A
medida que Tonino y Marta se acercaban a la casita ésta se parecía más a una cabaña.
Por la chimenea salía un humo oscuro propio del fuego hecho con leña húmeda.
-Aceleremos
el paso que se nos cae la noche encima. –Apremió Tonino.
Marta
intentaba caminar al compás de las zancadas que daba el acróbata, pero le
resultaba imposible seguirle. Por cada paso que éste daba ella tenía que dar
tres. Pronto se quedó rezagada. Corrió por el borde del camino con el fin de
lograr alcanzarle. De repente, notó que había pisado algo resbaladizo. Tuvo la
sensación de que se trataba de fango. Su pie izquierdo se quedó atorado.
Intentó sacarlo, pero aquella cosa viscosa y húmeda la retenía haciendo que su
pie se hundiese más y más. Desesperada gritó:
-Tonino,
ayúdeme. ¡Me hundo!
El
acróbata se volvió ante el grito exasperado de la archivera. Para entonces, la
pierna de Marta se había introducido dentro de la tierra hasta la rodilla.
-¡Haga
algo! ¡No se quede ahí mirándome como un bobalicón! –Le chilló asustada Marta.
Tonino
regresó sobre sus pasos y con una sola mano tiró de su pierna sacándola del
barro como si ésta fuese una mata de nabos.
-Venga,
no se entretenga más con juegos. –le recriminó el acróbata. –Benita hace un
buen rato que nos espera.
El
acróbata le dio la espalda y continuó caminando a grandes zancadas. Marta,
todavía confundida por lo que le había sucedido y por el poco interés que le
había mostrado el histrión, se quedó con la boca abierta con la intención de
dedicarle algún que otro reproche, pero, al ver que éste proseguía su rápido
caminar y no se detenía a esperarla, optó por seguir corriendo tras él, aunque
esta vez lo hizo fijándose dónde colocaba los pies por si había alguna otra
zona de lodazal.
Por
mucho que avanzaban la casita parecía alejarse de ellos.
-¡Acelere
el paso o se nos echará la noche encima! –Le apremió el saltimbanqui.
Marta
no podía correr más. Se encontraba al borde de la extenuación. El esfuerzo de
tener que andar tan rápido, además de tener que arrastrar aquel vestido largo y
pesado que llevaba, consumía sus fuerzas. Se remangó la falda para evitar que se
enganchase con las matas o se le llenase con el barro, no obstante, continuaba
siendo un lastre para ella.
Por
fin, se adivinó la luz de la ventana de la casita. Ella iba a expresar su
alegría por haber llegado, pero el histrión la detuvo colocándole un dedo sobre
los labios y le obligó a callar. Sigilosamente, ambos se asomaron por un
lateral de la ventana y observaron el interior de la casita. En la lumbre había
un gran puchero que la maga Anguinet removía como si se encontrase preparando una
gran cantidad de sopa. Sonreía mientras lo hacía. De pronto, Diablillo, saltó a
su alrededor esgrimiendo algo en su manita. Benita soltó el cucharón con el que
removía el interior del puchero y aplaudió la alegría del pícaro que no dejaba
de danzar a su alrededor.
-¡Vía
libre! ¡Entremos! –Ordenó Tonino. –A ver qué desastre ha propiciado éste zascandil
en mi casa.
Sin
esperar que ella le respondiese empujó la puerta dejándola abierta de par en
par.
-Cerrad
la puerta que el calor se marcha con facilidad. –Le reprochó Benita sin mirarle
mientras removía el puchero que estaba en la lumbre. –¡Cuánto habéis tardado! Un
poco más y no llegáis a la hora de la cena.
-Marta,
encima de la cama te he dejado ropa seca para cambiarte. También hay calzado
apropiado para ti.
La
archivera, sorprendida por las indicaciones de la taumaturga la obedeció. Se
dirigió a la habitación indicada y tal como se lo había dicho, allí encontró un
vestido muy sencillo de labriega y junto a la cama un par de botines de
fieltro.
Cuando
salió de la habitación, Diablillo, Tonino y la maga ya se encontraban sentados
en la mesa del comedor. Sorbían, a grandes cucharadas, la sopa que tenían en
los platos.
