miércoles, 22 de agosto de 2018

EL PRINCIPIO DE LAS VACACIONES (I)





I

“Haced vida de ricas. Acostaos tarde y levantaos tarde.”
Todos los años, el hijo les decía lo mismo, a su madre y sus hermanas, cuando se despedía de ellas al dejarlas en la hospedería de la montaña. Previamente, les subía el equipaje y alguna que otra cazuela para que se guisasen en la cocina común a la que tenían derecho, pero siempre se le olvidaba darles dinero. Al cabo de una semana, las pocas pesetas que tenía la madre, se habían desvanecido con uno o dos guisos, por eso, lo único que les quedaba era alimentarse del chocolate que cocinaban en aquella vieja chocolatera. Una tarde, mientras preparaban el chocolate que calmaba sus involuntarios ayunos, entró un nuevo veraneante. Se trataba de un hombre de mediana edad. Vestía una camisa blanca de hilo bastante usada y unos pantalones rayados escrupulosamente planchados para marcar la línea recta de las perneras. Su pelo canoso y abundante resultaba armonioso con los bigotes atusados que compaginaban con la perilla perfectamente peinada y arreglada. En una mano llevaba una vieja maleta que, de tan usada, la había asegurado con una correa para evitar que se abriese con algún involuntario golpe. En la otra mano sostenía un sombrero blanco que se había quitado para evitar que se le ladease al cruzar la cortina de la entrada de la casa. -Este año ya le echábamos de menos, Sr. García. La propietaria de la hospedería de la montaña había salido a su encuentro para saludar al hombre. Mientras se acercaba a él se secó las manos con el mandil de la cocina que, con rapidez, desató de su gran cintura. -Hola, María. Sí, he tenido que retrasar mi venida debido a unos negocios que me surgieron a última hora. –Respondió el recién llegado. Tanto la madre como las hijas le miraban, desde la cocina, al hombre que les daba la espalda al tener que estar hablando con la propietaria de la casa. La hija menor fue la más decidida y, aprovechando que ella no tenía que estar atenta al fogón, se aventuró a acercarse hasta el recién llegado. Antes de que su madre pudiese detenerla se colocó junto a la ama de la casa para así poder ver bien la cara del forastero. El hombre sonrió ante la curiosidad que había despertado ante aquella jovencita de cabellos rebeldes. -Este año hará mucho calor durante este mes de agosto ¿verdad? –Se atrevió ella a preguntarle. -Sí, eso dicen. –Le respondió el hombre con una amplia sonrisa. –Pero si no recuerdo mal, todos los veranos suele hacer mucho calor en este mes. A la jovencita se le encendieron las mejillas ante su respuesta.
Su madre le tiró de la manga para que volviese a la cocina con sus hermanas.
-Disculpe a mi hija, caballero. –Terció la madre. –Es una indiscreta.
-En absoluto, señora, me parece una muchacha muy vivaz. Está bien tener curiosidad por las cosas y las personas.  –Le respondió el hombre que se colocó el sombrero y con la mano hizo un pequeño gesto de saludo para despedirse de ellas.
Tanto la madre como las hijas interrogaron a la propietaria del hostal quien les dijo que no sabía mucho de la vida del Sr. García.
- Desde hacía unos años venía a pasar unas semanas en su casa. No recibe a nadie, salvo a un amigo suyo que siempre viene el último día, comen juntos y, entonces se van.
Aquella falta de información sobre el recién llegado lo convirtió en centro de atención de las famélicas veraneantes. Su curiosidad se centró, en especial, sobre la desvencijada maleta de la que no se separaba en ningún momento.
A pesar de su precariedad alimenticia la madre deseaba mantener el secreto de su paupérrimo estado monetario ante los otros hospedados y la propia ama de la casa, por eso, a las horas de las comidas, no acudían al comedor, sino que lo hacían en su cuarto, fuera de la vista del resto de los hospedados.
-Estoy harta de comer tanto chocolate. –Protestó la hija mayor. –Deberíamos hablar con la señora María y pedirle dinero para la comida.
-Eso no lo verás nunca. –Le gritó su madre. –Nosotras no pedimos préstamos a nadie y menos a una que se ve forzada a vender su casa para comer.
-¿Prefieres que nos muramos de hambre mientras tu hijo se divierte con tu dinero? –Le gritó la hija mediana que apuraba el chocolate de su taza. –Madre, sabes que tu hijo todos los años hace lo mismo ¿por qué no coges caudal antes de salir de casa?
-Callaos las dos y no protestéis más. –Les gritó la hija menor. –Si madre tuviese dinero lo gastaría en ricos manjares para nosotras, pero, desde que falleció padre, es Vicente el que se encarga de las finanzas de la casa y por eso madre no tiene ni una miserable peseta que ofrecernos en comida.
Aquella noche ninguna de las cuatro mujeres pudo conciliar el sueño y la causa no fue por el hambre que hacía estragos en sus tripas, sino por los porrazos y pisadas que retumbaban en la habitación contigua.
-¿Oyes los golpes? –Susurró la más pequeña a su hermana mayor.
-Sí, claro que los escucho. No estoy sorda. Será mejor que calles e intentes dormir. Lo que pasa en otras habitaciones no es de nuestra incumbencia.
