Para Pamela
LA
CONTADORA DE HISTORIAS
La contadora de historias dijo no.
-Nunca más contaré una historia con
un final triste.
-Pero ya sabes que no todas terminan
bien. -Le dijo la niña pelirroja que le escuchaba con gran atención.
-Pues cambiaré los finales para que sean
tan felices como yo quiera. –Afirmó, la contadora, con decisión. -No voy a
permitir que nadie llore al final de cada uno de mis relatos. Concluyó con
audacia.
Anocheció. Todos se fueron
preocupados a sus casas. Aquella contestación tan rotunda no era propia de la
contadora que les tenía acostumbrados a complacerles en cuanto le solicitaban.
Al día siguiente, los niños corrieron impacientes al lugar donde solían
reunirse con la contadora para que ésta les narrase un nuevo relato. Esperaron
su llegada con impaciencia. La contadora de historias llegó con su habitual
sonrisa y se cercioró de que los niños y niñas ya se habían dispuesto a su
alrededor cómodamente.
-Cuéntanos otra historia de
esas que tanto nos gusta escuchar. -Le pidió uno de los niños.
-Bien, lo haré.
La contadora carraspeó para lograr
el silencio de todos los que le escuchaban y así poder conseguir el ambiente
que deseaba para su nuevo relato.
-En un país, en el que nadie podía
dormir, vivía un lirón. Éste dormía a pierna suelta, haciendo honor a su fama
de dormilón. Los vecinos, preocupados por el insomnio que toda la comunidad
sufría, comentaban la facilidad con la que éste conciliaba el sueño fuese de
día o de noche. Lo que empezó como un comentario de curiosidad, poco a poco, se
convirtió en un reproche en boca de todos los vecinos que encerraba un tono
envidioso al tener que escuchar los continuos ronquidos del dormilón. El lirón,
ajeno a las habladurías y las críticas de los insomnes, dormía sin ser
consciente de la controversia que su descanso levantaba entre ellos. De
nada servía que murmurasen cuando pasaban junto a su ventana o la puerta de su
casa, pues, su profundo sueño, le permitía aislarse de todas las críticas
debidas a sus constantes ronquidos.
Cuando el lirón se despertaba se
afanaba por acicalarse y salir a la calle y preocuparse de su huerta que
cuidaba con esmero y grandes rendimientos. Aquella pequeña parcela estaba muy
bien cultivada. Al lirón le servía de sustento; se preocupaba por mantenerla
limpia y en condiciones para que sus cosechas funcionasen y le diesen los
frutos que necesitaba y así era autosuficiente. Trabajaba unas horas y, cuando
se sentía cansado, se sentaba, a la sombra de un hermoso olivo, para recuperar
las fuerzas e, incluso, llegaba a dormitar después de haberse comido el
almuerzo.
Cuando sus vecinos dejaron de
saludarle, incluido el alcalde que vivía muy cerca de su casa y que ni le
respondía a sus gestos de buena vecindad, el lirón, no le dio ninguna
importancia; pensó que todo se debería a que andaban preocupados en sus asuntos
o despistados por la falta de sueño. Pero día tras día, sus vecinos, se
comportaban de manera cada vez más grosera con él y, a partir de ese instante,
comenzó a preocuparse por esa actitud agresiva. El inocente lirón, que no
comprendía el mutismo de éstos ante sus continuos saludos, siguió con su vida
sencilla de trabajo y descanso reparador, aunque entristecido por la situación
de aislamiento. Pasaron los días y el vacío de los insomnes hacia el
descansado lirón se hacía cada vez más patente, sin embargo, éste, ajeno a las
críticas, no dejaba de perder ni una hora de su profundo sueño.
Un
día, cuando el nerviosismo y la envidia ya se habían adueñado de los insomnes,
éstos comenzaron a tramar un plan con el fin de poder echar al lirón dormilón
del pueblo.
-¡Qué se vaya! –Dijo el alcalde. –En
este pueblo no es grata su presencia. Lo único que hace es llenarnos de
ronquidos y mal humor a los que ya no podemos dormir.
-Sí, expulsémoslo –gritó otro de los
vecinos. –Su sueño y tranquilidad nos irrita.
Y todos corearon su decisión de
echarlo del pueblo por el mero hecho de que el lirón durmiese a pierna suelta y
ellos no lo consiguiesen.
-Conciudadanos, el problema es que
no tenemos argumentos para poder hacerlo. Él está en su casa. –Prosiguió el
alcalde en su discurso contra el durmiente. –Tendríamos que tener una razón amparada
por nuestra ley para lograrlo legalmente.
-Yo os la encontraré.
Todos volvieron la cabeza para ver
quién habló desde la puerta de la sala de reuniones.
Se trataba de una sombra de alguien
desconocido. Debía de ser un forastero. Nadie le había visto antes en el
pueblo. Los insomnes vecinos lo miraron con asombro y con algo de temor ante su
aspecto sombrío y fiero. Era casi imposible lograr adivinar cuál era su
auténtico rostro, pues, cuando alguno de los vecinos se atrevía a mirarle
fijamente a la cara, se asustaba al verse reflejados en ella como si de un
espejo se tratase.
