sábado, 31 de enero de 2015

EL PODER DE CAMBIAR LAS COSAS (Nueva aventura de mi vecina sorda)



 
Mi vecina sorda no deja de asombrarse y asombrarme cada día más. 
Ayer, tras escuchar al apodado ‘pequeño Nicolás’ en un programa de televisión matutino, vino a mi casa escandalizada.
- ¿Te has dado cuenta de la cara tan dura que tiene ese niñato? -Me dijo mientras se sentaba en una de las sillas de mi comedor. - Es un insolente nato o es que ya ha perdido la vergüenza. No puede salir a decir en público que la política es para enriquecerse.
  No lo pude evitar y una risa se me escapó ante su enfado.
-No es caso de risa, no. ¿Ese mocoso no sabe o nadie le ha dicho que aún no es su tiempo para estar en la vida pública? Deberían esconderlo y castigarlo porque no ha llegado su momento. Las cosas se hacen con más tacto y en la política, si cabe, más.
Ese fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia pues, en ese instante le hice memoria de algunos de los políticos de nuestra tierra que, ya hacía tiempo, habían confesado que a la política iban a enriquecerse. Le cité nombres concretos a los que ella había votado, siempre religiosamente, sin exigirles discreción, de ningún tipo, en su manera de comportarse. No me replicó al instante, pero, cuando salió de su asombro por mi reacción, me sentenció:
-Esos políticos a los que te refieres eran de otra pasta. Es cierto que querían enriquecerse, pero ellos sí estaban en su derecho. No demostraban ser tan avariciosos como ese mentecato que no sabe nada, ni da nada a cambio, salvo algún dolor de cabeza.
Marionette Girl postcard, c. early 20th
Me indigné más cuando sentenció que esos faltos de moral a los que ella había apoyado siempre, habían dado algo a nuestra tierra, saqueada, troceada y repartida para unos cuantos codiciosos. Ante mi protesta de su consentimiento ciego me replicó:
-Te equivocas y mucho, los políticos que tanto desprecias representaban el progreso- me dijo con una media sonrisa- todo tenía que desaparecer y que mejor que lo hagan los que están acostumbrados a hacerlo siempre que no los que aún no se han enriquecido. El cambio es eso.
Fue entonces cuando perdí mi calma y le pregunté con tono irónico: 
- Me pegunto qué opinaría su madre si viese que ha regalado las tierras de sus antepasados a unos codiciosos que sólo le han devuelto unas migajas?
En ese instante no le hizo falta que le repitiese las palabras en voz más alta. Me miró seria y me replicó: 
-Me han devuelto lo que me pertenecía. No hay otra. Ellos tienen el poder y lo ejercen para poder cambiar las cosas.
Ante tal respuesta no quise replicarle más, pues nada de lo que añadiese le iba a sacar de su bucle particular de conformismo.
Me senté junto a ella y dejé que me hiciese alguna que otra observación impertinente más.
Cuando comprendió que no iba a seguirle el juego se levantó, con cierta dificultad de la silla. Se apoyó en mi hombro y me dijo ceremoniosamente al oído.
-A pesar de haberme operado de las rodillas y ya no tener el dolor torturador que tenía antes, creo que he cometido una equivocación muy grande. Ya no sé con qué pie entraré en la otra vida, pues estas ya no son mis piernas.
En ese momento pensé que nada le haría cambiar su forma de ver las cosas.


lunes, 26 de enero de 2015

UNA ANÉCDOTA PARA TERMINAR EL DÍA.


 Hace unas semanas tuve el placer de ir a ver una gran obra de teatro. Una fabulosa obra basada en el cuento de Alicia. No os cuento la obra porque ya se ha hablado mucho de ella pero sí os cuento la pequeña aventura que me pasó. Cuando entré, con mi coche, en la calle Dénia, lugar donde se encuentra la Sala, comprendí que aparcar iba a ser complicado. Bajó mi familia y les dije alegremente: Ahora vengo que voy a aparcar. Mi alegría se comenzó a helar cuando descubrí que el aparcamiento estaba lleno y que debía buscar un hueco entre las calles adyacentes. Nunca resulta fácil pero menos si se cuenta con el factor de que la mayoría de las calzadas estaban levantadas por obras (entramos en año electoral y ya se sabe) Vueltas, más vueltas, mi nerviosismo iba en aumento. Comenzó a sonar el teléfono. No quería contestar pero parada, en medio de una cola interminable, lo tomé y dije: Intento aparcar, por favor no me llaméis. Mi angustia por llegar tarde crecía por segundos.
Por fin arrancaron los coches y vi que aparcaban en el carril Bus, hice lo mismo. Cerré el coche a toda prisa y miré el nombre de la calles mientras corría hacia la sala: Filipinas, Puerto Rico, Cuba, Sueca, casi me desorientaba, ¿dónde estaba Dénia? Me dejé llevar por la intuición y las ganas de llegar a ver la obra. ¡Dénia! Ya estaba en la calle. No se veía a nadie en la acera. Llegué a la entrada y las puertas estaban cerradas. ¡No puede ser! Las golpeo con ansia. ¡Abridme, quiero ver la obra! Una chica abrió una pequeña puerta y me miró casi asustada. ¡Tengo la entrada! Le muestro el trozo de papel. Pasa, me dice, está apunto de comenzar. Proseguí mi carrera por el pasillo y vi a uno de los actores en la puerta, alcé el papel y le dije: Soy el conejo que llega tarde a tomar el té. El actor me miró con asombro y me contestó: No importa, aún tenemos una taza para ti. El resto os lo podéis imaginar. 
Al final del espectáculo, cuando el mismo actor nos despedía a todos los asistentes me sonrió y me dijo: ¿Has disfrutado del té? a lo que contesté: Sí, ha sido el mejor que me he tomado en mucho tiempo.

sábado, 24 de enero de 2015

DE FOTOGRAFÍAS FAMILIARES



En más de una ocasión mi padre me ha contado que nunca olvidará la primera fotografía que le hicieron ¿por qué? muy sencillo porque no sabía que ocurría dentro de aquel decorado en el que lo habían colocado. He observado varias veces la fotografía y es cierto, mi padre tiene cara de asustado, aunque lo más increíble es la raqueta de tenis que empuña. Nunca practicó ese deporte. No tenía tiempo.

* * *

Mi padre siempre recordó con lástima su fotografía de la Comunión. Unos meses antes de que tomase la comunión, otro niño debía tomarla, pero su madre no podía comprarle el traje. A mi abuela todo le daba lástima y se lo prestó, pero lo que no sospechaba era que lo iba a ensuciar tanto como para tener que limpiarlo en la tintorería. Ya se sabe que las telas de aquella época no soportaban todos los tratamientos y encogió o bien, también contribuyó la edad de crecimiento de un niño, lo cierto es que mi padre nunca sabrá cual es la causa de que en la fotografía, le falten más de tres dedos de manga y lo mismo del largo de pantalón. Por lo menos queda el consuelo de que el traje tuvo multiusos.