-Una de las cosas que quiero que entiendas, es
que quien ha vivido el miedo, el pánico, como yo, en aquella etapa de mi vida,
no lo olvida nunca, ni tan siquiera en los años de bonanza. El miedo es un sentimiento
que te hace percibir las cosas de otra manera; además, esa emoción perdura con
el tiempo y llega a traspasarlo. El miedo, el pavor, el horror, te persigue a
lo largo de toda tu vida. Lo sientes siempre, tanto en el presente como en el
futuro y hasta se retrotrae hasta el pasado. Cuando recuerdo aquellos
episodios, de mí ya lejana infancia, no puedo evitar que un escalofrío recorra
mi espalda.
-Pues no comprendo porqué sentías tanto miedo.
-Le interrumpió el hijo de Andrés. -La señora era tu amiga ¿no?
-Me temo que no sabes nada. En primer lugar, te
estás equivocando de señora. La que llegó en el coche no era la duquesa Natasha
Ivanoff como has podido imaginar.
-Ah ¿no? Pensé que…
-Te precipitas al pensar que la suerte se
encontraba de nuestra parte. Aquella señora a la que tan impacientemente esperaba
Aurelio Tamallet y toda su cuadrilla, era la encarnación del mal; el mismísimo
diablo.
-Eres un exagerado. -Bromeó su hijo ante las
afirmaciones de su padre.
-Sé muy bien lo que me digo.
Andreu dejó de hablar. Introdujo los dedos en
el pequeño bolsillo del chaleco, pero esta vez no sacó el trozo de puro
caliqueño que antes había manoseado, sino una medallita. La sostuvo entre sus
delgados dedos como si fuese la joya más preciada. Tras unos segundos, absorto
en contemplarla y acariciarla, volvió a guardársela, en el mismo bolsillo, e
hizo un gesto para regresar al tiempo actual. Miró a su hijo. Tomó aire y, con
cierta calma, prosiguió su relato.
-Cuando ella se apeó del coche todos los
gañanes y zafios secuaces de la banda de Aurelio Tamallet la rodearon con una
manifiesta actitud servil, rastrera. Durante unos minutos estaban tan
pendientes de ella y su criado, que no se percataron que Batiste y yo salimos
corriendo en dirección a la puerta del tinglado para intentar escapar de
aquellos energúmenos. Corrimos todo lo rápido que nuestras piernas nos lo
permitieron, pero de nada nos sirvió puesto que en la puerta se encontraba uno de
ellos. Todavía no lo conocíamos al que todos apodaban “El Melenas”, en honor a
su alopecia. Como si fuésemos un par de moscas que caen en una telaraña, nos
atrapó con sus desproporcionados brazos, más propios de un pulpo que de un ser
humano. Nos arrastró como si fuésemos un saco de patatas para colocarnos
delante del grupo.
-Melenas, ten cuidado con los pichones que los
necesitamos. -Le gritó Ginés con sorna.
-Si no llega a ser por mí, echan el vuelo y no
os dais ni cuenta. -Le respondió el Melenas sin soltarnos. -Siempre tengo que
estar atento a todo.
Tanto Batiste como yo pensamos que teníamos
los minutos contados. No sabíamos qué se discurría en esas cabezas que parecían
estar solo preparadas para hacer el mal.
-Dejaos de tonterías y atender a la señora que
tiene muchas cosas que contarnos y su tiempo es oro, ¿me equivoco? -Dijo
Aurelio a sus secuaces como queriendo centrar la atención en la recién llegada.
-Así es. Debo solucionar otros negocios antes
de que termine el día. Poned atención que solo lo explicaré una vez. En el
navío que llegó ayer al puerto se encuentra algo muy valioso que me tenéis que
conseguir ya.
-¿Se refiere al portugués? -Gritó Ginés.
-Sí, ese mismo. -Le indicó la señora con un
mohín de disgusto por haber sido interrumpida. -En el portugués se han recogido
los cofres rescatados del pecio español La Santa Luisa.
-¿Pecio? ¿Qué es eso? -Le interrumpió el
Melenas.
