Cumplí su recomendación al píe de la letra.
Debía pasar desapercibida a todos los que me conocían en el teatro Ruzafa.
Aproveché el momento en el que entraba el público para colarme hacia el
gallinero. Casi estuve a punto de ser descubierta por Andreu cuando éste se
detuvo con su hermano. Salvador me vio y distrajo la atención de su hermanito
para que no reparase en mi presencia. Una vez allí me escondí de las miradas de
los otros en el rincón más oscuro. Tenía que ser discreta y cumplir el encargo
de la forma más silenciosa posible.
En la penumbra me acurruqué. La gente
subía las escaleras hablando a gritos y riendo como si acudiesen a una fiesta de
la calle. Entre ellos estaba Salvador. Pasó junto a mí sin decirme nada. De
antemano habíamos acordado que no nos dirigiríamos ni una palabra delante de otros
posibles testigos. Debíamos de ser sumamente prudentes para que todo saliese
bien.
Acuclillada soporté el pisotón que uno de
los espectadores me proporcionó en un pie.
-¡Ay, niña! –Me gritó. –No te he visto.
No respondí. Volví a replegarme sobre mí
misma a la espera de que se apagasen las luces. Una vez estuvimos a oscuras
agudicé el oído y esperé la orden que Salvador debía darme. La película
comenzó. Los asistentes se agolparon sobre la barandilla para poder ver mejor
las aventuras de aquel hombrecito de aspecto ridículo. Sus carcajadas
comenzaron a sonarme como huecas y faltas de sentido. Cerré los ojos y me concentré
en mis pensamientos. No sé muy bien por qué acudió a mi memoria la imagen de mi
madre empuñando la horquilla de madera. Con ella tomaba judías secas y las
lanzaba al aire para que se desprendiesen los granos maduros de las desgajadas
vainas. Las lanzaba con tal fuerza que al bajar la horquilla golpeaba el suelo.
Aquellos golpes secos y continuados resonaban una y otra vez en mi cabeza. En
mi memoria guardaba pocas imágenes de ella y todas eran trabajando. Intenté no recordar
nada más. Escuché las carcajadas de los que estaban a mi alrededor. No podía
compartir sus risas. Me sentí triste. Mantuve los ojos cerrados. Otra vez apareció
la imagen de mi madre, pero esta vez era del día de su muerte. Yacía sobre una
sábana extendida sobre el suelo de tierra de la barraca. Sus pobres ropas le
servían de mortaja. Su rostro estaba sereno. Semejaba que permanecía dormida,
sin embargo, sus manos, amarillentas como si fuesen de cera, delataban la
rigidez mortal de su cuerpo. Mi hermanito lloraba. Permanecía dentro de un
cajón de madera que hacía las veces de cuna. Me acerqué hasta él y lo tomé en
brazos. Lloraba de hambre, pero no tenía nada que darle. Una mujer de las que
estaban en el velatorio me lo arrebató de los brazos para acercarlo a su pecho y
amamantarlo. Fue la última vez que vi a mi hermanito. Ya no he vuelto a saber
nada de él. A veces imagino que vive en una casa rica, rodeado de lujos y
exquisitos manjares. Otras veces pienso que ha corrido la misma suerte que yo y
que ha terminado vendido para ser un criado. Me aferro a la idea de que mi
hermano ha tenido mejor suerte que yo.
Me ardía la cabeza. El sudor empapaba mi
frente y mejillas. Continué con los ojos cerrados. A mi memoria volvieron las
imágenes del día del entierro de mi madre. Ese día no pude llorar, sin embargo,
esos recuerdos llenaban mis ojos y mi garganta de lágrimas. Me las tragué. Me
bullían las imágenes del pasado. Sentía que mi cuerpo ardía como si me
encontrase rodeada de fuego. Tuve la impresión de que estaba en un infierno en
el que me quemaba con los recuerdos. Por un instante perdí la noción del
tiempo. Permanecí en el pasado otra vez. Se trataba de imágenes instantáneas y
múltiples propiciadas por la fiebre. Apareció el rostro de mi padre con toda
claridad. Era un hombre enjuto que vestía como los pescadores de la Malvarrosa.