-Debes
disculparnos por no haberte esperado, pero como tardabas tanto en cambiarte no
hemos podido contenernos. –Dijo Benita mientras tragaba una cucharada. –¡Estamos
hambrientos!
Marta
se sentó en una de las sillas que estaban colocadas alrededor de la mesa. Al
ver que los comensales continuaban tan ocupados sorbiendo la sopa, tomó uno de
los platos para también participar de la cena. Con la mirada buscó la sopera de
la que poder servirse, pero no logró divisarla ni sobre la mesa ni en ningún
rincón del comedor. Iba a preguntarlo cuando la maga Benita soltó la cuchara y
sin mediar ni una palabra chasqueó los dedos. Tras este gesto, al instante, el
plato de Marta se llenó de lo que semejaba ser la misma sopa humeante que ellos
estaban cenando. Quizás, en otro momento, a la joven, este gesto le hubiese
sorprendido, sin embargo, comenzaba a comprender cuáles eran los dones de la maga,
por eso y después de todas las cosas que le había visto hacer, tanto en el
escenario del teatro del siglo XIX como en sus sueños que había tenido en su
propio siglo XXI; ya nada podía parecerle imposible en aquella sorprendente
mujer. Tomó una de las cucharas y comenzó a comer del plato. Aquella sopa sabía
estupendamente, sin embargo, no sabría distinguir los ingredientes de la misma.
También se fijó que por muchas veces que introdujese la cuchara en el plato
éste no parecía menguar en su contenido.
-La
sopa está deliciosa, Benita. –Le felicitó Tonino. -¿Has cocinado la vieja
receta de la maga Clotilde ¿verdad?
-Sí,
sí, pero yo la he mejorado con un par de ingredientes más.
-¿Cuáles?
–Le preguntó el acróbata.
-A
ti nunca te los diré. No quiero que caigas en la tentación de traicionarme. –Le
contestó Benita con una sonrisa en la boca.
-¡Yo
traicionarte! ¿A caso lo he hecho alguna vez? –le respondió el acróbata con un
mohín de tristeza en su tono de voz por la desconfianza que le había mostrado
la maga.
Diablillo
se levantó de su asiento y sacando un rollo de papel de su bolsillo lo extendió
hasta que se desenrolló hasta llegar al suelo.
-Cuando
quieras te leo la tira. –le dijo con una mueca burlesca.
-¡Calla,
miserable! Tú sí que eres un ingrato nato. –Rugió Tonino empuñando la cuchara
como si ésta fuese un arma.
-Venga,
calmaos que estáis dando una mala imagen a nuestra invitada.
Los
dos se levantaron de sus sitios y comenzaron a realizar piruetas cómicas como
queriendo simular una pelea, pero sin llegar a rozarse. De pronto, Diablillo
dio un brinco y se encaramó a una de las sillas. Desde allí se encontraba a la
misma altura que el acróbata Tonino. El pequeño pícaro aprovechó su pirueta
para juguetear con el histrión de manera que cuando este intentaba acercársele
le golpeaba la cabeza con una cuchara. La movía con tanto estilo que parecía
que fuese un arma. Aquellas palmaditas parecían crispar más todavía al acróbata
que intentaba atraparlo, pero, por alguna extraña razón, no lograba hacerlo.
Algo invisible lo retenía y alejaba del niño.
-Benita,
por favor, déjame que le dé su merecido. –Gimoteó el grandullón.
-¡Basta!
Ya me he cansado de vuestras travesuras. Como no os comportéis bien os envío al
otro lado del espejo. –les amenazó la maga. –Tenemos una misión que cumplir y
vosotros sólo pensáis en jugar. Sentaos a la mesa ya de una vez.
Tanto
Diablillo como Tonino dejaron de hacer muecas y aspavientos y cumplieron la
orden de la prestidigitadora volviendo a su sitio.
-Bien,
y repuestas las fuerzas y ahora más calmados, vamos a recapitular y analizar todo
lo que ha sucedido hasta este momento.
