«Tan
pronto como sea posible, tan tarde como sea necesario»
Esa fue la respuesta de
Elisabetta. Berta no esperaba que su hermana mayor llegase a tiempo al sepelio
de su padre, No, no sería un acto de venganza o rencor. Sabía que lo había
perdonado desde hacía mucho tiempo, aunque debía mantener el
resquemor por haberla echado de casa.
Elisabetta era tres años mayor
que Berta y tenía cinco más que Ana, la más pequeña de la casa. Nunca se
comportó como una verdadera niña. Asumió el papel de la madre que no tuvieron. Al
contrario que sus hermanas, no tuvo ninguna oportunidad de ir a la escuela. Por
las tardes, mientras Berta y Ana emborronaban las libretas de los ejercicios
escolares, ella escribía y escribía lo que semejaban ser textos interminables.
Nunca consintió en leérselos en voz alta, incluso cuando Ana se lo rogaba, le
respondía que no los entendería. Elsabetta los guardaba en un cajón bajo llave
y, aunque sus hermanas intentaron abrirlo nunca lo lograron.
Durante su infancia, los
días les semejaron ser eternos hasta que, un día, llegó una carta dirigida a la
Srta. Elisabetta Méndez Kent. ¿Quién le escribiría?
En la cara de Elisabetta
se dibujó una sonrisa. Fue la única que sus hermanas le pudieron ver mientras vivió
en la casa. La leyó varias veces, después la introdujo en el sobre y la guardó
en el bolsillo de su vestido.
Esperó a que su padre regresase
del trabajo; cuando estuvieron los cuatro sentados a la mesa habló. Le habían
ofrecido un trabajo en un periódico.
Su padre le gritó y amenazó
con la esperanza de amedrentarla. Ni Ana ni Berta supieron qué hacer ni qué
decir. Se encogieron en sus sillas. Elisabetta, impasible, se levantó. Recogió los
platos. A continuación, sin mirar a su padre, advirtió a sus hermanas de que deberían
ser más responsables porque ella ya no estaría allí siempre.
Les asustó el estruendoso
golpe que dio sobre la mesa. Le amenazó con echarla de casa. Ella no le respondió.
Al día siguiente, cuando sus
hermanas se despertaron, su cama permanecía ordenada. Se precipitaron hacia la
cocina y sobre la mesa había una nota que decía:
«Sed obedientes.»
Llegó
dos días después del entierro. No trajo ninguna maleta. Cuando le preguntaron si
regresaba a casa respondió: «Tan pronto
como sea posible, tan tarde como sea necesario.»
Fantástico relato. Sin lugar a dudas, podría ser el comienzo de una de esas adictivas novelas que me mantienen en vela más de una noche.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu pluma. Me ha encantado ;)
Querida Beatriz,
EliminarMuchas gracias por tu comentario. Por mi parte, me faltaría mucha dedicación para llevarlo a una novela cuyo eje central fuese la vida secreta de estas tres mujeres, pero todo es cuestión de proponérselo ¿no? Muchas gracias por la lectura y comentario. Un abrazo.
Que fantástica eres Francisca! !!Me voy sumergiendo en el relato y quiero mas! Gracias por tu generosa alma que nos compartes en cada cosa que plasmas en papel. Besotesbuhos gordos!!!
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, querida amiga. Siempre me animas a continuar. Un abrazo
EliminarQue genial historia!!! Me recordó un poco a Batterbly, el escribiente, por la críptica actitud de la protagonista. Mis felicitaciones y saludos desde Argentina!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por haber leído mi breve relato. Es agradable saber que interesan mis inquietudes.
EliminarMuy buen relato. La historia da para seguirla. Esa hermana debe haber tenido muchos conflictos que superar para tomar la decisión.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias Mirna,
EliminarSí, ese personaje pide que se hable de sus claroscuros sentimientos. Muchas gracias por leer y comentar mi relato. Un abrazo
Bonita historia que podría ser el comienzo de una más larga. Me ha gustado como has planificado la relación de madre en la hermana mayor. Un abrazo.
ResponderEliminarBuenos días
EliminarUnas mujeres que encierran unos enigmas. Nada es lo que parece y todo permanece como era.
Muchas gracias por leer y comentar mi relato. Un abrazo