-Era un fantasma –Gritó uno de los
niños que escuchaban a la contadora de historias.
-No, no te precipites. –Le respondió
ella. –Si tienes un poco de paciencia pronto lo averiguarás.
-Eso –apuntó la niña pelirroja.
–Deja que sea la contadora la que nos cuente la historia.
-Prosigo. –Dijo la contadora con una
sonrisa. –Aquella sombra, con forma humana, logró convencer, a cada uno de los
habitantes insomnes, de que lo que tenían que hacer era otorgarle todo el poder
de la población y así, con su magia, lograría que el lirón se fuese abrumado
por la soledad a la que se vería sometido.
Aquel discurso que, a otros que no estuviesen
influidos por la envidia, les habría parecido inconsistente y falso, para los
vecinos insomnes, resultó creíble; eran las palabras que deseaban escuchar.
Lentamente, ese mensaje de odio, fue calando en el ánimo de ellos que deseaban
más que el lirón se marchase tan sólo por el mero hecho de poder conciliar el
sueño.
Los días se sucedían y el sombrío
personaje se agrandaba con cada una de las concesiones que los habitantes del
pueblo le daban. Los insomnes se volvían un poco más minúsculos con cada una de
sus exigencias.
-¿Y el lirón? –Interrumpió, uno de
los niños, a la contadora de historias. -¿Qué le ocurría al dormilón?
-El seguía con su vida tranquila
ajeno a las artimañas de la sombra. Continuaba durmiendo y viviendo de su
huerta, aunque se sentía un poco triste al ver a sus vecinos taciturnos y oscos
con él.
Un día, mientras sesteaba sentado
debajo de su olivo, vio al alcalde, su vecino más próximo, acompañado por lo
que se le antojó ser una extraña figura negra y oscura. Aquella sombra gigante
parecía que en cualquier instante se lo tragaría. El lirón se asustó y
preocupado por su vecino se incorporó y corrió en su ayuda. A medida se
acercaba se dio cuenta de que la forma oscura y agigantada se desvanecía y que
el alcalde se caía al suelo.
-¡Vecino! ¡Vecino! –Le gritó el
lirón –¿Te ocurre algo? ¿Puedo ayudarte?
Éste no le respondió porque se cayó
al suelo desmayado. El lirón corrió a socorrerle. Lo encontró pálido y
paralizado. Lo tomó de un brazo y lo incorporó. Con lentitud lo arrastró unos
pasos hasta sentarlo bajo la sombra de su olivo.
¿Te encuentras mejor, vecino? –Le
preguntó el lirón ofreciéndole un sorbo de agua fresquita. – Y así permaneció
junto el alcalde hasta que volvió en sí. Le obsequió con algunos de los frutos
de su huerto y refrescándole la frente, para que éste se recuperase del
desvanecimiento.
-¿Y el alcalde le habló? –Preguntó
intrigada la niña pelirroja.
-Deja que sea la contadora la que
nos lo explique. –Le replicó el niño que antes ella había amonestado por su
curiosidad.

Cuando se despertó se encontró con
que el lirón le había cubierto con una manta para que no se enfriase y que éste
le acompañaba, dormido también, a su lado. El alcalde se levantó y sin
despertar al lirón, lo cubrió con la manta y se marchó a su casa.
Por el camino recapacitó con lo sucedido.
El alcalde consideró que había juzgado mal a su vecino. Sin conocerlo lo había
convertido en su peor enemigo y sólo porque éste sí podía conciliar el sueño y
él no. Cuando llegó a casa se tumbó en la cama. Creía que no volvería a dormir
más, pero se sorprendió al comprobar que el sueño le vencía. Durmió profundamente
durante toda la noche.
Al día siguiente, el alcalde, se
levantó de buen humor y con el ánimo renovado. Abrió la ventana de su
habitación y vio que el sombrío personaje rondaba a otros de los vecinos y,
entonces, lo comprendió todo. Su envidia hacia el lirón, se había materializado
en aquella sombra que les había oscurecido los sentimientos. La mejor forma de
destruirla era acercarse hasta su vecino dormilón y hablar con él para conocerle
y así romper ese insomnio que les había convertido en envidiosos y malvados.
-¿Y cómo lograron deshacerse de esa
sombra? –Dijo el niño que no podía esperar a que la contadora de historias
concluyera con el relato.
-Muy sencillo –le respondió la niña
pelirroja. –Con una fiesta.
La contadora de historia sonrió y
dijo:
-No era exactamente el final que
pretendía darle a esta historia, pero, como ya os dije ayer, los finales de mis
relatos no serán tristes, y tú has dado una buena respuesta.
El lirón preparó una suculenta
comida con algunas de las hortalizas y frutas de su huerta. Algunos vecinos
también prepararon dulces y todos comieron debajo del olivo. Aquel día,
disfrutaron de la comida y de la amena compañía del lirón.
-¿Y la sombra? –Preguntó el
niño intrigado. -¿Qué pasó con ella?
-Desapareció.