viernes, 27 de octubre de 2017

DOMI, la maquilladora




En el pueblo no solían ocurrir muchas cosas extraordinarias por lo que la llegada del equipo de rodaje de la película se convirtió en el acontecimiento del momento. Sólo se hablaba de los artistas y de todo lo que hacían aquí o allá, por eso, en la escuela, yo también quise ganar protagonismo contándoles que mi padre conocía a alguien del equipo.
-¿A quién? ¿Al director? –Me preguntó Pepita con cierto interés.
-No, a la maquilladora. –Dije con un hilo de voz.
Pepita soltó una carcajada.
-¡Vaya! Ya me extrañaba que tu padre conociese a alguien verdaderamente importante.
Nadie se atrevió a contradecir a Pepita, la líder de la clase, y ni yo tuve el suficiente valor como para replicarle.
No me atreví ni a preguntarle cómo se llamaba. La observé de pies a cabeza, mientras mi padre la saludaba. Nunca había visto a una mujer vestida con un pantalón de peto con grandísimos bolsillos de los que sobresalían las brochas y los lápices de distintos colores. Tuve la sensación de que semejaban ser ramilletes de flores lo que le daba un aspecto de pintora bohemia.
-Domi, te presento a mi hija –Le dijo mi padre con una de sus hermosas sonrisas. – Es un poco tímida, lo propio de su edad.
-¿Sólo tienes una niña? –Le preguntó mientras me acariciaba la mejilla.
La maquilladora hablaba con soltura y reía continuamente desprendiendo un halo de cordialidad en cada uno de sus gestos. En ese instante, pensé que mi padre conocía a gente muy original a pesar del desprecio que Pepita había hecho de él.
El equipo se había trasladado a una antigua masía abandonada. La casa, medio asolada, se encontraba rodeada de naranjos y eso, según nos contó Domi, la maquilladora, había convertido en el lugar perfecto para el rodaje.
-Es un lujo encontrar un plató como éste en plena huerta. El director lo anda buscando desde hace mucho tiempo.
Trípodes, fundas de cámaras, vestidos colgados de un perchero con ruedas, sombreros que asomaban en sus cajas abiertas y gente, mucha gente, que se movía de un lado a otro sin cesar, componían el equipo.  Todos hablaban a la vez y tuve la sensación de que nadie se escuchaba entre sí.
Mi padre conversó largamente con aquella simpática mujer de los pantalones de peto, aunque, yo no presté ninguna atención a sus palabras porque mi mirada perseguía las idas y venidas de aquellos hombres que transportaban cajas. Aquello semejaba una auténtica locura.
-Hoy sólo rodarán exteriores. –Acerté a escuchar. –Si queréis ver a la actriz tendréis que venir mañana.
Durante la comida hablé y hablé sobre lo que había visto y oído y, en especial, sobre aquella increíble mujer que mi padre conocía con tan peculiar nombre. Mi madre se rio de mi alborozo, al fin, con bastantes ruegos, conseguí arrancarle la promesa de que también vendría con nosotros al rodaje.
Aquella mañana no hizo falta que me despertase nadie. Ni tenía sueño ni pensaba ser la última en salir de casa.
-¿Qué significa su nombre? –Pregunté cuando nos dirigíamos hacia la masía.
Mi padre había sido emigrante en Holanda y, según me contó, la colonia de españoles, se reunía en una misma plaza los fines de semana.  Domitila, aunque todos la llamaban por su diminutivo, formaba parte de un circo ambulante que viajaba por las grandes ciudades europeas. Estuvo unos meses afincado en Delft, una de las ciudades más industriales de los Países Bajos.
 -El circo ofreció una función a todos los compatriotas. Fue muy emocionante para todos. –Afirmó mi padre con un brillo especial en los ojos.
-Entonces Domi será amiga de Margarita. –Afirmé relacionando a ambas mujeres con el pasado de emigrante de mi padre.
