-Señor
delegado del gobierno, sólo queremos que nos informe de la situación.
-Lo
siento, caballeros, pero debo reunirme con el comité de los estibadores y no
ando sobrado de mucho tiempo.
-Pero
señor, compréndalo, necesitamos aportar noticias para publicarlas en nuestros
periódicos. Por favor explíquenos brevemente cómo se encuentra la situación en
el puerto de Valencia. ¿Sabe cuándo se retomarán los trabajos de estiba?
El
periodista que más insistía por conseguir una respuesta del delegado del
gobierno en la ciudad de Valencia era Alfredo Sendín. Tantos fueron los ruegos
de él y sus colegas que, a pesar de su reticencia, el delegado gubernamental,
no tuvo más remedio que detenerse ante los periodistas.
-Está
bien, les haré un conciso resumen de lo que ocurrió en la tarde de ayer. El
comité de huelga del puerto de nuestra ciudad decidió, por unanimidad, en la
asamblea convocada por los sindicatos de la UGT y de la CNT, paralizar los
trabajos portuarios de carga y descarga del transporte marítimo. El motivo que
alegan es su reivindicación de que sean readmitidos los cuatrocientos
trabajadores despedidos. Esta situación ha supuesto que los barcos que está
previsto descargar se hayan tenido que desviar a los puertos vecinos de Denia y
Alicante, provocándose las consabidas pérdidas económicas para la ciudad. Este inoportuno
cambio supone muchos miles de pesetas, pero los obreros no se avienen a razones
de ningún tipo.
-¿Qué piden? –Le interrumpió Sendín.
-Pretenden la readmisión de los eventuales
despedidos.
-El
hambre también es inoportuna, señor delegado.
Todos
los periodistas se volvieron en dirección a la voz que replicaba al delegado.
Se trataba de un hombre vestido con un traje de pana desgastada, calzaba
alpargatas de esparto y llevaba calada una gorra de las que suelen usar los
estibadores. En la boca le colgaba una media colilla que mantenía en equilibrio
en la comisura de sus labios mientras hablaba.
-Intentamos
solucionar los problemas lo más rápido posible. –Le contestó el político con
voz contundente y mirándole fijamente a la cara.
-Puede
que su sentido del tiempo sea más lento que el nuestro, señor. –El obrero le
replicó sin apearse del tono firme con el que había comenzado a hablar. –Las
familias de los trabajadores despedidos pasan hambre y eso no se puede ver
desde sus altos despachos, señor.
El
delegado gubernamental estaba a punto de replicarle cuando su voz fue ahogada
por el estruendo de un petardo que explotó en una calle cercana. Un chico, de
los que se encontraban escuchando a los dos interlocutores, salió corriendo en
dirección al lugar de donde procedía la detonación. A los pocos minutos regresó
gritando que sólo se trataba del derribo de un poste de la catenaria del
tranvía.
-Sería
el único que quedaría en pie en el tramo. –Apuntó uno de los periodistas que
rodeaban al delegado y al obrero.
Su
comentario provocó las risas de los que estaban presentes, pero éstas se
silenciaron en el momento en el que el político retomó la palabra.
-Ese
tipo de incidentes, que a ustedes parece provocarles gran satisfacción, son los
que han sumido a parte de la ciudad en la desidia de la carestía. Ni luz, ni
gas, ni agua y ahora ni los suministros que llegan de mar. ¿Qué pretenden con
este tipo de acciones? ¿No se dan cuenta de que se están hundiendo en la
miseria ustedes mismos?
-Señor,
tal vez, si atendiesen alguna de sus peticiones dejarían de producirse todos
los disturbios. –Apuntó, Alfredo Sendín, el periodista.
Unos
murmullos dejaron en suspenso la posible respuesta del político que dio por
terminadas sus declaraciones. Se disculpó ante los que le rodeaban alegando que
tenía prisa por acudir a la reunión y salió en dirección hacia el coche, con
chófer, que esperaba a unos pasos de la improvisada rueda de prensa. Se
introdujo dentro del acharolado automóvil, pero no pudo arrancar porque un gran
número de manifestantes rodearon el vehículo impidiéndole el que se moviese.
Los
manifestantes eran familias enteras que, con un murmullo seco, mostraban su
protesta. Los periodistas se colocaron a un lado para ser testigos del momento.
Y aunque lo rodearon por completo nadie intentó abrir la puerta del coche ni
violentó a sus ocupantes. Aquella
situación era sólo un acto simbólico de la protesta obrera, sin embargo, el
desenlace fue otro. El obrero, que minutos antes había interpelado al delegado gubernamental, se abrió paso entre los manifestantes y con agilidad se encaramó al
techo del vehículo. Desde aquel improvisado púlpito continuó su arenga.