Con
estas palabras la cena se dio por concluida. Los cuatro se levantaron de la
mesa. Se sentaron en unos sillones alrededor de la lumbre donde continuaba el puchero
colgado al fuego y humeante. El cucharón, él solo, removía el líquido que éste
contenía. La maga se sentó en el sillón que se encontraba de espaldas a una
pared. En ésta había colgado un cuadro
de una mujer vestida toda de blanco. Semejaba ser una novia. Tenía una mano apoyaba
sobre la barandilla de forja de la escalera. A sus pies había un gran búcaro
lleno de rosas. En la cabeza llevaba un
tocado hecho de flores y de él salía un gran velo blanco. En su rostro
destacaba la triste y resignada miraba perdida hacia un punto indefinido. Por
unos instantes, aquella extraña mujer del cuadro cautivó la atención de Marta.
-Es
mi madrina –Le indicó Benita que parecía intuir su curiosidad. –Ella fue quien
eligió cómo debían llamarme. Era aragonesa.
-Entonces…
¿usted es española? –Le interrogó la archivera.
-No,
no, querida. Yo nací en Burdeos. Mi padre era el gran Boniface Anguinet. Uno de
los más famosos y reconocidos prestidigitadores de toda Francia. A principios
del siglo XIX era reconocido por su habilidad para el manejo de las sombras y
juegos malabares, pero, sobre todo, los juegos de cartas. Mi padre triunfaba
allá donde actuaba. Mi madre sí que era de origen aragonés, aunque también nació
en tierra francesa. Fue ella la que me enseñó a hablar el español. Mi padre se
enamoró de su simpatía y donaire, pero sobre todo por lo inteligente que era.
Boniface fue un buen prestidigitador. Conseguía atraer al público con gran
facilidad a sus espectáculos. Un día, se dio cuenta de que yo sabía realizar
sus mismos juegos con la misma soltura con que los hacía él. Comprendió mis
cualidades artísticas cuando yo todavía era una niña, por lo que decidió
prepararme para que le ayudase en sus espectáculos.
La
maga se detuvo en su narración; escudriñó la cara de Marta que parecía
encontrarse muy interesada por todo lo que le estaba narrando y prosiguió.
-Marsella
fue la ciudad que mi padre eligió para mi debut. Según la prensa del momento mi
actuación llamó la atención del público, no sólo por la brillantez y limpieza
de mis juegos, en especial con los naipes, sino también por lo vivo y
pintoresco que resultaban mis explicaciones de todo lo que realizaba en el
escenario. A partir de ahí mi carrera se lanzó como un auténtico meteoro. Viajé
por toda Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Portugal y, por supuesto, también
por España. Por cada uno de los países que pasaba mi fama crecía, sin embargo, al
público siempre permanecía una duda.
-¿Una
duda? –le interrumpió Marta.
-Sí,
querida, por regla general la gente quiere saber quién ha sido tu maestro y
padrino, así como qué bagaje tienes antes de llegar a los escenarios. Por eso
me vi obligada a tener que acudir a las clases del gran Houdin. Necesitaba su
bendición, por decirlo de alguna manera, para poder seguir en mi carrera e maga.
-Pues
no lo entiendo. Si era su padre quien le había enseñado el arte del escamoteo
por qué era tan necesario incluir en su currículum el nombre de otro por muy
importante que éste fuese.
-Tú
misma lo has dicho. Robert Houdin era el nombre que en Francia se asociaba con
la magia en letras mayúsculas. Era sinónimo de la verdadera magia.
Ni
Diablillo ni Tonino, que dormitaban escuchando el relato de la maga, le habían respondido;
tampoco fue Benita la que respondió a la duda de Marta. Quien lo había aseverado
fue la mujer del cuadro, la cual, desde que la maga había comenzado su
narración, se encontraba sentada en uno de los escalones de la escalinata de la
fotografía. Había depositado el ramo de flores en el suelo y con la mano
apoyada en la barbilla hacía rato que les escuchaba con gran interés.
-Sí,
tiene usted razón, madrina. –Le contestó Benita dirigiéndose a la fotografía.
–En todas las vidas que nos han tocado vivir, hemos necesitado que alguien nos abalase
¿verdad, madrina?
-Así
es. –Le respondió la mujer del cuadro quien suspiró al hacerlo.
-Fue
uno de los momentos más importantes de mi carrera. Te aseguro que con el gran
mago Houdin aprendí más de lo que te puedas ni imaginar. –Dijo la maga con un
cierto tono nostálgico.
-Sí,
y allí también conociste a tu fiel enemiga. –Le respondió su madrina con un
cierto tono agudo.