-Sí, trabajaban en el mismo circo, aunque no creo que fuesen amigas. –Me contestó.
Su enigmática respuesta me hizo comprender que la amistad no es algo tan banal como pretendemos.
A la entrada de la masía se había concentrado una muchedumbre del pueblo. Todos querían ver a la actriz protagonista. La curiosidad había aumentado con el reportaje de la televisión de la noche anterior.
Cerca de la entrada vi a Pepita agazapada a la verja de la masía. Casi ni nos saludamos, pero no pude reprimir una mirada de soslayo hacia ella cuando Domi, la maquilladora, asomó por una esquina y con voz potente llamó por su nombre a mi padre. El guardia de seguridad nos abrió la verja para dejarnos pasar.
A unos metros de allí, sentada en una silla de espaldas a todos, se encontraba una mujer con gafas de sol. Domi dijo que era la actriz protagonista. Ni se movió cuando nos la presentó limitándose a hacer un gesto a modo de saludo. Su actitud, algo grosera, contrastó con la de otro señor que dijo ser el director. Aquel simpático hombre conversó con mis padres durante unos minutos. Se despidió de nosotros con un apretón de manos.
Durante el camino de vuelta mi padre me explicó que necesitaban mucho silencio y que por eso se había suspendido el rodaje.
El lunes, cuando llegué al colegio, Pepita no se acercó hasta mí, sino que envió a sus amigas para que me preguntasen por mi visita al rodaje. No les conté nada.
En primavera se estrenó la película. Todos fuimos a verla, aunque no nos gustó a nadie, porque en los títulos de crédito no apareció el nombre de nuestro pueblo. Fue un fracaso y pasó sin pena ni gloria y, con el paso del tiempo, todos la olvidamos.
Pasaron los años y me mudé a otra ciudad. Por Navidades solía venir un circo. No me gustaba la idea de ir a ver el espectáculo, pero mi hija insistió hasta que me convenció. Mientras esperábamos el inicio del espectáculo observé a una mujer que vestía un curioso pantalón peto con grandes bolsillos todos ellos repletos de brochas y lápices de maquillaje. La reconocí al instante. Era Domi. Andaba con dificultad, sin embargo, ni la viveza de sus ojos ni la expresión de su cara había cambiado con el paso del tiempo. No me atreví a decirle nada porque pensé que no me reconocería. Durante la función ya no volví a verla.
Han pasado muchos años de aquello. Anoche, en un ciclo de cine de la televisión se proyectó la película que se rodó en mi pueblo. Los recuerdos se agolparon en mi memoria y con ellos las preguntas de si debía haber buscado a Domi o, por el contrario, si hice lo correcto.
Nuestra memoria es un rompecabezas donde algunas de las piezas descolocadas nos asaltan por haberlas olvidado, aunque, ahora que lo pienso, también me había olvidado de Pepita, pero eso es otro detalle sin importancia.

NOTA
El personaje al que hace referencia con el nombre de Margarita es una referenciaal relato titulado: LA MARAVILLOSA MARGARITA publicado en enero de 2016. Os dejo el enlace por si también os apetece leerlo o volverlo a leer. Gracias.
https://detrasdelaestanteriailustrada.blogspot.com.es/2016/01/la-maravillosa-margarita.html







sábado, 21 de octubre de 2017

24 JOSÉ FITA




-Señor delegado del gobierno, sólo queremos que nos informe de la situación.
-Lo siento, caballeros, pero debo reunirme con el comité de los estibadores y no ando sobrado de mucho tiempo.
-Pero señor, compréndalo, necesitamos aportar noticias para publicarlas en nuestros periódicos. Por favor explíquenos brevemente cómo se encuentra la situación en el puerto de Valencia. ¿Sabe cuándo se retomarán los trabajos de estiba?