-Camaradas,
el hambre no hace distinciones. No le importa si eres alto o bajo o si tienes una
o siete bocas que alimentar. El hambre ataca cuando te encuentras desprevenido
y lo hace a traición. El hambre es la aliada de los poderosos, por eso no le
importa si se mueren nuestros hijos o si se merman nuestras fuerzas.
Los
manifestantes le escuchaban atónitos ante un discurso simple y locuaz que
explicaba su situación.
Protestas en Valencia (1934) |
-El
señor delegado dice que quiere llegar a un acuerdo con nosotros, los obreros,
pero antes nos pide que acatemos sus mandatos y después ya se hablará de cómo
aplacar esa hambre que nos devasta. Creo que aquí el asunto está muy claro y
que los únicos que no parecen entrar en razones son ellos que dicen ser la
autoridad ¿verdad? Porque yo me pregunto ¿cómo vamos a poder trabajar con el
estómago vacío? ¿O es que acaso se nos olvida que en el cementerio tenemos más
de un niño enterrado víctima del hambre?
Mientras
el obrero hablaba, el político, lo contemplaba asomado por la ventanilla de su
coche. Aquel hombre había demudado su expresión de autoridad, de los minutos
previos, por una mirada de angustia que mostraba temor por su vida ante las
palabras del obrero, y ya no parecía tan seguro como al principio.
-Ya
no podemos esperar nada más de las promesas de solucionar lo imposible. Debemos
actuar antes de que el asunto se desvíe porque…
Pero
no pudo terminar la frase porque el sonido de los cascos de los caballos de los
militares, que se desplegaron a su alrededor, desvaneció toda posibilidad de
continuar.
Instintivamente,
los manifestantes se apartaron de los caballos y de los fusiles que les encañonaban,
abriéndose un pasillo entre ellos y el coche del político. A pesar de todo, el
obrero, todavía continuó encaramado al techo. El delegado del gobierno salió
del vehículo y dirigiéndose hacia el militar, que parecía ser el jefe de
aquella cuadrilla, le ordenó que detuviese al cabecilla que, según él, con su
discurso, había puesto en peligro su vida.
El obrero no opuso ninguna resistencia cuando el militar le requirió para que
se bajase del improvisado atril, por eso a todos nos sorprendió el silbido de
un tiro y el golpe seco que provocó su cuerpo al derrumbarse ante los pies del
delegado.
Fue
uno de los periodistas el que se abalanzó sobre el herido para comprobar si
estaba vivo o muerto.
-¡Aún
respira! –Gritó con un hilo de voz.
Y
con la ayuda de otros dos hombres lo introdujeron en el coche. Fue trasladado al
Hospital de La Malvarrosa.
***
-¿Y
luego que ocurrió? –Me preguntó Bartha con interés.
-Con
un gran silencio todos se dispersaron. Los militares custodiaron la retirada de
los manifestantes. –Le respondí con soltura.
-Desde
luego, tu hermano ha sido muy poco prudente al llevaros a un acto como ese. –Afirmó
Bartha que no le gustaba que Batiste y yo estuviésemos lejos de su protección.
-Librada
también nos acompañaba. –Dije con orgullo por sentirme útil.
-Todos
los periódicos lo han contado, pero cada uno da una versión distinta. –Afirmó
Miguel Máñez. –Unos dicen
que le disparó un soldado, sin embargo, en otro periódico se dice que fue uno
de los manifestantes el que le lanzó una piedra y que lo derribó.
-Bueno,
creo que hay una gran diferencia entre un tiro y una pedrada ¿no? –aseguró
Carlota Planes que cosía uno de sus vestidos de escena.
Pero
ya no pudieron continuar comentando el hecho porque en ese instante entró
Batiste con paso corto y rápido gritando que terminaba de explotar una bomba.
-Para
un momento y recuperar el aliento. –Le indicó Bartha.
-La
puerta de la tienda de ultramarinos que hay en la esquina ha explotado por los
aires. –Explicó con voz entrecortada. –Yo lo he visto todo. Unos hombres
estaban vigilando la calle y, cuando han visto que no cruzaba nadie, han
lanzado la bomba sobre la entrada.
-Bueno,
cálmate y no grites tanto. –le indicó Miguel Máñez. –Lo que debes de hacer es no
contárselo a nadie ¿comprendido?
El
miedo nos había convertido en cautelosos.
Durante
unos instantes la incertidumbre se cernió sobre nosotros y sólo nos recuperamos
cuando entró Darqués que, con su carismática personalidad, nos informó de que
la función de las tres y media se suspendía.
-Debido
a los incidentes que se han producido en el Grao un obrero ha resultado
gravemente herido y ha fallecido en el hospital por las heridas recibidas.