Me miraba fijamente sin decirme nada. No me dirigió ni una palabra de despedida
cuando me abandonó a merced de aquellos estafadores. Se desprendió de mí como
si de un mueble viejo se tratase. Vi cómo tomaba el dinero que le pagaban al
venderme para ser la criada de aquella pareja de tunantes. Al abrir los ojos
tuve la sensación de que se encontraba entre los espectadores que llenaban el
teatro. Sacudí la cabeza para lograr que se borrase al instante. La fiebre me
subía. Me mareaba, pero continué en el rincón replegada sobre mí misma.
Esperaba la orden de Salvador. No podía ni debía defraudarle.
No era el momento de pensar en mí, sino en
el encargo que debía realizar. Me incorporé para asomarme a la barandilla del
gallinero. Por un hueco vi la pantalla donde se proyectaba la película. Calculé
el tiempo que me faltaba para salir de allí. Me retiré otra vez hacia la
oscuridad. Miré a los que reían e imaginé que alguno de ellos podría ser mi
padre. Algo en mi interior luchaba por evitar revivir aquellos momentos tan
amargos y tristes de mi infancia, aunque la fiebre los recuperaba, una y otra
vez, como si se tratase de una película que estuviese proyectándose en mi
cabeza. En ese instante Salvador me hizo una seña. Me incorporé y me aproximé
hasta él. Me susurró al oído.
-Sal al pasillo. A la izquierda verás un rótulo
que indica la subida al ‘Paraíso’. Son unos cuantos peldaños muy estrechos.
Mira a ver qué hay allí. No toques nada. Luego ven y me dices qué has visto.
Me di mucha prisa por cumplir su mandato. La
pequeña escalera era muy angosta. El llamado Paraíso, en realidad, era una
buhardilla con dos grandes ventanas, una orientada al escenario y la otra
cenital que proporcionaba la luz directa del exterior. Sólo había una silla y
sobre ella descansaba un paquete envuelto en periódicos atado con cuerdas.
Bajé lo más rápido que pude. Salvador me
esperaba al pie de los escalones del Paraíso.
-¿Qué hay ahí? –me preguntó con ansia.
Se puso nervioso cuando le expliqué cómo
era el paquete que había visto.
-Tienes que bajarlo, pero con sumo
cuidado. Tómalo por los extremos entre las manos. No lo agites. No lo voltees.
No hagas ningún movimiento brusco con él porque podría ser muy peligroso.
El sudor resbalaba por mi frente mientras
bajaba los escalones. No pesaba mucho, pero cada peldaño de la bajada de ese Paraíso
suponía un gran esfuerzo para mí.
Salvador me esperaba al final de la
escalera. Me tendió los brazos a la espera de que se lo depositase en las suyas.
Lo hice lentamente y asegurándome de que no lo zarandeaba.
En el gallinero continuaban las risas del
público ante las gracias de aquel hombrecito. Con mucha precaución, Salvador,
lo colocó en el rincón donde yo había estado oculta hacía unos minutos. Junto a
la puerta apareció la duquesa Ivanoff. Aquella mujer vestía toda de blanco.
Semejaba un ángel. Le hizo una seña a Salvador para que saliese al pasillo. Allí
estaba Darqués fumando un cigarrillo y con evidentes síntomas de nerviosismo.
-¿Puedes evitar que explote? –Le preguntó.
Aquellas palabras me sobrecogieron, porque
hasta entonces no sabía de qué se trataba. El paquete era una bomba. ¿Quién
había puesto aquello en el llamado Paraíso? Y sobre todo ¿Por qué?
Salvador Masobrer no pronunció ni una
palabra
-¿Qué podemos hacer? –Preguntó la duquesa.
