Que te detuviesen por la calle sin ningún motivo era
lo habitual. Que te apuntasen con un fusil mientras te pedían que te
identificases también. Cuando me lo contaron, Andreu y Batiste, no me extrañó
nada de lo sucedido. Tuvieron suerte porque a los guardias sólo les interesaba
Salvador Masobrer.
Algunos os preguntaréis cuándo inicié mi relación con
estos dos niños, pero si hacéis un poco de memoria, en otra ocasión, os conté
nuestro primer encuentro que se produjo después del espectáculo de la plaza del
ayuntamiento de Valencia del 1º de mayo. Tanto Andreu como Batiste siempre
afirmarían que nunca pudieron olvidar aquel instante en el que fueron acosados
por la pareja de rufianes. A partir de ese instante, los niños y Salvador, que
los rescató por su audacia acrecentada con su fuerte bastón, se convirtieron en
mis amigos y a los que recurriría cuando me sentía abatido y solo, pero por
ahora no voy a desvelar más detalles sobre nuestra alianza sin antes explicaros
un poco quien soy yo.
Mi nombre es Venancio Raspell. Soy un peón albañil. Después
de toda la parafernalia que se organizó en toda la ciudad de Valencia, donde
hubo una gran exaltación obrera sindical, volví a la obra en la que había
estado trabajando todo el mes y me encontré con la cruda realidad de que mi
puesto había sido adjudicado a un pariente del maestro de obra. Supliqué y casi
se me saltaron las lágrimas al implorar el trabajo, pues me encontraba solo en
la ciudad y sin el amparo de ningún familiar. Sin solución, me fui de allí,
aunque mi carácter optimista me hizo albergar la esperanza de que pronto
encontraría otro trabajo. La cruda realidad de 1934 me mostró su cara más dura
y amarga durante esos días. Visité varias construcciones para pedir trabajo,
pero nadie quería emplear a un peón de quince años que sólo sabía cumplir
órdenes y no tenía mucha experiencia. Con el paso de los días, comencé a
sentirme angustiado con la idea de quedarme sin dinero y no poder pagar el
cuarto en el que me alojaba donde guardaba mis pocas pertenencias. A pesar de
todo no desesperé y todos los días, muy temprano, salía en busca de un jornal
que aumentase las monedas que ya comenzaban a escasear en mi bolsillo.
Cada negativa comenzó a hacer mella en mi voluntad y
el desánimo de la derrota hacía que resonase en mi cabeza la obra de Dicenta: “Espera
que alarguen los días como si el hambre fuese posible esperarla”. Junto a
esa sentencia mis tripas también tomaron protagonismo revelándose por el ayuno
involuntario que me veía obligado a practicar. Era tal el desfallecimiento que
sentía ese día que tuve que detenerme para recuperar el sosiego y las fuerzas
en mi desesperada búsqueda. Estaba otra vez en la plaza por donde transitaba
más gente de lo habitual. Fijé mi atención en las floristas que emergían de los
puestos subterráneos como si fuesen hormigas trabajadoras que aportasen los
granos a su costal. Me senté en uno de los escalones a observar su trajín
cuando, de repente, una voz potente captó la atención de todos. Se trataba de
un hombre que se había subido a uno de los poyetes que vociferaba y agitaba los
brazos.
-Damas y caballeros, dentro de unos días ustedes van a
tener el placer de ver el mejor de los espectáculos que nunca hubiesen
imaginado. Algunos de ustedes ya me conocen porque me han visto actuar en el
circo Alegría y en los teatros valencianos. Soy Francisco Sanz el tenor cómico
y guitarrista que se ha hecho famoso con sus muñecos articulados. Tras la
última campaña que he llevado a cabo por América ahora desembarco en mi querida
ciudad de Valencia en el teatro Ruzafa.
