viernes, 30 de septiembre de 2016

LA TIERRA DE MI PUEBLO

Decía Miguel de Unamuno que con el paso del tiempo le gustaba, cada vez más, hablar de su pueblo, de sus gentes, de sus tierras, de su forma de vida, de lo que esperan de lo que no encuentran. 
Creo que tenía toda la razón del mundo. Debo de estar haciéndome vieja porque cada vez me gusta más hablar de mi pueblo, de sus campos abandonados, de sus caminos desaliñados, de lo que pudo ser...
Mi pueblo es un camino solitario, desdibujado hacia no se sabe qué progreso.
 Mi pueblo es un surco rectilíneo, trazado sobre una tierra dura, espesa y negruzca en la que el agua de riego deja su huella.
Mi pueblo es una contradicción. El hábil agricultor ha hecho que el agua corra por los surcos y que no moje la parte superior para evitar la podredumbre del semillero. La tierra seca toma ese color blanquecino que protege el cuello del cebollín. Ahora la cultivan unos marroquíes. El pasado ha regresado para finalizar la tarea iniciada hace tanto tiempo.
  
Mi pueblo es un campo yermo donde, alguna vez, creció un cultivo que alimentó a sus labriegos.
Miro los campos y los caminos de mi pueblo el que tanto he amado y sigo amando y me pregunto dónde está. Quizá la respuesta es sencilla. Mi pueblo se encuentra allá donde yo estoy.


viernes, 23 de septiembre de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: EL FOTÓGRAFO

El fotógrafo venía de vez en cuando a ver a su hermana al pueblo y, además, aprovechaba la visita, para trabajar en su negocio: hacer fotografías. El fotógrafo era el de las fiestas.
Mi madre no recuerda cuando les tomó aquella foto. Quizá fuese un día de fiesta porque los dos iban muy bien vestidos. La escena era la típica: ella con su vestido nuevo y mi padre con el traje de chaqueta de los domingos y con la gabardina colgada del brazo, en la mano un cigarrillo encendido. Aquel hombre, de carácter agradable, se dejaba ver en todas las ocasiones especiales. Les ofrecía su trabajo artístico como un recuerdo de ese día para toda la vida.
"¡Claro que queremos una foto! ¿Cuándo estarán?"
Y el fotógrafo les explicaba que todo tenía un proceso que ya volvería con las copias de los negativos la próxima semana.
Entre los recuerdos familiares fotografiados por ese fotógrafo ambulante hay una foto mía. Tampoco sé cuándo la tomó. Mi hermana afirma que fue el día de su Comunión. Las dos llevamos el vestido amarillo con entredoses blancos que remataban con unas rosas de la propia tela. Sé que eran amarillos porque los vi; la fotografía en se blanco y negro.

Mi hermana me dice que yo me negaba a que me tomasen la foto. Que lloré y lloré hasta que el fotógrafo, con gran paciencia, hizo una mueca graciosa y me arrancó una sonrisa.
Creo que en casa hay más fotografías de ese fotógrafo ambulante, aunque puede que las más realistas sean esas dos en las que siempre me detengo a estudiar sus detalles. Quizá sean las que mejor nos identifiquen.
Un día el fotógrafo dejó de venir al pueblo. Ya no fotografiaba fiestas ni actos sociales. Había abandonado el oficio por otro más estable según le dijo a su hermana en la última visita que hizo a su hermana.
Ha pasado mucho tiempo y de vez en cuando miro las fotografías de aquel fotógrafo ambulante, siempre me asalta la misma pregunta, pero nunca encuentro la respuesta.