-La Santa Luisa fue la goleta más rápida del
mar Tirreno. Siempre se ha hablado de los piratas de los mares del Caribe, pero
se han olvidado que el arte del robo, no sólo se ha llevado a cabo en ese lugar
de los océanos, pues, en el mar Mediterráneo, también se ha practicado el noble
arte del pillaje. Los barcos ligeros, como el caso de las goletas, se usaban como
medio de transporte, digamos intermediario, para poder descargar los tesoros
conseguidos de formas poco convencionales, sin tener que pasar los controles en
los que les interceptaban, bien las autoridades o bien los propios piratas,
cuando llegaban a los puertos. La goleta La Santa Luisa, adquirió una gran
popularidad por ser muy rápida y ligera y capaz de escapar de situaciones
comprometidas ante los barcos mayores, pero, aunque sus tripulantes demostraron
gran habilidad para esquivar los ataques en los cortos trayectos, no pudieron
evitar el que le propinó un barco inglés digno heredero de los corsarios de
otros mares. Aquel ataque terminó por hundirla cerca de la isla de Sicilia. Se
ha hablado mucho de su naufragio y, no han sido pocos los que la han buscado
sin ningún éxito. Se especuló sobre si no hubiese existido nunca y de que se
tratase solo de una leyenda más de las que tanto han crecido a expensas de los
piratas de ese momento, sin embargo, algunos no han desistido de buscarla hasta
encontrar el pecio próximo a la costa de Cefalú, una de las ciudades más bellas
de Sicilia. -En ese momento la señora hizo una pausa en su relato y miró al
Melenas que la escuchaba con cara bobalicona. Continuó con una sonrisa de
complicidad. –Los portugueses han recuperado buena parte de los tesoros que se
encontraban en sus bodegas. Aunque no se ha hablado mucho de ese viaje ni de su
llegada a nuestro puerto, eso no ha sido ningún impedimento para que llegase a
mis oídos su recalado aquí por unas horas. Espero que ahora comprendáis la
importancia de que se actúe con rapidez y discreción. ¿Lo habéis entendido,
atontados?
-Ahora claro que lo comprendo todo. Podía
haberlo dicho desde el principio. -Soltó el Melenas con su voz chillona.
Tamallet, con el semblante muy serio y sin
mediar palabra, sacó el revólver, que llevaba oculto en la cazadora, y con la
culata golpeó al Melenas en la boca. El ladrón, que se encontraba desprevenido,
con el golpe, perdió el equilibrio y se cayó arrastrándonos a nosotros también hasta
el suelo.
-Continúo que el tiempo se me echa encima.
-Apremió la señora que no prestó ninguna atención al Melenas que sangraba
abundantemente por la boca, ni a nosotros que nos habíamos ovillado en el suelo
para evitar el próximo golpe. – Uno de los cofres recuperados está lleno de
piedras preciosas y monedas de oro. Quiero que lo descarguéis y llevéis al
hangar número 7.
-Eso es fácil. -Le interrumpió Ginés que no
parecía haber comprendido que tenía que mantener la boca cerrada si no quería
recibir otro culetazo de su jefe.
-Una vez lo hayáis hecho, quiero que alguno de
vosotros lleve una de las monedas de oro a una dirección que solo te daré a ti,
Aurelio, porque de estos bobalicones no me puedo fiar. Allí os darán
instrucciones para el resto del cargamento que, mientras tanto, vigilaréis y protegeréis
si es preciso con vuestra vida. Pero venga, no os quedéis ahí parados. Tenéis
mucho trabajo que hacer y el tiempo apremia.
La señora hizo mención de subir al coche, pero
retrocedió para dirigir la mirada hacia nosotros que seguíamos tumbados en el
suelo, acurrucados. Regresó sobre sus pasos y con un amago de lo que parecía
ser una sonrisa nos habló.
-¿Cómo os llamáis, pequeños? -Nos preguntó con
una voz que sonó almibarada para un rostro tan duro.
-Batiste y Andreu, señora. -Le contesté con
rapidez.
La señora me miró con detenimiento, después,
como si hubiésemos desaparecido para ella, dirigió su atención a Tamallet.
-Estos dos me sirven para llevar el paquete.
Los niños pasarán desapercibidos con facilidad, porque estos tontorrones de tus
hombres atraerán a los guardias al instante.
-Pensaba usarlos para otra cosa -Dijo Aurelio
con un tono neutro- Pero tampoco es mala idea que hagan de mensajeros con las
joyas.
Se me había pasado! !!
ResponderEliminarPlacer enorme leerte y sumergirme en tus historias tan intrigantes e interesantes😊
Hola querida amiga,
EliminarSí, estoy retomando la escritura. Por circunstancias familiares, voy un poco lenta, pero no pienso abandonarla. Muchas gracias por tus comentarios que siempre me animan a continuar. Un abrazo.