-Bueno,
al principio no lo éramos. –Le rectificó Benita como queriendo quitar
dramatismo a la situación. La duquesa Bompassar, cuando yo la conocí, era una
joven sencilla y con ganas de aprender magia.
-Poco
le duró. –Le rectificó la mujer del cuadro.
-No
quiero ser tan dura con ella, madrina. Las circunstancias laborales han hecho
que la amistad se haya convertido en una auténtica…
-Batalla
campal. –Le atajó la madrina. –No digas que ha sido buena que contigo nunca se
ha comportado como una colega. ¿Acaso has olvidado el suceso de Valencia? Pues
yo todavía tengo marcas de lo que allí sucedió.
Y
señaló una de las esquinas del cuadro. Semejaba que estaba chamuscada como si
hubiesen intentado quemarlo.
Todos
miraron el ángulo del cuadro. Diablillo señaló la esquina y cuando iba a
realizar un comentario se abrió la puerta de la entrada.
-Disculpad
la tardanza, pero cuando termino un concierto me tengo que quedar unos minutos
con el público. Tú, Benita, ya sabes lo que eso supone, claro, que no tenía que
haberme demorado tanto ¿verdad? Sabiendo que me estabais esperando debí
abreviar el momento de los halagos.
Quien
había entrado como una exhalación y no había dejado de hablar ni un instante
era Isaac Albéniz. El músico llevaba un gran puro en la boca apagado.
-No
te preocupes, Isaac. Y todavía queda un poco de sopa por si quieres cenar. –Le
invitó Benita.
-No,
no gracias. Ya sabes que no soy de grandes comilonas.
El
músico hurgó en uno de los bolsillos de la chaqueta. De ella sacó una caja de
cerillas con la intención de encender el puro apagado que mordisqueaba.
-Ya
fumarás más tarde. –Le gritó la madrina desde el cuadro. –No sea que con tu
puro chamusques lo que no debas.
Isaac
soltó una carcajada. Levantó la mano y saludó a la mujer del cuadro.
-Sus
deseos son órdenes para mí, querida madrina.
-¿Dónde
te has dejado al pillo de Lucrecio? –Le preguntó Tonino que se mostró más
atento con la llegada del músico.
-No
te preocupes por él. No ha cruzado. Hay cosas que solucionar al otro lado. Pero
dime, Benita. ¿Ya has recuperado todos los dones de Houdin?
-No,
todavía no. Estábamos en plena resolución cuando has aparecido como un
auténtico torbellino.
-Disculpa
la interrupción y, en especial, debo pedir perdón porque tienes una invitada y me
he comportado de manera descortés al entrar.
El
compositor dirigió una mirada y un saludo con la mano a Marta que sentada en
uno de los sillones les observaba entre la sorpresa y la incredulidad. Correspondió
al saludo con un ligero movimiento de la cabeza.
-Ya
hemos tenido oportunidad de vernos antes, señor Albéniz. –Le dijo Marta con un
hilo de voz.
-Por
supuesto, señorita. La recuerdo perfectamente. Usted nos ha traído el naipe y,
gracias a usted, hemos podido abrir la cerradura del espejo.
-¡Cierto!
–Gritó Diablillo.
-Tú
mejor te callas la boca que por tu culpa se perdió la llave. –Le recriminó el
acróbata.
-Venga,
venga, no os pongáis otra vez a discutir sobre quién tiene la culpa o no.
–Intentó limar asperezas la maga. –Todos cometimos errores. Yo también fui una
descuidada al no vigilar más a la duquesa.
-Y
que lo digas, querida ahijada. –Le respondió la madrina desde el cuadro. –Por
mucho que te lo advertimos nunca tomas las precauciones adecuadas.
-Lo
sé, lo sé, madrina, pero yo nunca veo la maldad en los demás. Recuerda que ese
fue uno de los regalos que me asignaste en mi bautizo para mi carácter.
-Sí,
sí, y me arrepiento de haberlo hecho, pero también te asigné otras mejores cualidades
como es poder tener visiones de futuro. –Le respondió la mujer del cuadro con
tono orgulloso.
-Pero
ahora no se trata de mí, querida madrina, sino de la duquesa que ha propiciado
todo este barullo. Con tu permiso voy a seguir poniendo en antecedentes a
nuestra invitada. Ella procede del siglo XXI y no conoce la situación.
