Como todos los días
abrió su bar. Encendió las luces del local. Se dirigió al mostrador y se acercó
a la radio que tenía colocada junto a las botellas de licor. La encendió y buscó en el dial hasta escuchar la cortina musical
que acompañaba a las marcas horarias.
“Son las ocho de la
mañana. Y el día se presenta…”
Ni le prestó atención
al pronóstico meteorológico, en ese instante, abrió la puerta del local para dejar pasar una ráfaga de
aire frío que acompañaba al cliente habitual. Todos los días hacía lo
mismo. Se sentaba en su mesa, junto a la lámpara, miraba hacia la luz que ésta
proyectaba como si ni existiese otra cosa que pudiese captar su interés. Era tan
puntual como las señales horarias.
El propietario del bar
ya se había acostumbrado a su presencia. Desde el primer día que entró le servía una infusión, en aquella mesa, siempre a la misma hora. El hombre nunca le
protestó. Miraba absorto la proyección de la luz de aquella lámpara sin preocuparse
de nada más.
-¡Qué frío que hace
hoy!
Ese solía ser el saludo
habitual de Roberto, el cocinero. Desde hacía varios años sustituía cualquier
saludo convencional con una frase sobre el tiempo atmosférico. A continuación,
entraba en la cocina y comenzaba sus quehaceres culinarios. Cuando comenzaba
a entrar la luz del día por los ventanales del local, en ese instante,
el cliente, tomaba su consumición y salía de su ensimismamiento. Dejaba el dinero
sobre la mesa y se marchaba, sin decir nada, aunque, algunas veces, volvía
su mirada hacia el propietario y la acompañada de un ligero movimiento
de cabeza a modo de despedida.
Un día de tormenta el
cliente se retrasó más de una hora. Cuando entró estaba completamente
empapado por la lluvia. Se sentó en su mesa de todos los días, junto a la lámpara. El propietario
le acercó su habitual infusión. Transcurrió más de una hora mientras, el cliente, no dejaba de contemplar la luz. No
tomó la consumición. Dejó de llover. Sacó el dinero de su bolsillo y se marchó
sin decir ni una palabra.
Ese fue el último día. El cliente no volvió nunca más. En el bar, el propietario y el cocinero continuaron la rutina. La lámpara se encendía y se apagada a las mismas horas, aunque su luz ya no fue tan intensa como lo había sido mientras el cliente acudía a esa misteriosa cita. Una mañana, el
propietario intentó encenderla y no funcionó. Pocas semanas después la retiró.
Me ha encantado.. su singularidad lo hace un excelente relato.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Suni
EliminarLa sencillez encierra místerio. Un abrazo.
Muy buen relato, Francisca, me encanta.
ResponderEliminarQue pases una estupenda Semana Santa donde vayas y te invito a unos pestiños que elabora una menda para que saborees un poco de lo nuestro, jeeeeeeee...
Abrazos.
Querida Mari Carmen
Eliminareste relato se sale de mi línea, pero como habrás podido comprobar me encanta experimentar. Muchas gracias por la invitación, seguro que tus pestiños saben a gloria. Que tengas una buena Semana Santa y te emplazo para el próximo relato que estoy preparando donde regreso al campo. Un abrazo amiga.
hola francisca! te compartimos orgullosas de hacerlo y disfrutandote mucho. excelente , saludosbuhos!!
ResponderEliminarQueridas amigas
Eliminarmuchas gracias por vuestro cariño. Me hacéis muy feliz compartiendo mis relatos.
Un abrazo.
Moltes gràcies, Paqui. M'ha agradat molt. M'ha deixat trista, m'ha fet sentir com que la llum s'apagava perquè el client que deixà d'anar s'havia apagat també.
ResponderEliminar¡Menja moltes mones de Pasqua! ¡Bones festes!
Susi
EliminarA voltes els objectes inanimats diuen més de nosaltres que els vius.
Moltes gràcies per llegir i comentar el meu relat.
Que passades unes bones festes.