miércoles, 26 de febrero de 2020

EL CASO DE FACUNDO

Cuentan los más viejos de mi pueblo, que ya no son tantos, que el antiguo cementerio se llenó con la gripe de 1918. A aquella epidemia o pandemia por llamarla con el término actual que usa la OMS, adquirió el sobrenombre de Gripe española. 
Como os había dicho, el cementerio del pueblo se fue llenando a tal ritmo que ni el médico podía acudir a las casas a atender a los afectados ni los sepultureros conseguían enterrar a tantos como morían. El caos que se creó fue tal que los propios familiares tomaron la decisión de llevar a los muertos y moribundos hasta las puertas del campo santo para que guardasen turno a ser sepultados en la gran fosa que se preparó para tal ocasión. Y algunos pensaréis que me he equivocado al indicar que los moribundos también eran llevados allí, pero es que, por muy macabro que nos parezca, el miedo al contagio provocó el abandono de los enfermos que morían solos y desahuciados por el pánico de sus allegados.
Hubo un caso que saltó a la leyenda. Se trataba de Facundo. Contagiado por la desconocida gripe, quedó postrado en el lecho sin poder levantar la cabeza. El pánico al contagio hizo que, al verlo languidecer por el ayuno, así como por la infección pulmonar que le provocaba altas fiebres con delirios, se creyese que se encontraba a las puertas de la muerte, por lo que, su familia, lo cargó en una pequeña tartana tirada por un borrico y lo trasladó a las inmediaciones del apelotonado cementerio. Con prisas, lo descargaron junto a otros cadáveres y partieron con la esperanza de no haber adquirido la peste extraña que tantos estragos causaba.
Dicen que Dios aprieta, pero no ahoga y, en medio de su desgracia, Facundo tuvo la fortuna de ser el último de la fila para recibir la sepultura. A pesar de que los sepultureros llevan buen ritmo en su tarea de cavar la zanja donde se colocarían los cadáveres, se vieron obligados a abandonar su trabajo porque una imprevista tormenta descargó unas torrenciales lluvias. El moribundo Facundo que se encontraba bajo las ramas de un noble olivo despertó anegado con la proverbial lluvia que, entre otras cosas le refrescó su ardiente y maltrecho cuerpo por la fiebre, así como le dio de beber para calmar la reseca garganta. Aquella frescura hizo que su cuerpo reviviese hasta el punto de recobrar el suficiente ánimo y fortaleza como para incorporarse de lo que parecía ser su fatal destino y emprender el camino de regreso hacia su casa.
Poco ha trascendido del recibimiento que obtuvo, salvo que Facundo, completamente empapado, entró en su casa y pidió de comer argumentando que la caminata le había provocado un apetito voraz.
No sé sabe con exactitud cuándo falleció el revivido Facundo, no obstante, los ancianos aseguran que el motivo de su muerte se debiese a un atracón puesto desde su regreso del Campo Santo siempre mostró un apetito voraz.

                                         ***
Estos días estamos asistiendo a un aluvión de noticias, partes y crónicas sobre un nuevo virus que ha sembrado el pánico en dos continentes. El miedo, provocado por la desinformación, llevan al punto de que si toses o estornudas en público corres el peligro a que alguien te haga una referencia a la epidemia o te mire con prevención. Por favor, un poco de cordura y menos bromas con lo cotidiano. Seamos serios. Ya no estamos en el siglo XIX ni en el XX como para pensar que un simple trozo de papel poroso nos puede proteger y librar de todo mal.
  

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