-¿Los
tienes todos?
-¿ Para
qué quieres tantos?
-Los
necesitamos todos.
Aquel
Don Juan Tenorio debía de ser el
único.
* * *
El
miedo nos impulsó a salir de la ciudad con lo puesto. Nuestras pocas
pertenencias se quedaron en el teatro de la Marina del Cabañal. Siempre hemos
tenido suerte. Cuando salimos por una de las ventanas del teatro el marido de
la primera actriz nos perseguía pistola en mano. Corrimos hacia la estación. No sabíamos muy bien qué hacer, pero el azar nos sonrió. Sin saber su
destino nos montamos en el último vagón de aquel tren. Enrique era un
incorregible, seducía a todas las mujeres que se cruzaban a su paso, por eso
siempre terminábamos con problemas. Afirmaba que amaba a todas las mujeres y que no
había ninguna ante sus ojos que no fuese bella. En más de una ocasión le
repliqué diciéndole que se equivocaba pues, a algunas a las que decía amar, con
sólo mirarlas, me espantaban. No obstante, según
él, que se tenía por muy experto, la belleza no siempre se encontraba a la vista y aseguraba que debía bucear, en cada una de ellas, para encontrar y saborear, con las lides del amor, la hermosura de todas las mujeres que se cruzasen en su
vida.
Nos
acomodamos en el vagón sin hacer mucho ruido. El movimiento del convoy era muy
lento tanto que daba la sensación de que no se desplazaba. Me dormí casi en
seguida. No sé cuántas horas estuve tumbado en la misma posición dentro de aquel vagón de tercera. Mis costillas estaban molidas por el traqueteo de
tantas horas. Creo que el viaje duró casi un día entero hasta la estación de
San Bernardo de Sevilla donde por fin paró.
El
frío, de finales de octubre, nos envolvió al bajar del tren. El cansancio, el
hambre y la desorientación, propios de un viaje hacia una ciudad desconocida,
nos dominó por unos segundos. Fue, Enrique, el que tomó la primera decisión de
encaminar nuestros pasos hacia el teatro Cervantes. Era uno de los más
importantes de la capital hispalense. Entró y preguntó por el empresario, pero aunque
desplegó todas sus artimañas de seductor no consiguió que nos diese un trabajo
en su compañía. A partir de ese instante nos dimos cuenta de que nos resultaría
muy difícil conseguir trabajo. Con el estómago vacío y con pocas
esperanzas entramos en cada uno de los teatros y salones sevillanos que nos
salían al paso hasta que, por fin, en el teatro Imperial tuvimos la suerte
de encontrarnos con nuestra paisana: la Graciosa Consuelín. Aquella chica, que
decía saber hacer de todo, era la estrella de aquel teatro como bailaora
y cantaora. Enrique y ella se reconocieron al instante. Nos presentó al
empresario del teatro que se llamaba Tomás Angulo, lo había conocido en Valencia cuando éste estuvo de
paso por la ciudad. La bailaora, dijo con tono orgulloso, que quedó prendado cuando la vio bailar en el salón Ba-ta-clán y encaprichado con ella se la llevó a Sevilla.
-¡Son fills de la meua terra! -Exclamó
Consuelín- Anda, Tomás, Tomasín, contrata a estos chicos que seguro que ganas
un dineral con ellos.
-Señor
Angulo, no se arrepentirá. Somos dos
actores valencianos dispuestos a darlo todo por el teatro.
En menos
que canta un gallo, Enrique, tomó las riendas del teatro.
-Creo
que debes cambiar el cartel, Tomás. Debemos reponer Don Juan Tenorio y haremos la función nunca vista en Sevilla. Tengo
unas cuantas ideas y ya verás como conseguimos ganar mucho público y estar en
boca de toda la prensa.
-¡Yo
quiero un papel en esa obra! –Gritaba la Graciosa Consuelín, como si fuese una
niña dando palmaditas y saltitos alrededor del empresario y de
Enrique.
-¡Por
supuesto que lo tendrás, Consuelín! aunque te advierto que aquí sólo podrás
salir vestida de monja y no tendrás ninguna ocasión de poder mostrar tus
encantos.
