Aquel día llovía por lo
que viajar en el trenet resultaba más
incómodo que nunca. A esa hora coincidíamos los estudiantes de todas las
edades, los empleados de las tiendas sitas en Valencia y las empleadas de
hogar. Los más impacientes por subir al transporte siempre éramos los más
pequeños, por eso, cuando escuchábamos el pitido que el maquinista solía dar
para avisar de su llegada al paso a nivel, nos apresurábamos a salir de la
minúscula estacioneta. La intensa
lluvia provocaba que chocarán entre sí los paraguas y las carteras de los
colegiales por abrirse paso hacia las puertas del convoy. Mi hermana y yo nos
dimos mucha prisa por subir, pues, nuestras ágiles piernas, de niñas escolares,
nos permitían correr más que a los más mayores. Ya dentro del vagón buscamos un
asiento libre. A las dos nos gustaba leer durante la media hora que duraba el
trayecto, por eso sentadas podíamos hacerlo con mayor comodidad. Quedaban dos
huecos separados así que corrí para ocupar uno y mi hermana hizo lo mismo. Me
acomodé y, en ese instante, me percaté de que mi cartera estaba completamente
empapada. Saqué un pañuelito que tenía en el bolsillo del uniforme y comencé a
secarla, pues temía que el agua de la lluvia entrase en el interior y mojase
mis libros y libretas. Me encontraba tan atareada en secarla que apenas miré a
los otros viajeros que venían de las anteriores estaciones. Quizá no me habría
fijado en ellos de no haber sido porque mantenían una conversación animada en
un idioma desconocido. Levanté la cabeza y observé a la pareja sentada delante
de mí. Por sus ropas y rostros, con evidentes quemaduras del sol de la playa,
deduje que eran turistas. Hablaban con el hombre que se encontraba sentado a mi
lado. Me volví a mirarlo y cuál fue mi sorpresa cuando le reconocí al instante.
El interlocutor de aquella pareja de extranjeros era un hombre de mi pueblo. Sólo
lo conocía por las malas referencias que había escuchado de él. Se decía que
había entrado en la cárcel muchas veces por varios delitos, pero, sobre todo,
su mala fama había aumentado por su crueldad con respecto a toda su familia. Con
rapidez retiré la mirada. Un escalofrío recorrió mi espalda. Volví la cabeza en
busca de mi hermana que permanecía enfrascada en la lectura de un libro por lo
que, por mucho que intenté llamar su atención, no se fijó en mí.
En la siguiente estación subieron
muchos pasajeros que se agolparon en los pasillos, por lo que la distancia que
nos separaba, a mi hermana y a mí, se agrandó todavía más. Tragué saliva. Volví
a mirar a la pareja extranjera y vi que me sonreían. Una frase incomprensible
para mí salió de la boca sonriente de la mujer y, a continuación, su pareja la
secundó con un movimiento de cabeza y una sonora risa que me preocupó. Me sentí
azorada ante lo que parecía ir dirigido hacia mí y que no lograba entender.
-No te asustes. –Me dijo
el hombre de mi pueblo que se encontraba sentado a mi lado. –Comentan que les
pareces muy guapa.
Sus palabras provocaron
el efecto contrario al que pretendía y mi inquietud creció con aquel halago que,
en mi cabeza de niña asustadiza, me sonó a amenaza. De pronto los tres dejaron
de mirarme y continuaron charlando entre ellos en el idioma extranjero que tanto
había despertado mi curiosidad.
Durante todo el trayecto
estuve encogida sobre mi cartera observando, de soslayo, a la pareja de
turistas que mantenían una conversación animada con ese hombre con fama de
cruel. Inquieta como me encontraba, al poco de divisar los andenes de la
estación central del trenet de Valencia, conocida por el nombre de la del Pont
de Fusta, salté de mi asiento, antes de que el convoy se detuviese para
dirigirme a la puerta. Busqué con la mirada a mi hermana, pero la gran cantidad
de pasajeros me impedía que pudiese moverme con agilidad para reunirme con ella.