sábado, 17 de septiembre de 2016

EN BUSCA DE LA SOMBRA





-Papá cuéntame un cuento.
-¿Cuál quieres que te cuente? ¿La historia de El calcetín perseguido o El relato de la tormenta que nunca se acaba?
-No, esos no, que ya me los sé. Cuéntame una película.
-Una película... Vamos a ver... ¿La del chico del bigote o La de la chica encantadora?
Y así podíamos estar horas y horas. Yo intentaba convencerle de que se inventase un cuento o una historia de película y él bromeaba conmigo intentando que desistiese en mi petición. Ante mi insistencia debía ceder, pues, sabía que no dejaría de insistirle hasta que pusiese su imaginación en marcha. Fue, entonces, cuando me contó aquella bella historia de la fabulosa muchacha que puso en jaque al mismísimo Alí-Babá y a sus cuarenta ladrones. 
La muchacha, según me contaba mi padre, fue tan valiente que se enfrentó a toda la banda de ladrones y al más temible de todos que era conocido por el nombre de: Rubín el enmascarado. Aquel hombre de corta estatura era el cerebro de todos los robos, chantajes y estafas que ocurrían en aquel exótico país.
Mientras mi padre me contaba aquellas historias, donde entremezclaba a villanos con valerosos y audaces caballeros, mi imaginación volaba hasta el punto de ser la que llevase todo hasta un buen puerto. Con sus relatos descubría mundos imaginarios que, misteriosamente, se parecían a la vida cotidiana.
En el relato de aquel día los personajes se entremezclaban y junto al malvado Rubín cobraba protagonismo el pirata que, con su parche en el ojo y su pata de palo, contaba sus aventuras con un final feliz. Según me contaba mi padre, dicho personaje, decía que el verdadero y real final no le solía gustar, por eso debía cambiarlo por otro más amable. Aquel pirata no me gustaba mucho pues era un mentiroso, así que yo le pedía que lo eliminase al instante del relato. Ese día ocurrió lo de siempre así que, en medio del relato, mi padre metió al pirata en un bote y lo lanzó a alta mar lejos de mis sueños.
-Pero sigue con el cuento. Si el pirata ha decidido irse en su barco, en busca de nuevas costas, eso no quiere decir que la muchacha no tenga más aventuras, ¿no te parece? –Le insistía cuando desistía a continuar narrándome la historia.
 –Dime ¿Qué hizo la muchacha decidida que venció a toda la pandilla de ladrones y al enmascarado Rubín?
En ese instante, mi padre, improvisaba y añadía fragmentos de algunas de sus lecturas o de las películas del cine que había visto.
-La muchacha, después de despedir al pirata, decidió cambiar de ciudad. Salió de la población y se encaminó a la más cercana a la suya. Sus pies parecían tener alas y avanzaba más rápido de lo que imaginaba. En la lejanía vio la silueta de las casas. Se detuvo, unos instantes, para contemplarla y pensó que era idéntica a la suya. Continuó caminando hasta llegar hasta la plaza principal. Se trataba de un espacio circular donde no parecía haber nadie.  Se sentó en un banco, bajo la sombra de un árbol, a descansar sus maltrechos pies.
Pasó mucho tiempo hasta que vio acercarse a un joven hasta ella. Lo observó sin ningún disimulo. Llevaba un gran abrigo y envolvía su cuello con una bufanda roja. No hace tanto frío, pensó la muchacha, como para ir tan abrigado, aunque quizá esté enfermo, se justificó ella misma. El muchacho caminaba con la cabeza baja. Parecía estar triste. Pasó por delante de la muchacha sin dedicarle ni una mirada. Casi había desaparecido de su vista cuando, la muchacha, se percató de que, a pesar del sol, el joven no proyectaba ninguna sombra. No la tenía.
-¡Eso es imposible! –Le interrumpí incrédula- Debe de tener sombra. Todos tenemos una. Nadie la pierde.
-Yo no he dicho que la hubiese perdido, simplemente que no la tenía y como veo que no quieres esperarte a saber el motivo te diré el porqué: la había vendido.
-¡Vendido! ¿Para qué? ¿Y a quién le interesaría una sombra si no sirve de nada?
-Claro que sirve –me contestó mi padre. –La sombra nos define.
Aquella afirmación me dejó intrigada. Insistí para que continuara contándome la historia.
-Oye –Le gritó la muchacha al joven tristón -¿Por qué no tienes sombra? Hace mucho sol y yo no te la veo.
