Seguro que pensaréis
que soy algo masoquista. No, no es tal, pero lo cierto es que cuando llevo unos
días sin verla echo de menos su presencia. Se trata de mi vecina sorda ¿La
recordáis? Sus visitas se acompañan de impertinencias del tipo:
“Nena, a ver si te
cuidas un poco que estás engordando” o quizás ésta más directa como:
“Vaya, creí que seguías
durmiendo, porque, la verdad, nunca sé cuando haces la siesta.”
Lindezas de este tipo
hacen que sea un personaje de traca, con bombazo final en cada encendido.
La visita de ayer fue
de esas que no se olvidan por mucho que pase el tiempo.
Llamó a mi puerta y por
el número de timbrazos comprendí que se trataba de ella. En el fondo me alegré,
pues hacía tantas semanas que no se dejaba ver, que empecé a preocuparme por su
salud. Digo en el fondo, porque después me arrepentí de su visita.
-Nena, ¿estás despierta?
No le contesté. Le abrí
la puerta y le franqueé la entrada. Antes de que pudiese preguntarle nada me
anunció:
-Estoy muy contenta. Me
he comprado un audífono nuevo. Éste dice que me dará más resultado, sin embargo,
las pilas son tan caras que debo apurarlas al máximo. Ésta que llevo puesta
empieza a agotarse. Lo más seguro es que me ponga a hablar y no te
escuche. No hace falta que me contestes. Cuando me canse me voy y ya está.
Pensé que era la misma
de siempre y que no importaba que oyese o no.
Tras dar un buen repaso
a mi casa, a mis macetas y a mi falta de pericia hogareña retomó el tema que
más le preocupa: el desgobierno.
-¿Te has dado cuenta de
que a este pobre hombre, Rajoy, no le hace caso nadie? Ni los que tiene
alrededor le hacen caso. Lo que tienen que hacer es dejarlo gobernar con ese
tan guapetón y elegante catalán, aunque, no sé, no sé, ese jovencito es de los
vecinos de arriba y esos nunca son de fiar porque todo lo quieren para ellos.
Opté por no contestarle,
aunque el silencio es, a veces, un arma de doble filo. Me callé. Según su
advertencia ahora podía oírme así que tenía que ser prudente y pensar muy bien
mis palabras para que resultase lo menos dañino posible. Su conversación nunca
pude ser discreta, pues aunque oía no dejaba de gritar al hablar y prueba de
ello era que mi canario, ante los gritos que propinaba, no cesaba de cantar y
así mi vecina me lo hizo saber. Cansada de su monólogo terminó por interrogarme
directamente:
-¿Qué piensas tú de lo
que está ocurriendo?
Casi me había decidido
a contestarle cuando me atajó con otro comentario:
-Dicen que van a
quitarnos la pensión. A mí no me pueden quitar más de lo que tengo así que
quiten a otros como los que no tienen cargas familiares porque son solteros.
Al decir esto debió de
caer en la cuenta de que ese era mi caso así que pretendió arreglar un poco su
incómodo raciocinio:
-Bueno, que miren
primero a ver si el balance les cuadra.
Por cambiar el tema de
conversación, pues ya comenzaba a cargarme con sus comentarios sobre la
economía actual, le pregunté por sus cuatro gallinas solitarias que tiene en un
gallinero en la terraza. La pregunta le sobresaltó.
-¿Te han dicho algo las
estudiantes que tengo alquiladas en el piso de debajo? Es que me han dejado anónimos diciendo que
huelen mal, ensucian y provocan la proliferación de roedores.
Ante este comentario
dije:
-Si son anónimos no
puede afirmar que sean ellas o quizá otros vecinos ¿no cree?
-Sí, son ellas. Estoy
segura. Lo sé porque una es votante ‘del coletas’ y la otra de los comunistas.
Al oír ese comentario
me dio la risa. No lo puede evitar.
-No te reías. Lo sé
perfectamente porque cuando vienen a pagarme siempre me dicen:
“Salud, señora, salud
es lo único que necesitamos”
-Y claro eso sólo lo
dicen los comunistas.
Me resultó imposible
ahogar una carcajada.
Ella que es sorda, pero
no tonta y comprendió que me estaba riendo de sus comentarios así que cortó por
lo sano.
-Nena me voy que este
aparatito parece que se queda sin pila.
Cuando ya estaba casi
en la puerta y a modo de despedida me dijo:
-Bueno a ver si sales a
caminar que no te veo nunca y eso no es bueno.
Cerré la puerta y pensé
en las gallinas encerradas y en las estudiantes que las padecían.
¿Su situación sería una
metáfora del actual galimatías político? Mejor lo pensaré en otro momento.
Muy buena conversación , a mi me pasa eso con las abuelas que cuido en mi trabajo , están tan sordetas que no te escuchan. Un abrazo
ResponderEliminarEsta mujer no es sólo sorda sino que cierra su mente a lo que le digas. A veces te hace perder la paciencia. Gracias por la lectura y comentario.
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