No podía recordar nada el
pueblo porque su madre se lo entregó al pastor cuando aún era un bebé, sin
embargo, el cabrero y su mujer, que habían cuidado de él, se preocuparon de
explicarle todos los detalles de la aldea a la que pertenecía. Sin haberla
pisado nunca conocía cada rincón de ésta. Sabía quién habitaba cada casa, cada familia
y estaba al tanto de todos sus parientes sin haberlos visto nunca. Era como si
no se hubiese ido nunca de allí. Cada detalle que se acumulaba con el paso del
tiempo, se lo contaba el pastor que traía diariamente las noticias a su humilde
hogar.
Cuando Boris supo que su
padre había fallecido, se sintió tentado de correr hasta la casa de su madre y
hermanos, pero el cabrero lo detuvo con una sabia reflexión.
–No les causes más dolor.
Espera a que cure la herida de la pérdida y, entonces podrás volver para
siempre.
Boris comprendió que
aquel hombre sencillo tenía razón. El cabrero hablaba poco, pero cuando lo
hacía mostraba su sensatez. Aguardó a que pasasen dos años y, por fin, se
sintió preparado para el reencuentro.
No era muy grande la
distancia entre la casa del cabrero y el que debía haber sido su pueblo. Caminó
con paso firme hasta llegar al cruce de los cuatro caminos. Se detuvo. Observó
el entorno. En los campos había algunos hombres trabajando la tierra. Se enjugó
el sudor de la frente y sacó una pequeña cantimplora para beber un trago de
agua fresca. Después volvió a reprender el camino, pero, a los dos pasos, volvió
a detenerse. Le asaltó una duda ¿Cómo debería llamar a su madre? Esa mujer que
lo había entregado a otra familia y que nunca había ido a visitarlo. ¿Era realmente
su madre como le había dicho la mujer del cabrero?
Mientras pensaba esto vio
que por el camino que llevaba al pueblo, se acercaba una muchacha, de rostro
ancho y semblante sonriente. Su hermosura le cautivó y algo le impulsó a acercarse
a ella y darle conversación con la excusa de haberse confundido de camino. La
muchacha le indicó que estaba cerca de la aldea y que sólo debía dar unos pasos
más para encontrarse en el centro de la población.
–Muchas gracias. Has sido
muy amable. Me llamo Boris y vengo a establecerme aquí. Siempre recordaré que
eres la primera persona que he conocido de este pueblo ¿Cómo te llamas?
–Irina –respondió la
muchacha con una sonrisa amplia y un rubor propio de su juventud.
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