Lograr asustarme
era lo más sencillo del mundo. Aquellos
golpes a la puerta, en medio de la noche, y los juramentos que los
acompañaban eran lo suficientemente efectivos como para que temblase y arrancarme un grito, sin embargo, la prudente y sagaz Librada, me calmó poniéndome la
mano sobre la boca. Salvador Masobrer, el hermano mayor de Andreu, se acercó a
la puerta con la intención de abrir y con un gesto, indicó que nos resguardásemos
detrás de la cama destartalada que yacía junto al ventanuco y, a
continuación, se colocó el dedo en la boca para que mantuviésemos silencio
y calma.
-¡Deja de
berrear, Tomás! Ya voy a abrirte. –Gritó Salvador para tranquilizar al que tan
fuertes golpes daba sobre la endeble puerta.
Casi no tuvo tiempo de descorrer el cerrojo para que entrase un
hombrecito muy delgado. Parecía un verdadero torbellino que no dejaba de moverse
de un lado a otro del cuarto irradiando nerviosismo. Vestía blusa de albañil y faja como
las que usan los encargados de las obras.
-¡Cierra
la puerta! –Le ordenó como si el alma le fuese en ello.
-Tranquilízate,
Tomás, con tus golpes has asustado a los niños. –Intentó calmarle, aunque todo
semejaba ser en vano pues no dejaba de moverse de un sitio a otro.
-¡Qué me
tranquilice! dices ¿Estás loco o qué, Salvador? ¡Imposible! Y menos con está ahora mismo en el sindicato. – Y sin dejar de corretear por
toda la habitación se fijó en nosotros y nos señaló con el dedo índice. -¿Y estos muertos de hambre
de dónde los has recogido? A ti todo te da lástima.
-Haz el
favor de no insultar a mis invitados, Tomás. Son mi hermanito Andreu y sus
amigos y son tan muertos de hambre como lo puedas ser tú ¿Está claro?
El tono
enérgico que usó Salvador pareció imponer algo de sosiego a aquel hombre que paró
en seco y que nos miró como queriendo reconocernos. A continuación, dijo de
carrerilla lo que parecía ser una especie de disculpa:
-Soy muy impulsivo. Me llamo Tomás Arrivás.
Y tendió
su mano derecha en señal de saludo y amistad hacia Andreu. Los tres nos
quedamos sorprendidos por el repentino cambio y fue Librada la que primero reaccionó. Elegantemente se incorporó y con una agradable
sonrisa en la boca le contestó:
-Yo me
llamo Librada, caballero. Es un placer conocerle, a pesar de que las
circunstancias actuales no nos permiten ser muy corteses con usted, le damos la
bienvenida a esta humilde casa.
Aquellas
palabras debieron de desconcertar al pobre albañil que encogió la mano ofrecida
hasta llevarla a la cabeza para rascársela sobre la boina que aún llevaba puesta.
Salvador
no pudo evitar una carcajada al ver la cara de asombro de éste y antes de zarandear al hombrecito por los hombros e
interrogarle por lo que tan urgente y apremiante parecía ser como para aporrear su puerta. Tomás, entre tartamudeos y espasmódicos movimientos, nos explicó que se había formado
un tumulto en el portal del sindicato. Los albañiles se atrincheraron defendiéndose
de un grupo de jóvenes que decían decir ser la Nueva España y que les atacaban lanzándoles petardos y botes
incendiarios. El azorado Tomás afirmó que la situación se había alargado más de
una hora y, curiosamente, los guardias de asalto no habían aparecido para terminar con aquella situación tan infame. A pesar de su nerviosismo no cesaba de mirar a Librada
como si ésta fuese un objeto de gran valor.
-Debes de
ir, Salvador. Tú sí que sabes mediar en estas cosas y hacer que la gente se
apacigüe.
Y
entonces Tomás Arrivás se volvió hacia nosotros y como si Salvador ya no
estuviese presente nos contó que él solo hizo frente a un ejército de violentos.
Calmó a toda una escuadrilla de militares dispuestos a
disparar para que se detuviesen antes de cargar contra los huelguistas del
puerto y que de no haber sido por su cordura y buena actuación todo habría terminado
en una matanza.
