Dicen
que el poder es uno de los afrodisíacos más grandes que existen en este mundo.
No lo sé. No lo he comprobado, ni creo que tenga oportunidad de hacerlo nunca.
Dicen que el ansia de poder mueve los instintos más bajos del carácter humano y
que provoca que nadie conozca a nadie si no es por aquello que puede obtener.
Es tal el afán que se puede sentir por dominar que puede hacer creer, al que lo
posee, que es inmortal y que nada ni nadie le pude destruir. En la obra de Julio
César de William Shakespeare uno de sus personajes, Casio,
describe la debilidad física de César frente a su fortaleza política como
la contradicción del poderoso.
“Si quieres prender un fuego, usa paja pequeña para
que luego pueda arder la leña” No son pocas las frases que se
podrían resaltar del texto de Shakespeare. La nueva traducción y versión
de Ángel-Luis Pujante, está demasiado concentrada, desde mi punto de
vista de lectora y espectadora. En esta nueva revisión, la obra tiene una
duración de hora y media frente al original que en escena, podía ser de cuatro
horas. Toda esa condensación y brevedad, ha provocado, bajo mi punto de vista,
la desaparición de personajes y detalles que, tal vez, podrían haber aclarado
más la acción final contra César, sin embargo, debo reconocer que, con los
tiempos que corren, y dado que el público ha cambiado, especialmente influido
por otro tipo de espectáculos, cabe justificar esta versión abreviada.
El
montaje que dirige Francisco Azorín y donde destacan sus intérpretes: Mario
Gas, Tristán Ulloa, José Luis Alcobendas y Sergio Peris-Mencheta se ha
representado esta semana en el teatro romano de Sagunt. Tengo la sensación de que el espectáculo ha
sido concebido para ser representado en un escenario de caja italiana, de ahí
que se expliquen algunas deficiencias que se pudieron apreciar en este espacio
al aire libre. La iluminación no daba la talla para transmitir las sensaciones
de intriga, rencor, venganza, ansia de poder, entre otras emociones y que sólo
se hacían palpables con la acción de los personajes. Una lástima, pues, hoy en
día, la tecnología permite suplir más de una deficiencia para redondear un espectáculo y hacer
que el espectador se sienta transportado hacia la acción. Hubo momentos que la
falta de matices en los elementos escénicos enfriaron esa relación entre
el público y la acción, al menos creo que hacía falta esa complicidad entre el
espectador y las reflexiones del personaje de Bruto, que se quedaron en la
penumbra a pesar de la brillante interpretación.
Respecto
a los actores, debo confesar que me sorprendió un magnífico Casio, José Luis
Alcobendas, que supo hacernos cómplices de su personaje desde el principio hasta
el final, dio la dimensión exacta en la que le describió César: “delgado y
demasiado preocupado por pensar”. Tristán Ulloa, en el papel de Bruto,
supo plasmar la doblez del carismático traidor que todo lo hace justificando
que es por el bien de los demás y sin asomo de su más profunda codicia por el
poder. Mario Gas reúne todas las cualidades del hombre de teatro ya que su
sola presencia en el escenario hace que toda la acción tenga sentido y forma,
en especial sus paseos espectrales. De Marco Antonio, Sergio Peris-Mencheta,
si nada se esperaba y algo consiguió, el público se lo agradeció.
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Saludando al público del Teatro Romano de Sagunt |
Al finalizar la representación el público prorrumpió en largos
aplausos que sonaron a agradecimiento por expresar lo que todos deseamos y que
tanta falta nos hace: libertad para no sentirnos chusma dominada por ineptos.