El periodista que más insistía por conseguir una respuesta del delegado del gobierno en la ciudad de Valencia era Alfredo Sendín. Tantos fueron los ruegos de él y sus colegas que, a pesar de su reticencia, el delegado gubernamental, no tuvo más remedio que detenerse ante los periodistas.
-Está bien, les haré un conciso resumen de lo que ocurrió en la tarde de ayer. El comité de huelga del puerto de nuestra ciudad decidió, por unanimidad, en la asamblea convocada por los sindicatos de la UGT y de la CNT, paralizar los trabajos portuarios de carga y descarga del transporte marítimo. El motivo que alegan es su reivindicación de que sean readmitidos los cuatrocientos trabajadores despedidos. Esta situación ha supuesto que los barcos que está previsto descargar se hayan tenido que desviar a los puertos vecinos de Denia y Alicante, provocándose las consabidas pérdidas económicas para la ciudad. Este inoportuno cambio supone muchos miles de pesetas, pero los obreros no se avienen a razones de ningún tipo.
-¿Qué piden? –Le interrumpió Sendín.
 -Pretenden la readmisión de los eventuales despedidos.
-El hambre también es inoportuna, señor delegado.
Todos los periodistas se volvieron en dirección a la voz que replicaba al delegado. Se trataba de un hombre vestido con un traje de pana desgastada, calzaba alpargatas de esparto y llevaba calada una gorra de las que suelen usar los estibadores. En la boca le colgaba una media colilla que mantenía en equilibrio en la comisura de sus labios mientras hablaba.
-Intentamos solucionar los problemas lo más rápido posible. –Le contestó el político con voz contundente y mirándole fijamente a la cara.
-Puede que su sentido del tiempo sea más lento que el nuestro, señor. –El obrero le replicó sin apearse del tono firme con el que había comenzado a hablar. –Las familias de los trabajadores despedidos pasan hambre y eso no se puede ver desde sus altos despachos, señor.
El delegado gubernamental estaba a punto de replicarle cuando su voz fue ahogada por el estruendo de un petardo que explotó en una calle cercana. Un chico, de los que se encontraban escuchando a los dos interlocutores, salió corriendo en dirección al lugar de donde procedía la detonación. A los pocos minutos regresó gritando que sólo se trataba del derribo de un poste de la catenaria del tranvía.
-Sería el único que quedaría en pie en el tramo. –Apuntó uno de los periodistas que rodeaban al delegado y al obrero.
Su comentario provocó las risas de los que estaban presentes, pero éstas se silenciaron en el momento en el que el político retomó la palabra.
-Ese tipo de incidentes, que a ustedes parece provocarles gran satisfacción, son los que han sumido a parte de la ciudad en la desidia de la carestía. Ni luz, ni gas, ni agua y ahora ni los suministros que llegan de mar. ¿Qué pretenden con este tipo de acciones? ¿No se dan cuenta de que se están hundiendo en la miseria ustedes mismos?
-Señor, tal vez, si atendiesen alguna de sus peticiones dejarían de producirse todos los disturbios. –Apuntó, Alfredo Sendín, el periodista.
Unos murmullos dejaron en suspenso la posible respuesta del político que dio por terminadas sus declaraciones. Se disculpó ante los que le rodeaban alegando que tenía prisa por acudir a la reunión y salió en dirección hacia el coche, con chófer, que esperaba a unos pasos de la improvisada rueda de prensa. Se introdujo dentro del acharolado automóvil, pero no pudo arrancar porque un gran número de manifestantes rodearon el vehículo impidiéndole el que se moviese.
Los manifestantes eran familias enteras que, con un murmullo seco, mostraban su protesta. Los periodistas se colocaron a un lado para ser testigos del momento. Y aunque lo rodearon por completo nadie intentó abrir la puerta del coche ni violentó a sus ocupantes. Aquella situación era sólo un acto simbólico de la protesta obrera, sin embargo, el desenlace fue otro. El obrero, que minutos antes había interpelado al delegado gubernamental, se abrió paso entre los manifestantes y con agilidad se encaramó al techo del vehículo. Desde aquel improvisado púlpito continuó su arenga.