-Salvador
logró una gran hazaña, pero nunca dejó que el sindicato te recompensase y fue Juan el que se llevó el mérito. Ese ‘boquitafloja’
que sólo busca el protagonismo e ir bien vestido. Ese sí que llegará lejos y no
como tú que nunca quieres el protagonismo que te corresponde.
Salvador le
interrumpió y le conminó para que se dejase de alabanzas y se dispusiese a salir hacia el sindicato.
-Y cuando
regrese quiero encontraros aquí así que no os esfuméis como soléis hacer. Librada, tú eres la más responsable de los tres, así que te encargarás de que la
ropa se seque antes de que os la volváis a poner. En cuanto a ti, Andreu, avivarás
el fuego de la lumbre para que no se apague y no se produzca ningún
incidente. Y en cuanto a ti, Batiste, eres el más pequeño, pero eso no quiere
decir que no tengas ninguna tarea que hacer, pues deberás ordenar el cuarto. No
creo que tard mucho. Os lo prometo.
La verdad sea dicha que no tardó demasiado. Cumplió
su promesa y regresó pronto, pero no hizo con Tomás Arrivás sino con Venancio
Raspell que casi lo traía en volandas.
-¿Qué ha
ocurrido? –Preguntó Andreu asustado al ver la sangre que brotaba de la cabeza
de su hermano.
Venancio
ayudó al herido a tumbarse sobre la cama.
-Tu
hermano es muy valiente, pero también es un inconsciente. Quiso tranquilizar a ambos bandos y se puso en medio de esos indeseables.
Salvador
levantó la mano para atraer nuestra atención.
-No
asustes a los niños, Venancio. –Intentó incorporarse en la cama para hablar.
–Estoy bien sólo me ha rozado una piedra y tengo una brecha.
Y volvió
a dejar la cabeza sobre la almohada. Librada tomó un trapo que humedeció con
agua para limpiar la herida que no cesaba de sangrarle. Salvador perdió el conocimiento y de su boca sólo salió lo que semejaba ser un gemido.
Andreu y
yo interrogamos a Venancio para que nos explicase lo ocurrido en la calle y, como era
habitual en él, gesticuló más que habló. Un grupo de camorristas se
había enfrentado con los albañiles acusándoles de ser los culpables de todos los disturbios que se
estaban produciendo en la ciudad. A continuación, se pasó
de las palabras a los hechos y entre empujones e insultos obligaron a los
obreros a desplazarse hacia la sede del sindicato de los albañiles donde los
arrinconaron intimidándoles con todo tipo de armas. Perfectamente uniformados
por la indumentaria de una camisa negra y un lazo rojo en el antebrazo los capitaneaba un tal Adolfo. Venancio sólo lo conocía de oídas porque solía organizar los
enfrentamientos pero siempre se quedaba fuera sin implicarse personalmente. Dijo que se trataba del
hijo de un acaudalado labrador de Alzira que había venido a Valencia a estudiar medicina, aunque, en realidad, se había convertido en el cabecilla de un grupo de
petimetres de clase alta que se dedicaban a irrumpir en las manifestaciones de
los obreros y provocar escaramuzas lo más violentas posibles.
El
conflicto, según Venancio, había comenzado por la
ruptura de un escaparate y derivó en un fuerte enfrentamiento que tenía visos de
convertirse en tragedia. Y lo peor de todo era que la autoridad no tomaba
cartas en el asunto. Salvador recobró la consciencia y con un hilo de voz dijo:
-Venancio
lleva a los muchachos al teatro Ruzafa y que se queden allí con Enrique
Darqués. Él cuidará de ellos mejor que nadie.
-No
hables –le ordenó Librada. –Túmbate y descansa.
-Tú
también debes irte con ellos –Le respondió Salvador a Librada.
-Ni
pensarlo. Yo me quedo a cuidarte.
El tono
que empleó nos sorprendió a todos, Librada nunca levantaba la voz, por eso nos callados esperando su próxima orden.
-Venancio,
acompaña a Andreu y Batiste al teatro. Habla con Bartha y le cuentas lo que ha
ocurrido. Cuando regreses lo haces con algo de comida para Salvador.
Los tres
no podíamos salir de nuestro asombro por la autoridad demostrada por Librada mostrada en pocos segundos.
