sábado, 21 de octubre de 2017

24 JOSÉ FITA




-Señor delegado del gobierno, sólo queremos que nos informe de la situación.
-Lo siento, caballeros, pero debo reunirme con el comité de los estibadores y no ando sobrado de mucho tiempo.
-Pero señor, compréndalo, necesitamos aportar noticias para publicarlas en nuestros periódicos. Por favor explíquenos brevemente cómo se encuentra la situación en el puerto de Valencia. ¿Sabe cuándo se retomarán los trabajos de estiba?
El periodista que más insistía por conseguir una respuesta del delegado del gobierno en la ciudad de Valencia era Alfredo Sendín. Tantos fueron los ruegos de él y sus colegas que, a pesar de su reticencia, el delegado gubernamental, no tuvo más remedio que detenerse ante los periodistas.
-Está bien, les haré un conciso resumen de lo que ocurrió en la tarde de ayer. El comité de huelga del puerto de nuestra ciudad decidió, por unanimidad, en la asamblea convocada por los sindicatos de la UGT y de la CNT, paralizar los trabajos portuarios de carga y descarga del transporte marítimo. El motivo que alegan es su reivindicación de que sean readmitidos los cuatrocientos trabajadores despedidos. Esta situación ha supuesto que los barcos que está previsto descargar se hayan tenido que desviar a los puertos vecinos de Denia y Alicante, provocándose las consabidas pérdidas económicas para la ciudad. Este inoportuno cambio supone muchos miles de pesetas, pero los obreros no se avienen a razones de ningún tipo.
-¿Qué piden? –Le interrumpió Sendín.
 -Pretenden la readmisión de los eventuales despedidos.
-El hambre también es inoportuna, señor delegado.
Todos los periodistas se volvieron en dirección a la voz que replicaba al delegado. Se trataba de un hombre vestido con un traje de pana desgastada, calzaba alpargatas de esparto y llevaba calada una gorra de las que suelen usar los estibadores. En la boca le colgaba una media colilla que mantenía en equilibrio en la comisura de sus labios mientras hablaba.
-Intentamos solucionar los problemas lo más rápido posible. –Le contestó el político con voz contundente y mirándole fijamente a la cara.
-Puede que su sentido del tiempo sea más lento que el nuestro, señor. –El obrero le replicó sin apearse del tono firme con el que había comenzado a hablar. –Las familias de los trabajadores despedidos pasan hambre y eso no se puede ver desde sus altos despachos, señor.
El delegado gubernamental estaba a punto de replicarle cuando su voz fue ahogada por el estruendo de un petardo que explotó en una calle cercana. Un chico, de los que se encontraban escuchando a los dos interlocutores, salió corriendo en dirección al lugar de donde procedía la detonación. A los pocos minutos regresó gritando que sólo se trataba del derribo de un poste de la catenaria del tranvía.
-Sería el único que quedaría en pie en el tramo. –Apuntó uno de los periodistas que rodeaban al delegado y al obrero.
Su comentario provocó las risas de los que estaban presentes, pero éstas se silenciaron en el momento en el que el político retomó la palabra.
-Ese tipo de incidentes, que a ustedes parece provocarles gran satisfacción, son los que han sumido a parte de la ciudad en la desidia de la carestía. Ni luz, ni gas, ni agua y ahora ni los suministros que llegan de mar. ¿Qué pretenden con este tipo de acciones? ¿No se dan cuenta de que se están hundiendo en la miseria ustedes mismos?
-Señor, tal vez, si atendiesen alguna de sus peticiones dejarían de producirse todos los disturbios. –Apuntó, Alfredo Sendín, el periodista.
Unos murmullos dejaron en suspenso la posible respuesta del político que dio por terminadas sus declaraciones. Se disculpó ante los que le rodeaban alegando que tenía prisa por acudir a la reunión y salió en dirección hacia el coche, con chófer, que esperaba a unos pasos de la improvisada rueda de prensa. Se introdujo dentro del acharolado automóvil, pero no pudo arrancar porque un gran número de manifestantes rodearon el vehículo impidiéndole el que se moviese.
Los manifestantes eran familias enteras que, con un murmullo seco, mostraban su protesta. Los periodistas se colocaron a un lado para ser testigos del momento. Y aunque lo rodearon por completo nadie intentó abrir la puerta del coche ni violentó a sus ocupantes. Aquella situación era sólo un acto simbólico de la protesta obrera, sin embargo, el desenlace fue otro. El obrero, que minutos antes había interpelado al delegado gubernamental, se abrió paso entre los manifestantes y con agilidad se encaramó al techo del vehículo. Desde aquel improvisado púlpito continuó su arenga.
-Camaradas, el hambre no hace distinciones. No le importa si eres alto o bajo o si tienes una o siete bocas que alimentar. El hambre ataca cuando te encuentras desprevenido y lo hace a traición. El hambre es la aliada de los poderosos, por eso no le importa si se mueren nuestros hijos o si se merman nuestras fuerzas.
Los manifestantes le escuchaban atónitos ante un discurso simple y locuaz que explicaba su situación.
Protestas en Valencia (1934)
