domingo, 5 de abril de 2015

BORGEN: DE LOS TONOS GRISÁCEOS DEL GOBIERNO.

En tiempos de blanco y negro, cuando nuestro presente se encuentra marcado por el trazo del negro sobre el blanco o el color sepia, símbolo de lo rancio, sobre la luz nítida del blanco, el color, los colores, son la única alternativa a esta vaciedad que nos invade sin sentido. 
Dinamarca es un pequeño país de poco más de seis millones de habitantes. No destacaría mucho salvo por la popularidad que ha ido ganando con su estilo de sociedad. Sus gobernantes han ido granjeándose en esta Europa de mercaderes en la que estamos inmersos, una popularidad casi desmesurada. 
Nunca he viajado a Dinamarca, aunque, hace años, tuve ocasión de conocer a un danés que estaba de paso en mi cuidad.  Me confesó, que amaba España. Decía que nuestra cultura era muy valiosa y que tenía la sensación de que nosotros casi la despreciábamos. Miguel, como me dijo que le llamase, hablaba un correcto español aprendido en la ciudad de Salamanca. Me contó que conocía muchos rincones de nuestro país y que ninguno se podía comparar con la  brumosa y oscura ciudad de Copenhague, donde el sol resulta un preciado valor. Un día se despidió de mí y me dijo que volvería aunque nunca más lo he vuelto a ver. Confieso que lo había olvidado por completo pero, estos días, mientras veo una de las célebres series danesas que tanto éxito tienen en toda Europa: Borgen, he recordado sus comentarios comparativos de nuestros países.
En la mencionada serie se desgranan los entresijos de un gobierno que se balancea, entre las voluntades de los extremistas y las argucias de una primera ministra que dice ser moderada. La importancia de la feminidad, como directriz de esa inestabilidad, no es una casualidad. Ella gobierna entre pacto y pacto hasta conseguir su voluntad. Esa sensación de inestabilidad se transmite en su familia y en sus hijos que la necesitan más de lo que ella piensa y que no la encuentran en los momentos claves de su vida. La danesa frialdad de las relaciones personales se transmite, a través del relato, con los escasos besos y abrazos que entre padres e hijos se propinan. Esa distancia, ese miedo a retroceder en sus parcelas de individualidad, les hace que se alejen tanto entre ellos que no consigan mantener una vida normal, es decir, llena de roces, tanto para lo bueno como para lo malo. Desde mi punto de vista, deberían darse cuenta de que él triunfo de la convivencia no es sólo tener la mejor sociedad del bienestar, que  ellos mismos reconocen que retrocede  con los recortes que le aplican. Hay pequeños matices, ínfimos detalles cotidianos que nos hace ser personas y que no siempre se consiguen con normas o reglas. 
No sé si consciente o inconscientemente, los guionistas muestran, en cada uno de los capítulos de la magnífica serie, los problemas que genera la  adicción al trabajo, en definitiva, la desesperación que viven sus personajes por conseguir el éxito, el poder. En este instante podría evocar el cuento que me contaban de niña Del hombre de la camisa feliz, pero creo que ya no es necesario. No se encuentra mejor el que más consigue, sea poder o sean riquezas.
Y mientras, los españoles dejamos que decidan por nosotros y nos sometemos, con docilidad, a esos tonos grises que imperan en la mediocridad común europea, uniformizada por los mercados y los medios de comunicación. Todos nos creemos dignos de dogmatizar, yo me pongo la primera. La ignorancia es tan osada que se cree maestra de todo, en especial de lo desconocido. 

2 comentarios:

  1. Por tu labor de divulgación cultural, tengo el gusto de concederte este premio que lo valora.
    lo puedes recoger en:
    http://abrazodelibro.blogspot.com.es/2015/04/premio-dardos.html

    Un abrazo

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  2. Hola Francisco, muchas gracias por tus cariñosas palabras y sobre todo, por la lectura que has hecho de mi estantería ilustrada. Gracias por el regalo que me ha dado. Haré uso del mismo en breve. Un abrazo lector.

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