De camino
al teatro, Venancio, nos contó que se había despedido de su trabajo dentro de la
Compañía Sanz porque ellos planeaban ir a América y no le seducía la idea de
abandonar Valencia. No se imaginaba su futuro yendo de un sitio a otro como un
nómada, por eso buscó trabajo de su oficio de albañil. Ahora trabajaba en una obra en
el ensanche de las nuevas avenidas. Dijo que había tenido mucha suerte pues,
aunque el jornal no era muy elevado, sólo le pagaban dos pesetas al día por ser
peón de mano. Había aprendido a ajustare los gastos a esa cantidad y así aún lograba hacer que le sobrasen hasta unos
céntimos para poder tomarse algún que otro vasito de vino con los compañeros
del sindicato.
Mientras nos lo contaba llegamos a la
entrada trasera del Ruzafa dónde no había nadie. Empujamos la puerta y nos sorprendió
el silencio que reinaba donde siempre había un gran bullicio. La penumbra del
escenario nos hizo temer que aquellos hombres que provocaron nuestra huida y que amenazaron, con escopetas, a
Darqués debían de estar
aguardándonos para matarnos. Le pedí a
Venancio que nos fuésemos de allí lo antes posible.
-¿Estás
loco, Batiste? –Respondió Venancio. Debo hablar con Darqués o el que me matará
será Salvador por no cumplir su mandado.
-¿Quién
anda ahí?
La
inconfundible voz de Bartha nos sobresaltó. Con una palmatoria en la mano salió
a nuestro encuentro.
-¡Vosotros!¿Dónde os habías metido?
Venancio habló
por nosotros y le explicó todo lo que nos había ocurrido y el motivo por el que
nos acompañaba.
-Aquí
estaréis seguros, pero tendremos que atarles un cascabel para no perderles otra vez el rastro ¿verdad?
Bartha al decir esto me
abrazó y sentí que temblaba o quizá era yo el que lo hacía. Pasamos al interior de los camerinos donde se encontraban Enrique Darqués sentado frente a una mesa, Miguel Máñez y su
estrafalaria esposa, Carlota Planes, que no dejaba de manosear un vestido mientras parloteaba como solía hacer siempre.
-Mira
está tan usado que no hay manera de que pueda reutilizarlo en otro espectáculo
a no sea para interpretar a una pordiosera.
Le hablaba a Darqués, aunque éste no parecía prestarle mucha atención; escribía en una libreta lo que semejaban ser cuentas. Bartha se acercó hasta él y le susurró algo al oído que le sacó del ensimismamiento. Nos miró y mientras encendía un cigarrillo dijo:
Le hablaba a Darqués, aunque éste no parecía prestarle mucha atención; escribía en una libreta lo que semejaban ser cuentas. Bartha se acercó hasta él y le susurró algo al oído que le sacó del ensimismamiento. Nos miró y mientras encendía un cigarrillo dijo:
-¿Cómo se
encuentra Salvador?
-Tiene
una herida en la cabeza. Librada se ha quedado con él cuidándole. –Le
respondió Andreu con tal rapidez que nos dejó a todos pasmados.
Darqués
no le contestó sino que dio una lenta calada al cigarrillo y, a continuación
extrajo su cartera de la americana. Aún tardó unos segundos más en volver a
hablar:
-Venancio,
toma este dinero y compra comida. Llévala a casa de Salvador que Librada sabrá hace buen uso de ella. -Se dio la vuelta hacia nosotros y nos advirtió en tono firme. -En cuanto a vosotros dos, que sea la última vez que desaparecéis.
Andreu y
yo bajamos la cabeza avergonzados.
-¿No
tenéis nada que decir a vuestro favor?
-Se
asustaron por lo que vieron. –Nos justificó Bartha.
Y
Darqués, sin prestarle atención volvió a preguntarnos:
-¿Qué os
asustó tanto?
Andreu explicó que vimos cómo el sicario de Aurelio Retall lo encañonaba con una escopeta y que temimos que nos disparase a todos.
Darqués
sonrió ante la franqueza con que se lo explicó.
-No te
preocupes. No van a matarme ni a mí ni a nadie de los que estéis conmigo. Os prometo
que no tendréis que salir huyendo nunca más. De eso me encargaré yo
personalmente.
Y se
incorporó para apagar el cigarrillo que se había consumido en su mano derecha.
