"JUAN
JOSÉ: Hay pocas obras en tarea, las precisas, y sobra gente; las otras
descansan; y si te acercas a los contratistas, a los dueños, te responden:
"Más adelante, cuando entre el buen tiempo, cuando alarguen los días.
Espera." (Con desesperación)
¡Espera!...
¡Cómo si el estómago pudiese esperar! ¡Cómo si se le pudiese decir al hambre:
"Aguarda, no nos muerdas hasta dentro de un par de meses"; y al frío:
" No nos entumezcas las manos, no nos agarrotes el cuerpo, ten paciencia
hasta que podamos comprar una manta." ¡Espera! ¡Espera a que alarguen los
días! ¡Espera!... ¡Espera!... (Con desesperación.)
(Acto II: Escena IX)
Drama social de Joaquín
Dicenta: Juan José (estrenada el 25
de octubre de 1895)

Esta obra de teatro de Dicenta
forma parte del imaginario en mi familia. Mi abuela materna no sabía escribir y,
con ciertas dificultades alcanzaba a leer las letras mayúsculas de imprenta,
sin embargo, dentro de su mentalidad de clase, sí sabía que un obrero, sin
sustento y sin casa no es nadie. Mi abuelo materno era albañil y él fue el que
nos introdujo en el sentir familiar la moraleja de esta obra dicentiana y
desgarradora de la realidad del obrero. Mis abuelos fueron producto del momento
que les tocó vivir, es decir, el final de un siglo turbulento y el inicio del
siglo XX. Ambos formaban parte de la clase obrera que trabajaba para poder
mantener la existencia de los miembros de su familia. Ambos sufrieron los
rigores de la escasez y la necesidad impuesta por las clases opulentas. Con
gran esfuerzo, consiguieron una casa, el gran logro de los obreros. Tener un
techo que les permitiese vivir en paz, aunque siempre fue ésta escasa y temida de
ser perdida.
Mis padres vivieron otros tiempos
marcados por una guerra en su niñez y una cruel postguerra en su pubertad. Ellos
sí que pudieron ir a la escuela. Aprendieron a leer, aprendieron a contar y
aprendieron un poco de geografía. Todo lo que se puede aprender hasta la edad
de los nueve años cuando se tenía que abandonar la escuela para ir a trabajar.
A pesar de que la misma oligarquía continuaba heredando los cargos y los poderes, se había permitido
mejorar un poco, a la clase obrera, sus condiciones de vida. Lo justo y
suficiente para que pudiesen seguir agradeciendo el trabajo dentro del sistema
caciquil que se mantenía desde siempre.
Mi padre siempre añoró conseguir
una buena educación. Mi madre deseó una forma de vida mejor para sus hijos.
‘La base de todo es una buena
educación’, decía mi padre. ‘Es la única manera de que no te puedan manipular’.
Me repetía. ‘Estudia y sabrás contestarle a quien te quiera engañar por tu
ignorancia.’
Con la distancia del tiempo,
comprendo ese sentimiento de desconfianza arraigada en el carácter de los obreros
que dependen de la opulencia de los poderosos.
Han pasado más de dos décadas del
siglo XXI y como una auténtica noria de agua perpetua se repiten los hechos.
Una falsa crisis ha llevado a la desesperación de los obreros que no tienen
trabajo, el círculo se vuelve vicioso, se pierden las casas y terminan por desintegrarse
las familias. Se repiten las escenas de violencia basadas, en su mayoría, en la
escasez de lo más básico. Cada uno se ve empujado a su rincón y pende de un
poderoso, casi invisible, que, desde la prudencial distancia que concede el
dinero, mantiene a raya a los subordinados.
Hoy, hablando con un joven que
procede de otro continente me decía: ‘sus manifestaciones de protesta son como
un juego de niños. Yo diría que carecen de sentido’
He querido defenderme de la
evidencia y le he apostillado que llevamos varias décadas de dejadez
educacional. La falta de práctica provoca que la gente no reaccione. ¿Es
posible el cambio? Quiero pensar que sí frente al derrotismo de la inmovilidad.
“ANDRÉS: ¿A qué esperas?...
¡Escápate!... ¡Huye!...
JUAN JOSÉ: ¡Huir!... ¿Y pa qué voy a huir?... ¿Qué libro con
huir?... ¡La vida! ¡Mi vida era esto (Por Rosa), y lo he matao!”
FIN
DEL DRAMA