Nunca había visto a nadie vestido con un frac. Me
cautivó su aspecto tan peculiar. Aquella voz ejercía una atracción magnética sobre
los que nos encontrábamos allí, de hecho, nadie se movía ni decía nada ante su
carismática forma de expresarse incluso a los guardias que custodiaban la plaza
les costó reaccionar ante el hechizo de su potente voz.
-Venga, caballero, circule y no moleste. –Le incitó uno
de los guardias. –Esta plaza no es para vocear.
Francisco Sanz se bajó del poyete ante el
requerimiento de la autoridad. Con una gran sonrisa se acercó a ellos para
entregarles unas hojas donde se anunciaba su espectáculo. Me sentí tan atraído
por su aspecto elegante y por su cara redonda remarcada por unos grandes
bigotes que algo me impulsó a seguirle. Caminé unos pasos detrás de él. Intenté
no levantar sus sospechas, sin embargo, por su fino oído, una de sus
principales cualidades sensitivas, en seguida me descubrió a pesar de todas mis
precauciones tomadas. Sanz se volvió en seco y con un tono muy cortés me
preguntó:
-¿Por qué me sigues, muchacho?
No supe qué decirle porque o por el asombro o por el
miedo se me pegó la lengua al paladar.
-¿Te has quedado mudo o lo eres?
Como pude farfullé unas cuantas palabras inconexas. Me
miró de pies a cabeza y calibró mi estado.
-Por tu aspecto yo diría que no tienes trabajo y el
dinero ya comienza a escasearte. Quizá me precipite en mi juicio, pero andas ya
al borde de la desesperación.
Nunca había conocido ni creo que conoceré jamás a
nadie que adivinase mi vida con tan sólo mirarme a la cara. Como vio que no
reaccionaba ante sus palabras continuó realizando un análisis detallado de mi
situación y entre otras cosas, como si de un libro abierto se tratase, también
adivinó que me encontraba solo en la ciudad.
-Diría que vives realquilado en una habitación, pero
la casera no siente mucho aprecio por ti.
Me quedé atónito. Aquel hombre había adivinado toda mi
vida.
-Si quieres trabajo puedo dártelo, pero sólo te lo
haré si me juras que vas a ser discreto y no contarás a nadie lo que veas.
¡Por supuesto que quería el trabajo! Lo necesitaba y
mucho y habría jurado sobre cualquier documento lo que me pidiese, aunque,
muchos años después, me arrepentí de haber hecho aquella promesa, porque de no
haber cumplido mi palabra a pies juntillas quizá me hubiese proporcionado un
beneficio seguro para el resto de mi vida.
Emprendí la marcha junto a aquel extraño hombre que se
dirigió hacia el callejón que llevaba a la parte trasera del teatro Ruzafa.
Empujó una de las pequeñas puertas que había allí y con un gesto de la mano me
indicó que le siguiese.
Por el lateral del escenario había una escalera que
llevaba directamente a un almacén donde se acumulaban telones medio enrollados
con cajas entreabiertas.
Casi me desmayo cuando encendió la luz. En uno de los
rincones se encontraban hacinadas todas las cajas de los muñecos del
ventrílocuo Sanz. Si los muñecos eran impresionantes debido a sus dimensiones
reales, aún lo eran más las arcas donde los guardaban. Todas ellas semejaban
sarcófagos que, en cualquier instante, revivirían a un ser misterioso. Se me
erizaron los pelos cuando, Lorenzo, el mecánico de Sanz, abrió uno de los
cofres y ante mis ojos aparecieron colgadas todas las cabezas de los muñecos.
Estaban ordenadas por tamaños y con los ojos abiertos de manera que daba la impresión
de que eran los rostros horrorizados de unos decapitados.
-¡Eh, chaval! ¡No te van a morder! –Se burló el
mecánico mientras me empujaba con la mano hacia aquellos muñecos.
-Anda, ayúdame a sacar las cabezas que tenemos que
engrasarlas y colocarlas en los cuerpos.