-El señor delegado dice que quiere llegar a un acuerdo con nosotros, los obreros, pero antes nos pide que acatemos sus mandatos y después ya se hablará de cómo aplacar esa hambre que nos devasta. Creo que aquí el asunto está muy claro y que los únicos que no parecen entrar en razones son ellos que dicen ser la autoridad ¿verdad? Porque yo me pregunto ¿cómo vamos a poder trabajar con el estómago vacío? ¿O es que acaso se nos olvida que en el cementerio tenemos más de un niño enterrado víctima del hambre?
Mientras el obrero hablaba, el político, lo contemplaba asomado por la ventanilla de su coche. Aquel hombre había demudado su expresión de autoridad, de los minutos previos, por una mirada de angustia que mostraba temor por su vida ante las palabras del obrero, y ya no parecía tan seguro como al principio.
-Ya no podemos esperar nada más de las promesas de solucionar lo imposible. Debemos actuar antes de que el asunto se desvíe porque…
Pero no pudo terminar la frase porque el sonido de los cascos de los caballos de los militares, que se desplegaron a su alrededor, desvaneció toda posibilidad de continuar.
Instintivamente, los manifestantes se apartaron de los caballos y de los fusiles que les encañonaban, abriéndose un pasillo entre ellos y el coche del político. A pesar de todo, el obrero, todavía continuó encaramado al techo. El delegado del gobierno salió del vehículo y dirigiéndose hacia el militar, que parecía ser el jefe de aquella cuadrilla, le ordenó que detuviese al cabecilla que, según él, con su discurso, había puesto en peligro su vida. El obrero no opuso ninguna resistencia cuando el militar le requirió para que se bajase del improvisado atril, por eso a todos nos sorprendió el silbido de un tiro y el golpe seco que provocó su cuerpo al derrumbarse ante los pies del delegado.
Fue uno de los periodistas el que se abalanzó sobre el herido para comprobar si estaba vivo o muerto.
-¡Aún respira! –Gritó con un hilo de voz.
Y con la ayuda de otros dos hombres lo introdujeron en el coche. Fue trasladado al Hospital de La Malvarrosa.
                                               ***
-¿Y luego que ocurrió? –Me preguntó Bartha con interés.
-Con un gran silencio todos se dispersaron. Los militares custodiaron la retirada de los manifestantes. –Le respondí con soltura.
-Desde luego, tu hermano ha sido muy poco prudente al llevaros a un acto como ese. –Afirmó Bartha que no le gustaba que Batiste y yo estuviésemos lejos de su protección.
-Librada también nos acompañaba. –Dije con orgullo por sentirme útil.
-Todos los periódicos lo han contado, pero cada uno da una versión distinta. –Afirmó Miguel Máñez. –Unos dicen que le disparó un soldado, sin embargo, en otro periódico se dice que fue uno de los manifestantes el que le lanzó una piedra y que lo derribó.
-Bueno, creo que hay una gran diferencia entre un tiro y una pedrada ¿no? –aseguró Carlota Planes que cosía uno de sus vestidos de escena.
Pero ya no pudieron continuar comentando el hecho porque en ese instante entró Batiste con paso corto y rápido gritando que terminaba de explotar una bomba.
-Para un momento y recuperar el aliento. –Le indicó Bartha.
-La puerta de la tienda de ultramarinos que hay en la esquina ha explotado por los aires. –Explicó con voz entrecortada. –Yo lo he visto todo. Unos hombres estaban vigilando la calle y, cuando han visto que no cruzaba nadie, han lanzado la bomba sobre la entrada.
-Bueno, cálmate y no grites tanto. –le indicó Miguel Máñez. –Lo que debes de hacer es no contárselo a nadie ¿comprendido?
El miedo nos había convertido en cautelosos.
Durante unos instantes la incertidumbre se cernió sobre nosotros y sólo nos recuperamos cuando entró Darqués que, con su carismática personalidad, nos informó de que la función de las tres y media se suspendía.
-Debido a los incidentes que se han producido en el Grao un obrero ha resultado gravemente herido y ha fallecido en el hospital por las heridas recibidas.
-¿Es la noticia que aparece en los periódicos? –le preguntó Máñez con interés.
-El delegado del gobierno se ha visto obligado a dimitir.
-Bueno, los cargos políticos duran lo que duran ¿no? –Apuntó Carlota Planes que no cesaba de remendar el vestido de lentejuelas.
Nadie le contestó salvo su marido que le sonrió ante su sencilla conclusión.
-Eso significan más disturbios y más pérdidas económicas.
Quien así habló fue Gumersindo Plácido, el contable del teatro Ruzafa, que acompañaba al director y que había penetrado en la estancia casi como un fantasma.
-Gumersito no seas tan cenizo ya verás cómo aún hay función hoy. –Le indicó el director.
Aunque nadie le replicó, la tristeza se podía palpar en el ambiente y sólo se desvaneció cuando entró la duquesa Ivanoff que, con el gracejo que le caracterizaba, provocó la sonrisa de Bartha y la admiración de todos los que nos encontrábamos allí reunidos. Natasha iba acompañada por Carlos Somel, su tío Luis Sotomarch y el ingeniero Juan de la Cierva. El estupor nos enmudeció a todos antes sus acompañantes y fue ella la que rompió el silencio pidiéndole a Bartha que la llevase a casa. Aquella enigmática mujer nunca dejaba de sorprendernos con sus apariciones, pues, según todos creíamos, se encontraba en casa recuperándose del golpe recibido en la cabeza durante la estampida, todo indicaba que, la enérgica rusa, formaba parte de las intrigas de aquella Hermandad a la que pertenecían los caballeros que la acompañaban, Darqués y, presumiblemente, mi hermano también.