-Camaradas, el hambre no hace distinciones. No le importa si eres alto o bajo o si tienes una o siete bocas que alimentar. El hambre ataca cuando te encuentras desprevenido y lo hace a traición. El hambre es la aliada de los poderosos, por eso no le importa si se mueren nuestros hijos o si se merman nuestras fuerzas.
Los manifestantes le escuchaban atónitos ante un discurso simple y locuaz que explicaba su situación.
Protestas en Valencia (1934)
-El señor delegado dice que quiere llegar a un acuerdo con nosotros, los obreros, pero antes nos pide que acatemos sus mandatos y después ya se hablará de cómo aplacar esa hambre que nos devasta. Creo que aquí el asunto está muy claro y que los únicos que no parecen entrar en razones son ellos que dicen ser la autoridad ¿verdad? Porque yo me pregunto ¿cómo vamos a poder trabajar con el estómago vacío? ¿O es que acaso se nos olvida que en el cementerio tenemos más de un niño enterrado víctima del hambre?
Mientras el obrero hablaba, el político, lo contemplaba asomado por la ventanilla de su coche. Aquel hombre había demudado su expresión de autoridad, de los minutos previos, por una mirada de angustia que mostraba temor por su vida ante las palabras del obrero, y ya no parecía tan seguro como al principio.
-Ya no podemos esperar nada más de las promesas de solucionar lo imposible. Debemos actuar antes de que el asunto se desvíe porque…
Pero no pudo terminar la frase porque el sonido de los cascos de los caballos de los militares, que se desplegaron a su alrededor, desvaneció toda posibilidad de continuar.
Instintivamente, los manifestantes se apartaron de los caballos y de los fusiles que les encañonaban, abriéndose un pasillo entre ellos y el coche del político. A pesar de todo, el obrero, todavía continuó encaramado al techo. El delegado del gobierno salió del vehículo y dirigiéndose hacia el militar, que parecía ser el jefe de aquella cuadrilla, le ordenó que detuviese al cabecilla que, según él, con su discurso, había puesto en peligro su vida. El obrero no opuso ninguna resistencia cuando el militar le requirió para que se bajase del improvisado atril, por eso a todos nos sorprendió el silbido de un tiro y el golpe seco que provocó su cuerpo al derrumbarse ante los pies del delegado.
Fue uno de los periodistas el que se abalanzó sobre el herido para comprobar si estaba vivo o muerto.
-¡Aún respira! –Gritó con un hilo de voz.
Y con la ayuda de otros dos hombres lo introdujeron en el coche. Fue trasladado al Hospital de La Malvarrosa.
                                               ***
-¿Y luego que ocurrió? –Me preguntó Bartha con interés.
-Con un gran silencio todos se dispersaron. Los militares custodiaron la retirada de los manifestantes. –Le respondí con soltura.
-Desde luego, tu hermano ha sido muy poco prudente al llevaros a un acto como ese. –Afirmó Bartha que no le gustaba que Batiste y yo estuviésemos lejos de su protección.
-Librada también nos acompañaba. –Dije con orgullo por sentirme útil.
-Todos los periódicos lo han contado, pero cada uno da una versión distinta. –Afirmó Miguel Máñez. –Unos dicen que le disparó un soldado, sin embargo, en otro periódico se dice que fue uno de los manifestantes el que le lanzó una piedra y que lo derribó.
-Bueno, creo que hay una gran diferencia entre un tiro y una pedrada ¿no? –aseguró Carlota Planes que cosía uno de sus vestidos de escena.
Pero ya no pudieron continuar comentando el hecho porque en ese instante entró Batiste con paso corto y rápido gritando que terminaba de explotar una bomba.
