I
“Haced vida de ricas. Acostaos tarde y levantaos tarde.”
Todos los años, el
hijo les decía lo mismo, a su madre y sus hermanas, cuando se despedía de ellas
al dejarlas en la hospedería de la montaña. Previamente, les subía el equipaje
y alguna que otra cazuela para que se guisasen en la cocina común a la que
tenían derecho, pero siempre se le olvidaba darles dinero. Al cabo de una
semana, las pocas pesetas que tenía la madre, se habían desvanecido con uno o dos guisos, por eso, lo único que les
quedaba era alimentarse del chocolate que cocinaban en aquella vieja
chocolatera. Una tarde, mientras preparaban el chocolate que calmaba sus
involuntarios ayunos, entró un nuevo veraneante. Se trataba de un hombre de
mediana edad. Vestía una camisa blanca de hilo bastante usada y unos pantalones
rayados escrupulosamente planchados para marcar la línea recta de las perneras.
Su pelo canoso y abundante resultaba armonioso con los bigotes atusados que
compaginaban con la perilla perfectamente peinada y arreglada. En una mano
llevaba una vieja maleta que, de tan usada, la había asegurado con una correa
para evitar que se abriese con algún involuntario golpe. En la otra mano
sostenía un sombrero blanco que se había quitado para evitar que se le ladease
al cruzar la cortina de la entrada de la casa. -Este año ya le echábamos de
menos, Sr. García. La propietaria de la hospedería de la montaña había salido a
su encuentro para saludar al hombre. Mientras se acercaba a él se secó las
manos con el mandil de la cocina que, con rapidez, desató de su gran cintura. -Hola,
María. Sí, he tenido que retrasar mi venida debido a unos negocios que me
surgieron a última hora. –Respondió el recién llegado. Tanto la madre como las
hijas le miraban, desde la cocina, al hombre que les daba la espalda al tener
que estar hablando con la propietaria de la casa. La hija menor fue la más
decidida y, aprovechando que ella no tenía que estar atenta al fogón, se
aventuró a acercarse hasta el recién llegado. Antes de que su madre pudiese
detenerla se colocó junto a la ama de la casa para así poder ver bien la cara
del forastero. El hombre sonrió ante la curiosidad que había despertado ante
aquella jovencita de cabellos rebeldes. -Este año hará mucho calor durante este
mes de agosto ¿verdad? –Se atrevió ella a preguntarle. -Sí, eso dicen. –Le
respondió el hombre con una amplia sonrisa. –Pero si no recuerdo mal, todos los
veranos suele hacer mucho calor en este mes. A la jovencita se le encendieron
las mejillas ante su respuesta.
Su
madre le tiró de la manga para que volviese a la cocina con sus hermanas.
-Disculpe
a mi hija, caballero. –Terció la madre. –Es una indiscreta.
-En
absoluto, señora, me parece una muchacha muy vivaz. Está bien tener curiosidad
por las cosas y las personas. –Le
respondió el hombre que se colocó el sombrero y con la mano hizo un pequeño
gesto de saludo para despedirse de ellas.
Tanto
la madre como las hijas interrogaron a la propietaria del hostal quien les dijo
que no sabía mucho de la vida del Sr. García.
-
Desde hacía unos años venía a pasar unas semanas en su casa. No recibe a nadie,
salvo a un amigo suyo que siempre viene el último día, comen juntos y, entonces
se van.
Aquella
falta de información sobre el recién llegado lo convirtió en centro de atención
de las famélicas veraneantes. Su curiosidad se centró, en especial, sobre la
desvencijada maleta de la que no se separaba en ningún momento.
A
pesar de su precariedad alimenticia la madre deseaba mantener el secreto de su
paupérrimo estado monetario ante los otros hospedados y la propia ama de la
casa, por eso, a las horas de las comidas, no acudían al comedor, sino que lo
hacían en su cuarto, fuera de la vista del resto de los hospedados.
-Estoy
harta de comer tanto chocolate. –Protestó la hija mayor. –Deberíamos hablar con
la señora María y pedirle dinero para la comida.
-Eso
no lo verás nunca. –Le gritó su madre. –Nosotras no pedimos préstamos a nadie y
menos a una que se ve forzada a vender su casa para comer.
-¿Prefieres
que nos muramos de hambre mientras tu hijo se divierte con tu dinero? –Le gritó
la hija mediana que apuraba el chocolate de su taza. –Madre, sabes que tu hijo todos
los años hace lo mismo ¿por qué no coges caudal antes de salir de casa?
-Callaos
las dos y no protestéis más. –Les gritó la hija menor. –Si madre tuviese dinero
lo gastaría en ricos manjares para nosotras, pero, desde que falleció padre, es
Vicente el que se encarga de las finanzas de la casa y por eso madre no tiene
ni una miserable peseta que ofrecernos en comida.
Aquella
noche ninguna de las cuatro mujeres pudo conciliar el sueño y la causa no fue
por el hambre que hacía estragos en sus tripas, sino por los porrazos y pisadas
que retumbaban en la habitación contigua.
-¿Oyes
los golpes? –Susurró la más pequeña a su hermana mayor.
-Sí,
claro que los escucho. No estoy sorda. Será mejor que calles e intentes dormir.
Lo que pasa en otras habitaciones no es de nuestra incumbencia.