Se quedó su palabra en suspenso cuando entró precipitadamente Fausto Casajuana esgrimiendo un papel.
-¡Lo tenemos, Enrique! ¡Lo tenemos!
Aquel hombre regordete de detuvo ante nosotros y jadeó para recuperar el resuello.
-¡Lo tenemos! El dinero lo tenemos ya.
Al pronunciar la palabra dinero todos agudizaron sus oídos a la espera de una explicación sobre lo que el entusiasmado Fausto gritaba.
-A ver, Faustito, no nos tengas en ascuas ¿De dónde viene ese dinero que decir que tenemos y para qué?
Fausto tragó saliva y enseñando un papel dijo:
-Aquí tenemos un aval que nos ha firmado la marquesa Bonafé para financiar los próximos espectáculos de la Compañía.
-¡Bien! -Gritó Carlota Planes.
-Pero no cantes victoria del todo Carlota -Le contestó Fausto. -Nos ha impuesto una condición.
Se quedó su palabra en suspenso cuando entró precipitadamente Fausto Casajuana esgrimiendo un papel.
-¡Lo tenemos, Enrique! ¡Lo tenemos!
Aquel hombre regordete de detuvo ante nosotros y jadeó para recuperar el resuello.
-¡Lo tenemos! El dinero lo tenemos ya.
Al pronunciar la palabra dinero todos agudizaron sus oídos a la espera de una explicación sobre lo que el entusiasmado Fausto gritaba.
-A ver, Faustito, no nos tengas en ascuas ¿De dónde viene ese dinero que decir que tenemos y para qué?
Fausto tragó saliva y enseñando un papel dijo:
-Aquí tenemos un aval que nos ha firmado la marquesa Bonafé para financiar los próximos espectáculos de la Compañía.
-¡Bien! -Gritó Carlota Planes.
-Pero no cantes victoria del todo Carlota -Le contestó Fausto. -Nos ha impuesto una condición.
hola1 cuantos sobresaltos, angustias y cosas transmiten tus palabras! un lujo leerte, deberias hacer un libro o anecdotario con todo esto tan bello. saludosbuhos!
ResponderEliminarHola Amigas Sabri y Pitu:
EliminarQuizá lo haga. Espero que os haya entretenido la lectura. Muchas gracias por leer y comentar mi relato encadenado. Un abrazo amigas.
hola de nuevo! te hago una invitacion a visitar un blog que puso unas obras de teatro y conociendo tu pasion por el , quizas gustes visitarlo, se llama el gato trotero blogspot , tambien comente de tu blog con ellos (espero perdones mi entrecruzamiento de datos) pero ambos merecerian la pena conocerse.ya me diras! saludosbuhos.
ResponderEliminarPor supuesto que me interesa amigas. Ahora mismo lo miro. Termino de enviaros una sugerencia de un relato mío de hace unas semanas. Es un cuento infantil, pero me gustaría compartirlo con ustedes. Un abrazo y gracias por sus buenas sugerencias.
EliminarHola Francisca, mi nombre es Margarita y me ha hablado de tí un blog amigo, "Buho Evanescente". Solo decirte que me has atrapado con tu relato, es una maravilla, es magnifico y desde luego, nuestro amigo Buho no se ha equivocado al hablarme de tí. Un beso muy fuerte y con tu permiso, me quedo por tu mundo. :D
ResponderEliminarQuerida Margarita HP,
EliminarEstoy encantada de saber que te gustan mis relatos. Las amigas Buho evanescente me animan a seguir contando historias y se lo agradezco de todo corazón, pues, muchas veces, temo cansar con mis relatos. Espero que te diviertan y que te animes a comentarlos porque siempre es un gran aliciente leer vuestras opiniones. Bienvenida a mi estantería.Un abrazo.
gracias chicas! las queremos a ambas! y esperamos de vuelta en la morada. Abrazosbuhos!
ResponderEliminarAmigas espero vuestra visita en el próximo relato. Un abrazo.
ResponderEliminarya fuimos! gracias por visitarnos siempre con tanta alegria! saludosbuhos.
ResponderEliminarGracias a vosotras y por las buenas recomendaciones de lecturas. Estoy muy interesada en la que tiene que ver con el teatro del siglo XIX. Lo desconocía y gracias a vosotras la buscaré. Un abrazo.
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