A mon pare.
En mi rutina diaria viajo en el trenet un par de veces al día.
Lo que os voy a contar me sucedió a las ocho de la noche de la víspera de Navidad. Aquel día me sentía especialmente cansado. En la fábrica hubo mucho trabajo de última hora. Todos los años, por esas fechas, ocurría lo mismo. Siempre era urgente y todo el personal nos desvivíamos por dar curso a un gran pedido de fusibles que había que montar y enviar lo más pronto posible. Durante la jornada no paré ni un sólo instante. Aunque la tarea no era muy complicada sí requería un trabajo extra manual. Concentré toda la energía de mi cuerpo en mis manos para ser más rápido y más hábil en el montaje de las piezas.
Cuando salí de la fábrica me resultó reconfortante caminar hacia la estación y poder estirar las piernas y los brazos insensibles hasta desentumecerlos. La posición acuclillada, durante más de ocho horas en la fábrica, me hacía sentirme torpe a la hora de moverme. Subí al vagón destartalado del trenet en dirección a mi casa. Me quedé de pie, como solía hacer, pero noté que el cansancio se adueñaba de mi voluntad. Las manos me dolían especialmente sometidas a la constante presión del destornillador de montaje. Mis piernas también parecían revelarse, como si no quisieran sostenerme más, y reclamaban un merecido descanso. Vi el sitio libre y me senté. Por inercia apoyé mi brazo y dejé descansar mis manos abiertas sobre la barandilla. Durante unos segundos no miré a nada ni a nadie y sólo presté atención a mis cansados dedos que deseaban recorrer aquel tubo metálico y frío que parecía conferirles un poco de alivio a las falanges entumecidas. En ese instante, mientras las estiraba, percibí la mirada de aquel hombre bajito que estaba sentado a mi lado. Mostraba un gran interés y ojeaba todos mis ejercicios de descanso. No me preocupó su indiscreta curiosidad. Estaba tan cansado que no le presté mucha atención, aunque, aquella manera de mirarme, ya comenzaba a rayar en la mala educación. A pesar de todo continué desentumeciendo mis manos. Al poco me sacó de mi ensimismamiento aquella vocecita que salió de la garganta del minúsculo hombre cuando me habló.
-Disculpe, señor. Llevo un buen rato observándole y no puedo evitar hacerle una pregunta indiscreta.
Su voz, casi infantil, contrastaba con su cara ajada por las inclemencias climáticas evidencia de su trabajo a la intemperie.
Asentí y le dije que podía preguntarme lo que quisiera, pues, en ese instante, también sentía la misma curiosidad que él por saber qué quería de mí.
-Verá, llevo un buen rato observándole las manos. Usted habrá pensado que soy un impertinente. No se equivoca. Le he mirado detenidamente, pero es que no puedo evitarlo. Tiene usted unas manos tan grandes que me he sentido acomplejado ante ellas.
Esa ocurrencia me hizo sonreír. Era la primera vez que me decían semejante cosa. Prosiguió sin prestar atención a mi sorpresa.
-Lo cierto es que usted tiene las manos de un verdadero luchador. ¿Ha boxeado alguna vez? –Sin esperar mi respuesta prosiguió. –Yo he sido boxeador, sabe usted, aunque, como se podrá imaginar, era un peso pluma y en el ring siempre me defendí como un verdadero jabato.
Mientras me narraba estas facetas de su vida deportiva observé que todos los que viajaban en el vagón nos observaban y prestaban oídos a lo que decía aquel hombrecito. Él también se dio cuenta de que había captado la atención de todo el pasaje y comenzó a sentirse importante. Elevó la voz para hablarme y, a su vez, se incorporó del asiento para ponerse frente a mí.
-Digo yo, que usted, con esas manos tan grandes que tiene, podría darme un buen golpe.
Noté que comenzaba a envalentonarse y a chulear con sus palabras. Con una de mis mejores sonrisas le respondí que yo no había boxeado nunca y tampoco me había pegado con nadie pues era pacifista. El hombrecito ya no me escuchaba, se movía delante de mí dando pequeños saltitos y colocaba los brazos en guardia como si se encontrase en un ring.
-Venga, márquese un intento de golpe y verá como me defiendo de usted. Todos reían de la ocurrencia de aquel hombre que me desafiaba sin ningún motivo. Opté por no hacer nada. Deseé que el trenet corriese más rápido para llegar a mi parada lo antes posible. Con resignación, escuché los grititos de provocación del hombrecito y las risas de los pasajeros. Antes de que se detuviese en mi estación me levanté y me dirigí a la puerta y el hombrecito me persiguió con sus nerviosos movimientos.
-No huyas, vamos encárate conmigo y lanza un golpe con esas manos tan grandes que tienes.
Se colmó mi paciencia, me volví y le respondí:
-Ya le he dicho que no soy violento, pero si quiere que nos peleemos lo haremos en otro momento, ahora es imposible porque es Navidad.
Ante mi comentario todos los pasajeros dejaron de reír y celebrar la ocurrencia del hombrecito. El trenet se paró. Ya bajaba los peldaños hacia el andén cuando pude escuchar el gritito del hombre que, desde el vagón, me decía:
-Oiga, señor, es usted todo un caballero. ¡Feliz Navidad!
Publicado en este blog el 26-12-2015
Feliz Navidad para tí también Francisca. Una historia peculiar y divertida. Que el nuevo año te traiga todo aquello que necesites en tu vida. Muchos besos :D
ResponderEliminarQuerida Margarita
EliminarMuchas gracias por tus cariñosas palabras. Te deseo un año lleno de salud y armonía. Gracias por leer y comentar mi relato. Besos
muy bonito, como siempre! muchas, muchas felicidades y que el año nuevo venga repleto de luz y magia!!!! por otro año compartiendo tu pluma bella y nuestras alas portentosas que todo se llevan!!!!!!!
ResponderEliminarQueridas amigas
EliminarLes deseo un feliz año 2018 lleno de salud y armonía.
Muchas gracias por leer y compartir mi relato navideño. Un abrazo amigas.
Hola Elena M
ResponderEliminarTienes un blog muy dulce. Lo sigo. Gracias por seguir el mío.
Un abrazo.
Gracias, Paqui.
ResponderEliminarSols en vore la dedicatòria, no he pogut evitar el recordar-lo.
Opine que el millor que és pot dir d'una persona que ja no està físicament és que era bo, molt bo.
De segur que li haguera encantat el relat, al igual que a mí, perquè realment era pacifiste i gens violent.
Molt bona lliçò de vida: no acceptar eixa classe de provocacions.
¡Bon Any per a tu i la teua família!
Gràcies a tu.
EliminarDisculpa que no t'haja contestat abans, però tenia molts correus pendents.
Espere que l'entrada al nou any haja sigut còmoda i plena de molta alegria. Moltes gràcies per llegir i comentar el meu relat.