-No sé muy bien si es como las otras que
he desarmado. Se encuentra cubierta por los periódicos, pero voy a intentarlo.
–Le respondió Salvador mientras se secaba el sudor de la frente.
-Lo mejor sería que alguien te ayudase.
–Afirmó el director. –Natasha, busca al proyeccionista seguro que él sabrá más
que nosotros de material inflamable. Una vez él salga, quédate con don Luis para
que no se impaciente y sobre todo que no se entere de nada de lo que está
sucediendo aquí.
-El problema está en que el teatro se
encuentra lleno y si explota será una auténtica tragedia. –Afirmó Salvador.
-¿Cómo podríamos desalojarlo sin crear alarma?
-Muy sencillo. –Habló Bartha que apareció
de repente. –Hay que sacarlos de la forma más discreta y rápida posible.
Me sorprendió la sangre fría que mostraba
aquel hombre que siempre estaba alterado ante cualquier situación.
-No puedes decir que el teatro está
ardiendo porque eso crearía más alarma. –Inquirió Darqués.
-Pero sí puedo apelar a su curiosidad.
–Insistió Bartha. –Si anunciamos que la policía ha detenido al ladrón y asesino
más buscado de la ciudad saldrán corriendo para comprobarlo.
-Es una buena idea. –Le apostilló el
director.
Uno de los maquinistas debía realizar un
gran estruendo en la calle y, a continuación, otro se encargaría de vocear el
acontecimiento.
-El público no tardará en sentir
morbosidad por ver qué ocurre en la calle. –Afirmó Bartha. –Cuando salgan del
teatro podremos desarmar el artefacto.
La duquesa Ivanoff se dirigió al palco
donde se encontraba el anciano caballero que Darqués había estado acompañando
hasta ese momento. Andreu y Batiste permanecían custodiando el material del
proyeccionista. En el gallinero, junto a la bomba, nos encontrábamos Darqués,
Bartha, Salvador, el proyeccionista de cine y yo.
-Librada, deberías irte. Es demasiado
peligroso que permanezcas aquí. –Me pidió Salvador.
-Yo he bajado el paquete del Paraíso y
quiero ver lo que contiene. –Dije con firmeza.
Fui tan rotunda en mi contestación que
ninguno se atrevió a contradecirme.
El proyeccionista se acercó hasta el
paquete que permanecía en la penumbra. Del bolsillo de la chaqueta extrajo unos
pequeños alicates. Cortó los cordones que lo ataban. A continuación, con sumo
cuidado, fue abriendo el papel de periódico que lo envolvía. Todos nos asomamos
a contemplar lo que parecía ser una urna de cristal. En su interior se veían
dos líquidos uno de color blanco y otro verdoso. Se encontraban separados, pero
podrían haberse comunicado si se hubiese agitado la caja. Entre ellos existía
un conducto que permitía la comunicación. En la parte superior había una ranura
que ventilaba aquella caja misteriosa.
-Es lo que me temía. –Dijo el
proyeccionista. –Bartha necesito un trozo de madera delgada.
Edelmiro salió corriendo de allí en busca
de lo que le habían pedido. Bajó los escalones de dos en dos y de un salto se
subió al escenario. Al instante, regresó con un trozo de chapa de madera que
entregó al proyeccionista. Éste lo partió e introdujo uno de los trozos por la
ranura central para tapar el conducto entre los dos líquidos y evitar la mezcla
explosiva.
-Ya está. –Dijo. –Ahora sacarla a la
calle, pero con cuidado que ese líquido es muy inflamable.
-¿Ya ha pasado el peligro? –Le preguntó el
director.
-Sí. Voy a salir a la calle a que me dé un
poco el aire. Necesito fumarme un cigarrillo. Dijo el proyeccionista.
-Pues entonces sigamos con la función
doble. –Gritó Darqués, visiblemente emocionado. –Bartha hay que hacer que el
público vuelva a entrar.
