Marta
tosió.
-Parece
que vuelva en sí. –Dijo la enfermera.
-Quítale las sales que la estás ahogando. –Gritó Rodo.
–Dejadle espacio para que pueda respirar.
La secretaria, el archivero y la directora obedecieron a la
orden de Rodo y se distanciaron.
-Marta,
Marta ¿nos oyes bien? –Le interrogó la enfermera.
Entre toses movió la mano con un gesto afirmativo.
-¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde estoy? –Preguntó algo sorprendida
por encontrarse rodeada por sus compañeros.
-Estás en tu trabajo. Te ha caído una caja archivadora en la
cabeza y has perdido el conocimiento unos minutos. –Le indicó la enfermera.
-Nos has dado un susto de muerte. –Chilló Pilar, la
secretaria.
-¿Te encuentras bien? –Le preguntó la enfermera. –Si puedes
andar por tu propio pie te llevaremos al hospital para que te hagan una
revisión.
- Me encuentro perfectamente. –Se apresuró Marta a responder.
–No os preocupéis.
-Tienes un buen chichón en la frente. –Le señaló con el dedo
Pilar, la secretaria.
-Y quizás tengas alguna lesión interna. –Afirmó la enfermera.
–Has perdido el conocimiento y eso es preocupante.
-No, de verdad, estoy bien. Sólo estoy un poco aturdida, nada
más.
-Lo más seguro es que tengas un gran dolor de cabeza por el
golpe y por las sales que te hemos hecho aspirar para que reaccionases. –Afirmó
la directora que hasta entonces se había mantenido callada.
-Entonces, se me hincharán los ojos. –Afirmó Marta sonriente.
-¿Sí? ¿Y tú cómo es que sabes eso? –Le preguntó la
impertinente secretaria.
-Porque lo he leído en una novela. –Le contestó la archivera.
-¡Ah! Ya me estás tomando el pelo como haces siempre. –le
respondió ésta con su habitual estridente risa.
-Aplícate un poco de hielo sobre el chichón, pero insisto que
debes ir al hospital. –Afirmó la enfermera con seriedad.
-Gracias. No os preocupéis. Me encuentro bien. Siento haber
montado todo este revuelo. No sé cómo ha podido suceder.
-Muy sencillo, has movido el armario compactus y con tan mala
fortuna, la caja que estaba en el estante de arriba, se resbaló cayéndote en la
cabeza. –Señaló Albert, el otro archivero.
-Tendremos que cambiarla de sitio para que no vuelva a
producirse ningún otro accidente. –Afirmó la directora.
A partir de ese momento, se pusieron todos a hablar entre sí
discutiendo sobre la seguridad en el trabajo, los problemas y dificultades. Se
armó tal alboroto que Marta se sintió apabullada por su parloteo. Tomó el hielo
que le ofrecía la enfermera y, con discreción, salió de la sala donde se había
concentrado todo el personal del archivo. Necesitaba estar sola y reflexionar.
A su mente acudió todo lo que le había sucedido desde que salió de su casa hasta
llegar al trabajo. A nadie le podía preguntar si los encuentros con el niño,
llamado Diablillo, con el acróbata Tonino, la maga Benita Anguinet y la duquesa
de Bompassar habían sucedido o sólo eran fruto de una alucinación producida por
el golpe.
No podía alejar de su cabeza la idea de si realmente había
soñado todo aquel galimatías donde ocurría la disputa entre las dos magas o,
por el contrario, se trataba de una fantasía. Pero estaba segura de que si se
lo decía a sus compañeros de trabajo la tomarían por majareta y, entonces, la
obligarían a ir al hospital cosa que ella no deseaba hacer.
-¡Ah! Estas aquí. –Gritó la secretaria. –Por un momento
pensábamos que te habías evaporado.
-En serio, me encuentro bien. Sois todos muy amables por
preocuparos tanto por mí. No ha sido nada. Muchas gracias por vuestro interés.
-Deberías irte a casa. –Le comentó la directora. –Si
descansas te recuperarás.
-Sí, será mejor que me vaya. –Le respondió Marta con rapidez.
–Me tomaré un paracetamol y me meteré en la cama. Necesito descansar.
Poco a poco se fueron yendo todos hacia sus mesas de trabajo.
Marta recogió su bolso y se dispuso a salir del archivo cuando la directora la
llamó.
-Marta, espera un momento. Aquí hay un sobre a tu nombre.
Creo que es algo personal.