Librada y Batiste se reunieron conmigo y, al igual que yo, permanecieron expectantes a lo que se decía allí.
-Caballeros, si no les inoportuna el local, podemos celebrar la reunión en mi camerino. –Dijo Darqués, con tono enérgico, a los recién llegados.
Y fue así como, en un instante, se marcharon todos quedándonos solos con el peculiar contable del teatro, Gumersindo Plácido, que, nervioso de verse excluido del grupo de Darqués, optó por murmurar unas palabras ininteligibles a modo de despedida.
Nosotros no teníamos ninguna tarea que hacer así que también salimos a la calle para curiosear un poco los desperfectos producidos en la entrada y fachada de la tienda en la que había explosionado la bomba. El propietario y su mujer barrían los cascotes. Nadie les preguntaba el motivo ni tampoco les prestaba ninguna ayuda, por lo que deducimos que la explosión, tenía origen en alguna rencilla personal. Perdimos pronto el interés por sus labores de limpieza y nos atrajo el vocerío que procedía de las calles adyacentes. Atraídos por los aplausos que sonaban y que daban paso a una melodiosa voz de mujer. La curiosidad por ver qué ocurría nos hizo llegar hasta allí. Una joven, de cabellos claros, subida sobre un carro, se dirigía hacia el heterogéneo público.
-Hermanos, la muerte de nuestro compañero, José Fita, no puede ser olvidada. Él nos defendía del poder cuando fue abatido como si fuese una presa de caza. –Se escuchó un murmullo de reafirmaba sus palabras.
-Debemos mostrar nuestra solidaridad con su valentía por eso creo que le acompañaremos hasta su última morada, pero lo haremos a nuestro modo. No vamos a conseguir que las autoridades intervengan, ni tampoco dejaremos que nos envuelvan con sus discursos de postín.
-Sí, eso, muerte al opresor. –Gritó alguien de los que le escuchaban.
-Nada de violencia, compañero. –Le replicó la hermosa joven rubia. –A las agresiones hay que corresponderles con acciones pacíficas. Debemos demostrarles que no somos violentos. Nos bastamos para celebrar un entierro digno. Paralizaremos la actividad de la ciudad. Se cerrarán todos los negocios, pero no dejaremos que haya fuerzas militares ni policiales que intervengan. Hoy, a las tres y media, será el traslado del féretro del compañero José Fita hasta el cementerio del Grao. Os espero a todos y todas. ¡Salud compañeros!
La oradora se apeó del carro con la ayuda de dos hombres y un murmullo de aprobación fue la despedida a su proclama.
Regresamos al teatro y alcanzamos a ver cómo se despedía Darqués de aquellos caballeros. Recuerdo sus palabras porque, poco después, como una maldición, se volvieron contra todos nosotros.
-Queridos amigos, esta situación no va a desembocar en una guerra fratricida. Las gentes de este país no lo consentirían nunca y, además, los militares, se muestran leales a la República.
-Esperemos que tu optimismo se cumpla, hermano –Le replicó Luis Sotomarch.
Tanto Librada, como Batiste y yo mismo teníamos tantas ganas de poder contar lo que habíamos visto en la calle que abordamos al director en el mismo instante en el que terminaba de hacer los gestos rituales de despedida a sus acompañantes.
-Debemos ir al entierro de ese obrero. –Nos dijo con una sonrisa.
-José Fita se llamaba. –Le recalcó Librada que no solía puntualizar a nadie.
-Un buen trabajador de la estiba. –Afirmó Salvador Masobrer, mi hermano, que se encontraba en la puerta en el momento en el que Librada pronunció el nombre del muerto. –Vamos todos.
                                                            ***
Al día siguiente en la prensa se dijo que asistieron más de treinta mil personas de acompañamiento. El comité de enlace de la CNT y UGT no permitió que las autoridades presidieran el acto. También se dijo que tampoco se toleró que hubiese fuerzas ni policiales ni militares para mantener el orden, el cual, fue completo. Todos los obreros, de ambos sexos, se encargaron de la comitiva. En todos los periódicos se coincidió que el paro fue secundado por todos, los casinos, los cafés, incluso los taxis y tranvías que dejaron de circular hasta la hora convenida, las seis y media de la tarde, hora en la que comenzaron a funcionar los teatros y salones de cine.
                                                            ***
-Los periodistas siempre dan su versión sesgada. –Puntualizó Miguel Máñez con el periódico en la mano. –Estoy seguro de que la comitiva de gente no llegó al cementerio hasta bien entrada la noche. Nunca he visto un acompañamiento tan numeroso, ni un paro tan completo como el que hubo ayer.
-Ni tampoco cuenta que los actores y actrices realizamos la función a beneficio de la familia del finado, José Fita, y que nos quedamos sin beneficios. –Puntualizó el contable Gumersindo Plácido que, con cara de amargura, escuchaba a Máñez.
-Pero valió la pena hacerlo, Gumersito, porque nuestro caritativo acto nos ha beneficiado. –Puntualizó Darqués. –El próximo sábado visitará la ciudad el presidente Samper y está previsto que seamos nosotros los que hagamos una función ante su comitiva.
-¡Oh! –Exclamamos todos a la vez.
-Ahora debemos pensar en una obra adecuada.