La
prestidigitadora Anguinet, por unos instantes, dejó de prestar atención a los
reunidos en el salón. Concentró su mirada en el cucharón que removía el líquido
del puchero y, al hacerlo, éste adquiría más velocidad en su movimiento
rotatorio. De repente, la taumaturga volvió a hablar.
-Me
imagino que, a estas alturas, apreciada Marta, debes de estar al corriente de
la rivalidad que existe entre la duquesa Bompassar y yo. Todo comenzó en 1865.
Las dos coincidimos en la escuela de prestidigitación de París. Éramos las únicas
mujeres de aquel grupo. Como te he contado ya antes, el aval del gran Houdin se
nos hacía necesario, en especial a las mujeres, para triunfar en los escenarios
como ilusionista; a Elisa, que es así como se llamaba entonces la duquesa, le
ocurría lo mismo, por eso se vio forzada a acudir a sus clases. Su marido, el
mago Bompassar, hacía poco que había fallecido y, aunque ella siempre había
sido su ayudante y conocía a la perfección todos los trucos del escamoteo, en
aquel momento de su vida, se veía obligada a tener que participar en lo que
significaría una especie de aval a su trabajo diario. Uno de los primeros
consejos que le dio el gran maestro fue que adoptase el apellido de su esposo
para reforzar su memoria y, con ella, su espectáculo. Si pretendía ser una
prestidigitadora independiente y con éxito en los escenarios, cuando saliese,
debería recordar al público que sus números procedían de la herencia de su
esposo, el afamado Bompassar, al cual se le había otorgado el título de duque.
-¡Pues
no me parece justo! –Le interrumpió Marta. –¿Por qué necesitaba el nombre de su
marido para iniciar su carrera como taumaturga? Él formaba parte de una etapa
del pasado.
-¡Por
supuesto! Veo que tienes opiniones propias de tu siglo, pero ahora nos
encontramos en el siglo XIX, la sociedad piensa de una manera muy distinta a la
tuya. Sólo con el detalle del vestuario lo comprenderás. Mírate las ropas que
llevas y las otras que has llevado hasta hace un momento. –Le señaló la maga. –¿Se
parecen en algo a las que usas habitualmente? No ¿verdad?
Marta
asintió sin saber muy bien cómo replicarle.
-Elisa
no tenía más remedio que compartir su popularidad con su fallecido marido, así
como yo también tuve que aludir al arte de mi padre como garantía para mi éxito.
Ambas debíamos acatar las normas de un mundo tan masculino como era el del
escamoteo y la magia escénica. Tampoco nos pareció tan traumático como os lo
parecería a vosotras en vuestro tiempo. Lo que pretendíamos era poder ejercer
nuestro trabajo y arte haciéndoles creer a los hombres que todo se hacía bajo
su permiso. –La maga sonrió al pronunciar esta última frase. –Al fin y al cabo,
los dueños de los teatros, no nos ponían otra condición y en lo que concernía
al espectáculo, podíamos hacer lo que nos pareciese correcto. Para no alargarme
demasiado en mi narración te diré que ambas aprendimos mucho con el gran mago
Houdin. Lo primero que nos enseñó fue a definir un programa, pero ahí es cuando
surgió la rivalidad entre nosotras. Lo dividimos en tres partes y pensamos en
crear una historia alrededor de ellos para darles sentido, sin embargo, el
desacuerdo comenzó desde el principio.
Benita
se tomó unos segundos para volver la vista hacia el puchero y comprobar que
continuaba removiéndose con uniformidad.
-En
1867 mi espectáculo llegó al máximo esplendor con el siguiente programa:
En
la primera parte realizaba un número llamado «El plumero mágico» y «La espada
de Satanás»; en la segunda parte continuaba con juegos de escamoteo de cartas
con los títulos: «Las cartas obedientes», «El robo a la americana» y «Una hora
en Pekín». Después, para que el público no se cansase de mis juegos, hacía una
pequeña interrupción y repartía gran cantidad de dulces y apetitosos pasteles
entre el público.
-Eso
era una forma de chantaje. –le respondió Marta riéndose. –Así ninguno le haría
ninguna mala crítica.
