A
la salida del mitin nos reunimos en la entrada. Fue como volver al principio de
todo. El director, Enrique Darqués, cojeaba por las heridas de su pierna, pero
mantenía la altanería que tanto lo caracterizaba. Edelmiro Bartha se acercó a
la duquesa Natasha Ivanoff y tomándole la mano se la llenó de tiernos besos
mientras no podía conter las lágrimas de emoción por volver a estar junto a su
amada. Aquel pequeño e inquieto hombre albergaba una ternura insospechada. Tanto
Batiste como Librada junto con nuestro amigo Venancio y yo mismo rodeamos a
Salvador como queriendo protegerle de todos los halagos y abrazos que pretendían
darle los obreros asistentes a su hazaña. En ese instante sentíamos más ansias por conocerle mejor y poder aprender de él su arrojo y determinación. Nunca me he
considerado un valiente, aunque poseo inmediatez para responder al peligro. El
miedo siempre me sobreviene horas después, por eso, la hazaña que le había
visto hacer provocó el más profundo deseo de poder conocer mejor a mi hermano
Salvador.
Venancio
fue el primero en despedirse de nosotros, dijo que debía volver con Lorenzo, el
mecánico de Francisco Sanz. A continuación, fueron Bartha, la duquesa y Darqués
los que tomaron el camino de regreso hacia el piso donde se encontraban hospedados.
Librada y Batiste también les acompañaron deseosos de comer algo caliente y
dormir seguros y, aunque me invitaron a seguirles decliné la oferta por permanecer
cerca de Salvador de quien no quería separarme ni un instante, sin embargo, una
vez se marcharon mis amigos, mi hermano, me dejó sólo rogándome que le esperase
porque debía hacer algo antes de regresar a su cuarto.
Me
arrellané en la oscuridad de uno de los ángulos del edificio de Correos
dispuesto a esperarle todo el tiempo que fuese necesario. Quería confiar en él
y en su palabra dada de no abandonarme. Con esa duda me adormilé por el
cansancio del ajetreado día, aunque, posiblemente, mantuve los ojos abiertos,
pues la voz de aquel hombre me sobresaltó. Su timbre grave resonó en mis
oídos hasta casi convertirse en un golpe en la cara como si de una bofetada se
tratase. No me importó su insulto. A mi corta edad ya me habían llamado de
tantas formas que el calificativo de piojoso
no poseía ninguna relevancia y ya no conseguía ofenderme. Antes de responder a
su requerimiento le observé. Lo hice con detenimiento y precaución, aunque sin ningún respeto. Le conocía. A aquel
hombre, de cara angulosa, ojos oscuros y pequeños y de diminuto cuerpo, era muy
temido por la fama de ser el ladrón más cruel de toda la ciudad de Valencia,
sin embargo, por algún extraño motivo que no acerté adivinar en ese instante,
no sentí ningún pavor.
Hacía
pocas horas que Aurelio Retall había salido de la cárcel donde lo habían
encerrado tras su fallido atraco al banco de Valencia. A pesar de que intentó
huir del cerco y la aparatosa persecución que los guardas de asalto llevaron a cabo por las calles
adyacentes al ayuntamiento, no logró zafarse de ellos que lo detuvieron
en uno de los pisos donde solía esconderse. Se dijo que no opuso ninguna resistencia
por lo que su abogado defensor, un uruguayo afincado en la ciudad que tenía el
despacho cerca de la plaza de toros, usó ese elemento como atenuante para que
fuese liberado en pocas horas.
-Nunca
encontrarán ni una sola prueba contra mí.
Esas
fueron las únicas palabras que salieron de la boca de aquel minúsculo ladrón que
tanto atemorizaba a toda la ciudad.
-¡Eh,
tú! ¡Piojoso! Ven aquí que quiero hablar contigo.
Avancé
hasta él.
-Llevas
un buen rato observándome desde ese rincón.
-Yo…
no, no señor, sólo estoy aquí esperando a mi hermano.