-Para un momento y recuperar el aliento. –Le indicó Bartha.
-La puerta de la tienda de ultramarinos que hay en la esquina ha explotado por los aires. –Explicó con voz entrecortada. –Yo lo he visto todo. Unos hombres estaban vigilando la calle y, cuando han visto que no cruzaba nadie, han lanzado la bomba sobre la entrada.
-Bueno, cálmate y no grites tanto. –le indicó Miguel Máñez. –Lo que debes de hacer es no contárselo a nadie ¿comprendido?
El miedo nos había convertido en cautelosos.
Durante unos instantes la incertidumbre se cernió sobre nosotros y sólo nos recuperamos cuando entró Darqués que, con su carismática personalidad, nos informó de que la función de las tres y media se suspendía.
-Debido a los incidentes que se han producido en el Grao un obrero ha resultado gravemente herido y ha fallecido en el hospital por las heridas recibidas.
-¿Es la noticia que aparece en los periódicos? –le preguntó Máñez con interés.
-El delegado del gobierno se ha visto obligado a dimitir.
-Bueno, los cargos políticos duran lo que duran ¿no? –Apuntó Carlota Planes que no cesaba de remendar el vestido de lentejuelas.
Nadie le contestó salvo su marido que le sonrió ante su sencilla conclusión.
-Eso significan más disturbios y más pérdidas económicas.
Quien así habló fue Gumersindo Plácido, el contable del teatro Ruzafa, que acompañaba al director y que había penetrado en la estancia casi como un fantasma.
-Gumersito no seas tan cenizo ya verás cómo aún hay función hoy. –Le indicó el director.
Aunque nadie le replicó, la tristeza se podía palpar en el ambiente y sólo se desvaneció cuando entró la duquesa Ivanoff que, con el gracejo que le caracterizaba, provocó la sonrisa de Bartha y la admiración de todos los que nos encontrábamos allí reunidos. Natasha iba acompañada por Carlos Somel, su tío Luis Sotomarch y el ingeniero Juan de la Cierva. El estupor nos enmudeció a todos antes sus acompañantes y fue ella la que rompió el silencio pidiéndole a Bartha que la llevase a casa. Aquella enigmática mujer nunca dejaba de sorprendernos con sus apariciones, pues, según todos creíamos, se encontraba en casa recuperándose del golpe recibido en la cabeza durante la estampida, todo indicaba que, la enérgica rusa, formaba parte de las intrigas de aquella Hermandad a la que pertenecían los caballeros que la acompañaban, Darqués y, presumiblemente, mi hermano también.
Librada y Batiste se reunieron conmigo y, al igual que yo, permanecieron expectantes a lo que se decía allí.
-Caballeros, si no les inoportuna el local, podemos celebrar la reunión en mi camerino. –Dijo Darqués, con tono enérgico, a los recién llegados.
Y fue así como, en un instante, se marcharon todos quedándonos solos con el peculiar contable del teatro, Gumersindo Plácido, que, nervioso de verse excluido del grupo de Darqués, optó por murmurar unas palabras ininteligibles a modo de despedida.
Nosotros no teníamos ninguna tarea que hacer así que también salimos a la calle para curiosear un poco los desperfectos producidos en la entrada y fachada de la tienda en la que había explosionado la bomba. El propietario y su mujer barrían los cascotes. Nadie les preguntaba el motivo ni tampoco les prestaba ninguna ayuda, por lo que deducimos que la explosión, tenía origen en alguna rencilla personal. Perdimos pronto el interés por sus labores de limpieza y nos atrajo el vocerío que procedía de las calles adyacentes. Atraídos por los aplausos que sonaban y que daban paso a una melodiosa voz de mujer. La curiosidad por ver qué ocurría nos hizo llegar hasta allí. Una joven, de cabellos claros, subida sobre un carro, se dirigía hacia el heterogéneo público.