-No
te creas, no resultaba tan sencillo como parece. Después de haberles agasajado
con aquellas delicias, en la tercera parte terminaba con un juego de espejos e
imágenes que titulé «las siete maravillas del mundo.»
-Les
gustaría mucho ¿me equivoco?
-No,
no te equivocas, al contrario, no sólo les gustaba, sino que provocaba
verdaderas pasiones entre los asistentes.
-¿Y
la duquesa? ¿qué tipo de programa diseñó ella? –Le preguntó Marta con gran
interés.
-Su
espectáculo se dividió también en tres partes que tituló como: «El canastillo fantástico», «El pájaro y la
carta (magia cómica)» y «El tambor obediente».
-son
unos nombres muy divertidos también. –Afirmó Marta. –Aunque veo alguna
coincidencia.
-La
había y mucha, porque en esas partes ella también incluyó el número de «Las cartas obedientes» y «El reloj incomprensible» que era el
mismo truco que yo había llamado con el nombre de «La hora de Pekín».
Nada
más terminó de decir estas palabras el puchero que estaba al fuego pareció
entrar en erupción. Un humo denso salió de su interior hasta inundar todo el
ambiente. Al instante se escuchó una voz que surgía de las profundidades del
recipiente.
-Sabéis
que no puedo cruzar al otro lado del espejo, pero sí puedo oíros perfectamente.
Has mentido, Benita Anguinet. Fuiste tú la que copiaste el número de las cartas
obedientes y la hora del reloj.
La
voz atronadora de la duquesa de Bompassar resonaba por todo el comedor de la
casita.
-Sabía
que estabas escuchando, por eso me he apresurado a contar la verdad. Quien siempre
ha mentido has sido tú. –Le respondió Benita.
-¡Ya
está bien! Si comenzáis otra vez con vuestra rivalidad esto no se terminará nunca.
–Intervino Albéniz. –Sólo he cruzado hasta este lado para ayudar a resolver el
enigma que hay entre las piezas sueltas que el mago Houdin entregó a Benita.
Creo que a nadie de los que estamos aquí le interesa saber cuál de las dos es
más profesional o más poderosa en cuestiones de escamoteo y de magia. Por un
momento vais a dejar vuestras diferencias y colaboraréis para que pueda ser
resuelto el enigma del camafeo de ónice.
La
dureza con la que el compositor interrumpió la disputa entre las dos magas
provocó que ambas se contuviesen. Se callaron dejando de proferirse improperios
sobre la profesionalidad de su oficio.
-Sé
que tenéis grandes diferencias entre vosotras, pero eso no tiene que ser ahora un
punto de discordia. Lo único que necesitamos es que los elementos que el
maestro Houdin separó vuelvan a reunirse en el camafeo de ónice y así las cosas
volverán a ser como eran antes. –Albéniz dio una profunda calada a su puro. Aspiró
el humo saboreándolo dentro de su cavidad bucal y, a continuación, lo fue
soltando poco a poco.
Todos
los que permanecían en el salón guardaron silencio. Benita se acercó hacia la
imagen proyectada de la duquesa de Bompassar en el vapor de ebullición del
puchero. Ambas magas se miraron como si mantuviesen una conversación entre
ellas sin pronunciar ni una palabra.
-Estad
tranquilas que lo que ocurrió en Valencia no volverá a suceder. –Les
interrumpió Albéniz, que continuaba soltando grandes bocanadas de humo, ante su
aparente conversación sin palabras.
Las
dos taumaturgas se volvieron al unísono hacia el músico y su expresión provocó
el silencio de los presentes.
-Sabes
perfectamente que eso se volverá a repetir una y cien veces, Isaac. –Le
respondió Benita.
Marta
se encontraba absorta contemplando la reacción de las magas. ¿Qué habría
sucedido en Valencia, como para crearles una rivalidad que parecía insalvable?
-No,
no creo que aquello pueda olvidarlo. –Afirmó Benita.
-Si
te quedaste sin público no fue por mí. –Le respondió el espectro de Bompassar.
-Claro
que sí fue culpa tuya. Tuve que cancelar todas las funciones por falta de espectadores
y todo fue por tu deslealtad. –Le recriminó Benita. –Y un poco más y se quema
la madrina.