Aquel
malcarado hombre me observó con detenimiento. Tardó unos segundos en despegar
los labios y seguir interrogándome.
-¿Cómo
te llamas?
-Andreu,
señor.
-Andreu
qué más, porque tendrás un apellido como todo el mundo ¿no?
Tragué
saliva. Sostuve la mirada a aquellos pequeños y amenazadores ojos y le contesté:
-Me
llamo Andreu Masobrer.
Al
pronunciar mi apellido noté un gesto de sorpresa en aquella cara asimétrica,
aunque intentó disimularla. Aproveché esos segundos de indecisión para escrutar
su rostro sin perder detalle.
-Espero
a mi hermano Salvador.
-¡Salvador
Masobrer! –Repitió como si yo ya no estuviese ante él.
-¿Lo
conoce? –Le pregunté intrigado.
-Por
supuesto que nos conocemos, ¿verdad, Aurelio?
Respondió
mi hermano que había surgido de la oscuridad de la esquina.
-A
veces no conoces a una persona tanto como crees. –Contestó el ladrón, Aurelio
Retall, que rápidamente perdió el interés por mí y se adelantó hacia mi
hermano. –Hacía demasiado tiempo que no nos encontrábamos cara a cara tú y yo. El
tiempo pasa tan rápido.
-Sí,
Aurelio, el tiempo vuela, pero no borra las cuentas pendientes y creo que
nosotros tenemos más de una.
Ambos
parecían conocerse mejor de lo que podía imaginar.
Aún
tardé varios años en saber cuál era el verdadero nexo entre mi hermano y aquel
temido ladrón, pero, en aquellos instantes, poco me importó.
-Creí
que nunca te pediría nada, pero ahora necesito tu ayuda, por eso te busco.
-Me
sorprendes, Aurelio ¿desde cuándo un piojoso trabajador como yo puede hacer
algo por el ladrón, estafador y asesino más grande de esta ciudad?
En
las palabras de mi hermano se notaba un cierto tono de triunfo ante el
requerimiento hecho por aquel malvado personaje.
-Dejemos
nuestras diferencias a un lado. Debo hacerme invisible a la policía durante un
tiempo y sólo lo lograré si tú me ayudas.
-Yo
no ayudo a delincuentes como tú que sólo conocen la amistad por la moneda.
-Pero
esta vez sí que lo harás si quieres que tu familia no sufra. –Con una agilidad pasmosa
le colocó una navaja sobre la garganta. –Sabes perfectamente que te mataría
aquí mismo sin pestañear, pero eso no te importaría lo más mínimo ¿verdad? sin
embargo, sé que te haría más daño si me deshago de tu hermana porque, aunque
dices que reniegas de ella, estarías dispuesto a hacer lo que fuera por ella porque
es de tu sangre.
Mi
hermano Salvador tragó saliva. Con la mano derecha apartó el acero amenazante
de su garganta y se inclinó hasta su cara para responderle con el mismo tono que
Aurelio Retall había usado con él:
-No
te parece suficiente con haberla convertido en una esclava tuya como para ahora
usarla como moneda de cambio conmigo. Si le haces daño sabes perfectamente que
te mataré.
Le
temblaba la voz mientras se lo decía. Yo no sabía exactamente a qué se refería con
aquellas palabras sobre mi hermana. En mi cabeza se entremezclaba la imagen de una
niña que cuidaba de mí mientras mi madre trabajaba, pero tampoco sabía qué
había sido de ella cuando me separaron de la familia para internarme en la
Inclusa.
-Tu
hermana está muy bien conmigo. Le doy todo lo que quiere y sólo debe cumplir su
palabra de lealtad para conmigo.
-¿Crees
que soy tonto o qué? –Le gritó enfurecido Salvador. –Se ha convertido en una
drogadicta como las otras mujeres que forman tu harén.
-Tu hermana vino a
mi casa por su voluntad. Estaba harta de la miseria. Mírate con esas ropas
viejas y remendadas, ¿de qué te sirve tanto predicar por la justicia del
trabajador si no puedes mantener tu familia ni formar una propia? Mira a tu
hermano pequeño que mendiga para no tener que morirse de hambre ¿Es eso lo que piensas
logar para los trabajadores?