-No
importa, no importa -palmoteó- saldré al escenario y en una función de verdad
¡Viva! ¡Viva!
El
entusiasmo de la ingenua corista se nos contagió. El nuevo proyecto resultaba arriesgado, debía contratar más
personal que llenase el escenario y, sobre todo, algo primordial y era un
buen vestuario.
-Esta
ciudad no es la nuestra, Enrique, aquí no nos conoce nadie. No
vamos a conseguir nada que nos haga hacer la representación tan brillante que
le has prometido al empresario.
-Eso
no es ningún problema, Edelmiro. –Me contestó con rotundidad mientras colocaba
su poderosa mano sobre mi hombro. -En Sevilla hay muchas tiendas de vestuario y
sastrerías. Esta mañana me he dado una vuelta por la ciudad y he contado hasta catorce.
-¡Catorce!
-Edelmiro,
esta ciudad vive el nuevo siglo. Hay que tener una mentalidad abierta y
tú aún sigues anclado en el siglo pasado. ¡Entérate! Ya estamos en 1915 y las
cosas pueden solucionarse sólo con un poco de imaginación. Ve a todas las tiendas y alquila los vestuarios necesarios para la obra y si no los tienen
que los cosan. Los quiero todos, absolutamente todos para las próximas
funciones.
Ese
mandato resonó en los oídos de todos los trabajadores del teatro. Su forma de ordenar
era tan rotunda que nadie dudó de su palabra incluido el empresario Angulo.
Llegaron
las vísperas de la festividad de Todos los Santos y, en el teatro Imperial de
Sevilla se llevó a cabo la representación más esplendorosa que se puedo
imaginar de la inmortal obra de Zorrilla. Enrique interpretó a un don Juan gallardo y
altanero seguro de sí mismo y dispuesto a sorprender a toda la ciudad. El éxito
de taquilla fue una realidad. La gran astucia empresarial provocó que, en tan
emblemático día, el resto de las compañías se viesen obligadas a suspender las
funciones por la falta de un vestuario adecuado.
Al
día siguiente, tal como Enrique había vaticinado, toda la prensa de la ciudad
dedicaba varias columnas a este acontecimiento. Entre las opiniones escritas se destacaba
el despliegue hecho de vestuario. Los críticos lo calificaron de una magistral operación
comercial llevada a cabo por el teatro Imperial. Tomás Angulo, el empresario,
estaba tan satisfecho que pidió una botella de manzanilla para brindar por el
éxito. Aquello era un acontecimiento para rememorar en muchos años, dijo. Teníamos
las copitas ya llenas y a punto de beberlas cuando la puerta, que comunicaba
los almacenes con los camerinos, se abrió como si la fuerza de un vendaval intentase
derribarla. Atónitos esperamos la aparición de algún espectro que estuviese
enfadado con nosotros, pero quien cruzó el umbral, como una auténtica furia,
fue la primera actriz de la Compañía Matarí, que estaba actuando en el teatro
Cervantes.
Dirigiéndose
a mí con tono alto y enojado dijo:
-¡Quiero
ver al responsable de ES-TO! Soy María Eulalia De la Verité De la Verité. Dígale
a su jefe que alguien con dignidad le exige que salga a dar explicaciones.
Ante
esta agresiva actitud Enrique salió a hacerle frente.
-Mi
querida amiga qué bella te veo esta mañana...
-Déjate
de pamplinas, Enrique ¿Crees que no sé cómo te las gastas? Que no consigas trabajar
en el teatro que quieres no es motivo para que nos robes el pan a los
otros.
Aquella
conversación tomaba visos de convertirse en un combate casi cuerpo a cuerpo. Enrique
invitó a la diva a que entrase en uno de los camerinos, donde estarían más
tranquilos y sin las miradas ajenas que coartasen sus cambios de impresiones,
para discutir sobre el asunto que les concernía. La actriz accedió, pero con la expresión de disgusto
reflejada en su cara ajada. Entró en aquel camerino y, en menos de cinco
minutos, sorprendentemente reapareció con la expresión cambiada. Mostraba una
agradable sonrisa que nos desconcertó a todos los que estábamos fuera
esperándoles. Cogida del brazo de Enrique mostraba una complicidad que se podía contar como un nuevo éxito con aquella mujer. Me convencí de que su forma de
persuadir, en especial a las mujeres, era un verdadero arte. Mientras dirigía
los pasos, de la diva, hacia la salida le susurró palabras al oído que desencadenaron
más risas en aquella áspera mujer. Se despidió de ella con una caricia en su
rostro y dijo:
-Querida
María Eulalia será un tremendo placer compartir el utillaje, que poseo y del que
tú careces, a cambio de un escenario como el que ahora disfrutas y nosotros
deseamos.
