sábado, 1 de junio de 2019

BENITA ANGUINET Y SU MISTERIOSA VIDA DE ARTISTA 06



Marta se encontraba aturdida por lo que ella misma, al final, calificaría como una auténtica pesadilla. Miró el despertador. Todavía eran las seis y media de la mañana. Un poco pronto para levantarse, pero sabía perfectamente que, si continuaba en la cama, no lograría volver a dormirse. Se incorporó y fue hasta el cuarto de baño. Dejó correr el agua hasta que ésta estuvo templada. Metió la cabeza debajo del torrente de la ducha. Cerró los ojos con la esperanza de lograr olvidar todo lo que le había sucedido durante las últimas horas. ¡Imposible! Tuvo la esperanza de que, al volver a la habitación, la nota, el naipe y los pétalos de rosas, hubiesen desaparecido también al igual que el grabado. Se equivocó. Allí estaban. Se vistió con rapidez sin poder dejar de mirarlos. A pesar de haberse levantado tan pronto apenas tuvo tiempo para tomarse una taza de café. Tomó su bolso y, casi estaba a punto de irse, cuando recordó que los tres objetos misteriosos se encontraban demasiado a la vista. Regresó sobre sus pasos para recogerlos y llevárselos con ella. Cogió los pétalos de rosas. Se extrañó por la rigidez de éstos que semejaban estar petrificados. Corrió hacia la puerta de su casa. Bajó por las escaleras. Canturreaba una melodía la cual no recordaba haber escuchado nunca.  Ya en la calle, se dirigió hacia la parada del autobús. Aunque lo intentaba, no podía dejar de tararear aquella melodía. Intentó recordar dónde la había escuchado, pero todos los esfuerzos eran en vano.
Cuando Marta entró en el archivo la cotidianeidad le golpeó. Con el primero que se encontró fue con Rodo, el auxiliar. Lo saludó. Aquel hombre cuya auténtica afición era la de contar las musarañas, siempre le recibía con su mirada triste. A continuación, saludó a Pilar. Era la secretaria de la directora. De la que sólo se podía esperar un torrente de preguntas como respuesta. Marta se limitó a contestarle con monosílabos insípidos. Al poco, ya agotada por el esfuerzo de esquivar las impertinencias de la secretaria, se sentó en su mesa. Albert, el otro archivero, levantó la mirada del libro que estaba leyendo. Le sonrió con complicidad. Inmediatamente, volvió a sumirse en sus tareas de investigadoras. Marta tomó aquel gesto descuidado como un saludo. 
-Hoy no viene la directora. –le gritó la secretaria desde la puerta. –Pero ha dejado un encargo para ti. Te lo he dejado sobre tu mesa. Me dijo que era urgente.
La palabra urgente resonó en los oídos de Marta como un gong. Depositó su bolso sobre la mesa. Tomó el paquete. Lo tanteó. Volvió a depositarlo. Sacó del cajón las tijeras y la cuchilla de trabajo. Se dispuso a romper el papel de estraza que lo precintaba. Lo abrió por uno de los laterales. Del interior sacó un sobre amarillento en cuyo dorso se encontraba su nombre escrito. Quitó todo el envoltorio. Atónita contempló el grabado de Benita Anguinet. Sin duda alguna se trataba del mismo que había llegado a su casa por mensajería y que había desaparecido, misteriosamente, mientras dormía. Lo colocó sobre la mesa. Buscó alguna pista del posible remitente. En el sobre amarillento alguien había escrito a mano su nombre. Lo abrió. En su interior sólo había una hoja de papel en blanco. Por alguna extraña razón que Marta no sabría cómo justificar, no se sorprendió. Esos hechos inexplicables que rodeaban a la figura de la prestidigitadora comenzaban a convertírsele en habituales. Tuvo la sensación de encontrarse dentro de una especie de bucle.
-¿Te pasa algo? –Le gritó, la secretaria, que se había agazapado a su lado. 
Marta no la había oído llegar. Se sobresaltó por su voz chillona que le había sacado de su ensimismamiento.
-¿Te he asustado? –Dijo la impertinente mujer que, apoyada en el marco de la puerta, la observaba. En la mano llevaba un vasito de café del que bebía pequeños sorbos.
-No, no, no te preocupes. -Mintió Marta. -Son cosas mías. ¿Sabes quién ha traído este paquete? –Le preguntó intentando mantener un tono natural.
-Un palomo. –Le graznó. –Sólo dijo que le habían ordenado entregarlo en mano.
-¿Y a qué hora lo ha hecho? – Marta le interrumpió antes de que continuase atropellando las palabras.
La secretaria se acercó a la mesa para poder curiosear. Se inclinó tanto que vertió un poco del contenido del vaso de cartón que sostenía en una mano.
-¡Cuidado!
Marta lo limpió rápidamente para evitar que se esparciese por la mesa.
-No, no te preocupes. No he manchado nada. -Se justificó la secretaria.
Pilar, la secretaria, se dirigió hacia la puerta del despacho para marcharse, aunque, mientras lo hacía, siguió hablando y hablando. Al fin salió. Se hizo el silencio. Marta dio un resoplido aliviada. Cerró la puerta para evitar otra posible desagradable sorpresa. Regresó a su mesa de trabajo y, en seguida, se dio cuenta de que un poco de café del vasito sí que había salpicado la hoja en blanco que había extraído del sobre. Inmediatamente, tomó papel maché y lo aplicó sobre el folio para poder eliminar la humedad del documento. Lo retiró y observó el estado de la hoja. En el aparente papel en blanco aparecieron unas letras. Entonces lo comprendió todo. La hoja escondía un mensaje escrito con tinta simpática. Marta pensó que de una prestidigitadora como Benita Anguinet, no podía esperarse otra cosa que sorpresas de ese tipo. Recordó que esa técnica de escribir con jugos naturales, en especial zumo de limón, era una práctica muy habitual entre los espías y conspiradores. Para recuperar el texto había varias técnicas, pero la más eficaz era la de aplicar sulfato de hierro sobre el papel, aunque no directamente. Sobre otro papel se colocaba el producto y, a su vez, éste se depositaba sobre el documento en el que se pretendía qué afluyese lo escrito con tinta invisible.
Marta realizó la operación con sumo cuidado. Sólo dos líneas constituían el encriptado. 