Salvador
apretaba los puños enfureciéndose con cada una de las burlonas palabras de
aquel malvado hombre.
-Pero,
no te preocupes, no he venido a hablar de tus problemas, sino lo que pretendo
es buscar una solución a los míos. Necesito esconderme de la bofia durante un
tiempo.
-¿Por
qué no recurres a tu abogado? –Le preguntó Salvador con soltura.
-Porque
a él también lo vigilan. Si me ayudas prometo resarcirte. Sabes que no soy
desagradecido.
-Yo
no quiero nada que proceda de ti.
Aurelio
Retall sonrió.
-Sabía
que me dirías eso, pero estoy seguro de que a esta nueva propuesta no podrás rechazarla.
Sé cuándo se van a producir los próximos ataques con bombas en la ciudad y,
esta vez, te aseguro que ocurrirá una verdadera matanza.
La
tensión, entre ambos, iba en aumento por eso me sentí insignificante ante
ellos. Ya no sabía qué pensar ni imaginar tanto de mi hermano como de aquel
hombre que parecía conocer mi familia mejor que yo.
-Te
lo diré y con mi ayuda te convertirás en un héroe.
-Yo
no quiero ser un héroe, pero no permitiré que mueran inocentes. Dime quién
prepara los atentados y contra quién.
-Ya
sabes mis condiciones y a cambio de qué. –Le dijo orgulloso el bandolero.
-Está
bien. Por esta vez dejaremos nuestras viejas rencillas y nos ayudaremos
mutuamente. Te llevaré a un hangar del puerto donde podrás ocultarte, pero
antes debes de proporcionarme todos los detalles sobre esos inminentes atentados.
Tanto
Salvador como Aurelio se habían olvidaron de mi presencia.
El
ladrón detalló los planes que las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, más
conocidas por sus siglas, JONS, pretendían llevar a cabo en breve. Aunque esta
agrupación falangista todavía no era legal, sin embargo, sí tenía registrado su
domicilio sindical en la calle del Mar. Su presidente, conocido por
su nombre de pila, Adolfo, dirigía y publicaba un libelo que, bajo el nombre de
Reunión de Juventud Patriótica,
difundía las noticias sobre las grandezas de los movimientos falangistas
europeos, así como las andanzas de los grupos de jóvenes de la ciudad
valenciana que actuaban en pos de la expansión de su ideología.
-¿Recuerdas
aquellos incidentes que se produjeron durante el entierro del
anarquista asesinado en el puerto? –Recordó el ladrón Retall.
-¡Cómo
olvidarlos! Sólo pretendíamos hacer un entierro civil del compañero y mostrar nuestro respeto con un desfile por la ciudad. –Recordó Salvador con
una sombra de amargura en su semblante. –No sé quién daría la orden de cargar
contar los manifestantes, pero los disparos provocaron una masacre entre los obreros
y las obreras anarquistas y como consecuencia se proclamó la huelga general.
-Pues
creo que te equivocas al pensar que fue la policía o el gobierno el que dio la
orden de disparar contra el gentío, aunque poco importa ya quién lo
hiciese. Si quieres evitar otra nueva situación de ese tipo yo te ayudaré, pero
ya conoces mis condiciones.
Por
el espacio de unos minutos, continuaron hablando hasta que un vocerío procedente
de la plaza les interrumpió. Una muchedumbre se encontraba alrededor de un
coche en el que se podía ver a un hombre levantado y dirigiéndose a los que se
habían colocado a su alrededor. La curiosidad pudo más que su discreción y,
tanto Salvador como Aurelio Retall y yo mismo, nos acercamos para ver qué
ocurría.