-¿Es
la noticia que aparece en los periódicos? –le preguntó Máñez con interés.
-El
delegado del gobierno se ha visto obligado a dimitir.
-Bueno,
los cargos políticos duran lo que duran ¿no? –Apuntó Carlota Planes que no
cesaba de remendar el vestido de lentejuelas.
Nadie
le contestó salvo su marido que le sonrió ante su sencilla conclusión.
-Eso
significan más disturbios y más pérdidas económicas.
Quien
así habló fue Gumersindo Plácido, el contable del teatro Ruzafa, que acompañaba
al director y que había penetrado en la estancia casi como un fantasma.
-Gumersito
no seas tan cenizo ya verás cómo aún hay función hoy. –Le indicó el director.
Aunque
nadie le replicó, la tristeza se podía palpar en el ambiente y sólo se
desvaneció cuando entró la duquesa Ivanoff que, con el gracejo que le
caracterizaba, provocó la sonrisa de Bartha y la admiración de todos los que
nos encontrábamos allí reunidos. Natasha iba acompañada por Carlos Somel, su
tío Luis Sotomarch y el ingeniero Juan de la Cierva.
El estupor nos enmudeció a todos antes sus acompañantes y fue ella la que
rompió el silencio pidiéndole a Bartha que la llevase a casa. Aquella
enigmática mujer nunca dejaba de sorprendernos con sus apariciones, pues, según
todos creíamos, se encontraba en casa recuperándose del golpe recibido en la
cabeza durante la estampida, todo indicaba que, la enérgica rusa, formaba parte
de las intrigas de aquella Hermandad a la que pertenecían los caballeros que la
acompañaban, Darqués y, presumiblemente, mi hermano también.
Librada y
Batiste se reunieron conmigo y, al igual que yo, permanecieron expectantes a lo
que se decía allí.
-Caballeros,
si no les inoportuna el local, podemos celebrar la reunión en mi camerino.
–Dijo Darqués, con tono enérgico, a los recién llegados.
Y
fue así como, en un instante, se marcharon todos quedándonos solos con el
peculiar contable del teatro, Gumersindo Plácido, que, nervioso de verse
excluido del grupo de Darqués, optó por murmurar unas palabras ininteligibles a
modo de despedida.
Nosotros
no teníamos ninguna tarea que hacer así que también salimos a la calle para
curiosear un poco los desperfectos producidos en la entrada y fachada de la
tienda en la que había explosionado la bomba. El propietario y su mujer barrían
los cascotes. Nadie les preguntaba el motivo ni tampoco les prestaba ninguna
ayuda, por lo que deducimos que la explosión, tenía origen en alguna rencilla
personal. Perdimos pronto el interés por sus labores de limpieza y nos atrajo
el vocerío que procedía de las calles adyacentes. Atraídos por los aplausos que
sonaban y que daban paso a una melodiosa voz de mujer. La curiosidad por ver qué
ocurría nos hizo llegar hasta allí. Una joven, de cabellos claros, subida sobre
un carro, se dirigía hacia el heterogéneo público.
-Hermanos,
la muerte de nuestro compañero, José Fita, no puede ser olvidada. Él nos defendía
del poder cuando fue abatido como si fuese una presa de caza.
–Se escuchó un murmullo de reafirmaba sus palabras.
-Debemos
mostrar nuestra solidaridad con su valentía por eso creo que le acompañaremos
hasta su última morada, pero lo haremos a nuestro modo. No vamos a conseguir
que las autoridades intervengan, ni tampoco dejaremos que nos envuelvan con sus
discursos de postín.
-Sí,
eso, muerte al opresor. –Gritó alguien de los que le escuchaban.
-Nada
de violencia, compañero. –Le replicó la hermosa joven rubia. –A las agresiones
hay que corresponderles con acciones pacíficas. Debemos demostrarles que no somos
violentos. Nos bastamos para celebrar un entierro digno. Paralizaremos la
actividad de la ciudad. Se cerrarán todos los negocios, pero no dejaremos que
haya fuerzas militares ni policiales que intervengan. Hoy, a las tres y media,
será el traslado del féretro del compañero José Fita hasta el cementerio del
Grao. Os espero a todos y todas. ¡Salud compañeros!
La
oradora se apeó del carro con la ayuda de dos hombres y un murmullo de
aprobación fue la despedida a su proclama.
Regresamos
al teatro y alcanzamos a ver cómo se despedía Darqués de aquellos caballeros.
Recuerdo sus palabras porque, poco después, como una maldición, se volvieron
contra todos nosotros.
-Queridos
amigos, esta situación no va a desembocar en una guerra fratricida. Las gentes
de este país no lo consentirían nunca y, además, los militares, se muestran
leales a la República.