«Lo que buscas está muy cerca de ti. Sólo si lo mueves tú lograrás encontrarlo.»

Aquella nota semejaba ser una especie de acertijo. Marta se sentó. Leyó y releyó aquellas dos líneas infinidad de veces. Las claves eran la cercanía y el movimiento. Las palabras le daban vueltas. Sintió un poco de mareo. Se levantó. Paseó por le despacho con la nota en la mano. No lograba averiguar a qué se referiría la autora de la nota al decir que lo tenía cerca y que sólo ella podía ponerlo en movimiento. Comenzó a sentirse agobiada dentro de su despacho. Abrió la puerta y, con la nota en la mano, se dirigió hacia el depósito del archivo. Quizá allí, donde la temperatura era tres grados más baja que en su despacho, lograría encontrar la solución a aquel rompecabezas.
Al abrir la puerta un frescor reconfortante le rozó las mejillas. Encendió la luz y ante ella aparecieron un cuerpo de armarios «compactus»donde se guardaba todo el material depositado en el archivo. Se acercó a una de sus manivelas. La rozó con las yemas de los dedos y, en seguida, comprendió el significado de la nota. Aquellos armarios eran lo que más cerca tenía y sólo se moverían si ella lo impulsaba. Comprendió que lo que buscaba se encontraba en su interior. Abrió una de las calles y, ante sus ojos atónitos, apareció una caja de cartón precintada. Marta no recordaba haberla visto antes, pero tampoco le sorprendió el encontrarla. Debía formar parte de todas las pistas que la maga le iba dejando alrededor suyo.
Tomó la caja. No pesaba mucho. La levantó con facilidad. Cortó el precinto. Abrió las solapas y una especie de polvo blanco le impregnó las manos. Marta estornudó un par de veces. De su interior extrajo unas hojas de periódico. «La Ilustración española». Se trataba de una revista del siglo XIX con formato periódico. El ejemplar que estaba fechado en mayo de 1881. En la portada tenía unas hermosas ilustraciones. Representaban a uno comensales sentados ante unas largas mesas llenas de viandas. Marta leyó la letra del pie de la foto:

«Gran fiesta en los jardines de Aranjuez.»


En los primeros párrafos de la crónica se describía el gran acontecimiento. Se trataba del festival organizado con motivo del bicentenario de la muerte del gran dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca. Se había formado un comité expresamente para esa ocasión y estaba presidido por el gran poeta francés, Víctor Hugo. En la reseña del festejo se detallaba una relación de las autoridades que asistieron, así como los espectadores que contemplaron los numerosos espectáculos que se llevaron a cabo en el referido festival. En los siguientes párrafos, el cronista detallaba las compañías teatrales y los títulos que se llegaron a representar. Aparentemente, aquella revista, no tenía nada que ver con el misterioso grabado que tanto le había complicado las últimas horas, sin embargo, Marta, n seguida encontró lo que buscaba y una amplia sonrisa se dibujó en su cara cuando leyó la siguiente explicación:

 «La simpática maga, Mademoiselle Benita Anguinet ofreció suertes difíciles y variadas y probó cuánto partido sabe sacar de sus palabras. La gran artista nos mostró su capacidad de seducir con las palabras y mantener atónitos a los espectadores. Destacó por la dificultad de las suertes incluidas en el programa, así como por la maestría y limpieza con que fue realizada la función de prestidigitación.»

El cronista refería la maestría de la artista y le reprochaba el que no se prodigase tanto como su público le solicitaba:

«Varios años hace ya que no viene a visitarnos Mme. Benita Anguinet. Siete años después de la última vez que actuó vuelve a lucir su arte. La noche del domingo día 5 de junio de 1881 en el teatro celebrará la primera función de prestidigitación. Permanecerá aquí hasta el próximo jueves día 16, en que se ha anunciado una nueva función lo que hará un total de dos nuevas funciones en las que nos mostrará su arte.»

Una ilustración reproducía el programa de la artista. Marta tomó la revista. ¡Por fin había encontrado la clave! Se trataba de la actuación de la prestidigitadora en dicha celebración. Emocionada intentó salir del depósito con ella en las manos, pero algo se lo impedía. Tuvo la sensación de que tenía los pies pegados al suelo. Por mucha fuerza que hacía por levantarlos era incapaz. De repente, una musiquita resonó en sus oídos. Era la canción que había estado canturreando durante toda la mañana. Al mismo tiempo, escuchó la risa de un niño. Una mano infantil rozó la suya. Marta continuaba forcejeando por levantar los pies, pero no podía moverse.
-Has tardado demasiado -Le dijo una vocecita de niño. ¡Ven! Benita nos espera.




2 comentarios:

  1. Hola!tu eres la maga!fantástico. Fantástico y ahora un toque paranormal!!!Me encanta👏👏👏👏👏💜

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    1. Hola amigas
      Me alegro de que les haya gustado. Les esperan unas cuantas sorpresas. Muchas gracias por leer y comentar mis relatos. Un abrazo amigas.

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