-Aquello
fue un accidente. –Le atajó el espectro de la duquesa.
-Bueno,
dejadlo ya de una vez. –Volvió a intervenir el maestro Albéniz. –Por mucho que
hurguéis en la posible culpa de cada una no vais a llegar a ninguna conclusión.
Os equivocasteis las dos. Tú –Señaló a la visión de Bompassar. – tienes la culpa por jugar sucio con la competencia
entre magas. Habías coincidido las dos en la ciudad. Estabais en teatros
distintos. –Albéniz señaló con la mano en la que llevaba el puro al espectro de
la duquesa. –Lo que no debiste hacer era robarle el público a tu colega.
-Eso
se llama jugar sucio. –Afirmó Benita.
-Pero
tú también te comportaste mal al boicotear su guardarropía y fastidiarle todos
los trucos que tenía preparados en aquella función. –Le recriminó a la maga
Anguinet. –Ninguna de las dos se comportó como verdaderas profesionales.
-Y
para colmo se declaró el incendio y un poco más y ni lo cuento. –Gritó la
madrina desde la pared.
-Desde
entonces las cosas no han ido bien. Nos hemos detenido en un punto de inflexión.
No hay manera de avanzar o retroceder hasta conseguir que todo vuelva a la normalidad.
–continuó explicando Albéniz. –Si persiste esta disputa entre vosotras nunca
lograremos resolver el galimatías. La incertidumbre se adueñará y caeremos en
las rotaciones del pasado reiterativo.
El
músico hizo una pausa. Miró a los que le escuchaban y esperó a que éstos alegasen
alguna cosa en contra de lo que había expuesto hasta ese instante. Pero nadie
dijo nada. El silencio se hizo patente. Prosiguió.
-Bien,
puesto que hemos llegado a un punto de no retroceso, vamos a hacer lo debido.
Hemos invitado a Marta, como agente externo que es a nuestra disputa, para que
lleve a cabo aquello que no podemos realizar nosotros, así que no perdamos más
tiempo en preliminares y actuemos.
-Sí,
sí, hagámoslo. –Palmoteó la madrina desde el cuadro. –Estoy ansiosa por ver la
fusión.
-¡Vamos,
pues! –Sentenció el músico. –Querida invitada muéstrenos los pétalos de rosas
petrificados, por favor.
Marta
se quedó sorprendida por la petición del artista. ¿Desde cuándo él sabía que
los tenía ella?
-¡Oh!
No se preocupe. Yo lo sé todo. En realidad, fui yo el que lo organizó, ¿verdad
que sí?
Tanto
la prestidigitadora Benita Anguinet, como el espectro de la duquesa de
Bompassar asintieron.
-No
perdamos más tiempo en pequeñas menudencias y vamos a lo verdaderamente
importante. Los pétalos, por favor señorita.
Marta
se sintió el centro de todas las miradas. Notó cómo se le ruborizaban las
mejillas. Al fin y al cabo, ella estaba allí por ellos y tampoco tenía nada que
perder, pensó. Los sacó del bolsillo del vestido de labriega que llevaba. Se
los entregó al músico y éste, sin mediar palabra, los lanzó en dirección al
puchero.
-¡Ahí
va! –Gritó. –¡Juguemos con el destino!
-¡Nooo!
¡Deteneos!
Quien
gritó fue Norberto. Nadie se había percatado de que había entrado en la cabaña.
Con una agilidad casi felina, corrió hacia ellos para evitar que cayesen en el puchero
donde se proyectaba la imagen de la duquesa de Bompassar pero…
Hola! Realmente muy bueno.espectacular Se vendrá un libro??mira que si lo realizas te quiero llevar a mi humilde Morada.
ResponderEliminarMuchas gracias amigas. No lo he pensado. Por ahora sólo me planteo terminar la historia y revisarla para darle coherencia.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus cariñosas palabras. Un abrazo
Te esperamos .!!!
ResponderEliminarQueridas amigas,
Eliminarmuchas gracias por su cortés espera. Intentaré no defraudarles. Espero. Un abrazo.
Espectacular, como todo lo que escribes.😍
ResponderEliminarMuchas gracias Pam
EliminarEspero que te haya distraído, tanto a ti como a la pequeña Pamela.
Un abrazo a los tres.