6 comentarios:

  1. He estado conteniendo el aliento todo el tiempo. Tienes una forma de escribir alucinante que engancha y más que leer, parece que la estás viviendo y te encuentras sumergida en ella. He sentido el miedo, la angustia por el hambre de los hijos, la impotencia ante una mala autoridad y el devenir de todos los acontecimientos.
    Muchos besos :)

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    1. Me alegra saber que te he involucrado en el relato. Me haces muy feliz y me animas a continuar escribiendo. Un abrazo amiga!

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  2. De Pili Fernández Coliflor:
    He leído tu relato de interesante contenido . Quizá sea por las circunstancias actuales que nos envuelven que la similitud con la realidad periodística a día de hoy es brutal . Una triste y peligrosa realidad ...
    Por primera vez el relato se me hizo largo pero no sabría decirte con exactitud el porqué. La sensación que tengo es como si me resultaba previsible a medida que lo leía. Quizá sea porque los incidentes y revueltas de un periodo tan convulso son la sangre que hace vivo el tal periodo y se presupone su existencia.
    No se, no se explicarlo mejor. En fin, que esta pequeña crítica la hago desde la admiración , no te quepa duda.

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    1. Querida Pili,
      Muchas gracias por tu felicitación y sobre todo por tu sinceridad. Me parece muy pedagógica tu crítica. El tema es delicado y resulta paralelo a lo que ocurre en la actualidad. Mi madre me dice lo mismo: abrevia, pero a veces no es tan sencillo. En este relato no he descrito sorpresas de acción, pero prometo hacerlo en el próximo. Y, por favor, sigue siendo tan sincera y clara a la hora de opinar, ni te imaginas lo que me ayuda conocer tu punto de vista.
      Muchísimas gracias y te deseo un hermoso día. Un abrazo.

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  3. Vaya¡ El primero lo elimine e hice un segundo.. quizás no le di a "publicar".
    Ambos decían más o menos lo mismo... Que tu estilo narrativo había mejorado y ello me agradaba.. Y que por ser tu "cumple" me he hecho seguidora de tu blog.. y porque me gustan tus relatos claro

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    1. Muchas gracias Suni,
      Dicen que la constancia es prima hermana del logro así que por mí que no quede. Intentaré escribir regularmente hasta que consiga contar cosas con coherencia. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Un abrazo.

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