viernes, 26 de enero de 2018

APLÍCATE EL CUENTO





-Sólo le he pedido unas medias suelas para mis botas, pero el marqués ni se molestó en contestarme. Hace tanto tiempo que no me dirige la palabra, que creo que se ha olvidado de mí.
El pobre gato, mientras me lo contaba, hipó un maullido triste.
-Tengo la sensación de que mi amo se ha olvidado de mí desde que nada en la abundancia. ¡Hip! ¡Hip!
El gato con botas parecía no poder controlar el hipo que, en un principio, juzgué producto de la congoja que sentía, aunque, más tarde, él mismo, me explicó el motivo.
-Creo que siempre he sido servicial con él. Puse mi astucia a su servicio. Le conseguí todas las tierras y el castillo del malvado ogro ¡Hip! Hasta le busqué una esposa. Para él le robé esta antipática oca engreída  por saber poner huevos de oro ¡Hip! ¿Y en qué me lo agradece? ¡Hip! Y para postre, al comerme al ogro, cuando éste se convirtió en un ratón, tengo una indigestión crónica y este constante hipo. ¡Hip!
Y continuó así hasta que se durmió entre los espasmos provocados por su permanente dolor de estómago.
Voy a intentar ayudarle. -Pensé. –Debo hablar con el marqués de Carabás para que cambie de actitud con su fiel gato con botas.
Cuando entré en el salón, el amo permanecía sentado sobre su trono mirando a las musarañas que se paseaban, a su libre albedrio, por encima de los muebles. Me acerqué y le expliqué la situación.
-Tú, Pulgarcito, ¿quién te has creído que eres para venir a decirme qué debo hacer con mi gato? –me contestó de mala manera el marqués de Carabás. –Lo que tienes que hacer es irte pronto de aquí si no quieres que te lo envíe para que te coma de un solo bocado.
Esa actitud despótica y orgullosa me sorprendió y, a pesar de todo, la prudencia me hizo calibrar mi situación, un tanto delicada, pues podía cumplirse su amenaza y, al fin y al cabo, un gato tan obediente como el con botas, siempre hacía lo que le ordenaba su amo. Salí del castillo y me subí por la habichuela mágica para regresar a mi casa.
Pasó el tiempo y por la visita mensual que le hacían los cuervos, los cuales todo lo saben, me enteré  de que al marqués de Carabás ya no le iban las cosas tan bien como antes. Las continuas desavenencias con su gato le llevaron a que lo despidiese y eso fue el principio de su ruina, pues, la oca, triste de no poder discutir con el felino, levantó el vuelo de su castillo dejándole sin el suministro de los preciados huevos. También le abandonó su esposa, harta de verle tan apático y sin ninguna iniciativa. Un día se encontró una carta en la que le decía que no la buscase que se iba con un pirata, con pata de palo, para recorrer el mundo.
-Son muchas desgracias y todas a la vez. –Le dije al cuervo que me lo contaba.
-Ya sabes que la avaricia y la pereza son malas consejeras. Procura aplicarte el cuento y no seas injusto con los que te aman.
Y con un graznido me dejó con la palabra en la boca.

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