sábado, 19 de septiembre de 2015

EL PERCUSIONISTA



Dicen que la adolescencia es una de las etapas más complicadas de la vida de todos. Dicen que marcan para el resto de tu vida las experiencias vividas durante esos años. Eso dicen, pero en mi caso no creo que esa etapa haya sido tan decisiva.  Recuerdo que durante esos años sólo me dedicaba a estudiar, trabajar y volver a estudiar, pero, claro, eran otros tiempos. Durante esos años, en mi familia, me asignaron una nueva responsabilidad y fue el  hacerme responsable de una prima, más pequeña que yo que recogía a la salida del colegio. No fue una tarea fácil. A pesar de su corta edad era bastante impertinente. Siempre que podía el trayecto de regreso a casa lo hacía insoportable, pero dejemos el tema que ese ya es otra historia.
Durante ese año, en el mejor día de la semana era el que tenía más horas de clase y, por tanto, me eximía de la obligación impuesta. A esa pequeña libertad de volver a casa sola se le unía la emoción de poder coincidir con un estudiante del conservatorio. Aquel chico era bastante corriente, tampoco era simpático, pero tenía un matiz especial que provocó el que yo fijase mi atención en él y era la originalidad del hecho de que fuese un percusionista. Durante el trayecto de regreso en el trenet solía sacar las partituras, las estudiaba y con una baqueta practicaba el texto musical. Ante mis ojos quinceañeros aquello era algo insólito. Sus movimientos calculados, hechos con precisión, captaban mi atención. En su ensimismamiento se mostraba indiferente a quien pudiese estar observándole, aquello aún me resultaba más interesante.
Todo pasa dijo el poeta y la adolescencia es pasajera como cualquier etapa de la vida de alguien.
Al siguiente curso ya no tuve que recoger a la atolondrada de mi prima ni tampoco coincidí con el percusionista. No me preocupó demasiado siempre había alguien en quien fijar mi atención en los trayectos de ida y vuelta.
 Hace unos pocos años me invitaron a una boda (¡qué le vamos a hacer algunas son inevitables!). No conocía a todos los invitados, por supuesto, pero cuál fue mi sorpresa cuando uno resultó ser el músico percusionista de mi adolescencia. No voy a decir que su aspecto me sorprendió. Había perdido su brillante y rizado cabello negro. Lucía una estudiada calva que, a su vez, compensaba con un bigote y perilla minimalista. Lo observé durante unos minutos, por fin me decidí y me acerqué para hablarle. Nunca lo había hecho hasta entonces.
 -Hola, sé que no me conoces pero cuando eras estudiante subía en el mismo trenet de regreso a casa. Siempre te observé mientras estudiabas tus partituras.
 Esa fue mi primera frase de acercamiento. El músico, acostumbrado a ser adulado por su arte, se quedó algo sorprendido por mi saludo. Con una sonrisa estudiada me pidió disculpas por no acordarse de mí. A continuación, comenzó a narrarme sus andanzas desde el punto en el que le había dejado de ver. A los dos minutos, confieso que estaba muy aburrida. Debía poner freno a esa cascada de autoestima que estaba presenciando.
No quise ser descortés, pero cuando pude hablar, sin darle más tregua a sus explicaciones, le tendí la mano y le dije:
-Ha sido un placer conocerte después de tantos años.
 Me fui segura de que no le habría causado muy buena impresión mi freno a su ego. En ese instante comprendí mi voluble olvido. Con el paso del tiempo, sigo opinando que la adolescencia no marca tanto como algunos se empeñan en defender.







2 comentarios:

  1. Mi querida amiga es un buen relato... y sí lo que te ilusiona, o de quien te enamoraste en en esos años puede, después de algún tiempo, defraudarte aburrirte..
    Un abrazo

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  2. Con el paso del tiempo las cosas cambian de sentido, perspectiva, ya no valoras lo mismo y eso, creo que es lo mejor que nos puede pasar. Gracias Suni por tu lectura y comentario.

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