viernes, 2 de junio de 2017

UNA VUELTA POR LA ESCUELA DE MI INFANCIA



Dicen los expertos que nuestra personalidad se forja con las primeras experiencias infantiles; puede que sea así o no, pues son tantos los factores que nos marcan el carácter que no creo que el ser humano sea tan sencillo como para reducirlo a sólo un periodo concreto de su vida. Escruto en mi memoria y encuentro que ésta lleva tiempo convertida en un cajón de sastre donde se entremezclan los buenos recuerdos con algunos olvidos voluntarios, pero, no entraré en detalles. Voy a narrar alguna de mis experiencias de la infancia, es decir, los primeros años escolares cuando aprendí a leer y escribir en la escuela pública de mi pueblo.
El régimen tardo-franquista daba sus últimos coletazos cuando entré en primaria. Tal vez fuese el azar o la suerte lo que impidió que no cayese en las manos de una malvada maestra de la que omitiré su nombre. Al parecer, aquella mujer ejercía el magisterio bajo la premisa de que «la letra con sangre entra» pues todos los que aprendieron sus primeras letras con ella sólo destacan su estricta disciplina de imbuir la educación a través de los castigos corporales y psicológicos. Quiero pensar que una de mis primeras fortunas fue que el número de niños y niñas aumentase y con ello se tuviese que formar un nuevo grupo escolar donde me integraron. Uno de los pocos recuerdos que conservo de aquella vieja aula es la luz que se filtraba a través del ventanal detrás la mesa de la maestra y cuya figura agrandaba ante mis ojos de niña de cinco años. Junto a este retazo de la memoria de ese año se une el día en el que un fotógrafo vino a la escuela y nos colocó a todos los niños y las niñas en fila para fotografiarnos. El sencillo atrezzo consistía en un pupitre de madera con un mapamundi colgado de la pared. En fila fuimos sentándonos en aquel improvisado escenario rodeados de libros y empuñando un bolígrafo como si fuésemos a escribir. No recuerdo la cara de aquel hombre, aunque sí su reiterada orden de sonreír ante la cámara, sin embargo, en esa foto, en mi cara, sólo destacaba la expresión de interrogante junto a mis trenzas deshiladas.
Ni el esfuerzo de aprender a reconocer las letras, ni el de empuñar el lápiz para plasmarlas en un trozo de papel se mantiene en mi memoria por lo que creo que fue placentero, sin embargo, sí que conservo la imagen de la cartera donde guardaba mis libretas y los lápices de colores. Los días se sucedían como calcos del siguiente y sólo destaca el hecho de que, durante ese curso, en plena clase, uno de mis dientes de leche se desprendió de la encía. Recuerdo que la maestra me felicitó y me explicó que aquello era signo de que comenzaba a hacerme mayor.
En mi memoria se enmarañan los largos veranos con el regreso a la escuela que ya no sería a las Escuelas Viejas, esas que, según me contaron, fueron inauguradas en 1917 al son de los tambores y las cornetas de la Banda Otumba. Ese curso entré en las Escuelas Nuevas donde ya no sólo aprendería lengua castellana y matemáticas, sino lo que significaba convivir entre otros niños y niñas que, emigrados con sus familias, desde Extremadura y Andalucía, se habían mudado a mi pueblo en busca de trabajo. En suerte me tocó un maestro que era de carácter afable y quien nos enseñó a ser responsables, pero ni lo hizo con palabras gruesas ni con la práctica del castigo impositivo, sino con una sonrisa sana y fresca. A pesar de todo, aquel año la escuela se encontraba en un segundo plano pues, según mi madre, era mucho más importante la Primera Comunión, que cualquier otro hecho. No voy a hablaros de ella, pues ya os he narrado algunos episodios horripilantes tales como la sesión de peluquería que acabó con mi apreciada melena.
En la escuela pública, entre otras funciones educativas, también estaba la de mantener el espíritu del régimen franquista y, aunque no recuerdo nunca haber cantado el himno falangista, no he olvidado aquel acto en el que el director reunió a todas las niñas de entre siete y nueve años con motivo de la visita de la presidenta de la Sección Femenina local. Aquella mujer analfabeta, que sólo sabía gritar vivas al dictador, pretendía que nos apuntásemos al voluntariado femenino. El director, para animarnos a hacerlo, improvisó un discurso donde comparó el baile de la sardana con la unidad de España. A pesar de la grandilocuencia de las palabras de ambos estos no consiguieron convencerme. Nunca llegué a saber si aquellas prometidas actividades femeninas se llevaron a cabo.
Del siguiente curso poco destacaré salvo el curioso nombre de nuestra maestra, doña Primitiva, quien informó a mi madre de mi extremada timidez y que, según ella, sería un gran impedimento en mi vida.
Tras un verano sin sobresaltos comenzó el curso. El número de niños había aumentado. En la clase había más chicos que chicas, aunque ese hecho creo que tampoco importó demasiado. Mi carácter reservado propició el que don Juan, que era así como se llamaba el maestro, me usase como un elemento apaciguador para alguno de los revoltosos de la clase, así, durante unas semanas, ocupé el pupitre de la primera fila junto al más inquieto del aula, con quien, a pesar de mi carácter serio, logramos congeniar y como prueba de su amistad, a la salida de la escuela, pasaba por mi calle y gritaba ni nombre mientras realizaba alguna que otra pirueta.
El día a día del curso era normal hasta que un día llegó un niño nuevo a la clase. Vino acompañado por su madre y su abuela, dos mujeres de pelo ensortijado y las cuales me parecieron las personas más morenas que había visto en mi vida. La más joven llevaba de la mano a un corpulento niño y al maestro le advirtió que debía de cuidar de él pues hacía poco que había perdido a su padre en un accidente de carro. Tras aquella recomendación, quedó bajo la tutela y el beneplácito de don Juan. A partir de ese momento, él ejerció su despótica voluntad contra todos nosotros. Influenció sobre la voluntad del maestro lanzando alguna acusación falsa contra alguno de nosotros y, a continuación, le lloriqueaba para que acarreásemos con algún castigo o algún bofetón inmerecido. Mi compañero de pupitre recibió más de uno y dudo que los mereciese. La despótica actitud del novato protegido provocó que todos lo odiásemos, sin embargo, tuvimos que soportarlo ante la influencia que ejercía sobre el maestro que era la máxima autoridad.
Por lo que respecta a mí, ese curso, habría pasado desapercibida ante los ojos del maestro de no haber sido por su costumbre de hacernos salir a la pizarra para dibujar a mano alzada con las tizas de colores los grabados del libro de dictados. El día que me tocó debí de mostrar buenos dotes de la proporción, pues, a partir de ese instante, mi apellido resonaba a la hora de la reproducción de la imagen del texto.
El curso transcurría. En matemáticas destacaba un niño que siempre iba por delante de todos nosotros. Se trataba del rollizo hijo de un tendero que, debido a que pasaba muchas horas en la tienda de su padre, sabía mejor que nadie multiplicar y dividir grandes cifras. Aquel adelanto le creó graves complicaciones, puesto que al encontrarse más avanzado que el resto, que todavía sufríamos los problemas del aprendizaje y la falta de práctica, se aburría y lo suplía con juegos y distracciones que el maestro amonestaba con castigos y reprimendas. Un día apareció su madre. El maestro la recibió delante de todos nosotros; aquella mujer, bastante acalorada, escuchó las quejas sobre su revoltoso hijo y se justificó diciendo que, debido a su trabajo, no podía prestarle la debida atención. La nerviosa madre explicó que, a su hijo, lo único que parecía hacerle efecto era algún que otro bofetón y debió de pensar que era el momento oportuno de dar un ejemplo claro de cómo debía infringírsele el castigo y, para la sorpresa de todos, le descargó un sonoro bofetón que nos resonó los que estábamos presenciándolo. Nunca he olvidado la cara del abochornado muchacho, avezado en las matemáticas, cuando recibió el inesperado castigo.
El curso terminó y con él mi estancia en la escuela del pueblo, pues, tanto mi padre como mi madre, decidieron que debía ir a Valencia para continuar mis estudios, pero eso ya sería materia de un nuevo relato.


