jueves, 22 de agosto de 2013

PRENDER LA LLAMA



Dicen que el poder es uno de los afrodisíacos más grandes que existen en este mundo. No lo sé. No lo he comprobado, ni creo que tenga oportunidad de hacerlo nunca. Dicen que el ansia de poder mueve los instintos más bajos del carácter humano y que provoca que nadie conozca a nadie si no es por aquello que puede obtener. Es tal el afán que se puede sentir por dominar que puede hacer creer, al que lo posee, que es inmortal y que nada ni nadie le pude destruir. En la obra de Julio César de William Shakespeare uno de sus personajes, Casio, describe  la debilidad física de César frente a su fortaleza política como la contradicción del poderoso.

“Si quieres prender un fuego, usa paja pequeña para que luego pueda arder la leña” No son pocas las frases que se podrían resaltar del texto de Shakespeare. La nueva traducción y versión de Ángel-Luis Pujante, está demasiado concentrada, desde mi punto de vista de lectora y espectadora. En esta nueva revisión, la obra tiene una duración de hora y media frente al original que en escena, podía ser de cuatro horas. Toda esa condensación y brevedad, ha provocado, bajo mi punto de vista, la desaparición de personajes y detalles que, tal vez, podrían haber aclarado más la acción final contra César, sin embargo, debo reconocer que, con los tiempos que corren, y dado que el público ha cambiado, especialmente influido por otro tipo de espectáculos, cabe justificar esta versión abreviada.

El montaje que dirige Francisco Azorín y donde destacan sus intérpretes: Mario Gas, Tristán Ulloa, José Luis Alcobendas y Sergio Peris-Mencheta se ha representado esta semana en el teatro romano de Sagunt.  Tengo la sensación de que el espectáculo ha sido concebido para ser representado en un escenario de caja italiana, de ahí que se expliquen algunas deficiencias que se pudieron apreciar en este espacio al aire libre. La iluminación no daba la talla para transmitir las sensaciones de intriga, rencor, venganza, ansia de poder, entre otras emociones y que sólo se hacían palpables con la acción de los personajes. Una lástima, pues, hoy en día, la tecnología permite suplir más de una deficiencia para redondear un espectáculo y hacer que el espectador se sienta transportado hacia la acción. Hubo momentos que la falta de matices en  los elementos escénicos enfriaron esa relación entre el público y la acción, al menos creo que hacía falta esa complicidad entre el espectador y las reflexiones del personaje de Bruto, que se quedaron en la penumbra a pesar de la brillante interpretación.
Respecto a los actores, debo confesar que me sorprendió un magnífico Casio, José Luis Alcobendas, que supo hacernos cómplices de su personaje desde el principio hasta el final, dio la dimensión exacta en la que le describió César: “delgado y demasiado preocupado por pensar”. Tristán Ulloa, en el papel de Bruto, supo plasmar la doblez del carismático traidor que todo lo hace justificando que es por el bien de los demás y sin asomo de su más profunda codicia por el poder. Mario Gas reúne todas las cualidades del hombre de teatro ya que su sola presencia en el escenario hace que toda la acción tenga sentido y forma, en especial sus paseos espectrales. De Marco Antonio, Sergio Peris-Mencheta, si nada se esperaba y algo consiguió, el público se lo agradeció.
Saludando al público del Teatro Romano de Sagunt
Al finalizar la representación el público prorrumpió en largos aplausos que sonaron a agradecimiento por expresar lo que todos deseamos y que tanta falta nos hace: libertad para no sentirnos chusma dominada por ineptos.

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