Alrededor
de las dos de la madrugada, además de los golpes se pudo escuchar lo que semejó
ser un quejido y, a continuación, se hizo el silencio.
Por
la mañana, la madre solía ser la primera en levantarse de las cuatro, pero
aquel día los gritos de la propietaria de la casa despertaron a todos los
hospedados
-¡Santo
Cristo! Nunca había visto tanta sangre.
Eso
fue lo único que alcanzaba a decir al guardia civil que le interrogó durante el
espacio de más de una hora.
El
Sr. García yacía muerto, sobre la cama. Todas las sábanas se encontraban
cubiertas de la sangre que le manaba de la herida que, al parecer, le habían
asestado una puñalada con un cuchillo o un puñal en el costado izquierdo.
No
tardaron mucho en retirar el cadáver y las sábanas de la cama como prueba del
asesinato.
-¡Qué
desgracia más grande! –Decía la propietaria de la casa. –Se acaba el negocio
para mí.
-No,
mujer, no diga eso. Son cosas que pasan. –Intentó consolarla el guardia civil
más joven que quedó encargado de recoger las pertenencias del asesinado.
-¿Desde cuándo conocía al Sr. García? –Le preguntó mientras abría el armario.
-Falta
la maleta. –Dijo la señora María.
-¿Qué
maleta? –Preguntó el guardia civil.
-La
que nunca soltaba. –Respondió la hija pequeña que se encontraba parada en el
quicio de la puerta de la habitación.
Entonces todos le prestaron
atención a la hija menor como queriendo animarla para que continuase hablando
sobre esa misteriosa maleta, sin embargo, lo único que sucedió fue que la
muchacha se sonrojase e intentase escabullirse de las miradas interrogantes.
-Señorita,
explíquenos cómo era esa maleta.
-Pues… eso: una
maleta. –Contestó ella con tono evasivo.
-¿De qué color
era? –Prosiguió el guardia civil.
-Color… -titubeó la
chica. –No sabría definirlo porque estaba tan usada y con tan mal estado que ya
no tenía uno concreto. Lo más destacado era el que la llevaba sujeta con un
cinturón por encima. Quizá temía que se abriese y que, en cualquier instante
dejase ver lo que había dentro.
-¿Y qué podría ser
tan valioso como para no soltarla nunca? –Insistió el joven guardia civil que
parecía ser el más avezado de los dos representantes de la autoridad.
-Eso no se lo
puedo decir. Nunca la abrió delante de mí. –Le respondió la chica con
desparpajo.
-Bueno, seguro que
algo más le llamaría la atención de aquel hombre ¿no?
-Nada de
particular, señor. –Le interrumpió la madre. –Mi hija es muy atolondrada y
habla por hablar, pero usted no debe hacerle caso, tiene demasiada fantasía.
Y tomándola del
brazo la empujó fuera de la habitación en dirección al patio interior de la
casa.
-Espere un momento
señora, no puede llevarse a la testigo sin mi permiso.
-¿Qué testigo?
–Refunfuñó la madre. –Ésta es sólo una fisgona. Además, es menor de edad y no
consiento que le pregunte nada más si no es en presencia de mi hijo.
-¿Su hijo también
se aloja aquí? –Le insistió el guardia civil.
-No, claro que no.
–Respondió la madre con tono agrio. –Nosotras venimos a veranear todos los
años. Él se queda cuidando nuestra hacienda…
-Pero también
vengo a visitarles alguna vez.
Quien había
hablado era el hijo, Vicente, que observaba a las mujeres que discutían con el
joven guardia civil.
-Si necesita
hablar con alguien hágalo conmigo, señor. –Insistió el hijo.
-No creo que tenga
nada que contarme si usted no estuvo anoche en la casa. –Le respondió el
guardia civil.
-Quizá se
equivoque y pueda contarle más cosas de las que imagina sobre el Sr. García.
Tanto la madre
como sus hermanas le miraron con gran sorpresa.
-De hecho-
prosiguió el hijo. –Hoy venía a cerrar un negocio con él, pero me temo que no
va a poder ser.
CONTINUARÁ
Ayyy, nos has dejado con la intriga, esperando la segunda parte con ansiedad. ¡Cuánto misterio! :D
ResponderEliminarHola Margarita:
EliminarEse misterio cree. Vamos a ver qué ocurre. Gracias por seguir mis relatos con tanto interés. Me animas a continuar. Un abrazo.
hola! infaltable llega el sabado a corre a tu blog y encontrar maravillas como estas, y encima nos dejas con ansias!! la disfrutamos como si fuera una telenovela. gracias, saludosbuhos!!
ResponderEliminarHola amigas buhitas!!!
EliminarAl final me convencerán y escribiré una novela, pero tendrán que tener mucha paciencia conmigo y eso significará más de un silencio y tardanza. Muchas gracias por animarme a continuar escribiendo y a comenzar una nueva aventura. Un abrazo amigas.
ya que estamos te coterreamos un poco, seria buhonamos un poco, te invitamos al blog para que leas un maravilloso cuento que nos hizo Margarita,es fantastico!! debemos coordinar algo juntas chicas, sois dos magas de las letras!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias amigas! Voy a ver su blog y lo leo al instante. Muchas gracias por avisarme, ya saben que soy muy despistada en esos temas. Besos.
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