10 comentarios:

  1. hola! maravilloso relato, que nos lleva al pupitre y delantal, y enseñanzas y metodos semejantes, hoy en dia cuando cuento cosas similares a mis hijos todos adolescentes y con escuelas tan distintas me miran como si fuera de otro planeta y es que la epoca fue totalmente distinta, pero valio la pena, a veces se exageraba y el miedo imperaba, el ahora rige mucho el descontrol y la falta de estimulos, no hablemos ya del respeto.te comparto con el alma y el cursor, un beso, la Pitu. saludosbuhos.

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  2. Hola Pitu:
    Aunque era muy pequeña aún tuve oportunidad de conocer esos coletazos de la educación consolidada franquista. He creído oportuno contarlo porque termina el curso escolar y hacer memoria de lo malo y de lo bueno creo que es necesario.
    He dado unas pinceladas, pero habría mucho que contar y meditar.
    Muchas gracias por compartir mi relato pues ya sabes que me haces muy feliz querida amiga lectora. Un abrazo para mis buhitas.

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  3. De Sara Mañero Yo, por desgracia, tuve que aprender demasiados himnos, ¡hasta el de los requetés! Y no soy tan vieja, pero me tocó

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  4. De Hélène Girard Dupoiron Me ha encantado! Esta muy bien escrito, sobrio y fluido.

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    1. Muchas gracias Hélène por tus cariñosas palabras. Un abrazo

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  5. Muy bien descrito Francisca,esa escuela pública parece mas de mi tiempo,yo empece en el Liceo Italiano de Madrid,y por mala suerte de mis padres ,tuve que cambiar a una escuela pública igual que la tuya ,la profesora pegaba y también pasaron cosas muy parecidas o casi iguales,lo bueno fué que cuando llegue a esa maldito colegio,yo sabía ya escribir y leer.Tu relato es estupendo y real.

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    1. Querida lectora o lector pues no sé quién eres, muchas gracias por leer mi relato. A pesar de lo que he contado no conservo un recuerdo traumático de esa escuela más bien creo que era un sistema educativo propiciado por el momento y el régimen político. El sistema fomentaba la competencia entre los niños y niñas y no siempre era leal. Celebro que te haya gustado mi relato. Muchas gracias por tu lectura y comentario.

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  6. Gràcies, Paqui. M'encanta llegir els teus relats, a banda de ben contats, amb vocabulari molt cuidat, deus tindre una memòria prodigiosa per la quantitat de detalls que recordes.
    Ha sigut una lliçò d'Història.

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    1. Hola Susi
      Quina alegria trobar-te en el meu blog. Moltes gràcies per llegir i comentar el meu relat sobre l'escola de la meua infància. Diuen que es recorda més el d'antany que el proper, per açò no crec que siga només bona memòria, sinó les vivències que em van impactar. Gràcies per llegir i comentar els meus relats.

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