El joven que ni la había visto, volvió sobre sus pasos hasta colocarse delante de ella.
-No tengo sombra porque se la vendí al diablo.
-¿Por qué hiciste eso?
-Me prometió todas las riquezas de este mundo a cambio de ella.  Desde ese día, en mi casa, tengo todo el oro del mundo. Al principio no le di mucha importancia, pero cada vez extraño más a mi sombra.
La muchacha no podía salir de su asombro ¿Cómo había podido vender su sombra al diablo? ¿Y para qué la querría éste?
El joven entristecido le contó que el diablo se había puesto en contacto con él a través del pirata, pata de palo. Este emisario le había hecho una oferta que no supo rechazar. Al principio todo era perfecto. Tenía la mejor casa de la ciudad. Atesoraba las joyas más impresionantes que se pudiesen imaginar, pero, a pesar de sus riquezas, la gente le rehuía al ver que no era como los demás. Dejaron de hacerle visitas. Tampoco lo invitaban a las fiestas. Era diferente pues, entre sus múltiples posesiones, no existía su sombra. El joven, le contó que entristeció por esa soledad no deseada. Había intentado recuperarla, pero el diablo se burlaba de él enseñándole el contrato que había firmado.
-¿Y no puedes obligarle a que te la devuelva? –Le preguntó la muchacha.
-Sólo podría hacerlo si lograse cumplir las dos condiciones que me ha impuesto.
La primera era que el pirata, pata de palo, debía regresar al puerto de la otra ciudad y, a continuación, debía vencer al malvado Rubín, el enmascarado.
Desanimado le dijo con un hilo de voz:
–No creo que lo consiga.
La muchacha, al escuchar esas condiciones, sintió alegría.
-Eso es muy sencillo. Yo puedo ayudarte. En más de una ocasión he vencido a Rubín, además, el pirata, pata de palo, se fue porque yo quise. Puedo hacer que vuelva cuando quiera.
-¿Verdad que harás que vuelva el pirata pata de palo? -Le dije a mi padre que sonreía ante mi desesperación.
-Pero si has sido tú la que has pedido que se fuese porque era un mentiroso y contaba los finales mal.
-Ahora quiero que vuelva y ayude a la muchacha decidida que pretende recuperar la sombra del joven triste.
En ese instante, mi padre me advirtió que los caprichos tenían un precio así que si pretendía que el pirata volviese tendría que atenerme a que me contaría un final feliz, aunque éste fuese falso.
-Me arriesgaré.
Se escucharon unos pasos huecos, se trataba del roce de la pata de palo sobre los adoquines de aquella plaza en la que estaban el joven triste y la muchacha decidida. El pirata se acercó a ellos y con su voz aguardentosa les saludo.
-Creo que necesitáis de mi ayuda. -Dijo ufano- Pero ya sabéis lo que os va a costar el que acceda a hacerlo.
-No es justo. -Le dije a mi padre- Anda pidiendo su recompensa antes de que le soliciten su ayuda. 
-Es un pícaro y tramposo viejo pata de palo -Me decía mi padre. –Y él pondrá las condiciones. Aprende que en esta vida conseguir lo que desees será a cambio de aquello que debas ceder para conseguir tus propósitos.
El pirata les ayudó con su astucia. Les invitó a que llamasen al enmascarado Rubín para desafiarle con sus crueles preguntas.
El astuto villano dijo que formularía una única pregunta y que si la acertaba podría recuperar su sombra.
-La pregunta es tan sencilla como complicada de responder. –Dijo con una media sonrisa el malintencionado Rubín.
-Entre todos intentaremos contestarla. -Replicó la muchacha decidida-
-¡Imposible! La pregunta sólo puede contestarla él que vendió su sombra por las riquezas de este mundo.
-Gracias por tu ayuda, pero esta vez Rubín tiene razón. Debo ser yo el que conteste y asuma las consecuencias tanto si acierto como sino. Lanza tu pregunta ya.
-Ahí va. ¿Qué crees que has necesitado, necesitas y necesitarás para alcanzar la felicidad?
La pregunta quedó en suspenso. Mi padre me miró y tras volver a repetírmela como si fuese yo quien debiese contestarla concluyó con esta afirmación.
-El final del cuento tienes que pensarlo tú. Tendrás que ser precavida y procurar que el pirata no juegue con tu confianza y cambie el final según a él le apetezca.
Entonces mi padre se levantó y con una sonrisa se despidió de mí.
Mucho tiempo después descubrí que sólo lograría la respuesta al enigma con el paso del tiempo.