Alrededor de las dos de la madrugada, además de los golpes se pudo escuchar lo que semejó ser un quejido y, a continuación, se hizo el silencio.
Por la mañana, la madre solía ser la primera en levantarse de las cuatro, pero aquel día los gritos de la propietaria de la casa despertaron a todos los hospedados
-¡Santo Cristo! Nunca había visto tanta sangre.
Eso fue lo único que alcanzaba a decir al guardia civil que le interrogó durante el espacio de más de una hora.
El Sr. García yacía muerto, sobre la cama. Todas las sábanas se encontraban cubiertas de la sangre que le manaba de la herida que, al parecer, le habían asestado una puñalada con un cuchillo o un puñal en el costado izquierdo.
No tardaron mucho en retirar el cadáver y las sábanas de la cama como prueba del asesinato.
-¡Qué desgracia más grande! –Decía la propietaria de la casa. –Se acaba el negocio para mí.
-No, mujer, no diga eso. Son cosas que pasan. –Intentó consolarla el guardia civil más joven que quedó encargado de recoger las pertenencias del asesinado. -¿Desde cuándo conocía al Sr. García? –Le preguntó mientras abría el armario.
-Falta la maleta. –Dijo la señora María.
-¿Qué maleta? –Preguntó el guardia civil.
-La que nunca soltaba. –Respondió la hija pequeña que se encontraba parada en el quicio de la puerta de la habitación.
Entonces todos le prestaron atención a la hija menor como queriendo animarla para que continuase hablando sobre esa misteriosa maleta, sin embargo, lo único que sucedió fue que la muchacha se sonrojase e intentase escabullirse de las miradas interrogantes.
-Señorita, explíquenos cómo era esa maleta.
-Pues… eso: una maleta. –Contestó ella con tono evasivo.
-¿De qué color era? –Prosiguió el guardia civil.
-Color… -titubeó la chica. –No sabría definirlo porque estaba tan usada y con tan mal estado que ya no tenía uno concreto. Lo más destacado era el que la llevaba sujeta con un cinturón por encima. Quizá temía que se abriese y que, en cualquier instante dejase ver lo que había dentro.
-¿Y qué podría ser tan valioso como para no soltarla nunca? –Insistió el joven guardia civil que parecía ser el más avezado de los dos representantes de la autoridad.
-Eso no se lo puedo decir. Nunca la abrió delante de mí. –Le respondió la chica con desparpajo.
-Bueno, seguro que algo más le llamaría la atención de aquel hombre ¿no?
-Nada de particular, señor. –Le interrumpió la madre. –Mi hija es muy atolondrada y habla por hablar, pero usted no debe hacerle caso, tiene demasiada fantasía.
Y tomándola del brazo la empujó fuera de la habitación en dirección al patio interior de la casa.
-Espere un momento señora, no puede llevarse a la testigo sin mi permiso.
-¿Qué testigo? –Refunfuñó la madre. –Ésta es sólo una fisgona. Además, es menor de edad y no consiento que le pregunte nada más si no es en presencia de mi hijo.
-¿Su hijo también se aloja aquí? –Le insistió el guardia civil.
-No, claro que no. –Respondió la madre con tono agrio. –Nosotras venimos a veranear todos los años. Él se queda cuidando nuestra hacienda…
-Pero también vengo a visitarles alguna vez.
Quien había hablado era el hijo, Vicente, que observaba a las mujeres que discutían con el joven guardia civil.
-Si necesita hablar con alguien hágalo conmigo, señor. –Insistió el hijo.
-No creo que tenga nada que contarme si usted no estuvo anoche en la casa. –Le respondió el guardia civil.
-Quizá se equivoque y pueda contarle más cosas de las que imagina sobre el Sr. García.
Tanto la madre como sus hermanas le miraron con gran sorpresa.
-De hecho- prosiguió el hijo. –Hoy venía a cerrar un negocio con él, pero me temo que no va a poder ser.

CONTINUARÁ

6 comentarios:

  1. Ayyy, nos has dejado con la intriga, esperando la segunda parte con ansiedad. ¡Cuánto misterio! :D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Margarita:
      Ese misterio cree. Vamos a ver qué ocurre. Gracias por seguir mis relatos con tanto interés. Me animas a continuar. Un abrazo.

      Eliminar
  2. hola! infaltable llega el sabado a corre a tu blog y encontrar maravillas como estas, y encima nos dejas con ansias!! la disfrutamos como si fuera una telenovela. gracias, saludosbuhos!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola amigas buhitas!!!
      Al final me convencerán y escribiré una novela, pero tendrán que tener mucha paciencia conmigo y eso significará más de un silencio y tardanza. Muchas gracias por animarme a continuar escribiendo y a comenzar una nueva aventura. Un abrazo amigas.

      Eliminar
  3. ya que estamos te coterreamos un poco, seria buhonamos un poco, te invitamos al blog para que leas un maravilloso cuento que nos hizo Margarita,es fantastico!! debemos coordinar algo juntas chicas, sois dos magas de las letras!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias amigas! Voy a ver su blog y lo leo al instante. Muchas gracias por avisarme, ya saben que soy muy despistada en esos temas. Besos.

      Eliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.