No
puedo precisar el año en el que se colocó aquella figurita en el estante de
casa. Según me ha contado mi hermana, pues yo era muy pequeña, ese objeto fue
un regalo de los ropavejeros que solían venir al pueblo. Estos vendedores ambulantes,
se anunciaban con el sonido de una corneta, un pandero y los gritos de los niños. Con
ellos semejaba que despertaba la primavera. Mi hermana dice que entusiasmaba
oírlos llegar porque lo hacían con el mismo bullicio que las golondrinas. El
grupo lo formaba la madre quien retumbaba un pandero, un instrumento artesanal confeccionado
con una piel de conejo ajustada a un bastidor. Aquella mujer, según mi hermana,
tenía un aspecto avejentado y sin embargo debía de ser joven; ella lo hacía
resonar entre sus manos gordinflonas con cierta habilidad, aunque, en realidad,
la protagonista para los niños era la hija que, según afirmaba mi hermana,
debía de ser la chica más alta que había visto en su vida y que daba volteretas
sin parar desde una esquina de la calle hasta la otra. El ropavejero era el encargado de hacer sonar la corneta y que también era muy alto. Vestido con unos pantalones de pana y una chaqueta remendada se mostraba como el jefe del grupo. Mientras hacía sonar la corneta tiraba de la mano de un niño de cara triste idéntica a la suya. A pesar
de la fanfarria con la que se anunciaban llevaban impregnada la melancolía.
Durante
los años sesenta y setenta, la mayoría de las familias del pueblo criaba
conejos y gallinas en sus pequeños corralitos. Entonces todo se aprovechaba incluidas las pieles de
los conejos sacrificados. El ropavejero se las llevaba y a cambio entregaba
cajitas de cerillas o platos de barro o, incluso, barrales de cristal grueso, todo dependía de la cantidad de pieles que le ofreciesen.
Con
el alboroto que organizaban animaban a que los niños del pueblo se afanasen por sacar las pieles secadas al sol. La chica
gigante, después de su exhibición circense, se encargaba de recoger lo que le ofrecían
para entregárselo a su padre. Dice mi hermana, aunque mi madre asegura que no
lo recuerda, que, ese día, al despojo de los animales, añadieron una manta vieja
que, de tan remendada como estaba, ya no servía y mi hermana asegura que
aquella prenda, a la mujer del pandero, debió de parecerle aún de buen uso porque
la tomó de las manos de mi madre y se la mostró al ropavejero con cierto entusiasmo. El intercambiador la calibró
y poco después le entregó a mi madre unas cuantas cajitas de cerillas, que sacó del carrito donde
amontonaban las pieles, y a las que añadió una figurita que representaba un
caballito de mar engarzado a una pequeña peana. El objeto parecía estar en buen estado y todavía se adivinaban unas
cuantas letras esmaltadas en negro que alguien había intentado borrar. Mi hermana admite que era la primera vez
que veía la reproducción de ese extraño animal por lo que aquello le pareció un regalo
muy original. En casa, mi madre, lo limpió con
esmero y lo colocó en una de las estanterías. A partir de ese
instante, entró a formar parte de la decoración hogareña como por sí sola irradiase la primavera. Desde la lejanía de mi corta estatura la observaba a
distancia y durante mucho tiempo me fascinó su forma.
El ropavejero y su familia volvían al pueblo cada año, pero, al igual que menguó el número de los animales de los corrales, se distanciaron sus visitas hasta que un año ya no regresaron.
El ropavejero y su familia volvían al pueblo cada año, pero, al igual que menguó el número de los animales de los corrales, se distanciaron sus visitas hasta que un año ya no regresaron.
