miércoles, 2 de agosto de 2017

19 UNA CONDICIÓN


Lograr asustarme era lo más sencillo del  mundo. Aquellos golpes a la puerta, en medio de la noche, y los juramentos que los acompañaban eran lo suficientemente efectivos como para que temblase y arrancarme un grito, sin embargo, la prudente y sagaz Librada, me calmó poniéndome la mano sobre la boca. Salvador Masobrer, el hermano mayor de Andreu, se acercó a la puerta con la intención de abrir y con un gesto, indicó que nos resguardásemos detrás de la cama destartalada que yacía junto al ventanuco y, a continuación, se colocó el dedo en la boca para que mantuviésemos silencio y calma.
-¡Deja de berrear, Tomás! Ya voy a abrirte. –Gritó Salvador para tranquilizar al que tan fuertes golpes daba sobre la endeble puerta.
Casi no tuvo tiempo de descorrer el cerrojo para que entrase un hombrecito muy delgado. Parecía un verdadero torbellino que no dejaba de moverse de un lado a otro del cuarto irradiando nerviosismo. Vestía blusa de albañil y faja como las que usan los encargados de las obras.
-¡Cierra la puerta! –Le ordenó como si el alma le fuese en ello.
-Tranquilízate, Tomás, con tus golpes has asustado a los niños. –Intentó calmarle, aunque todo semejaba ser en vano pues no dejaba de moverse de un sitio a otro.
-¡Qué me tranquilice! dices ¿Estás loco o qué, Salvador? ¡Imposible! Y menos con está ahora mismo en el sindicato. – Y sin dejar de corretear por toda la habitación se fijó en nosotros y nos señaló con el dedo índice. -¿Y estos muertos de hambre de dónde los has recogido? A ti todo te da lástima.
-Haz el favor de no insultar a mis invitados, Tomás. Son mi hermanito Andreu y sus amigos y son tan muertos de hambre como lo puedas ser tú ¿Está claro?
El tono enérgico que usó Salvador pareció imponer algo de sosiego a aquel hombre que paró en seco y que nos miró como queriendo reconocernos. A continuación, dijo de carrerilla lo que parecía ser una especie de disculpa:
-Soy muy impulsivo. Me llamo Tomás Arrivás.
Y tendió su mano derecha en señal de saludo y amistad hacia Andreu. Los tres nos quedamos  sorprendidos por el repentino cambio y fue Librada la que primero reaccionó. Elegantemente se incorporó y con una agradable sonrisa en la boca le contestó:
-Yo me llamo Librada, caballero. Es un placer conocerle, a pesar de que las circunstancias actuales no nos permiten ser muy corteses con usted, le damos la bienvenida a esta humilde casa.
Aquellas palabras debieron de desconcertar al pobre albañil que encogió la mano ofrecida hasta llevarla a la cabeza para rascársela sobre la boina que aún llevaba puesta.
Salvador no pudo evitar una carcajada al ver la cara de asombro de éste y antes de zarandear al hombrecito por los hombros e interrogarle por lo que tan urgente y apremiante parecía ser como para aporrear su puerta. Tomás, entre tartamudeos y espasmódicos movimientos, nos explicó que se había formado un tumulto en el portal del sindicato. Los albañiles se atrincheraron defendiéndose de un grupo de jóvenes que decían decir ser la Nueva España y que les atacaban lanzándoles petardos y botes incendiarios. El azorado Tomás afirmó que la situación se había alargado más de una hora y, curiosamente, los guardias de asalto no habían aparecido para terminar con aquella situación tan infame. A pesar de su nerviosismo no cesaba de mirar a Librada como si ésta fuese un objeto de gran valor.
-Debes de ir, Salvador. Tú sí que sabes mediar en estas cosas y hacer que la gente se apacigüe.
Y entonces Tomás Arrivás se volvió hacia nosotros y como si Salvador ya no estuviese presente nos contó que él solo hizo frente a un ejército de violentos. Calmó a toda una escuadrilla de militares dispuestos a disparar para que se detuviesen antes de cargar contra los huelguistas del puerto y que de no haber sido por su cordura y buena actuación todo habría terminado en una matanza.
-Salvador logró una gran hazaña, pero nunca dejó que el sindicato te recompensase y fue Juan el que se llevó el mérito. Ese ‘boquitafloja’ que sólo busca el protagonismo e ir bien vestido. Ese sí que llegará lejos y no como tú que nunca quieres el protagonismo que te corresponde.
