“A
ella le extrañó que su sola presencia no le sonrojase. Él bostezó y actuó
como si ella no estuviese. No mostró ningún interés. Desnuda, como estaba,
dentro de aquel estanque artificial, y no le echó ni una mirada. Colocó los
nenúfares donde le había dicho el regidor y nada más.
Se
sintió dolida en su orgullo de conquistadora y le molestó su actitud. Estuvo a
punto de gritarle que lo que debía hacer era mirarle y ruborizarse como hubiese
hecho cualquiera, sin embargo se contuvo. Él se limitó a cumplir las órdenes que le
habían dado como si ella fuese parte del decorado de aquella película.
Cuando
se terminó el rodaje de la torpe escena él desapareció. Ella preguntó quién era ese
joven que no se había interesado por su belleza. Nadie lo conocía.
Al
día siguiente, miró por todos los rincones del plató, pero no lo encontró. Se
enfureció, aunque, a los pocos días, ya se le había olvidado por completo el incidente. A pesar de todo, cuando volvió a verlo le reconoció
inmediatamente. Él cargaba un mueble en una de las furgonetas.
Ella lo miró con descaro. Se acercó hasta él. Cualquier excusa era perfecta. Le preguntó por el director de la
película. Él se volvió para saber quién le preguntaba y al ver que era
ella le contestó un escueto ‘no’ y continuó con su tarea.
¿De
dónde ha aterrizado este lerdo? Ella se enfureció por el escaso
interés que le demostró. Una actriz en boga como ella y todos se morían por
hacerse una fotografía con ella y este patán no mostraba ningún interés.”
El
novelista se detuvo un instante y pensó que quizá no resultaría creíble la
historia que estaba escribiendo. Se reprochó su ocurrencia al narrar una relación, entre una actriz y un insignificante joven
ayudante de escenografía. Eso no iba a interesar a nadie, pensó.
Reflexionaba
estos detalles cuando sonó el teléfono. Contestó y mientras hablaba miró de
soslayo la pantalla del ordenador; tuvo la sensación de que lo que había escrito estaba siendo modificado. Rápidamente colgó el teléfono. Al
instante, la pantalla se oscureció en modo descanso. El escritor dio un
golpecito al ratón para activarlo e, instantáneamente, el texto escrito
reapareció. Leyó. No había cambiado nada. Estaba todo tal como lo había dejado
antes de la llamada telefónica. Miró el reloj. Era muy tarde. Decidió
apagar el ordenador. Necesitaba descansar.
Al
día siguiente, madrugó para poder trabajar con el silencio que solía reinar en la casa a esas horas. Al entrar en su despacho encendió la lamparilla de la
mesa y sobre el teclado del ordenador encontró una pequeña nota caligráfica
que decía escuetamente:
“No
escribas mentiras sobre mí.”
La
escritura era bastante clara, aunque de una mano temblorosa. Junto a la frase había una mancha de tinta de una estilográfica. El
novelista observó el trozo de papel con detenimiento. Se trataba de un billete de
transporte ferroviario fechado el 27 de octubre de 1967. El autor o autora del
anónimo lo había reutilizado por la parte de atrás. Miró aquel tique concienzudamente y, a continuación, lo volvió a depositar sobre la mesa. Se
sentó y encendió el ordenador para continuar con el texto que estaba redactando.
Abrió el documento y releyó lo escrito. Se sorprendió cuando comprobó que la
última frase coincidía con la que estaba escrita en la nota anónima. No recordaba
haberla escrito. ¿Quién había accedido a su sesión de trabajo y fue, entonces, cuando escuchó,
justo detrás de él, una voz que le susurró:
“No
escribas mentiras sobre mí”
En la penumbra del pasillo se adivinaba la figura de una mujer.
-¿Quién
eres? –le preguntó entre sorprendido y abrumado.
La
mujer salió de la sombra hasta quedar frente a la luz de la lamparilla que iluminaba la
mesa. Iba vestida de negro y ocultaba su rostro con unas grandes
gafas de sol.
Habló con una vocecita melodiosa y almibarada que semejaba ser la propia de
una niña. Ella insistió en que no le gustaba cómo la estaba describiendo. Afirmó que no era presumida ni ególatra. Continuó hablando como si fuese la
protagonista de lo narrado. Se justificó por el despecho demostrado hacia el
joven. Habló de lo que significaba ser una gran actriz
durante los años sesenta y que la fama de frívola y de diva sólo era una
fachada.
