-Sólo
le he pedido unas medias suelas para mis botas, pero el marqués ni se molestó
en contestarme. Hace tanto tiempo que no me dirige la palabra, que creo que se
ha olvidado de mí.
El
pobre gato, mientras me lo contaba, hipó un maullido triste.
-Tengo
la sensación de que mi amo se ha olvidado de mí desde que nada en la
abundancia. ¡Hip! ¡Hip!
El
gato con botas parecía no poder controlar el hipo que, en un principio, juzgué producto de la congoja que sentía, aunque, más tarde, él mismo, me
explicó el motivo.
-Creo
que siempre he sido servicial con él. Puse mi astucia a su servicio. Le conseguí
todas las tierras y el castillo del malvado ogro ¡Hip! Hasta le busqué una
esposa. Para él le robé esta antipática oca engreída por saber poner huevos de
oro ¡Hip! ¿Y en qué me lo agradece? ¡Hip! Y para postre, al comerme al ogro, cuando éste se convirtió en un ratón, tengo una indigestión crónica y este constante hipo. ¡Hip!
Y
continuó así hasta que se durmió entre los espasmos provocados por su permanente dolor de estómago.
Voy
a intentar ayudarle. -Pensé. –Debo hablar con el marqués de Carabás para que
cambie de actitud con su fiel gato con botas.
Cuando entré en el salón, el
amo permanecía sentado sobre su trono mirando a las musarañas que se paseaban, a su
libre albedrio, por encima de los muebles. Me acerqué y le expliqué la
situación.
-Tú,
Pulgarcito, ¿quién te has creído que eres para venir a decirme qué debo hacer
con mi gato? –me contestó de mala manera el marqués de Carabás. –Lo que tienes
que hacer es irte pronto de aquí si no quieres que te lo envíe para que te coma
de un solo bocado.
Esa
actitud despótica y orgullosa me sorprendió y, a pesar de todo, la prudencia me
hizo calibrar mi situación, un tanto delicada, pues podía cumplirse su amenaza y, al fin y al cabo, un gato tan obediente como el con botas, siempre hacía lo que le ordenaba su amo. Salí del castillo y me subí por la habichuela mágica
para regresar a mi casa.
Pasó
el tiempo y por la visita mensual que le hacían los cuervos, los cuales todo lo saben, me enteré de que al marqués de
Carabás ya no le iban las cosas tan bien como antes. Las continuas
desavenencias con su gato le llevaron a que lo despidiese y eso fue el
principio de su ruina, pues, la oca, triste de no poder discutir con el felino,
levantó el vuelo de su castillo dejándole sin el suministro de los preciados
huevos. También le abandonó su esposa, harta de verle tan apático y sin ninguna
iniciativa. Un día se encontró una carta en la que le decía que no la buscase que se iba con
un pirata, con pata de palo, para recorrer el mundo.
-Son
muchas desgracias y todas a la vez. –Le dije al cuervo que me lo contaba.
-Ya
sabes que la avaricia y la pereza son malas consejeras. Procura aplicarte el
cuento y no seas injusto con los que te aman.
Y
con un graznido me dejó con la palabra en la boca.
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