A partir de ese instante comencé a formar parte del
maravilloso y misterioso mundo de los mecanos de Sanz. Aquellos muñecos articulados
eran lo más perfecto que había visto en mi vida. A través de unos complicados
resortes, clavijas y enganches eran capaces de mover los ojos, la boca, las
manos y los pies. Podían andar y bailar, aunque, por supuesto, siempre
acompañados por Francisco Sanz que les daba la vida. El artista los coordinaba
todos a través de un complicado sistema de pedales, cables y resortes que
manejaba mientras dialogaba con ellos imitando distintos tonos de voz. La
familia de muñecos era numerosa. Entre sus componentes incluía mascotas como un
perrito de aguas y un loro mecánico. Este último era el más locuaz de todos
pues cantaba y hablaba como si fuese un auténtico animal de su especie.
A partir de ese momento me convertí en el ayudante del
mecánico Lorenzo. Aquel hombre menudo hablaba poco, pero no cesaba de moverse
de un lado a otro. Mi función era engrasar todos los resortes y juntas de los
muñecos para que éstos tuviesen la máxima agilidad como cualquier ser humano,
por eso era tan importante ponerlos a punto. Tardé dos días en lubricar todos
los cuerpos y extremidades de estos actores mecánicos, como les llamaba Sanz, y
me llevé más de un susto cuando, mientras realizaba mis labores de ajuste, el
ventrílocuo hablaba a mis espaldas con la voz de éstos seres.
-Hazlo con suavidad ¡bruto! –me gritó uno de los
muñecos mientras le reajustaba las manos.
Se trataba de Fred Volt un mecano hecho a la semejanza
de Sanz que junto a otro llamado don Liborio eran las estrellas del
espectáculo. Creo que me puse pálido como el papel de fumar y que el artista
aún se está riendo de mí porque estuve a punto de orinarme encima. Una vez concluido
el engrasado vestimos aquellos cuerpos para que adquiriesen la apariencia de
seres normales.
Todo estaba preparado para la noche del estreno el
viernes, 4 de mayo, sin embargo, tuvo que ser suspendido debido a las revueltas
que se daban en los poblados marítimos. Aquellos actos violentos repercutían en
la ciudad porque, los obreros, saboteaban los tranvías cortándoles las
catenarias y volcaban los escasos convoyes que podían circular. Aquel ambiente
de violencia e inseguridad provocó que las autoridades decidieran cerrar los teatros
y salones hasta nueva orden.
Francisco Sanz se desesperó, gritó y pateó. El
director del teatro Ruzafa le pidió un poco de paciencia, pero no escuchó
ninguna de sus razones y tomando una silla la lanzó en medio del escenario
hasta hacerla añicos. Todos nos quedamos paralizados ante tal arranque de
violencia y, a continuación, el mismo Sanz, como si hubiese conseguido la calma
con aquel acto, sin mediar ni una palabra más, se fue hacia la puerta del
callejón y desapareció.
El artista regresó al día siguiente. Lo hizo con una
gran sonrisa bajo aquellos enormes bigotes y dando palmas nos anunció que el
alcalde había cedido ante sus ruegos y les permitía estrenar su espectáculo el
próximo lunes, aunque siempre bajo su responsabilidad, pues si ocurría algún
disturbio o percance serían los máximos responsables ellos.
Mientras viva recordaré ese 8 de mayo de 1934. Aquello
parecía una auténtica locura. Todo el personal disponible corría para tenerlo
todo colocado en su sitio. Yo no sólo ayudé al mecánico taciturno, sino que
también salí a las calles a pegar carteles y a entregar octavillas donde se
anunciaba el estreno. Como todos los teatros permanecían cerrados, las localidades
se vendieron con facilidad, hasta el mismo alcalde y su esposa fueron invitados
por el artista a uno de los palcos principales.