La archivera volvió sobre sus pasos para recogerlo.
-El remitente no se lee muy bien, pero parece decir B.
Anguinet.
Al escuchar ese nombre a Marta le dio un ataque de risa.
Intentó contenerse para no dar la impresión de que había enloquecido, pero la
risa se le escapaba inevitablemente.
-¿Te pasa algo? –Le preguntó extrañada la directora.
-No, ¡qué va! Sólo es que he recordado una anécdota que me
ocurrió el otro día. –Se excusó Marta que intentó recuperar la compostura para
no levantar ninguna sospecha sobre su cordura. Tomó el sobre. –Muchas gracias.
Lo leeré en casa.
***
Cuando Marta colocó la llave en la
cerradura notó que la puerta ya estaba abierta. La empujó con sigilo, con
precaución y afrontó lo que podría ser una nueva sorpresa como las que había
vivido durante los últimos días. En el salón había luz. Se acercó lentamente.
De pie y de espaldas a ella reconoció al portero de la finca.
-Hola Mateo.
El portero dio un brinco al escuchar
su voz.
-¡Qué susto me ha dado, señorita
Marta! –Dijo el hombre llevándose la mano al pecho. –Un poco más y se me sale
el corazón.
Su singular manera de expresarse,
arrastrando las sílabas, le provocó un batiburrillo de palabras que
atropelladas en su boca salieron a toda velocidad.
-Disculpe, no era mi intención
asustarle, pero me ha sorprendido encontrar la puerta abierta. –Le indicó
Marta.
-Lo siento, pero ha venido el correo
con este paquete –Le mostró una caja de cartón. – y como no cabía en su buzón y
también sabía que se encontraba en el trabajo, he abierto para dejárselo.
Marta miró la caja que el apabullado
portero tenía entre las manos. Tuvo la sensación de que se repetía la situación
que había desencadenado la aventura que había vivido hasta ese momento.
-Muchas gracias, Mateo. Se lo
agradezco mucho.
-¿Qué le ha ocurrido en la frente?
–Le preguntó señalándole la hinchazón.
-¡Oh! No es nada importante. Me he
dado un golpe tonto.
-Tiene un buen chichón.
-Sí, aparenta más de lo que es. –Le
respondió evasivamente Marta. –Por eso he salido del trabajo tan pronto.
-¿Le duele? –Insistió el portero.
-Bueno, tengo un fuerte dolor de
cabeza. Será mejor que descanse un poco.
El portero entendió la indirecta así
que no tardó nada en irse.
Cuando Marta se quedó sola, lo
primero que hizo fue observar la caja que le había dejado sobre la mesa. Estaba
completamente precintada. Dejó el bolso. Se dirigió hacia la cocina para buscar
algo con filo para cortarlos. Cuando regresó se quedó paralizada por el
asombro. La caja estaba abierta al igual que el sobre que la directora del
archivo le había entregado.
Marta estaba segura de no haberlo
hecho. En su mano todavía sostenía las tijeras de la cocina para cortar los
precintos. Pero también era posible que los hubiese cortado en otro espacio y
tiempo distintos; ya no se atrevía a dudar de nada, después de lo que había
aprendido con la maga Anguinet. Decidió no pensar más en ello. Su cabeza
parecía que le iba a estallar.
Se sentó en el sofá y, durante unos
largos e interminables minutos, contempló tanto la caja como el sobre. Por fin
se decidió a acercarse y mirar en el interior de ambos. En la caja se
encontraba el grabado de la maga Benita Anguinet y, en el sobre asomaba una
carta manuscrita la cual sería, presumiblemente, de la propia escamoteadora.
Marta soltó una risa. Con aquellos dos objetos tenía la confirmación de que
todo lo que había vivido, en el supuesto siglo XIX, había ocurrido de verdad.
Se reclinó en el sofá. Tomó aire y se dispuso a leer la misiva cuando sonó el
timbre de la puerta. ¿Quién será? Marta se dirigió hacia la puerta, pero antes
de abrirla miró por la mirilla. Sólo tardó unos instantes en descorrer el
cerrojo.
-Hola Norberto. Pasa. Sabía que
tarde o temprano vendrías.
hola! Fantastico, ya te lo he dicho millones de veces eres una maga de las letras!! gracias por compartir esos bellos mundos, abrazosbuhos.
ResponderEliminarGracias por animarme a fantasear. Espero que el final os cautive. Muchas gracias por leer y comentar mis relatos. Un abrazo.
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