-Señoras
y señores, lo nunca visto hasta ahora se va a producir en esta ciudad. El gran
profesor Ares, con sus súper poderes sensoriales, les va a demostrar que no
sólo es capaz de extraer monedas sumergidas de dentro del agua con el poder
magnético de su mano, sino que posee una extraña habilidad insólita de conducir
un auto con los ojos vendados. No necesita ver la calle pues su potente mente
radiónica consigue impulsar extrasensorialmente la dirección del vehículo. Ustedes
serán testigos de cómo lo llevará recto por las calles de la ciudad. Hoy
es un día histórico, señoras y señores. En el coche, como testigos, le
acompañarán los ilustres periodistas valencianos: don Alfredo Sendín Galiana,
cronista del periódico vespertino La
Correspondencia de Valencia, don Joaquín Sanchis Nadal, periodista de El Mercantil Valenciano y el joven
reportero Manuel García Dasí conocido con el popular nombre de «Tristezas». Todos ellos se montarán en
la parte trasera del vehículo para ir tomando nota de la evolución de dicha
demostración sensorial.
Fue
Miss Zakara la que vendó los ojos del autodenominado profesor Ares, lo cual me
creó cierta desconfianza, pues sabía, por las referencias que me había dado
Librada, que aquella pareja vivía del engaño y el timo.
Una
vez se hizo el anuncio y ante los expectantes observadores el coche arrancó y
supuestamente era guiado por el instinto de aquel embaucador.
Tanto
Salvador como el ladrón Aurelio Retall siguieron la evolución de los
movimientos de aquel vehículo con una sonrisa en la boca. Casi se diría que la
muchedumbre era la que estaba empujando el coche que, a trompicones, se desplazaba
desde la plaza por delante del edificio de Correos y que cambió de
sentido hacia la calle de las Barcas. Se desplazaba lentamente, pues la gente
iba al paso del vehículo como queriendo creer lo que parecía imposible. Cuando
el coche se encontró a la altura de la puerta del teatro Principal, algo
extraño pareció ocurrir, pues el volante, que sujetaba el mago con los ojos
vendados, giró bruscamente hasta chocar con el poste de una de las luces de gas
del alumbrado urbano. El golpe no fue tan fuerte como su resonancia. Un grito de espanto dio paso a un silencio locuaz. El copiloto se levantó y
pidió calma a los que rodeaban el coche.
-Señoras
y señores no ha ocurrido nada de importancia. La fuerza magnética del profesor
Ares ha hecho que la farola fuese hasta él provocando su desvío, pero creemos
que ha quedado demostrado su fuerza radiónica sensorial. Démosle un fuerte
aplauso.
Y los espectadores se arrancaron a aplaudirle con gran estruendo. El tunante profesor
Ares aprovechó ese instante para dirigirse a los observadores e invitarles a
que pasasen por la carpa del circo, instalada junto a la plaza de
toros, para disfrutar de su espectáculo.
-Cualquier
sistema es bueno para publicitarse gratis ¿verdad?
El
comentario lo hizo Enrique Darqués, que se encontraba bajo la marquesina de la
entrada de teatro y con él se encontraba Edelmiro Bartha y la duquesa Natasha
Ivanoff que sonrieron con su comentario. Batiste Sistella y Librada me hicieron
señas para que me acercase hasta ellos. Tanto Salvador Masobrer como Aurelio Retall desaparecieron
entre el gentío.
hola francisca! de verdad no sabemos como creas tantos personajes y tan variados, eres maga o que? felicitaciones y quedas compartida. saludosbuhos.
ResponderEliminarQueridas amigas:
EliminarSiempre me ha gustado observar a mi alrededor así que todo lo que cuento es de este mundo, aunque tamizado por mi fantasía. Muchas gracias por leer, comentar y compartir mis relatos. Continuaré. Un abrazo buhitas.
hola ! de nuevo por aqui, te juro que ese hombre de la fotografia se super parece a mi abuelo de joven....las cosas que tiene la vida! seria la moda de peinarse y la ropa....
ResponderEliminarA mí me sedujo su sonrisa oculta. Era la adecuada para el ladrón que quería describir. Este personaje volverá a ser el centro de más de un embrollo. Espero!
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