¡Lo
había conseguido otra vez! Quedé maravillado.
-Amigos
tengo que comunicaros que hemos llegado a un acuerdo con la Compañía Matarí y mañana,
víspera de la festividad de Todos los Santos, nuestra actuación se trasladará al
mayor escenario que tiene esta hermosa ciudad.
-¡Por
el amor de Dios! ¿Qué dices Enrique? –Gritó, el empresario, Tomás Angulo. –Me vas
arruinar si hacemos eso.
-Al
contrario, Tomasín, te haré rico. En tu teatro se quedará La Graciosa Consuelín y Edelmiro y efectuarán algunos números de baile y acrobacias, entre otras
cosas. Una vez terminados sus números anunciarán que la función se traslada al
Cervantes donde tendremos todo preparado y la ciudad de Sevilla a nuestros
pies.
Y así
fue. El éxito resultó fabuloso. Las autoridades se interesaron por los
artífices de aquella espectacular puesta en escena así que, terminada la
función, se personaron en los camerinos para conocer, de cerca, al responsable
de aquel acierto escenográfico, pero la suerte no siempre trae buenos compañeros.
Hacía pocas semanas que la ciudad de Sevilla tenía un nuevo gobernador. Lo que
nadie sabía, ni yo mismo que soy el que os estoy narrando este acontecimiento, que Enrique y él se conocían y no
disfrutaban de las mejores relaciones.
-¡Tú!
Era de esperar que fueses tú el que organizase todo este revuelo. –Le dijo el
gobernador al ver a Enrique que mudó su semblante sonriente por la seriedad de
un peligro inminente.
Procuramos
confundirnos con el resto de los espectadores para evitar la pareja de guardias
que pretendía detenernos. A hurtadillas, escondidos en un carro, salimos de la
ciudad de Sevilla, con un destino incierto.
-Dime
la verdad ¿también tenía encantos ocultos la esposa del gobernador? –Amargamente le
pregunté cuando ya estábamos a salvo.
-Su
esposa y su cuñada, querido Edelmiro. Ya sabes cuál es mi opinión sobre las
mujeres: hay que descubrir su belleza
interior.
Ameno, culto y femenino. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminar¡Muchas gracias Carlos! Espero que te hayas divertido, esa era mi intención.
ResponderEliminarUn abrazo.
Fantastico como de costumbre, Francisca!Muy bien contada la trama de la aventura de este inefable Don Juan, que nos hace esbozar una sonrisa y que pone de mamifiesto tu gran amor por el mundo del teatro. Gracias por compartirlo. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Mariangeles. Con este relato pretendo arrancar una sonrisa sobre un don Juan que perdono porque nos encuentra a todas bellas. Lo del teatro en mí es inevitable. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Un abrazo.
EliminarM'ha encantat, Paqui. És molt divertit, m'has fet riure molt, fins en el cognom "de la Vérité de la Vérité" Menuda peça el tal Enrique, què astut acaparant tot el vestuari de la ciutat i menuda peça amb les dones. Gràcies per compartir-lo i enhorabona! Molts besets.
EliminarLa meua intenció era escriure alguna cosa còmica que ens fera a tots riure'ns una mica de la vida quotidiana. M'alegre molt que t'ho hages passat bé amb aquests actors que van existir i van viure al seu aire. Gràcies a tu per llegir i comentar el meu relat. Una abraçada
Eliminarhola! gracias por este relato fresco, divertido y agradable desde todo punto de vista. eres una maga de las palabras. abrazosbuhos.
ResponderEliminarHola Buhitas:
ResponderEliminargracias a vosotras por animarme tanto a escribir. Un abrazo.