«No, no es un círculo, es una O»
comentábamos al cruzar por delante de aquel mendigo sentado en el lateral del
puente. A las niñas nos sonreía mirándonos sin vernos con aquellos
pequeños y profundos ojos que se adivinaban dentro de su flaca cara.
Todos los días hacía la misma
operación: dejaba su muleta tumbada sobre el suelo y sacaba un pañuelo de
caballero que extendía con sumo cuidado. Como si éste fuese una
almohadilla, se sentaba sobre él para no mancharse su traje de chaqueta gris
impoluto. A continuación, iniciaba su ritual, se descalzaba la pierna
ortopédica que depositaba a su lado. En el interior de la pernera se le podía
adivinar el muñón a la altura de la rodilla. Esa falsa pantorrilla de madera
hueca estaba rematada por un zapato negro donde había sido insertada una A
dentro de un círculo. Ante mis ojos de niña, aquel símbolo me intrigaba más si
cabe que su famélico aspecto. ¿Qué significaría? ¿Sería un mensaje cifrado,
como los que Julio Verne usaba en su novela Matías Sandorf, que con
tanto placer había leído el pasado curso? Pero no acertaba a adivinarlo. ¿Qué
información críptica encerraría?
Una tarde, cuando regresaba del
colegio, al pasar por el puente, vi a dos hombres que hablaban con el
mendicante. Me detuve para mirarles. Semejaban ser oscuros, casi opacos. Todavía
recuerdo su imagen densa frente al mendigo que les miraba, con sus pequeños
ojos, como si no les entendiese. Uno de ellos lo tomó por los brazos intentando
levantarle del suelo. El mendigo se calzó su pierna ortopédica y comenzó a
andar rodeado por los dos hombres. Lo hacía con su ritmo lento, resignado.
Nunca más volví a verlo.
Con el paso de los años
comprendí el significado del símbolo. Una A dentro de un círculo o dentro de
una O. Representaba la solidaridad de un orden social, ese que nunca lo habría
dejado abandonado a su suerte.
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