El tiempo pasaba sin darme tregua. Mi hermana fue a la escuela fuera del pueblo. Estudiaba mucho y tenía menos tiempo para compartirlo conmigo. Algunas veces, me contaba cosas sobre las chicas del colegio y entre otras cosas me explicó que ellas vivían en pisos y que no tenían un corral o un huerto donde criar animales. Me costaba imaginar cómo sería vivir así y siempre pensaba que debería de ser horrendo tener una casa así. Un día, cuando ya se estaba terminando el curso, mi hermana nos contó que una de las chicas les había mostrado un llavero con un caballito de mar y que era idéntico a la figurita que teníamos en casa, aunque éste era más pequeño. Mi hermana le explicó que, en casa, teníamos una figurita idéntica, pero ella contestó que no podía ser porque, en realidad, ese tipo de objetos sólo lo tenían los que compraban un apartamento en Torremolinos. Mi hermana comentó que aquella chica se enfadó al pensar que nuestra familia podía tener era figurita al igual que su padre. Durante ese verano, en los anuncios de la televisión también aparecía un caballito de mar y un hombre que decía que aquello había sido la solución a sus problemas financieros, pues, según el reclamo, se obtenía un 12% de rentabilidad con el dinero sobrante. En aquel momento yo no sabía qué suponía esa cifra, pero, según nos comentó mi padre, aquel negocio sólo era para los ricos.
Comenzó el curso y el primer día del colegio, mi hermana, regresó muy impresionada, pues, la chica que les había enseñado el llavero con el caballito de mar en la clase contó, entre lágrimas, que su padre había sido engañado quedándose en la ruina por culpa de aquel apartamento en la provincia de Málaga. La chica dejó el curso. Mi hermana oyó decir que su familia se había mudado de ciudad.
A partir de ese instante, en la televisión surgió el caballito de mar, pero esta vez en las noticias. Se hablaba de una estafa, de una maraña financiera y de pérdidas millonarias. Durante bastante tiempo se achacó la culpa a unos cuantos inexpertos negociantes que terminaron por producir muchas deudas, juicios e infartos repentinos a los afectados que nunca recuperaron lo invertido en aquel negocio de la efigie del caballito de mar.
A los pequeños detalles el
paso del tiempo los reduce a retales y bosquejos. A
principios de la década de los ochenta, en nuestra casa se llevó a cabo una
reforma muy importante y se tuvo que embalar la mayor parte de nuestras cosas. En una caja se guardó la figurita
del caballito de mar, sin embargo, debió de perderse con el trasiego porque
nunca más la volvimos a ver.
Hola Francisca, aquí te dejo mi testimonio de mi admiración por estas entradas tan especiales para mí.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Besos.
Querida Mari Carmen
ResponderEliminarMuchas gracias por tus cariñosas palabras. Me hace mucha ilusión saber que te gustan mis relatos. Un abrazo.
hermoso y conmovedor! gracias por destilar tu esencia en cada frase, punto y coma. saludosbuhos!!!
ResponderEliminarSomos producto de nuestras vivencias, por eso, lo mejor de todo es recordarlas y compartirlas.
EliminarMuchas gracias por vuestras cariñosas palabras y por compartir mis relatos. Un abrazo.
Paqui, m'has deixat sense paraules. Ho expliques tot tan bé, amb tant de sentiment i passió, que m'emociones. Què interessant que escrigues eixos records. I respecte a la companyera de ta germana, es que no es pot ni es deu presumir de res.
ResponderEliminarGràcies per compartir els teus relats.
Susi
EliminarMoltes vegades m'apropie dels records dels altres i els faig meus.
Celebre que t'haja agradat el relat. Moltes gràcies per llegir-ho i comentar-ho.
Besets
Eres una gran escritora, creo que la dedicación que empleas en cada historia se nota en la sensación que queda a la lector@ cuando lo lee.Me ha gustado mucho!
ResponderEliminarMuchas gracias Pam. Intento transmitir las sensaciones y recuerdos que he vivido. Me alegro mucho que disfrutes con la lectura de mis relatos. Es un placer ver que entras en mi blog y lo comentas. Muchas gracias.
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