Salvador fue el encargado de sacar la caja
fuera del gallinero. Bajé para ver dónde la había depositado, pero la fiebre,
que había sentido minutos antes, volvió a martillear mis sienes. Sentí que mis
piernas flaqueaban. Se abrieron las puertas del teatro para que volviesen a
entrar los espectadores. Había un gran griterío, sin embargo, lo que provocó
que me asustase no fue ese alboroto, sino el ver a mi padre. Lo reconocí al
instante. Me desmayé.
Sabes que te leo desde hace mucho. Lectura a lectura, confirmo lo que pienso: eres una narradora excelente. Hay muchos tipos distintos de escritura (de escritores): muchos de ellos, en su diversidad, me gustan. Entre ellos, los que, como tú, tenéis el don de la narración. Tus historias y tus personajes están reclamando ser libro. ¿Oyes sus voces?
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Yo también le he dicho algunas veces lo del libro, pero no sé si nos hará caso.
EliminarSí, Enrique Teso Vilar, quedan más interrogantes por resolver. Tanto Carmen Pinedo Herrero como tú me animáis a que termine escribiendo lo que sería una novela ambientada en la Valencia revuelta de 1934. Casi no puedo deciros que no otra vez. A ver si saco tiempo de donde no tengo. Muchas gracias por leer y comentar mis relatos con tanto entusiasmo.
EliminarHola Carmen
ResponderEliminarSí, las oigo. Me susurran y otras veces me gritan enfadados, pero aún no les hago mucho caso. Quizá todo sea culpa mía.
Espero que la sorpresa del paraíso no te haya asuntado mucho. Muchas gracias por tus cariñosas palabras. Un abrazo.
Muy buena narración y una historia que me tuvo en vilo desde las primeras palabras. Te felicito.
ResponderEliminarmariarosa
Muchas gracias Maria Rosa
ResponderEliminarMe había propuesto crear un poco de misterio y creo que lo he logrado.
Muchas gracias por la lectura y comentario. Un abrazo
Desde que te descubrí ví en tí unas dotes extraordinarias para el relato, coincido con Carmen Pinedo, bueno, con todos, ya que lo bueno, lo sabemos apreciar todos.
ResponderEliminarEnhorabuena, me encanta la entrada.
Besos.
Querida Mari Carmen:
EliminarMuchas gracias por tus cariñosas palabras. Tendré que haceros caso a Carmen a Enrique y a ti y ponerme, en serio, a escribir la novela. Siento algo de vértigo ante esa responsabilidad de pasar a algo más serio.
Celebro que te haya gustado el nuevo relato. Es un placer saber que te hago pasar un buen rato. Un abrazo.
Ah, lo acabo de ver. Sugieres que dejemos nuestro blog: " Seamos seguidores". Aquí dejo el mío para vosotros:
ResponderEliminarhttp://franconetti-aula-abierta.blogspot.com
¡Gracias!
Gracias a ti Mari Carmen.
EliminarComo siempre me has tenido en vilo todo el tiempo. Esa forma tuya de contar una historia es magnífica. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchos besos amiga :D
Hola Margarita:
EliminarEntonces he conseguido mi objetivo de atrapar al lector, en este caso a ti. Me he puesto muy contenta con tu comentario. Muchas gracias. Un abrazo.
hola Francisca! no tengo mas adjetivos para decirte lo que nos producen tus lecturas, como atrapas y hasta contuve el aliento!!ja,ja,ja, en verdad, no solte el aire hasta el final, magia en tus dedos, gracias! abrazosbuhos!
ResponderEliminarQueridas amigas Sabri y Pitu
Eliminar¡Qué alegría es para mí leer vuestros comentarios! Estoy planteándome muy seriamente convertirlo en algo más que unos relatos seriados, pero me falta el tiempo, ese tiempo que vuela sin darte cuenta.
Muchas gracias por leer y compartir mis relatos. Un abrazo amigas.