Salvador le interrumpió y le conminó para que se dejase de alabanzas y se dispusiese a salir hacia el sindicato.
-Y cuando regrese quiero encontraros aquí así que no os esfuméis como soléis hacer. Librada, tú eres la más responsable de los tres, así que te encargarás de que la ropa se seque antes de que os la volváis a poner. En cuanto a ti, Andreu, avivarás el fuego de la lumbre para que no se apague y no se produzca ningún incidente. Y en cuanto a ti, Batiste, eres el más pequeño, pero eso no quiere decir que no tengas ninguna tarea que hacer, pues deberás ordenar el cuarto. No creo que tard mucho. Os lo prometo.
La verdad sea dicha que no tardó demasiado. Cumplió su promesa y regresó pronto, pero no hizo con Tomás Arrivás sino con Venancio Raspell que casi lo traía en volandas.
-¿Qué ha ocurrido? –Preguntó Andreu asustado al ver la sangre que brotaba de la cabeza de su hermano.
Venancio ayudó al herido a tumbarse sobre la cama.
-Tu hermano es muy valiente, pero también es un inconsciente. Quiso tranquilizar a ambos bandos y se puso en medio de esos indeseables.
Salvador levantó la mano para atraer nuestra atención.
-No asustes a los niños, Venancio. –Intentó incorporarse en la cama para hablar. –Estoy bien sólo me ha rozado una piedra y tengo una brecha.
Y volvió a dejar la cabeza sobre la almohada. Librada tomó un trapo que humedeció con agua para limpiar la herida que no cesaba de sangrarle. Salvador perdió el conocimiento y de su boca sólo salió lo que semejaba ser un gemido.
Andreu y yo interrogamos a Venancio para que nos explicase lo ocurrido en la calle y, como era habitual en él, gesticuló más que habló. Un grupo de camorristas se había enfrentado con los albañiles acusándoles de ser los culpables de todos los disturbios que se estaban produciendo en la ciudad. A continuación, se pasó de las palabras a los hechos y entre empujones e insultos obligaron a los obreros a desplazarse hacia la sede del sindicato de los albañiles donde los arrinconaron intimidándoles con todo tipo de armas. Perfectamente uniformados por la indumentaria de una camisa negra y un lazo rojo en el antebrazo los capitaneaba un tal Adolfo. Venancio sólo lo conocía de oídas porque solía organizar los enfrentamientos pero siempre se quedaba fuera sin implicarse personalmente. Dijo que se trataba del hijo de un acaudalado labrador de Alzira que había venido a Valencia a estudiar medicina, aunque, en realidad, se había convertido en el cabecilla de un grupo de petimetres de clase alta que se dedicaban a irrumpir en las manifestaciones de los obreros y provocar escaramuzas lo más violentas posibles.
El conflicto, según Venancio, había comenzado por la ruptura de un escaparate y derivó en un fuerte enfrentamiento que tenía visos de convertirse en tragedia. Y lo peor de todo era que la autoridad no tomaba cartas en el asunto. Salvador recobró la consciencia y con un hilo de voz dijo:
-Venancio lleva a los muchachos al teatro Ruzafa y que se queden allí con Enrique Darqués. Él cuidará de ellos mejor que nadie.
-No hables –le ordenó Librada. –Túmbate y descansa.
-Tú también debes irte con ellos –Le respondió Salvador a Librada.
-Ni pensarlo. Yo me quedo a cuidarte.
El tono que empleó nos sorprendió a todos, Librada nunca levantaba la voz, por eso nos callados esperando su próxima orden.
-Venancio, acompaña a Andreu y Batiste al teatro. Habla con Bartha y le cuentas lo que ha ocurrido. Cuando regreses lo haces con algo de comida para Salvador.
Los tres no podíamos salir de  nuestro asombro por la autoridad demostrada por Librada mostrada en pocos segundos.
De camino al teatro, Venancio, nos contó que se había despedido de su trabajo dentro de la Compañía Sanz porque ellos planeaban ir a América y no le seducía la idea de abandonar Valencia. No se imaginaba su futuro yendo de un sitio a otro como un nómada, por eso buscó trabajo de su oficio de albañil. Ahora trabajaba en una obra en el ensanche de las nuevas avenidas. Dijo que había tenido mucha suerte pues, aunque el jornal no era muy elevado, sólo le pagaban dos pesetas al día por ser peón de mano. Había aprendido a ajustare los gastos a esa cantidad y así aún lograba hacer que le sobrasen hasta unos céntimos para poder tomarse algún que otro vasito de vino con los compañeros del sindicato.