-Hermanos, la muerte de nuestro compañero, José Fita, no puede ser olvidada. Él nos defendía del poder cuando fue abatido como si fuese una presa de caza. –Se escuchó un murmullo de reafirmaba sus palabras.
-Debemos mostrar nuestra solidaridad con su valentía por eso creo que le acompañaremos hasta su última morada, pero lo haremos a nuestro modo. No vamos a conseguir que las autoridades intervengan, ni tampoco dejaremos que nos envuelvan con sus discursos de postín.
-Sí, eso, muerte al opresor. –Gritó alguien de los que le escuchaban.
-Nada de violencia, compañero. –Le replicó la hermosa joven rubia. –A las agresiones hay que corresponderles con acciones pacíficas. Debemos demostrarles que no somos violentos. Nos bastamos para celebrar un entierro digno. Paralizaremos la actividad de la ciudad. Se cerrarán todos los negocios, pero no dejaremos que haya fuerzas militares ni policiales que intervengan. Hoy, a las tres y media, será el traslado del féretro del compañero José Fita hasta el cementerio del Grao. Os espero a todos y todas. ¡Salud compañeros!
La oradora se apeó del carro con la ayuda de dos hombres y un murmullo de aprobación fue la despedida a su proclama.
Regresamos al teatro y alcanzamos a ver cómo se despedía Darqués de aquellos caballeros. Recuerdo sus palabras porque, poco después, como una maldición, se volvieron contra todos nosotros.
-Queridos amigos, esta situación no va a desembocar en una guerra fratricida. Las gentes de este país no lo consentirían nunca y, además, los militares, se muestran leales a la República.
-Esperemos que tu optimismo se cumpla, hermano –Le replicó Luis Sotomarch.
Tanto Librada, como Batiste y yo mismo teníamos tantas ganas de poder contar lo que habíamos visto en la calle que abordamos al director en el mismo instante en el que terminaba de hacer los gestos rituales de despedida a sus acompañantes.
-Debemos ir al entierro de ese obrero. –Nos dijo con una sonrisa.
-José Fita se llamaba. –Le recalcó Librada que no solía puntualizar a nadie.
-Un buen trabajador de la estiba. –Afirmó Salvador Masobrer, mi hermano, que se encontraba en la puerta en el momento en el que Librada pronunció el nombre del muerto. –Vamos todos.
                                                            ***
Al día siguiente en la prensa se dijo que asistieron más de treinta mil personas de acompañamiento. El comité de enlace de la CNT y UGT no permitió que las autoridades presidieran el acto. También se dijo que tampoco se toleró que hubiese fuerzas ni policiales ni militares para mantener el orden, el cual, fue completo. Todos los obreros, de ambos sexos, se encargaron de la comitiva. En todos los periódicos se coincidió que el paro fue secundado por todos, los casinos, los cafés, incluso los taxis y tranvías que dejaron de circular hasta la hora convenida, las seis y media de la tarde, hora en la que comenzaron a funcionar los teatros y salones de cine.
                                                            ***
-Los periodistas siempre dan su versión sesgada. –Puntualizó Miguel Máñez con el periódico en la mano. –Estoy seguro de que la comitiva de gente no llegó al cementerio hasta bien entrada la noche. Nunca he visto un acompañamiento tan numeroso, ni un paro tan completo como el que hubo ayer.
-Ni tampoco cuenta que los actores y actrices realizamos la función a beneficio de la familia del finado, José Fita, y que nos quedamos sin beneficios. –Puntualizó el contable Gumersindo Plácido que, con cara de amargura, escuchaba a Máñez.
-Pero valió la pena hacerlo, Gumersito, porque nuestro caritativo acto nos ha beneficiado. –Puntualizó Darqués. –El próximo sábado visitará la ciudad el presidente Samper y está previsto que seamos nosotros los que hagamos una función ante su comitiva.
-¡Oh! –Exclamamos todos a la vez.
-Ahora debemos pensar en una obra adecuada.