El novelista
observó a la fantasmagórica mujer con detenimiento, además de las gafas oscuras que ocultaban su rostro, todo
su cuerpo se escondía detrás de un vestido negro así como las manos que protegía con unos guantes tupidos a pesar del intenso calor del verano. Sus ropas eran
más propias de la década de la que hablaba que de la actual. Casi sin
proponérselo asoció la fecha del billete de tren con su aspecto anacrónico. Ella debió adivinar algo, pues cesó de hablarle y retrocedió
hacia la oscuridad de donde había surgido. El escritor intentó seguirla, pero hizo un
movimiento demasiado rápido y se enredó con el cable de la lamparilla que
tiró al suelo. Fue, en ese el instante, cuando la intrusa desapareció. Se desvaneció.
Durante
todo el día no consiguió escribir ni una línea. Le parecía que todo lo que
imaginaba era insulso y falto de sentido. Decidió cerrar el ordenador y salir a
la calle para pasear, quizá así le regresaría la inspiración.
Caminó
sin rumbo pensando en aquella mujer misteriosa. Sin darse cuenta se encontró a las puertas de la biblioteca. Un impulso misterioso le animó a subir hacia la sección de
publicaciones periódicas. Entró en la sala. Recordó la fecha del billete de
tren: 27 de octubre de 1967. A la joven que estaba en la sala le preguntó
cómo podía consultar la prensa de los años sesenta. No sabía muy bien qué le impulsaba a buscar información sobre la aparición de aquella misteriosa
mujer.
Miró
todo el periódico, incluida la sección necrológica, pero ninguna una noticia le
proporcionó nada sobre ella hasta que tuvo la idea de que debía mirar en fechas posteriores a la de ese día, quizá la noticia fue en fechas posteriores. Y así era. En las primeras páginas se narraba la
fatídica noticia de la trágica muerte de la gran actriz de cine llamada Isidora
Larrea. Leyó todo lo
que concernía al suceso y en todos los periódicos coincidían sobre las extrañas circunstancias que rodeaban al fatídico hecho. Según la
nota de prensa, la actriz apareció muerta en las vías del tren. El escritor intentó relacionar la nota de prensa con las palabras de la misteriosa mujer,
pero nada parecía tener lógica. Casi había concluido la búsqueda cuando,
al cerrar el periódico, vio una fotografía de la muerta.
¡No
era posible! Era la mujer que le había visitado el día anterior con las mismas
gafas oscuras que cubrían su rostro, el mismo traje, incluso, el mismo par de
guantes.
Cuando
salió de la biblioteca se encontraba aturdido. Le resultaba imposible creer que
una muerta hubiese ido a visitarle. Aquello sólo ocurría en las películas y no
en la realidad.
Durante
toda la semana estuvo dándole vueltas al tema hasta que decidió descartar ese
argumento. Cerró el documento y ya no lo volvió a abrir.
* * *
Si
éste fuese un relato americano el novelista no descartaría la imagen de la
muerta que atraviesa la realidad para reclamar su silencio, sin embargo, no fue así. Pasó el tiempo y el
escritor mantuvo su secreta promesa a la actriz y tampoco se lo contó a
nadie.
Muchos años después, en una sala de una filmoteca, se programó un ciclo dedicado a la actriz
Isidora Larrea. El escritor acudió al pase de la última película que ella rodó.
Se sentía muy inquieto tanto que en un arranque de
sinceridad, a mí que me encontraba sentada a su lado, me narró el hecho, pero , al final, arrepentido me rogó:
"No
lo escribas, quizás digas alguna mentira sobre mí."
Si me ha gustado ,y debes seguir con tus relatos,no te desanimes.Un besazo Feancisca.
ResponderEliminarGracias a ti. Me gustaría saber quién eres porque apareces como anónimo.
EliminarMe gusta escribir y contar historias así que lo haré, aunque no tengan toda la difusión que me gustaría que tuviesen. Gracias otra vez por tu lectura y comentario.
genial como siempre! saludosbuhos.
ResponderEliminarMuchas gracias amigas, sin embargo no gustó en el certamen al que lo presenté. No logró pasar ni la primera fase y también he tenido comentarios negativos por otros canales. En fin, nunca se escribe a gusto de todos. Muchas gracias por la lectura y comentario. Un abrazo.
EliminarHola Francisca, a mí m'ha encantat i m'ha mantés en la intriga fins el final. Tu, sempre avant. Allò dels gusts és molt peculiar. Jo vaig tindre un amic que quan m'agradava una pel·lícula sempre em dia que no era bona, es veu que sols el seu criteri era el bo. Ni cas.
ResponderEliminarHola Susi
EliminarMoltes gràcies per animar-me tant. Hi ha gust per a tots. Aquest relat és distint al que escric de normal, peró pensé que no és tan dolent com per a tir-lo. Besets i moltes gràcies per llegir els meus relats.