigas
EliminarMe halagan con sus cariñosas palabras. Me encantaría poder cumplir ese sueño de publicar mis relatos en un libro y, por supuesto, que me encantaría que ustedes lo tuviesen. Será mi próxima meta, pero mientras les espero en este blog con todo el cariño del mundo. Un abrazo amigas.
Estimada amiga, te tengo abandonada..
ResponderEliminarQue capacidad la tuya para crear relatos..
Un abrazo
Hola Suni,
EliminarIntento ser lo más regular posible en la escritura. Espero que te haya gustado. Un abrazo.
Gràcies, Paqui. ¡Què bé has retratat eixa època tan dura i tan trista! Igual que si l'hagueres viscuda.
ResponderEliminarEnhorabona! No deixes d'escriure!
Besets.
Moltes gràcies Susi,
Eliminarm'he criat entre gent major que ha viscut moments molts dolents i crec que els seus comentaris en fan escriure. Moltes gràcies per llegir els meus relats i comentar-los.