Con el teatro lleno y con las luces apagadas se
encendió un foco que iluminó el escenario. Apareció el ventrílocuo que inició
su espectáculo. Acompañándose con una guitarra clásica, la cual hizo vibrar
como si fuese el mismísimo maestro Tárrega, cantó algunas canciones populares.
El público aplaudió entusiasmado. El artista saludó repetidas veces. Sanz se
retiró del escenario. Cayó el telón a la espera de un nuevo número. El público
se encontraba expectante a lo que pudiese suceder, pero pasaban los minutos y
el telón no se levantaba. Uno de los
espectadores se puso a vociferar. En la sala murmuraban la tardanza, pero
enmudecieron ante el desparpajo de aquel caballero que, sentado en la primera
fila, con las piernas cruzadas y el bastón colocado entre ellas, gritaba sin
inmutarse que quería que le devolviesen su entrada si no comenzaba el
espectáculo. Se generó un poco de confusión hasta que el propio Sanz salió al
patio de butacas y se acercó al caballero que protestaba. Inició un diálogo con
él, pero éste no parecía entrar en razones. De improviso, Sanz lo tomó del
cuello como si quisiera ahogarlo. Todos se asustaron. Tiró de él para
levantarlo y es cuando se descubrió que se trataba de su célebre muñeco Fred
Volt. Aquel mecano era casi una réplica suya donde destacaban sus ojos marrones
abiertos y grandes bigotes. Los aplausos resonaron por todo el teatro. El
ventrílocuo había sido capaz de hacerles creer que aquel muñeco era un hombre
de verdad. En el escenario se reunieron todos los muñecos que yo había estado
engrasando concienzudamente durante tantas horas y el artista hizo que
dialogasen, riesen y hasta bailasen con él. Por último, el número final fue
apoteósico cuando Sanz sacó su loro mecánico que no cesaba de repetir como si fuese
una cantinela:
“Chocolate para el loro. ¡Viva la República!”
La noche fue un gran éxito y nos regocijamos del
triunfo y de los resultados económicos. El artista nos invitó a todos a una
gran cena en uno de los restaurantes cercanos al teatro, sin embargo, los
graves acontecimientos que se produjeron aquella madrugada en la revuelta y
convulsa ciudad de Valencia nos impidieron llevarla a término. Volví a
encontrarme con Salvador Masobrer.
Pobre Venancio, quedarse sin trabajo en un momento tan critico, pero al menos parece que entre los muñecos y el ventrículo va a estar bien. Interesante historia.
ResponderEliminarmariarosa
Hola Maria Rosa
EliminarEran tiempos difíciles, pero Venancio es un superviviente. Celebro que te haya gustado el relato. Muchas gracias por leerlo y comentarlo. Un abrazo.
Qué emocionante Francisca. He visto esos mecanos ante mí, te lo aseguro. ¡Pero nos has dejado en ascuas con ese último encuentro!
ResponderEliminarSeguiré al tanto.
Muchos besos :D
Hola Margarita
EliminarEsos mecanos eran casi perfectos. El artista Sanz sabía hacer un espectáculo fuera de lo normal.
Celebro que te haya gustado tanto. Muchas gracias por la lectura y comentario. Un abrazo.
Amas el teatro, lo transpiras. Tus entradas, todas están tocadas con sensibilidad y asombrosa creatividady enganchas con tu magia.
ResponderEliminarMe siento muy honrrada y agradecida de ver el Premio Dardos que te regalé, luce en tu blog espléndido.
Gracias, preciosa.
Buen finde y besos.
Querida Mari Carmen
EliminarSí, adoro el teatro. Mi familia no tiene nada que ver con la escena, sin embargo, el teatro, ha estado siempre en las conversaciones cotidianas.
Estoy muy contenta de tener tu premio en mi blog, pero más lo estoy de contar con tu amistad.
Un abrazo.
Espectacularrrrr!
ResponderEliminarAmigas
Eliminarcon un poco más de tiempo les prometo alguna sorpresa más. Muchas gracias por su visita y comentario. Un abrazo