Mientras nos lo contaba llegamos a la entrada trasera del Ruzafa dónde no había nadie. Empujamos la puerta y nos sorprendió el silencio que reinaba donde siempre había un gran bullicio. La penumbra del escenario nos hizo temer que aquellos hombres que provocaron nuestra huida y que amenazaron, con escopetas, a Darqués debían de estar aguardándonos para  matarnos. Le pedí a Venancio que nos fuésemos de allí lo antes posible.
-¿Estás loco, Batiste? –Respondió Venancio. Debo hablar con Darqués o el que me matará será Salvador por no cumplir su mandado.
-¿Quién anda ahí?
La inconfundible voz de Bartha nos sobresaltó. Con una palmatoria en la mano salió a nuestro encuentro.
-¡Vosotros!¿Dónde os habías metido?
Venancio habló por nosotros y le explicó todo lo que nos había ocurrido y el motivo por el que nos acompañaba.
-Aquí estaréis seguros, pero tendremos que atarles un cascabel para no perderles otra vez el rastro ¿verdad?
Bartha al decir esto me abrazó y sentí que temblaba o quizá era yo el que lo hacía. Pasamos al interior de los camerinos donde se encontraban Enrique Darqués sentado frente a una mesa, Miguel Máñez y su estrafalaria esposa, Carlota Planes, que no dejaba de manosear un vestido mientras parloteaba como solía hacer siempre.
-Mira está tan usado que no hay manera de que pueda reutilizarlo en otro espectáculo a no sea para interpretar a una pordiosera. 
Le hablaba a Darqués, aunque éste no parecía prestarle mucha atención; escribía en una libreta lo que semejaban ser cuentas. Bartha se acercó hasta él y le susurró algo al oído que le sacó del ensimismamiento. Nos miró y mientras encendía un cigarrillo dijo:
-¿Cómo se encuentra Salvador?
-Tiene una herida en la cabeza. Librada se ha quedado con él cuidándole. –Le respondió Andreu con tal rapidez que nos dejó a todos pasmados.
Darqués no le contestó sino que dio una lenta calada al cigarrillo y, a continuación extrajo su cartera de la americana. Aún tardó unos segundos más en volver a hablar:
-Venancio, toma este dinero y compra comida. Llévala a casa de Salvador que Librada sabrá hace buen uso de ella. -Se dio la vuelta hacia nosotros y nos advirtió en tono firme. -En cuanto a vosotros dos, que sea la última vez que desaparecéis.
Andreu y yo bajamos la cabeza avergonzados.
-¿No tenéis nada que decir a vuestro favor?
-Se asustaron por lo que vieron. –Nos justificó Bartha.
Y Darqués, sin prestarle atención volvió a preguntarnos:
-¿Qué os asustó tanto?
Andreu explicó que vimos cómo el sicario de Aurelio Retall lo encañonaba con una escopeta  y que temimos que nos disparase a todos.
Darqués sonrió ante la franqueza con que se lo explicó.
-No te preocupes. No van a matarme ni a mí ni a nadie de los que estéis conmigo. Os prometo que no tendréis que salir huyendo nunca más. De eso me encargaré yo personalmente.
Y se incorporó para apagar el cigarrillo que se había consumido en su mano derecha.
Se quedó su palabra en suspenso cuando entró precipitadamente Fausto Casajuana esgrimiendo un papel.
-¡Lo tenemos, Enrique! ¡Lo tenemos!
Aquel hombre regordete de detuvo ante nosotros y jadeó para recuperar el resuello.
-¡Lo tenemos! El dinero lo tenemos ya.
Al pronunciar la palabra dinero todos agudizaron sus oídos a la espera de una explicación sobre lo que el entusiasmado Fausto gritaba.
-A ver, Faustito, no nos tengas en ascuas ¿De dónde viene ese dinero que decir que tenemos y para qué?
Fausto tragó saliva y enseñando un papel dijo:
-Aquí tenemos un aval que nos ha firmado la marquesa Bonafé para financiar los próximos espectáculos de la Compañía.
-¡Bien! -Gritó Carlota Planes.
-Pero no cantes victoria del todo Carlota -Le contestó Fausto. -Nos ha impuesto una condición.