miércoles, 25 de septiembre de 2013

LARGA, UNA NOCHE, PUEDE SER

Las palabras vanas de los políticos que nos desgobiernan dicen que los recortes no han afectado a los servicios básicos. Sí, eso dicen.
El lunes tuve que entrar en el servicio de urgencias de un hospital. Nadie acude a ese servicio por el placer de pasar un rato. Ver el sufrimiento como un disfrute morboso o sádico de las desgracias cotidianas ajenas no es uno de los hobbies más gratificantes que pueda tener una ciudadana como yo.
Las siete, las ocho, las nueve… La entrada de enfermos era un goteo continuo. El trajín de enfermeras, auxiliares, médicos era continuo. “Un electro, una analítica, … Hay que seguir el protocolo.”
Las diez, las once… Se oye una vocecita que clama entre los laberínticos pasillos: “Señorita, por favor, aquí hay un enfermo que está vomitando”
Mientras, tú, intentando no inmiscuirte en la necesaria privacidad de cada uno de los arrastran su dolencia, te mantienes en un rincón. Los médicos y enfermeras acuden  a unos y otros entre el caos de la falta de personal, la falta de medios. “Un poco de paciencia señora.” Entra una ambulancia con un accidentado. “En el otro “box” hay un infarto agudo”
Las doce, la una de la madrugada… Uno de los enfermos que esperan, igual que tú, los resultados del protocolo médico comenta: “Aquí entras bien y te pones más enfermo” No, no estabas bien. Estamos en urgencias –digo. El enfermo me contesta: “Hay gente en peor estado que yo.” No puedo evitar recordar a Rosaura y su monólogo ejemplarizante.
Suplico a una de las enfermeras: “Señorita, perdone, señorita. Llevamos más de… ya no sé cuántas horas estamos esperando. Sólo necesitamos saber el resultado de las pruebas y el diagnóstico de un médico…”
Las dos, las tres, tres y media… Se acerca con unos papeles en la mano. Creo que es una médica. No se presenta. “Siento el tremendo retraso que llevamos pero… verá no hay personal suficiente. Antes teníamos a más enfermeras, teníamos un servicio de limpieza fijo pero ahora, ya ve, no se puede limpiar el suelo sucio de orines...”
Estoy cansada, el paciente también: “Sólo necesito que me dé un diagnóstico. Quiero saber qué debo hacer, si me dan una respuesta puede que nos podamos ir y seremos una carga menos.”
Las cuatro, las cinco… Vuelve a repetirme: “Disculpe todo el retraso. No siempre es así aunque, con la falta de personal, somos menos eficaces.”
Y la miseria se adueña de los corredores y de las salas de espera de urgencias de un hospital que acusa la falta de dotación económica para un servicio corriente y fluido, propio de un país que dice ser europeo.
Larga, una noche, puede ser.

viernes, 20 de septiembre de 2013

DEL DERECHO Y DEL REVÉS





Siempre me ha parecido ridícula la actitud de algunos políticos en las campañas electorales. La imagen que muestran es la de andar desesperados, en busca de las obras públicas para inaugurarlas,  de los mercados populares donde poder encontrarse con la gente del pueblo y digo encontrarse que no mezclarse, que tiene otro matiz, claro. 
Ayer buscando por distintas páginas encontré esta fotografía de Angela Merkel. Como se puede ver, la incansable política,
se encuentra sentada, como otra mujer cualquiera, haciendo ganchillo. Sonríe mientras empuña el ganchillo. Sin responder, parece estar aceptando los consejos de la mujer que se encuentra sentada a su derecha. Por la forma que tiene de tomar el hilo y el gancho, se intuye que no tiene mucha práctica en la labor. En otras circunstancias, lo habría encontrado cómico o porque no decirlo, lo habría considerado una de las muchas ridiculeces que hacen los políticos en campaña. Esta postura, casi hogareña que nos quiere mostrar no es la más notable de sus discursos donde presume de otras cualidades como la de haber mantenido a flote a su país de la crisis que azota a toda la eurozona. Si se observan los datos rigurosos, la situación alemana no es tan fabulosa como se nos quier mostrar.  No creo que deba detenerme a dar cifras sobre algo que es fácil de ver, quien le interese puede fácilmente localizarlas. En cambio, en este post, prefiero hablar de  mis imágenes sobre un país como Alemania que sólo conozco por las referencias de los españoles que  emigraron a este país en busca de un futuro, la mayoría de las veces incierto.

La primera persona que me habló de la realidad de la emigración  hacia Alemania fue una conocida de mi madre: Carmen una mujer soltera, con un hijo. Su historia era sencilla. Tuvo que salir de su pueblo para conseguir sobrevivir. Marchó a Alemania en plena efervescencia de la emigración de los años 60. Su relato crudo y directo me impactó.  La conocí durante una reunión familiar. Todos enmudecimos cuando nos contó sus recuerdos. Lo hizo desde la distancia desde su partida, habían transcurrido más de 25 años.  Rápidamente atrapó mi atención y mi imaginación. Con pocos detalles contó lo duro que le resultó vivir en un país en el que desconocía el idioma y sus costumbres por completo. Narró con toda claridad la indefensión que sintió ante los alemanes que se reían de su analfabetismo y que le obligaban a mendigar el trabajo. Sí, dijo mendingar. Esa fue la palabra que usó al contar cómo debía pagarle las cervezas, al encargado de la fábrica, para conseguir trabajo. Entre anécdotas y amarguras, nos resumió su estancia. Según nos dijo tardó dos años en comprender bien lo que le gritaba su jefe inmediato. Aunque inmediatamente y con una gran sonrisa, nos reafirmó su triunfo sobre él.


 “El día de su entierro le lancé un ramo de flores a su tumba. Lo había comprado expresamente para  él. Estaba segura de que moriría pronto porque conocía todos sus vicios alcohólicos. Cuando le lancé las flores le dije: He cumplido mi promesa de llevarte flores a la tumba. Ahí te quedas con todos los malos ratos que me has hecho pasar por ser española.”


Me impresionó mucho su relato y pensé en la dureza y la amargura de la vida que le había tocado llevar, llena de asperezas, pero aún me impresionó más su gran dignidad. No la he vuelto a ver nunca más pero siempre guardaré una buena imagen de ella, la de una mujer luchadora que tomó la vida de frente.

Son muchos más los relatos de emigrantes que podría contar junto al de Carmen, pero prefiero dejarlo en este que creo que es el más directo que he conocido.

En la actual Alemania estoy segura que se repetirán muchos casos como los de Carmen. Alemania no es la tierra prometida. Angela Merkel no es la varita mágica que nos solucionará a todos los problemas, ni a los alemanes ni al resto de los europeos.
De nada sirve esperar la redención de los demás cuando no se toman decisiones propias.
Creo que fue Aristóteles el que dijo que sólo hay un bien y que ese era el conocimiento y que sólo hay un mal y ese es la ignorancia.