miércoles, 3 de abril de 2024

IRINA

 


No podía recordar nada el pueblo porque su madre se lo entregó al pastor cuando aún era un bebé, sin embargo, el cabrero y su mujer, que habían cuidado de él, se preocuparon de explicarle todos los detalles de la aldea a la que pertenecía. Sin haberla pisado nunca conocía cada rincón de ésta. Sabía quién habitaba cada casa, cada familia y estaba al tanto de todos sus parientes sin haberlos visto nunca. Era como si no se hubiese ido nunca de allí. Cada detalle que se acumulaba con el paso del tiempo, se lo contaba el pastor que traía diariamente las noticias a su humilde hogar.

Cuando Boris supo que su padre había fallecido, se sintió tentado de correr hasta la casa de su madre y hermanos, pero el cabrero lo detuvo con una sabia reflexión.

–No les causes más dolor. Espera a que cure la herida de la pérdida y, entonces podrás volver para siempre.

Boris comprendió que aquel hombre sencillo tenía razón. El cabrero hablaba poco, pero cuando lo hacía mostraba su sensatez. Aguardó a que pasasen dos años y, por fin, se sintió preparado para el reencuentro.

No era muy grande la distancia entre la casa del cabrero y el que debía haber sido su pueblo. Caminó con paso firme hasta llegar al cruce de los cuatro caminos. Se detuvo. Observó el entorno. En los campos había algunos hombres trabajando la tierra. Se enjugó el sudor de la frente y sacó una pequeña cantimplora para beber un trago de agua fresca. Después volvió a reprender el camino, pero, a los dos pasos, volvió a detenerse. Le asaltó una duda ¿Cómo debería llamar a su madre? Esa mujer que lo había entregado a otra familia y que nunca había ido a visitarlo. ¿Era realmente su madre como le había dicho la mujer del cabrero?

Mientras pensaba esto vio que por el camino que llevaba al pueblo, se acercaba una muchacha, de rostro ancho y semblante sonriente. Su hermosura le cautivó y algo le impulsó a acercarse a ella y darle conversación con la excusa de haberse confundido de camino. La muchacha le indicó que estaba cerca de la aldea y que sólo debía dar unos pasos más para encontrarse en el centro de la población.

–Muchas gracias. Has sido muy amable. Me llamo Boris y vengo a establecerme aquí. Siempre recordaré que eres la primera persona que he conocido de este pueblo ¿Cómo te llamas?

–Irina –respondió la muchacha con una sonrisa amplia y un rubor propio de su juventud.



 

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