Me sentía nerviosa y preocupada por alcanzar la salida cuando de pronto sentí
una mano sobre mi hombro.
-No corras, te puedes
caer y, entonces, te harías mucho daño con esa pesada cartera de libros que
llevas.
La fuerte mano de aquel
hombre, que tanto me había impresionado por su fluida conversación con los
extranjeros, me sujetaba por el hombro pretendiendo retenerme. Como pudo me
desasí y corrí en dirección a la puerta del vagón. Di un salto para salvar los
dos escalones de madera del trenet hasta alcanzar el andén donde ya estaba mi
hermana esperándome. Casi no llovía así que libres de los paraguas corrimos
hacia la salida. Cuando nos detuvimos en el semáforo, casi atragantándome, le
conté a mi hermana lo sucedido en el vagón con aquella pareja de extranjeros y
el hombre de mi pueblo. Me miró y me dijo:
-Seguro que hablarían en
alemán.
-¿Alemán? ¿Él sabe
alemán? –Le pregunté incrédula.
-¡Claro que sí! –Me respondió
mi hermana con el aplomo que suele tener en sus contestaciones. –Ese hombre ha
recorrido media Europa y seguro que, por lo menos, sabe hablar francés y alemán
con fluidez.
Sorprendida por sus
palabras le dije que a santo de qué él había viajado tanto si su fama era la de
un delincuente y mala persona capaz de todo.
-Sí, tiene esa fama y me
parece que no es equivocada, por eso, puede que haya aprendido todos esos
idiomas en las cárceles de esos países.
Mi asombro creció más si
cabe. Llegamos a la puerta del colegio y cada una nos dirigimos a nuestra aula.
Creo que fue la primera y
única vez que lo vi tan de cerca en aquel corto trayecto. Muchos años después
me enteré de su muerte. Lo encontraron muerto dentro de un barco en el puerto
de Cádiz. Según se dijo había cometido alguna de sus habituales fechorías y
huyendo de la justicia española se había enrolado en ese barco. Quizá la vida
desordenada que había llevado terminó con su corazón con aquel inesperado infarto.
Avisaron a la familia y la noticia se extendió por todo el pueblo. Aquel hombre
que tantas preocupaciones había provocado a todos falleció intentando huir del
país en el interior de un barco alemán.
Yo no estoy en condiciones de opinar sobre tu estilo, cómo cuentas las cosas y de qué manera lo haces, pero, ¿sabes?, a mí me engancha y noto que el interés avanza conforme lo hace el relato.
ResponderEliminarHola Eugenio
EliminarPor supuesto que tienes todo el derecho de opinar sobre mi estilo y me has alegrado la tarde con tus cariñosas palabras. Mi intención era engancharos a mi relato así que creo que lo he conseguido. Muchas gracias por tu lectura y comentario.
hola siempre nos asombra la calidad que tienes para relatar y hacer tan vivido lo narrado, gracias! saludosbuhos
ResponderEliminarHola amigas buhitas,
Eliminarme entusiasma abrir mi blog y encontrar sus comentarios. Muchas gracias por leer mis relatos. Espero, algún día poder ofrecerles algo mucho mejor. Un abrazo.
Menuda historia, madre mía. Qué angustia he pasado, te lo prometo. Uf. ¡Me ha encantado!
ResponderEliminarMuchos besos Francisca :D
Hola Margarita:
EliminarQuería escribir un relato con ingriga y por lo que me cuentas creo que lo he conseguido. Muchas gracias por leer y contarme tus impresiones. Un abrazo.
Un placer volverte a releer con el tiempo y seguir disfrutando te tanto por un momento me pareció estar en una película y ver a esa niña. Guau! Genial amiga!!!👏👏👏👏👏🌹
ResponderEliminarMuchas gracias amiga!!!!
ResponderEliminarEsa niña atendía a lo que ocurría a su alrededor. Mi padre me enseñó que por la vida se podía pasar como una maleta o con los ojos muy abiertos para conocer lo que estaba pasando. Le tomé el consejo.
Muchas gracias por releer mis relatos pasados. Un abrazo.