Según me
contaba mi padre no había otra cosa que más alegrara a mi abuelo que ir al
mercado las vísperas de Nochebuena. Lo hacía el día que le pagaban la paga
extra de Navidad. No era mucho lo que recibía, pero con algún que otro
ahorrillo lo graba lo suficiente como para poder comprar un pavo. Para él eso
significaba que, con el sacrificio de ese animal cebado para esos días, toda la
familia disfrutaba de suculentos pucheros y carnes confitadas que tan bien
sabía preparar mi abuela.
Aquel año la
paga le alcanzó para poder comprar un pavo de lindo plumaje y prietas carnes. Debía
de pesar alrededor de unos doce kilos, lo que significaba que el animal había
sido alimentado con esmero. Como siempre, mi abuelo lo metía en un saco y se lo
cargaba a las espaldas para llevarlo a casa.
Dicen mis
tías que sólo por ver lo contento que se encontraba su padre con aquella compra
ya valía la pena realizar todo el trabajo que suponían los preliminares.
Llegado a
este punto del relato era cuando se producían las discrepancias entre mi padre
y mis tías. A mi padre le entraba una risa envolvente que te hacía partícipe de
los apuros que debieron de pasar con aquel rollizo animal. Pero entonces se producían
los alegatos de mis tías quienes acusaban a mi abuelo de ser el culpable del
embrollo.
A veces eran
más divertidas las discrepancias entre ellos que el final de la historia. Lo
cierto es que por despiste o no el pavo tuvo la suficiente habilidad como para
desatarse como si se tratase del mago Houdini en uno de sus fabulosos trucos de
escape. El plumífero asomó la cabeza por la boca del saco y, sin casi darles
tiempo de reaccionar, el animal corrió hacia la puerta de la casa abierta de
par en par.
En ese
momento del relato, tanto mis dos tías como mi padre comenzaban a reírse hasta
las lágrimas por el recuerdo de la frenética carrera que tuvieron que emprender
tras el pavo fugado. Aquel animal vigoroso, a pesar de su gran peso, poseía una
gran potencia en sus patas que le permitió correr de una parte a otra de la calle.
La anécdota
familiar siempre terminaba con la risa contagiosa de mi padre quien aseguraba
que la cena de ese año no sólo les calentó el estómago, sino que también les
obligó a hacer un ejercicio extra.
Hola Francisca. A nosotros también se nos escapó, pero era una pava. Nos reimos mucho, pero después nos "vengamos", estaba muy rica, jeeeeeee...
ResponderEliminarTe deseo una muy feliz Navidad y todo lo mejor para el año 2019, puestos a pedir, que te caiga algo sustancial si juegas a la lotería.
Un fuerte abrazón.
Hola Mari Carmen,
EliminarNo sé si me hacía más gracia la historia del pavo fugado o ver a mi padre cómo se reía contándomela. Y según tengo entendido ellos también dieron buen parte del pavito corredor.
Que tengas unas magníficas fiestas y que 2019 venga cargado de mucha salud y alegría que en eso soy algo avariciosa. En cuanto a la lotería juego, pero no sé, hay tantos números dentro del bombo que no sé si saldrá el mío.
Un abrazo querida Mari Carmen.
Fantástico relato es tragicómico! ! Abrazosbuhos.un placer.
ResponderEliminarHola amigas!!!
EliminarEl pavo lo intentó, pero eran malos tiempos. Felices fiestas amigas!!! Gracias por leer y comentar mi relato.