-Papá cuéntame un cuento.
-¿Cuál quieres que te cuente? ¿La historia de El calcetín
perseguido o El
relato de la tormenta que nunca se acaba?
-No, esos no, que ya me los sé. Cuéntame una película.
-Una película... Vamos a ver... ¿La del chico del
bigote o La de
la chica encantadora?
Y así podíamos estar horas y horas. Yo intentaba
convencerle de que se inventase un cuento o una historia de película y él
bromeaba conmigo intentando que desistiese en mi petición. Ante mi insistencia
debía ceder, pues, sabía que no dejaría de insistirle hasta que pusiese su
imaginación en marcha. Fue, entonces, cuando me contó aquella bella historia de
la fabulosa muchacha que puso en jaque al mismísimo Alí-Babá y a sus cuarenta
ladrones.
La muchacha, según me contaba mi padre, fue tan valiente
que se enfrentó a toda la banda de ladrones y al más temible de todos que era
conocido por el nombre de: Rubín el enmascarado. Aquel hombre de corta
estatura era el cerebro de todos los robos, chantajes y estafas que ocurrían en
aquel exótico país.
Mientras mi padre me contaba aquellas historias, donde
entremezclaba a villanos con valerosos y audaces caballeros, mi imaginación
volaba hasta el punto de ser la que llevase todo hasta un buen puerto. Con sus
relatos descubría mundos imaginarios que, misteriosamente, se parecían a la
vida cotidiana.
En el relato de aquel día los personajes se
entremezclaban y junto al malvado Rubín cobraba protagonismo el pirata
que, con su parche en el ojo y su pata de palo, contaba sus aventuras con un
final feliz. Según me contaba mi padre, dicho personaje, decía que el verdadero
y real final no le solía gustar, por eso debía cambiarlo por otro más amable.
Aquel pirata no me gustaba mucho pues era un mentiroso, así que yo le pedía que
lo eliminase al instante del relato. Ese día ocurrió lo de siempre así que, en
medio del relato, mi padre metió al pirata en un bote y lo lanzó a alta mar
lejos de mis sueños.
-Pero sigue con el cuento. Si el pirata ha decidido irse
en su barco, en busca de nuevas costas, eso no quiere decir que la muchacha no
tenga más aventuras, ¿no te parece? –Le insistía cuando desistía a continuar
narrándome la historia.
–Dime ¿Qué hizo la
muchacha decidida que venció a toda la pandilla de ladrones y al enmascarado Rubín?
En ese instante, mi padre, improvisaba y añadía
fragmentos de algunas de sus lecturas o de las películas del cine que había
visto.
-La muchacha, después de despedir al pirata, decidió
cambiar de ciudad. Salió de la población y se encaminó a la más cercana a la
suya. Sus pies parecían tener alas y avanzaba más rápido de lo que imaginaba.
En la lejanía vio la silueta de las casas. Se detuvo, unos instantes, para
contemplarla y pensó que era idéntica a la suya. Continuó caminando hasta
llegar hasta la plaza principal. Se trataba de un espacio circular donde no
parecía haber nadie. Se sentó en un banco, bajo la sombra de un árbol, a
descansar sus maltrechos pies.
Pasó mucho tiempo hasta que vio acercarse a un joven
hasta ella. Lo observó sin ningún disimulo. Llevaba un gran abrigo y envolvía
su cuello con una bufanda roja. No hace tanto frío, pensó la muchacha, como
para ir tan abrigado, aunque quizá esté enfermo, se justificó ella misma. El
muchacho caminaba con la cabeza baja. Parecía estar triste. Pasó por delante de
la muchacha sin dedicarle ni una mirada. Casi había desaparecido de su vista
cuando, la muchacha, se percató de que, a pesar del sol, el joven no
proyectaba ninguna sombra. No la tenía.
-¡Eso es imposible! –Le interrumpí incrédula- Debe de
tener sombra. Todos tenemos una. Nadie la pierde.
-Yo no he dicho que la hubiese perdido, simplemente que no
la tenía y como veo que no quieres esperarte a saber el motivo te diré el
porqué: la había vendido.
-¡Vendido! ¿Para qué? ¿Y a quién le interesaría una
sombra si no sirve de nada?
Aquella afirmación me dejó intrigada. Insistí para que
continuara contándome la historia.
-Oye –Le gritó la muchacha al joven tristón -¿Por qué no
tienes sombra? Hace mucho sol y yo no te la veo.
El joven que ni la había visto, volvió sobre sus pasos
hasta colocarse delante de ella.
-No tengo sombra porque se la vendí al diablo.
-¿Por qué hiciste eso?
-Me prometió todas las riquezas de este mundo a cambio de
ella. Desde ese día, en mi casa, tengo todo el oro del mundo. Al
principio no le di mucha importancia, pero cada vez extraño más a mi sombra.
La muchacha no podía salir de su asombro ¿Cómo había
podido vender su sombra al diablo? ¿Y para qué la querría éste?
El joven entristecido le contó que el diablo se había
puesto en contacto con él a través del pirata, pata de palo. Este emisario le
había hecho una oferta que no supo rechazar. Al principio todo era perfecto.