-Esperemos
que tu optimismo se cumpla, hermano –Le replicó Luis Sotomarch.
Tanto
Librada, como Batiste y yo mismo teníamos tantas ganas de poder contar lo que
habíamos visto en la calle que abordamos al director en el mismo instante en el
que terminaba de hacer los gestos rituales de despedida a sus acompañantes.
-Debemos
ir al entierro de ese obrero. –Nos dijo con una sonrisa.
-José
Fita se llamaba. –Le recalcó Librada que no solía puntualizar a nadie.
-Un
buen trabajador de la estiba. –Afirmó Salvador Masobrer, mi hermano, que se
encontraba en la puerta en el momento en el que Librada pronunció el nombre del
muerto. –Vamos todos.
***
Al
día siguiente en la prensa se dijo que asistieron más de treinta mil personas
de acompañamiento. El comité de enlace de la CNT y UGT no permitió que las
autoridades presidieran el acto. También se dijo que tampoco se toleró que
hubiese fuerzas ni policiales ni militares para mantener el orden, el cual, fue
completo. Todos los obreros, de ambos sexos, se encargaron de la comitiva. En
todos los periódicos se coincidió que el paro fue secundado por todos, los
casinos, los cafés, incluso los taxis y tranvías que dejaron de circular hasta
la hora convenida, las seis y media de la tarde, hora en la que comenzaron a
funcionar los teatros y salones de cine.
***
-Los
periodistas siempre dan su versión sesgada. –Puntualizó Miguel Máñez con el
periódico en la mano. –Estoy seguro de que la comitiva de gente no llegó al
cementerio hasta bien entrada la noche. Nunca he visto un acompañamiento tan
numeroso, ni un paro tan completo como el que hubo ayer.
-Ni
tampoco cuenta que los actores y actrices realizamos la función a beneficio de
la familia del finado, José Fita, y que nos quedamos sin beneficios. –Puntualizó
el contable Gumersindo Plácido que, con cara de amargura, escuchaba a Máñez.
-Pero
valió la pena hacerlo, Gumersito, porque nuestro caritativo acto nos ha
beneficiado. –Puntualizó Darqués. –El próximo sábado visitará la ciudad el
presidente Samper y está previsto que seamos nosotros los que hagamos una
función ante su comitiva.
-¡Oh!
–Exclamamos todos a la vez.
-Ahora
debemos pensar en una obra adecuada.
He estado conteniendo el aliento todo el tiempo. Tienes una forma de escribir alucinante que engancha y más que leer, parece que la estás viviendo y te encuentras sumergida en ella. He sentido el miedo, la angustia por el hambre de los hijos, la impotencia ante una mala autoridad y el devenir de todos los acontecimientos.
ResponderEliminarMuchos besos :)
Me alegra saber que te he involucrado en el relato. Me haces muy feliz y me animas a continuar escribiendo. Un abrazo amiga!
EliminarDe Pili Fernández Coliflor:
ResponderEliminarHe leído tu relato de interesante contenido . Quizá sea por las circunstancias actuales que nos envuelven que la similitud con la realidad periodística a día de hoy es brutal . Una triste y peligrosa realidad ...
Por primera vez el relato se me hizo largo pero no sabría decirte con exactitud el porqué. La sensación que tengo es como si me resultaba previsible a medida que lo leía. Quizá sea porque los incidentes y revueltas de un periodo tan convulso son la sangre que hace vivo el tal periodo y se presupone su existencia.
No se, no se explicarlo mejor. En fin, que esta pequeña crítica la hago desde la admiración , no te quepa duda.
Querida Pili,
EliminarMuchas gracias por tu felicitación y sobre todo por tu sinceridad. Me parece muy pedagógica tu crítica. El tema es delicado y resulta paralelo a lo que ocurre en la actualidad. Mi madre me dice lo mismo: abrevia, pero a veces no es tan sencillo. En este relato no he descrito sorpresas de acción, pero prometo hacerlo en el próximo. Y, por favor, sigue siendo tan sincera y clara a la hora de opinar, ni te imaginas lo que me ayuda conocer tu punto de vista.
Muchísimas gracias y te deseo un hermoso día. Un abrazo.
Vaya¡ El primero lo elimine e hice un segundo.. quizás no le di a "publicar".
ResponderEliminarAmbos decían más o menos lo mismo... Que tu estilo narrativo había mejorado y ello me agradaba.. Y que por ser tu "cumple" me he hecho seguidora de tu blog.. y porque me gustan tus relatos claro
Muchas gracias Suni,
EliminarDicen que la constancia es prima hermana del logro así que por mí que no quede. Intentaré escribir regularmente hasta que consiga contar cosas con coherencia. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Un abrazo.