Tenía la mejor casa de la ciudad. Atesoraba las joyas más impresionantes que se
pudiesen imaginar, pero, a pesar de sus riquezas, la gente le rehuía al ver que
no era como los demás. Dejaron de hacerle visitas. Tampoco lo invitaban a las
fiestas. Era diferente pues, entre sus múltiples posesiones, no existía su
sombra. El joven, le contó que entristeció por esa soledad no deseada. Había
intentado recuperarla, pero el diablo se burlaba de él enseñándole el contrato
que había firmado.
-¿Y no puedes obligarle a que te la devuelva? –Le
preguntó la muchacha.
-Sólo podría hacerlo si lograse cumplir las dos condiciones
que me ha impuesto.
La primera era que el pirata, pata de palo, debía
regresar al puerto de la otra ciudad y, a continuación, debía vencer al malvado
Rubín, el enmascarado.
Desanimado le dijo con un hilo de voz:
–No creo que lo consiga.
La muchacha, al escuchar esas condiciones, sintió
alegría.
-Eso es muy sencillo. Yo puedo ayudarte. En más de una
ocasión he vencido a Rubín, además, el pirata, pata de palo, se fue porque yo
quise. Puedo hacer que vuelva cuando quiera.
-¿Verdad que harás que vuelva el pirata pata de palo? -Le
dije a mi padre que sonreía ante mi desesperación.
-Pero si has sido tú la que has pedido que se fuese
porque era un mentiroso y contaba los finales mal.
-Ahora quiero que vuelva y ayude a la muchacha decidida
que pretende recuperar la sombra del joven triste.
En ese instante, mi padre me advirtió que los caprichos
tenían un precio así que si pretendía que el pirata volviese tendría que
atenerme a que me contaría un final feliz, aunque éste fuese falso.
-Me arriesgaré.
Se escucharon unos pasos huecos, se trataba del roce de
la pata de palo sobre los adoquines de aquella plaza en la que estaban el joven
triste y la muchacha decidida. El pirata se acercó a ellos y con su
voz aguardentosa les saludo.
-Creo que necesitáis de mi ayuda. -Dijo ufano- Pero ya
sabéis lo que os va a costar el que acceda a hacerlo.
-No es justo. -Le dije a mi padre- Anda pidiendo su
recompensa antes de que le soliciten su ayuda.
-Es un pícaro y tramposo viejo pata de palo -Me decía mi
padre. –Y él pondrá las condiciones. Aprende que en esta vida conseguir lo que desees
será a cambio de aquello que debas ceder para conseguir tus propósitos.
El pirata les ayudó con su astucia. Les invitó a que
llamasen al enmascarado Rubín para desafiarle con sus crueles preguntas.
El astuto villano dijo que formularía una única pregunta
y que si la acertaba podría recuperar su sombra.
-La pregunta es tan sencilla como complicada de
responder. –Dijo con una media sonrisa el malintencionado Rubín.
-Entre todos intentaremos contestarla. -Replicó la
muchacha decidida-
-¡Imposible! La pregunta sólo puede contestarla él que
vendió su sombra por las riquezas de este mundo.
-Gracias por tu ayuda, pero esta vez Rubín tiene razón.
Debo ser yo el que conteste y asuma las consecuencias tanto si acierto como
sino. Lanza tu pregunta ya.
-Ahí va. ¿Qué crees que has necesitado, necesitas y
necesitarás para alcanzar la felicidad?
La pregunta quedó en suspenso. Mi padre me miró y tras
volver a repetírmela como si fuese yo quien debiese contestarla concluyó con
esta afirmación.
-El final del cuento tienes que pensarlo tú. Tendrás que
ser precavida y procurar que el pirata no juegue con tu confianza y cambie el
final según a él le apetezca.
Entonces mi padre se levantó y con una sonrisa se
despidió de mí.
Mucho tiempo después descubrí que sólo lograría la
respuesta al enigma con el paso del tiempo.
Tiene muy buen pinta este cuento, a ver si lo puedo seguir. Un abrazo
ResponderEliminarHola Maria del Carmen, espero concluirlo la próxima semana. Espero que puedas leerlo y que te guste. Un abrazo
ResponderEliminarJamás olvidaré aquellos ratitos tan buenos en que mis mayores nos contaban cuentos, que finalizaban con moralejas. Tenía magia y encanto, muchos de ellos eran inventados y nos lo pasábamos chachi y se estrechaban los lazos...¡Qué tiempos tan bonitos!
ResponderEliminarAhora con más electrodométicos y facilidades, se deja romper lo establecido con las consecuencias que ya sabemos...
Me encanta esta entrada, ¿ puedes contarnos más?
Un besote.
Mari Carmen tus palabras me hacen cosquillas en la memoria. Me gustaba sentarme en el regazo de mi padre y casi obligarle a que hiciese memoria. Una película, un trozo de cuento inventado, todo me valía, lo importante era que me contase cosas.
ResponderEliminarEn otras entradas he contado muchas cosas sobre mi padre y yo, no sé si has tenido ocasión de leerlas. Creo que es una de las épocas más bonitas de mi vida, pero eso sólo se aprecia cuando ya ha pasado. Gracias por leer mis relatos y comentarlos con tanto cariño. Un abrazo.